"¿Cómo se llama usted? - le pregunté. -Soy la señora Hargraves -me dijo sin el menor entusiasmo-. ¿Por qué? Como le estaba haciendo un favor, no tenía tiempo de responder a ninguna pregunta, así que escribí en la parte superior de la página donde comenzaba el relato: "Para una dama de encanto inefable, de maravillosos ojos azules y sonrisa generosa, del autor, Arturo Bandini". La verdad es que tenía una sonrisa que le destrozaba la cara, ya que le acentuaba el mapa de arrugas que le agrietaba la piel reseca de la boca y las mejillas."

 John Fante


"Con el paso de los años Nick Molise se había enzarzado en tantas peleas, en esquinas, en bares, en locales electorales, que la reputación de la familia estaba seriamente en entredicho en San Elmo. Sin embargo, todos los vecinos daban muestras de tolerancia y buena voluntad, les caía bien el viejo y simpatizaban con su carácter vehemente. Cascarrabias, alborotador, tirano de la paciencia ajena, borracho casi siempre, hacía en San Elmo lo que le daba la gana, y por la noche lo oían dando bandazos por las calles, entonando versiones desafinadas de "O sole mio", sin que se sulfurasen los vecinos, acostados ya; todos decían: "Ahí va el viejo Nick", y sonreían, porque era parte de la vida colectiva."

 John Fante


"De modo que por fin había sucedido: estaba a punto de convertirme en ladrón, en un afanador de leche de tres al cuarto. En esto se había transformado el genio de genio pasajero, el cuentista de un solo cuento: en ladrón."

 John Fante


"Entonces sucedió algo curioso. Mi padre se murió. Estábamos al aire libre, metidos en el hormigón y entre las piedras, y de súbito tuve la impresión de que se había ido de este mundo. Busqué su cara y lo vi escrito en ella. Tenía los dos ojos abiertos, sus manos se movieron, echaron una paletada de hormigón, pero estaba muerto y en la muerte no tenía nada que decir. A veces se alejaba como un fantasma, se metía entre los árboles y meaba. ¿Cómo podía estar muerto, me preguntaba, si andaba y meaba? Era un fantasma, un cadáver, un fiambre. Quise preguntarle si se encontraba bien, si por casualidad seguía estando vivo, pero me sentía demasiado cansado, estaba demasiado ocupado muriéndome yo, demasiado cansado para construir una frase. Veía la pregunta en el papel, escrita a máquina, entre comillas, pero resultaba muy pesado verbalizarla. Además, no tenía tanta importancia. Todos teníamos que morir algún día."

 John Fante


"Eres un cobarde, Bandini, un traidor a tu propia alma."

 John Fante


"Estaba arrepentido de haberle gritado y me odiaba a mí mismo, pero la idea de rezar a la madre de Dios para que me acercara al cráneo unas orejas que su propio hijo había alejado previamente, me parecía el colmo de los despropósitos. ¡Rezar! ¿Para qué servía? ¿De qué le había servido a mi madre? Mi padre en la cama con ella todas las noches, oyendo el tintineo del rosario, encontrándosela de rodillas, tiritando de frío, ¿Qué cojones haces ahí? , ven a la cama, por el amor de Dios, que te vas a congelar, y cada plegaria era para él como un latigazo en el trasero, porque le hacía pensar en su propia insignificancia, una mujer que era como un niño que escribe a los Reyes Magos, que salta de la vida para caer en los brazos de Dios, de Santa Teresa, de la Virgen María. Ah, mi madre era una buena mujer, una mujer noble, nunca engañaba ni mentía ni decía una palabra indecorosa. Fregaba el suelo, tendía toneladas de ropa, planchaba a todas horas, cocinaba, cosía, barría y sonreía con ánimo en los momentos difíciles, víctima de Dios, víctima de mi padre, víctima de sus hijos, iba por la vida con los estigmas de Cristo en las manos y los pies y una corona de espinas en la cabeza. Era tan insoportable verla sufrir que me habría gustado que dijera mierda, jódete o vete a tomar por culo. Suspiraba por el día de la sublevación en que por fin estrellara una jarra de vino en la cabeza de mi padre, le cruzara la cara a Bettina y moliera a palos a sus hijos. Lejos de ello, nos castigaba con padrenuestros y avemarías y nos estrangulaba con rosarios."

 John Fante


"Fui hasta el final del pasillo, hasta el rellano de la escalera de incendios, y allí lo solté todo, llorando e incapaz de contenerme porque Dios era un asesino sin escrúpulos, un animal despreciable, es lo que era por haberle hecho aquello a aquella mujer. Baja de los cielos, Señor, baja y te reventaré la cara contra el área municipal de Los Angeles, cínico sin perdón. De no ser por ti, esta mujer no sufriría tamaña deformidad, ni el mundo tampoco, y de no ser por ti habría podido joderme a Camila López en la playa. ¡Pero no! Te gusta gastar bromas; mira lo que le has hecho a esta mujer, y al amor de Arturo Bandini por Camila López. En aquel punto, mi tragedia me pareció más negra que la de la mujer y me olvidé de ella."

 John Fante

"Guerra en Europa, un discurso de Hitler, jaleo en Polonia, tales eran los temas de actualidad. ¡Paparruchas! ¡Partidarios de la guerra, carcamales que pueblan el vestíbulo de la pensión Alta Loma, he aquí la verdadera noticia, hela aquí: un papelito con las firmas, endosos y refrendos correspondientes, un sencillo papel, mi libro! A la mierda el Hitler ese, esto es más importante que Hitler, se trata de mi libro. No zarandeará el mundo, no matará ni a una mosca, no disparará ningún fusil, pero lo recordaran hasta el día en que se mueran, estarán en la cama, a punto de dar el último suspiro y sonreirán al recordar el libro."

 John Fante



"Había ocho o nueve alrededor de una mesa cubierta de fieltro verde que había en el fondo. La baja bombilla iluminaba a cinco jugadores sentados, mientras el resto, de pie, miraba y hacía sugerencias. Mi padre estaba entre los mirones. Eran un grupo de jubilados que vivían del subsidio, gruñones, irascibles, amargados, viejos cabrones endurecidos, renegones y más bien mezquinos, que disfrutaban con su ingenio cruel, su iconoclastia y su camaradería. Allí no había filósofos, ningún venerable oráculo que hablara desde las profundidades de la experiencia vital. No eran más que ancianos matando el tiempo, esperando que se le acabase la cuerda al reloj. Mi padre era uno de ellos."

 John Fante


"Hablamos, ella y yo. Me preguntó por mi trabajo, aunque todo era fingimiento, no le interesaba mi trabajo. Y cuando le respondí, fingí a mi vez. Tampoco a mí me interesaba mi trabajo. Sólo una cosa nos interesaba a los dos, y ella lo sabía, porque mi aparición lo había dejado muy claro."

 John Fante



"He deseado a mujeres cuyos solos zapatos valen cuanto he tenido en toda mi vida."

 John Fante


"La cama no me gustó. Era de matrimonio y eso significaba que tendría que dormir con el viejo. Asustado, me senté en el colchón y afronté el dilema. Nunca había dormido con mi padre. La verdad es que no lo había tocado en toda mi vida, exceptuando los ocasionales apretones de manos que nos habíamos dado con el paso del tiempo, y no me apetecía dormir en la misma cama que él. Pensé en la vejez de sus huesos, en la vejez de su piel, en su vejez solitaria y malhumorada, en la vejez aliñada con vino, la suya y la de aquellos amigos suyos, borrachos y pecadores; y pensé en lo hijo de puta que había sido: un macarroni cerril, despótico, soez y disoluto que me había engañado para enrolarme en aquel chapucero safari a las montañas, lejos de mi mujer, mi casa y mi trabajo, y todo por su zafia vanidad, para demostrarse a sí mismo que aún era un constructor de primera."

 John Fante


"Mi padre bajó del vehículo. Entre los dos ayudaron a bajar a Joyce, que tenía los ojos húmedos de llorar. El sacerdote la tranquilizó poniéndole las grandes manos en los hombros.
Joyce lloró suavemente. Mi padre y el sacerdote se pusieron a hablar en italiano. Agitaron las manos, cabecearon, fruncieron el ceño, gruñeron, se burlaron, sonrieron, rezongaron, pusieron los ojos en blanco, hicieron muecas, se bambolearon, me señalaron y finalmente cayeron en un meditabundo silencio mientras se miraban con perplejidad y aflicción. El gigantesco sacerdote metió la cabeza en el vehículo y me traspasó con sus ojos negros.
—Usted. Aparque el coche.
¿Por qué no? En una ocasión así, era solemne deber del padre aparcar el coche. Crucé la calle y me interné en el amplio aparcamiento del hospital. Cuando volví a la puerta, habían desaparecido. Entré en el vestíbulo. Habían tomado el ascensor y ya habían subido. Pregunté a la enfermera de recepción, pero no podía decirme nada. Me indicó que hablase con la enfermera de la planta doce.
También allí arriba andaban las cosas mal. No me enteré de nada. Mi padre y el sacerdote se habían esfumado. La enfermera jefe me informó de que el doctor Stanley estaba haciendo una revisión a Joyce. Era baja, de tórax grueso, cara rojiza y brazos musculosos. Estaba demasiado ocupada para hablar conmigo. Tenía el mostrador lleno de papeles y libros de contabilidad.
—¿En qué habitación está? —pregunté.
—No puede verla.
—Soy su marido.
—Creí que su marido era el viejo.
—Es el marido de mi madre. Mi padre.
Volvió a sus papeles. Entraron y salieron enfermeras. Y yo en medio, tratando de no estorbar. El teléfono sonaba incesantemente. Un interno informó a la enfermera jefe de que el 1231 quería zumo de naranja. La enfermera jefe sonrió con desprecio y dijo:
—Nada de zumo de naranja.
En la parte superior de la pared que tenía enfrente había una caja eléctrica con una pantalla en la que aparecía y desaparecía un número en rojo, el 1214. Centelleaba con urgencia. Nadie le prestaba atención, ni las enfermeras ni el personal interno.
—¿Está mi mujer en la 1214?
—No.
Señalé la pantalla con la cabeza.
—Alguien quiere algo en la 1214.
—Joven, vaya a la 1245 y siéntese.
Miré en todas partes buscando la 1245. Recorrí todos los pasillos. No la encontré. Las habitaciones estaban numeradas por orden y luego había unas cuantas puertas sin numerar. Abrí una puerta sin número y una mujer se incorporó en la cama y dijo: «Largo.» Y al final busqué a la enfermera jefe."

John Fante
Llenos de vida



"No le había sido fácil reconocer la bancarrota. Era un hombre orgulloso, con fe en sí mismo y en los buenos tiempos, y guardaba para sí sus problemas con toda la firmeza que podría permitirse un pobre. Nunca había pedido ayuda hasta entonces. Lo miré y vi a un hombre solitario, con una casa llena de críos y sin la menor salida. Nunca tendría más que lo que llevaba puesto, el saco de las herramientas, la hormigonera y su taco preferido. Seguiría trabajando año tras año hasta que se le acabaran las fuerzas, hasta que ya no pudiera doblarse sobre una hilada de ladrillos y la paleta se le cayese de la mano. ¿Había salido de los Abruzos y recorrido tantos kilómetros para acabar así? La abuela Bettina tenía razón. Habría tenido que quedarse en su tierra. Si se hubiera quedado, también habría cambiado mi vida. ¿A qué jugaban en Torricella Peligna? ¿Al fútbol? ¿A la petanca?"

 John Fante





"¿Por qué me habían rechazado? ¿Por mi ropa? ¿Por mi cara? Me miraba en los escaparates, veía la negra película de mi barba, el aspecto demacrado, el aire de derrota. ¿Repugnaba a la gente? ¿Despertaba algún misterioso antagonismo, la ira del mundo? Llegó un momento en que me daba miedo hablar con jefes y capataces. Sólo Coletti y el señor Atwater me aceptaban, me daban esperanzas y comida. Recorría las calles. Iba a la biblioteca pública, leía unas horas y volvía a cenar a la Misión del Espíritu Santo. Me pasó por la cabeza la idea de mendigar, había visto pedigüeños recibiendo monedas y parecía fácil. Pero me faltaba valor. Me daba demasiada vergüenza. En aquellos momentos me parecía insufrible incluso el periodo febril que me había ganado la vida fregando platos en Los Ángeles."

 John Fante


"¿Resucitan los muertos? Los libros dicen que no, la noche grita que sí."

 John Fante


"Subí a mi habitación por los polvorientos peldaños de Bunker Hill y pasé ante los edificios forrados de hollín que jalonaban aquella calle en sombras; la arena, el aceite y la grasa asfixiaban las palmeras inútiles que se erguían cual prisioneros moribundos, encadenados a un mínimo pedazo de tierra y con los pies ocultos por el asfalto negro."

 John Fante


"Tampoco le importa que el mundo sea, o el universo, o el cielo o el infierno. Pero le gustaban las mujeres."

 John Fante


"Tenemos el mar por un lado, a Arturo Bandini por el otro, el mar es auténtico y Arturo cree que es auténtico. Pero si me pongo de espaldas al mar, sólo veo tierra; camino sin parar y el horizonte de la tierra se dilata hasta el infinito. Un año, cinco años, diez años, y sigo sin ver el mar. Y me digo: pero ¿Qué le ha ocurrido al mar? Y me respondo: el mar está más allá, en la reserva de la memoria. El mar es un mito. Nunca ha existido el mar. Y sin embargo sí ha existido. Puedo afirmarlo porque nací a las orillas del mar. ¡Me he bañado en el agua del mar!"

 John Fante


"Tenía que creer. ¿De dónde habían salido mis medias vaselinas y mis lanzamientos sinuosos, y de dónde había sacado yo aquel poderío? Si dejaba de creer podía venirme abajo, perder el ritmo, regalar bases a los bateadores. Joder, sí, tenía dudas, pero las reprimía. Ya era bastante dura la vida de un pitcher para que encima tuviera que perder la fe en Dios. Un asomo de duda podía entorpecer el uso de El Brazo, de modo que ¿Por qué enturbiar las aguas? Deja las cosas en paz. El Brazo procedía del cielo. Cree en eso. No pienses en la predestinación, no preguntes por qué hay tanta maldad si Dios es infinitamente bueno, ni por qué envía al infierno a tantas criaturas suyas si ya lo sabe todo. Ya pensaría en eso más adelante. Juega en la liga menor, alcanza el estrellato, participa en los Mundiales, entre en el Templo de los Famosos. Entonces podrás sentarte a hacer preguntas, podrás preguntar qué aspecto tiene Dios y por qué nacen niños deformes, y quién ha inventado el hambre y la muerte."

 John Fante



"Toda la noche nos la pasamos llorando y bebiendo, y pude decirte borracho las cosas que me bullían del corazón, palabras impresionantes, símiles ingeniosos, porque llorabas por otro tipo y no oías nada de lo que te decía, pero yo me oía a mí mismo, y Arturo Bandini estuvo genial aquella noche, porque hablaba con su amor de verdad, que no eras tú ni Vera Rivken tampoco, sino sólo su verdadero amor."

 John Fante


"Todo lo bueno que había en mí se me estremeció en el corazón en aquel instante, y con ello todo cuanto esperaba del sentido profundo y misterioso de mi existencia. Me envolvía la complacencia infinita y muda de la naturaleza, indiferente a la gran ciudad; el desierto latía bajo aquellas calles, alrededor de aquellas calles, en espera de que la ciudad feneciese, para cubrirla una vez más con sus arenas sin tiempo. De repente me sentí invadido por una intuición aterradora, relativa al significado y patético destino de los hombres. El desierto estaría siempre allí, animal blanco y paciente que aguardaba a que los hombres desaparecieran, a que las civilizaciones se tambaleasen y se sumergiesen en las tinieblas. En aquel punto, la raza humana se me antojó una raza valiente y me sentí orgulloso de pertenecer a ella. La maldad del mundo no era maldad, sino un elemento inevitable y benéfico y que formaba parte de la lucha interminable por contener y domeñar el desierto."

 John Fante


"Tres semanas más tarde, Tina y Rick Colp dieron el gran salto. No fue una sorpresa. Hacía días que Colp dejaba la furgoneta en el sendero del garaje, mientras hacían los preparativos para la marcha. Tina compró tela con flores estampadas para hacer cortinas y fundas de asiento, y las cosió mientras Rick revisaba el motor y lo ponía a punto. Además instaló en el vehículo dos altavoces para el casete. Las tablas de surf iban en la baca.
La emoción del viaje perdió un poco de romanticismo cuando se dieron cuenta de que no poníamos pegas a que se fueran juntos. La verdad es que era la única manera de tomárselo, pues estaban decididos y no había forma de impedirlo. En cuanto a que durmieran juntos, venían haciéndolo durante meses, ¿por qué no iban a seguir haciéndolo ahora? Suponíamos que algún día se casarían, pero nadie hablaba de eso, para que Rick no huyera ante nuestras presiones. La única intrusión en su intimidad fue una ración extra de anticonceptivos que Harriet deslizó en la maleta de Tina.
Nos reunimos en el sendero del garaje para despedirles y Harriet lloró, pero a mí no me costó estar tranquilo y con los ojos secos. Desde el principio había estado fuera del mundo de mi hija. Siempre había sido una persona agresiva hasta la inestabilidad y sólo había una estrategia que funcionara: dejar que hiciera su santa voluntad en todas las cosas. Al verla en aquellos momentos con los tejanos blancos y la blusa roja, el cabello arreglado con dos trenzas, su hermoso rostro angelical desmintiendo su carácter de gata salvaje, me dije que era muy triste que fuéramos unos extraños. No es que me detestara. Me quería, pero me consideraba un fastidio."

John Fante
Al oeste de Roma


"Yo conocía el sufrimiento de su alma y me compadecía de ella. Estaba sola, con las raíces colgando en una tierra extraña. No quería venir a América, pero mi abuelo no le había dado otra opción. También en los Abruzos había pobreza, pero era una pobreza más dulce que todo el mundo compartía, como el pan que se pasa en la mesa. También se compartía la muerte, y el dolor, y los buenos momentos, y la aldea de Torricella Peligna era como un único ser humano. Mi abuela era un dedo arrancado a aquel organismo y nada podía aliviar su desolación en la nueva vida que llevaba. Era como todos los que habían llegado de su rincón de Italia. Unos iban tirando, otros eran ricos, pero de su vida había desaparecido la alegría y el nuevo país era un lugar solitario donde "O sole mio" y "Vuelve a Sorrento" eran canciones tristes."

 John Fante


"Yo no cabía en mí de satisfacción, presa de una alegría extraña. Me sentía relajado. El mundo estaba lleno de gente la mar de divertida. El barman delgado echó una mirada en mi dirección y le hice un guiño de complicidad amistosa. Cabeceó con ademán de comprensión. Lancé un suspiro y me retrepé en la silla, reconciliado con la existencia."

 John Fante