"Corres raro pero no corres nada mal, le dice."

Jean Echenoz


"Algún día se calculará que, sólo entrenándose, Emil habría dado tres veces la vuelta a la Tierra."

Jean Echenoz


"Como no sé hacer otra cosa que escribir, y es una actividad bastante solitaria, me gusta documentarme, buscar fotos, sonidos, papeles...En realidad es la fase que prefiero, es fantástica y estimulante. Trabajas pero no escribes, lo cual ayuda mucho a limpiar la conciencia. Así que salgo de casa y voy a bibliotecas, o a hablar con gente. Lo grabo y transcribo todo, aunque al final solo utilizo un dato, o dos adjetivos que alguien ha dicho..."

Jean Echenoz


"Creo más en la obstinación que en la inspiración."

Jean Echenoz


"Durante mi infancia, los excombatientes hablaban muy poco de aquella guerra. Yo nací en el 47, y la guerra del 14 siempre me pareció muy lejana. Se hablaba mucho de la Segunda pero muy poco de la Primera. Eso fue cambiando, y ahora la presencia del horror de la Primera se siente mucho más. Nos damos cuenta de su verdadera dimensión, sabemos que fue la primera guerra industrial, la peor carnicería de la historia, el momento en el que irrumpe el armamento moderno, la aviación, el gas... Es la guerra que cambió la historia de las guerras."

Jean Echenoz


"El apellido Zátopek (...) comienza a restallar universalmente con sus tres sílabas ligeras y mecánicas, despiadado vals de tres tiempos, ruido de galope, zumbido de turbina, repiqueteo de bielas o de válvulas acompasado por la k final, precedido por la z inicial que ya corre mucho: hace uno zzz y todo corre mucho, como si esa consonante fuera un juez de salida. Por otro lado, esa máquina está lubricada con un nombre fluido: la lata de aceite Emil engrasa el motor Zátopek."

Jean Echenoz


"El estadio de Zlin, situado en la zona industrial y feísimo, se halla enfrente de la central eléctrica: el viento barre el humo de las chimeneas, el hollín y el polvo, que caen en los ojos de los deportistas. Pese a tales inconvenientes, a Emil comienza a gustarle ese estadio, el aire pesado que se respira en él es bastante más puro que el del taller."

Jean Echenoz


"El mecanismo falla primero en los detalles, una rodilla que afloja un poco a la izquierda, una punzada en el hombro, un inicio de calambre en la pantorrilla derecho, y rápidamente se cruzan los dolores y los problemas, se conectan en una red hasta que todo el cuerpo se descompone (...), el espectáculo de una zancada rota, mal escuadrada, inconexa, y pasa a ser un autómata lívido y desarticulado, cuyos ojos de hunden y se orlan de círculos cada vez más profundos."

Jean Echenoz


"El pesimismo sin ironía es de mal gusto."

Jean Echenoz


"Emil podría estar satisfecho de sí mismo pero, como siempre, no lo está. Todo eso le ha recordado que debe correr más rápido, organizar mejor sus fuerzas, reservar la energía para el final y, sobre todo, estudiar con atención la táctica de sus adversarios para mejorar la suya."

Jean Echenoz


"En principio yo trabajo todas las mañanas, si no funciona, no puedo ser indiferente, pero no veo qué otra cosa podría hacer. Y es lo que más me gusta aunque a veces sea desolador; pero incluso cuando es desolador, es interesante."

Jean Echenoz


"(...) Es la mejor imagen que he encontrado del infierno: la vida cotidiana privada de deseos, sin los sueños que le sirven de combustible. Eso es terrible."

Jean Echenoz


"Esas noches, en cuanto se dispone a poner en funcionamiento sus aparatos, todo el equipo se apresura a protegerse. El y sus ayudantes utilizan suelas de corcho, calzan guantes de fieltro o de amianto aislantes y se rellenan los oídos de algodón hasta los tímpanos. A continuación, una vez accionado el interruptor, comienzan a sucederse deslumbrantes relámpagos, más densos y prolongados que los de una tormenta natural, surcados de penachos centelleantes, desabridos, trémulos, para conectar de inmediato con todos los pararrayos de la zona en un radio de treinta kilómetros a la redonda, bajo el estrépito de los arcos eléctricos.
Todo ello, con ser muy sonoro, no molesta demasiado al vecindario, hasta que una noche, llevado por su entusiasmo, Gregor supera los límites y organiza un estruendo descomunal. De pronto todo deja de dormir en Colorado Springs: despertados bruscamente por el enorme volumen sonoro, los aterrados lugareños acuden corriendo en camisón, unos a caballo, otros en carreta de bueyes, otros incluso a pie no obstante la distancia, para averiguar la causa de aquello. Atónitos pero manteniéndose a respetuosa distancia, convencidos de que esos rayos artificiales pueden aniquilarlos de sopetón, permanecen al principio anonadados hasta que los animan esas redes de partículas incandescentes que se deslizan vivamente entre los granos de arena para ir a deflagrar bajo sus talones. De pronto se ponen a bailar sin ritmo alguno como todos hemos visto hacer en las películas del Oeste a los cowboys cuando les disparan a los pies, mientras, en torno al laboratorio, brotan largas chispas estridentes de cada objeto metálico conectado al suelo y, en los pastos vecinos, atrayendo descargas eléctricas con sus herraduras, plácidos caballos de tiro se encabritan y se desbocan espumeando y relinchando más salvajemente que ante el pensamiento del matadero, ante la imagen mental del desuello.
Esta peripecia ampliamente comentada es objeto de una pormenorizada crónica en el comunicado municipal, a cuya lectura los habitantes, al principio indignados y luego solamente descontentos, acaban mostrando cierta indulgencia no exenta de orgullo ante la idea de que tan eminente y poderoso sabio haya decidido afincarse en su terruño. Retorna la tranquilidad a Colorado Springs hasta que Gregor, otra noche, se pasa de la raya intentando emitir una onda eléctrica que en esta ocasión, cada vez más fuerte y para qué andarse con miramientos, debe entrar en resonancia en el interior de la propia Tierra.
Las corrientes necesarias serán más elevadas que nunca, pues las tensiones habrán de alcanzar millones de voltios. Gregor se ha vestido solemnemente para la ocasión: sombrero lustroso, guantes de pécari y levita Príncipe Alberto. Desgrana una cuenta atrás y contiene el aliento hasta que, al accionar su ayudante el interruptor, explota un enorme rayo por encima de la emisora, donde se expande una luz azulada glacial junto con un intenso olor a ozono, al tiempo que gigantescos relámpagos, formato rascacielos, brotan del mástil con un fragor de trueno más desmesurado que nunca. El fenómeno se prolonga unos minutos amplificándose hasta que se detiene de súbito: no más ruido, no más luz, pero sobre todo no más corriente ni modo de encender la menor lámpara."

Jean Echenoz
Relámpagos


 "Escribo para mí como lector."

Jean Echenoz


"Estoy contento, declara Emil, pero siento que un joven no me haya vencido. Los jóvenes aman más que yo la victoria."

Jean Echenoz


"Fue entonces cuando, tras caer los tres primeros proyectiles demasiado lejos y explotar inútilmente más allá de las líneas , un cuarto proyectil de contacto de 105 más ajustado fue más efectivo en la trinchera: tras seccionar al ordenanza del capitán en seis pedazos, algunos de sus cascos decapitaron al agente de enlace, clavaron a Bossis por el pleno en el puntal de una zapa, destrozaron a diferentes soldados bajo diferentes ángulos y cercenaron longitudinalmente el cuerpo de un cazador ojeador. Apostado no lejos de allí, Anthime vislumbró durante un instante, desde la masa encefálica hasta la pelvis, todos los órganos del cazador ojeador abiertos en dos como en una plancha anatómica, antes de acuclillarse espontáneamente en falso equilibrio para intentar protegerse, ensordecido por el enorme estrépito, cegado por los torrentes de piedras y tierra, las nubes de polvo y de humor, mientras vomitaba de miedo y de repulsión sobre sus pantorrillas y en torno a ellas, con las botas hundidas en el lodo hasta los tobillos."

Jean Echenoz



"Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas (...) Emil, nada de todo eso. Emil parece que se encoja y se desencoja como si cavara, como en trance (...) rostro crispado, tetanizado, gesticulante (...) un rictus que resulta ingrato a la vista (...) la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte (...) todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, salvo al armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad."

Jean Echenoz


"La ficción nunca es pura y la invención novelesca siempre es alimentada por la experiencia, ya se trate de la experiencia cotidiana o de hechos que se pueden encontrar en la vida, en la prensa y que uno siente el deseo de metamorfosear un poco en el marco de la novela. Pero yo no creo en la inspiración. No creo en la imaginación pura. Las novelas parten de cosas reales."

Jean Echenoz


"Lo importante no es lo que se busca, sino los hechos que se desencadenan a partir de la búsqueda."

Jean Echenoz


"Lo que intento es no repetirme, no utilizar frases que suenen demasiado como yo; hay que evitar a toda costa ser tu propia parodia."

Jean Echenoz


"Los mismos temas siempre vuelven a aparecer, volvemos a caer en los mismos temas una y otra vez. El autor está condenado a ello, es desesperante."

Jean Echenoz


"(...) Los monos parecen malos, atormentados, amargados, perpetuamente ofendidos, resentidos por haber dejado escapar la humanidad por un pelín."

Jean Echenoz


"Me gustaban las aventuras fantásticas, me gustaba asustarme leyendo, pasar miedo sabiendo que al final todo acabaría bien. Mis padres viajaban mucho y yo solo recuerdo una constante en mi infancia: los libros, ellos me proporcionaban una seguridad que hoy, cuando vuelvo a ellos, sigue intacta."

Jean Echenoz




"Mi propio nombre, en mi boca, me produce siempre una impresión extraña."

Jean Echenoz




"Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra."

Jean Echenoz




"No figuraba nombre alguno en la puerta, sólo una foto prendida con unas chinchetas y con los cantos doblados, que representaba el cuerpo sin vida de Manuel Montoliu, ex matador de toros reciclado a peón después de que un animal llamado Cubatisto le abriera el corazón como un libro el 1 de mayo de 1992: Ferrer dio dos ligeros golpes sobre aquella foto."

Jean Echenoz


"No le gusta el deporte, máxime porque su padre le transmitió su propia antipatía por el ejercicio físico, el cual no es a sus ojos sino una pura pérdida de tiempo y sobre todo de dinero."

Jean Echenoz



"No tengo suficiente talento para correr y sonreír a la vez, reconoce Emil. Correré con un estilo perfecto cuando se valore la belleza de una carrera según un baremo, como en el patinaje artístico. Pero yo, de momento, lo que tengo que hacer es correr lo más rápido posible."

Jean Echenoz


"Salió de la habitación. Bock fue hacia su colección. La colección se apoyaba en una tabla grande sostenida por un caballete. Reconstruía, miniaturizadas, la batalla de Rívoli (1797, a la izquierda) y la del Paso de Susa (1629, a la derecha), o sea dos veces dos ejércitos enfrentados, con la representación de todos los cuerpos en todos sus detalles: no faltaba nada de nada. Sin hablar de los accesorios, había allí al menos cuatrocientos soldados de plomo, dispuestos en tal o cual fase del combate. Bock variaba de vez en cuando las posiciones de los adversarios, siguiendo por regla general el orden histórico preconizado por los estrategas, pero a veces daba también su opinión sobre un detalle de la maniobra, probando jugadas como en el ajedrez. Levantó los frunces de papel Kraft que representaban los montes Genèvre y Cenis, entre los que se escurre el Paso de Susa, quitó un estuche pequeño de gamuza que estaba allí y volvió a colocar las montañas en su sitio. El estuche contenía una pistola de repetición automática, calibre 7,65, de nueve disparos, modelo Le Français, fabricada en 1964 por la casa Manufrance. Luego, al otro lado, desplazó el papel de plata retorcido que figuraba el Adigio, en el que se halla la ciudad de Rívoli y debajo del cual descansaban dos cargadores. Metió este material en el fondo de la maleta en el momento en que Liliane volvía a la habitación, alisando entre dos dedos una arruga del cuello de la camisa.
—¿No se te ocurre qué me puedo dejar? —preguntó Bock.
—No pienses más en eso —dijo Liliane—. Siéntate, descansa, estate quieto. He puesto el agua a hervir. Ya no hay más que esperar a Christian; a lo mejor toma algo con nosotros, si le apetece. ¿No iréis a salir tan mal parados como la última vez?
—No —respondió Bock—, no hay peligro, ningún peligro.
Pero Ripert llegaría tarde, demorándose con un tal Roger Briffaut, que lo había citado de improviso en una tienda de discos de los Campos Elíseos. Roger Briffaut había abrazado precozmente la condición de confidente de la policía, concediendo ocasionalmente sus favores a relaciones más o menos vinculadas con aquella profesión, como Christian Ripert. Era un joven de semblante descontento y cuerpo achaparrado, con una reluciente raya al lado y casi sin cuello, el imprescindible para una corbata a cuadros negros y blancos muy apretada.
Al entrar Ripert en la tienda, Roger Briffaut había emitido un largo silbido plácido de una sola nota. Después había formado una pila de quince discos que había tendido a Ripert sin decir palabra. Ripert había llevado la pila a la caja, había pagado los discos y había devuelto la pila a Briffaut, quien declaró en el acto que había oído hablar del llamado Chave, el cual parecía haberse juntado con un tal Gibbs, que tenía la mirada puesta en una historia clásica de herencia de la que el confidente pretendía no saber nada con certeza, salvo que podría tramarse algo por los Alpes del sur. Ah, bien, muy bien, dijo Ripert, gracias, hasta la próxima. Briffaut respondió a esto con un bisbiseo entre dientes, tras lo cual aseguró los discos bajo el brazo.
No quedaban más que dieciséis espaguetis fríos pegados al fondo de un recipiente de pyrex cuando Ripert llegó a casa de los Bock. Venga, dijo, nos vamos, expediente Ferro, te lo explicaré por el camino. A los veinte minutos salieron de París por la Porte d’Orléans, conduciendo a buena marcha un GS amarillo canario hacia los Alpes del sur.
El GS se mantuvo a una velocidad decente hasta el Morvan, donde hay cuestas, subiendo las cuales empezó a aflojar anormalmente; luego ya no corría ni en las bajadas, y finalmente no pasó de sesenta y cinco ni en terreno llano."

Jean Echenoz
Cherokee


"Se parece mucho al trabajo del artesano, sí. No sé si escribir es un oficio, creo que es sobre todo un estado. O quizá sea un oficio especial."

Jean Echenoz


"Siempre quiere saber hasta dónde puede llegar."

Jean Echenoz


"Viljo Heino, a quien llaman el prestigioso corredor de los bosques profundos (...), el hombre silencioso y relajado que revolucionó el arte de la carrera rechazando las florituras de estilo para buscar sistemáticamente el menor esfuerzo."

Jean Echenoz

"Vivir en París desde hace cuarenta años me ha marcado, sin duda. Desde mi primer libro, y en todos los siguientes, París siempre ha estado muy presente."

Jean Echenoz




"Yo soy mi propio médico."

Jean Echenoz