"A veces era asediado por vahos de amargura, en el transcurso de una velada, de una conversación o de una película mala, y pronto aparecería formándose en su garganta una bola de cólera que no dejaría de crecer."

Delphine de Vigan


"Acepté sin vacilar. Llevaba dos o tres semanas sin ver a nadie, me apetecía salir un poco y conocer a amigos suyos. Le propuse llegar antes para ayudarla a prepararlo todo, aceptó con entusiasmo, así podríamos charlar un rato antes de que llegaran los demás.
Aquel sábado, llegué a su casa a eso de las 7. Estaba todo listo.
L. se quitó el delantal que llevaba en la cintura y me ofreció un aperitivo. Vestía una falda corta de cuero, ajustada, sobre unos pantis opacos, y una camiseta negra, muy sencilla, cuya tela brillaba ligeramente. Pensé que era la primera vez que la veía con un atuendo tan sexy.
En el piso flotaba un suave olor a especias y canela. L. acababa de meter en el horno un tajín con albaricoques, una receta que ya había probado en otra ocasión y que estaba segura de que sería de mi agrado, pues sabía que me gustaba la mezcla de dulce y salado.
La barra que separaba la cocina del resto de la casa estaba repleta de diferentes platos de todos los colores presentados en distintos boles. Lo había preparado todo ella: el caviar de berenjena, el humus, los pimientos macerados. Sobre el aparador se alineaban algunos postres aparentemente caseros.
No, no podía hacer nada para ayudarla, estaba todo listo, se alegraba de que hubiera acudido un poco antes.
Pensé que L. acababa de pasarse dos días en la cocina para preparar todo aquello.
Me acomodé en su salón. Había encendido velas perfumadas y colocado media docena de platos y de cubiertos en el carrito. Así, me explicó desde la cocina, mientras comprobaba la temperatura del horno, cada cual podría servirse y acomodarse donde le viniera en gana. Miré a mi alrededor. Iluminaban la estancia una serie de lamparitas idénticas, repartidas con gusto. La mesa baja de cristal lucía una transparencia irreprochable. Como la primera vez, me dio la sensación de hallarme ante un espacio artificial, totalmente ficticio. El salón de L., su iluminación, la combinación de materiales y colores, el lugar preciso de cada objeto, la distancia que lo separaba de los demás; me parecía todo salido de uno de esos realities en los que un director artístico, en una semana, transforma vuestra casa en una página doble de publicidad de Ikea.
Hasta donde alcanza mi memoria, siempre me ha costado un poco interesarme por la decoración. En cuanto hay gente en mi campo de visión, la decoración se difumina, desaparece. Cuando voy con François a un sitio nuevo (por ejemplo un restaurante), después soy capaz de describir con una precisión que lo deja perplejo a las personas que tenemos alrededor, la clase de relación que las une, su peinado o su indumentaria, y raramente se me escapan sus principales temas de conversación. En cambio, François podrá describir sin omitir nada la disposición del local, su ambiente, el tipo de mobiliario que lo compone y, llegado el caso, los cachivaches y pequeños objetos que hay en él. Yo no había percibido nada de todo eso.
Aun así, en el piso de L. había algo que me perturbaba sin que supiera decir exactamente qué.
L. me sirvió una copa de vino blanco mientras esperábamos a sus amigos. Hablamos de distintas cosas, L. tenía toda clase de anécdotas que contar sobre las personalidades más o menos conocidas para las que había trabajado. Aquella noche se explayó más que de costumbre sobre su trabajo. Me habló del estrecho vínculo que se tejía durante unos meses, encuentro tras encuentro, para dar paso al silencio. No volvía a ver a ninguna de las personas para las que había escrito, era así, no sabía muy bien por qué, tal vez debido a esa intimidad brusca, necesaria, que después resultaba embarazosa.
Pasaba el tiempo y seguíamos allí, en el salón, esperando a sus amigos.
L. se interrumpía de vez en cuando para comprobar la cocción de su plato en la cocina, yo aprovechaba para consultar el reloj.
A eso de las 20.30 abrimos un meursault y comencé a saborear los vasitos que había preparado L."

Delphine de Vigan
Basada en hechos reales



"Ahora sé de una vez por todas que no se pueden borrar las imágenes, ni menos aún las grietas visibles que surgen en el fondo del vientre, que no se borran ni las evocaciones ni los recuerdos que despiertan cuando cae la noche o por la mañana temprano, que no se borra el eco de los gritos y aún menos el del silencio."

Delphine de Vigan


"Comparten, por razones diferentes una especie de fuga hacia delante, una forma de vida despreocupada, son los precursores de la burguesía bohemia."

Delphine de Vigan


"Cuando voy a ver a Michka observo a las residentes. A las muy muy viejas, a las moderadamente viejas y a las no tan viejas, y a veces tengo ganas de preguntarles: ¿todavía os acaricia alguien? ¿Todavía os abraza alguien? ¿Cuánto hace que otra piel no entra en contacto con la vuestra?
Cuando me imagino vieja, realmente vieja, cuando intento proyectarme dentro de cuarenta o cincuenta años, lo que me resulta más doloroso, más insoportable, es la idea de que ya nadie me toque. La desaparición progresiva o repentina del contacto físico.
Quizá la necesidad ya no sea la misma, quizá el cuerpo se retraiga, se acurruque, se entumezca, como durante un largo ayuno. O quizá, por el contrario, se queje de hambre, una queja muda, insoportable, que ya nadie quiere escuchar.
Cuando Michk viene hacia mí con paso inseguro, a punto de perder el equilibrio, me entran ganas de abrazarla, de insuflarle un poco de mi fuerza, de mi energía.
Pero me detengo antes de estrecharla entre mis brazos. Por pudor, supongo. Y por miedo a hacerle daño.
Se ha vuelto tan frágil.
Cuando sea vieja me tumbaré en la cama o me arrellanaré en un sofá y escucharé la música que ahora escucho, la que ponen en la radio o en las discotecas. Cerraré los ojos para recobrar la sensación de mi cuerpo en pleno baile. Mi cuerpo desatado, ligero, dócil, mi cuerpo en medio de otros cuerpos, mi cuerpo liberado de miradas ajenas, bailando sola en medio del salón. Cuando sea vieja pasaré horas así, atenta a cada sonido, a cada nota, a cada impulso. Sí, cerraré los ojos y me proyectaré mentalmente en la danza, en el trance, recuperaré uno a uno los movimientos, los quiebros, y mi cuerpo se ajustará de nuevo al ritmo, al compás, a la pulsación.
Eso es lo que me quedará cuando sea vieja, si llego a serlo algún día. El recuerdo de la danza, los bajos latiéndome en el estómago y el movimiento sinuoso de mis caderas.
Michka dormita en el sofá. Llevo varios minutos sentada a su lado, unas ondas minúsculas pasan por su cara y puedo leer en ellas que empieza a percatarse de mi presencia. Abre los ojos."

Delphine de Vigan
Las gratitudes



"El aburrimiento nunca es pasajero. Existe un remedio al aburrimiento, pero es radical y desagradable para los demás."

Delphine de Vigan



"El ayuno es una droga poderosa y barata."

Delphine de Vigan


"El estado de desnutrición anestesia el dolor, las emociones, los sentimientos, y funciona, en un primer momento, como una protección."

Delphine de Vigan


"El que se asegura sin parar de tu confianza será el primero en traicionarla."

Delphine de Vigan


"El texto estaba redactado de su puño y letra, en el papel con el membrete de la empresa. Los párrafos habían sido revisados, corregidos en varios lugares, algunas palabras se habían sustituido por otras y una flecha indicaba que el párrafo de en medio había de desplazarse al final. Era el borrador de algo que no se asemejaba a los informes que William escribe para su trabajo. Así que me lo leí de cabo a rabo. A decir verdad, me quedé unos minutos atónita, leyendo una y otra vez aquellas frases saturadas de odio y resentimiento, aquellas palabras de una violencia inaudita, no podía creer que William fuera capaz de escribir semejantes cosas, era imposible, inconcebible. ¿Por qué había reproducido aquellas líneas nauseabundas? Intenté encender su ordenador, me aferraba a la idea de que iba a encontrar ese texto bajo una u otra forma y de que, por una oscura razón, había copiado los escritos de un loco. Pero el acceso al ordenador estaba protegido por una contraseña. Salí del despacho, papel en mano, me flaqueaban las piernas. Fui a buscar mi ordenador portátil a mi habitación y me senté en el sofá. Aquellos gestos los realicé sin meditar, como si una parte de mí poseyera ya las respuestas, como si esa parte de mí se impusiera por fin mientras la otra rechazaba la evidencia y pugnaba por mantenerse en la ignorancia. En la barra de búsqueda de Google, tecleé las cuatro primeras frases del texto de William y pulsé «enter». Apareció el texto completo. Había sido maquetado y se habían incorporado las correcciones previstas en el borrador. El texto aparecía firmado por Wilmor75. Necesité varios minutos para entender que me hallaba ante un blog que William había creado con nombre falso, y en el que enviaba regularmente reacciones, reflexiones, comentarios sobre cualquier cosa.
A continuación introduje ese seudónimo en la barra de búsqueda y encontré decenas de mensajes enviados por Wilmor a páginas web de información o a foros de discusión. Comentarios amargos, enconados, indecentes, provocadores, que le habían permitido, al parecer, adquirir una pequeña notoriedad en las redes sociales. Pasé varias horas ante la pantalla, anonadada, temblorosa, clicando una página tras otra, pese a la náusea que me asaltaba. Cuando cerré mi portátil, me dolía la nuca. A decir verdad, me dolía todo.
A día de hoy me veo capaz de describir aquella escena, es decir, de contar cómo descubrí la existencia del álter ego de William. Pero durante varios días me resultó imposible evocar aquello, ante la imposibilidad de pronunciar determinadas palabras.
Sí, me resultaba imposible concebir que las palabras «maricón», «putón», «moraco», «ojete», «jiña», «macaco» y un largo etcétera pudieran haber sido escritas por mi marido —es decir, el hombre con el que convivo desde hace más de veinte años—, en medio de frases en las que sería difícil negar las connotaciones racistas, antisemitas, homófobas y misóginas. Esa prosa turbia, maligna, pero hábil, era no obstante la suya. Necesité tiempo para admitir que era realmente William quien redactaba ese blog desde hacía cerca de tres años, y quien comentaba en tales términos la actualidad política, mediática y los múltiples fuegos fatuos que aparecen a diario en internet. Necesité tiempo para poder evocar sin rodeos la naturaleza de aquellas frases, es decir, para que aquellas palabras, frente al doctor Felsenberg, saliesen de mi propia boca, siquiera para presentar unas muestras a modo de ilustración."

Delphine de Vigan
Las lealtades


"El tiempo nos enseña que podemos echarnos la bronca y debemos pasar página después."

Delphine de Vigan



"Esa lucidez la observé en otras personas que sufrían la enfermedad, una de las razones por las cuales es tan difícil de tratar. Hay una aspiración espiritual en la anorexia, un extraerse del mundo para buscar protección. Pero es una falacia, no funciona. Se tiene la sensación de que ya no se necesita alimento, de que uno se va a transformar en puro espíritu, en alma, pero no se es más que un cuerpo. Quizás cuando el enfermo comprende que ese proceso es inútil es que puede iniciar la cura."

Delphine de Vigan




"Esos momentos ya no nos pertenecen, están encerrados en una caja, escondidos en el fondo de un armario, fuera del alcance. Esos momentos están congelados como una postal o un calendario, los colores acabarán quizás por diluirse, desteñir, son momentos prohibidos para la memoria y las palabras."

Delphine de Vigan





"La anorexia restrictiva es una adicción que hace creer en el control cuando en realidad conduce al cuerpo a su destrucción."

Delphine de Vigan



"La coordinación es a la escritura lo que el montaje a la imagen."

Delphine de Vigan


"La turbación mental es como un géiser de una protesta interior tímida u oculta durante mucho tiempo, la expresión repentina y brutal de un rechazo a dejarse manipular o destruir a partir de un momento, que se traduce en un desfase de tono, un volumen de sonido insoportable para oídos normales."

Delphine de Vigan



"Las cosas son como son, hay muchas de ellas contra las que no se puede hacer nada. Eso es sin duda lo que hay que admitir para convertirse en adulto."

Delphine de Vigan




"Las épocas se resumen, en nuestra memoria, en los lugares que las contienen."

Delphine de Vigan


"Me gusta estar a su lado, respirar su olor, rozar su brazo, podría pararme horas así, mirándole, su nariz recta, sus manos, el mechón que le cae sobre los ojos."

Delphine de Vigan



"No lo sabremos nunca. Tenemos, unos y otros, nuestras propias convicciones, o bien no las tenemos. Quizá eso es lo más difícil, no haber podido odiar nunca a Georges, no haberlo podido absolver tampoco. Lucile nos dejó esa duda en herencia, y la duda es un veneno."

Delphine de Vigan



"No me gusta el gentío, el número, las grandes comilonas, huyo de las mundanidades, soy más sociable en los encuentros cara a cara, en pequeños grupos, o bien durante un paseo, en el movimiento de la marcha."

Delphine de Vigan


"No puedo más que medir la extensión del enigma."

Delphine de Vigan


"No se concordar ciertas imágenes con las que he conservado de la infancia, con el halo amarillento con que las encuentro. Son resueltamente dispares."

Delphine de Vigan


"Si admitimos que por dos puntos sólo puede pasar una única recta, un día dibujaré una que parte de mí hacia él o de él hacia mí."

Delphine de Vigan


"Sin saberlo, comía patatas fritas impregnadas de aceite y queso, con un setenta por ciento de grasa. Sin saberlo, era libre."

Delphine de Vigan


"(Sobre Días sin hambre) Quería hablar de la anorexia como de cualquier otro material literario, hay en el libro una voluntad de construir un relato más universal que mi propia pequeña historia."

Delphine de Vigan


"Somos capaces de enviar aviones supersónicos y cohetes al espacio, de identificar a un criminal a partir de un pelo o de una minúscula partícula de piel, de crear un tomate que se conserva tres semanas en el frigorífico sin una arruga, de guardar en un chip microscópico miles de millones de informaciones. Somos capaces de dejar morir a gente en la calle."

Delphine de Vigan


"Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada una a su modo."

Delphine de Vigan


"(...) Y cuando sorprende mi mirada, tiene esa sonrisa en los labios, increíblemente dulce, tranquila, y entonces me digo que tenemos la vida, toda la vida por delante."

Delphine de Vigan


"Yo sé que a veces es mejor quedarse así, en el interior de uno mismo, encerrado. Basta una mirada para vacilar, basta con que se tienda la mano para darse cuenta de lo frágil, vulnerable, que es uno, y entonces todo se derrumba, como una torre de cerillas."

Delphine de Vigan