"A veces un grito no es un sonido sacado de quicio; ni es levantar la voz con descompostura y vanidad. A veces un grito es abrir el cajón, sacar una verdad hecha pedazos y ponerla encima de la mesa."

Belén Ruiz de Gopegui


"¿Cómo se coloca todo bien? ¿Cómo lo consiguen las personas? Porque si te callas demasiadas cosas, un día estallan o se pudren. Pero si las dices, haces daño."

Belén Gopegui


"Contra la fisiología. Contra esta humana dependencia de ser abrazado, tocado, lamido con minúscula delicadeza por una lengua exacta. Me gustaría escribir contra la fisiología, porque la fisiología es imposible. No quiero salir a la vida, no quiero bajar a las tiendas a comprar latas ni arroz, tú eres mi concha, Brezo, quiero quedarme en ti."

Belén Gopegui


"Creo que las canciones son una especie de bombas que explotan ordenadamente. Bombas a pequeña escala, como romper cosas pero no por frustración; no romper cualquier cosa y de cualquier manera, sino romper puertas cerradas que deberían estar abiertas, recuerdos que no merecen existir, días sin actitud."

Belén Gopegui


"Cuarenta y cinco años ensayando no son jamás heroicos ni literarios."

Belén Gopegui


"Disiparme ahí, a su lado, significa aceptar que la materia no es siempre plomo, carne, madera."

Belén Gopegui


El desastre, la resignación, el deseo de perder
para descansar, no merecen la pena.

Belén Gopegui

El lado frío de la almohada, 2004




"El soberbio hace su gran concesión y dice "Yo soy yo y mis circunstancias", pero Edmundo vigilaba sus circunstancias, yo soy mi padre, mi rencor, mi universidad, mi máster imaginario, mis mentiras; soy mi madre, la venganza, la frente pronunciada, el mentón abrupto: soy Raimundo, Julio, Gregorio, mi contrato, mi jefe de personal; soy bailar y no creer y Cristina y soy criado por otros, siempre criado por otros. En cuanto a ser yo, qué predicado aceptaría puede el preso decir: yo soy quien se levanta a las siete y media de la mañana o ése es el reglamento de la prisión; en cuanto a ser, el yo exigía libertad, mas no la inútil libertad de escoger entre un jersey azul y un jersey amarillo sino la libertad de que sus circunstancias no le impusieran el participio de criado, el predicado de señor."

Belén Gopegui


"El soberbio cree que se basta a sí mismo, cree que su valor, su precio en el mercado, proviene del dominio de una habilidad, de una profesión o de un conjunto de facultades."

Belén Gopegui


"Elegir... Significaba determinar los fines de acuerdo con la razón. Tomar decisiones era sólo escoger entre los deseos de un muestrario concebido por el apetito propio o ajeno, casi siempre ajeno."

Belén Gopegui


"¿En qué momento había empezado a perder el control? Ya casi nunca lograba expulsar la sensación de que su pasado se había convertido en un armario cerrado a la fuerza. Uno de esos armarios en donde se han guardado demasiados objetos sin colocar y que hay que abrir con cuidado para que no caiga todo de golpe, las maletas, los zapatos, las equivocaciones."

Belén Gopegui



"Encajas, sí, pero también golpeas; si no, qué. Y en golpear, y en equivocarte, y ser irresponsable, y hasta en probar las cosas por ti misma a pesar de que te han dicho que otros lo han probado y no vale la pena, en todo eso, supongo, se va la mitad de la vida. Porque no somos árboles, nos movemos, tenemos que hacer cosas."

Belén Gopegui


"Entendía lo que Eduardo estaba diciéndole, claro que lo entendía, pero cómo sobrevivir a los días claros. Porque había días claros. Había mañanas completamente azules en las que todo parecía destellar, en las que todo estaba a la vista y no había forma de esconderlo."

Belén Gopegui


"Entrar en una canción tiene que ser como la electricidad: en vez de un sitio, algo que te atraviesa y, mientras lo hace, la atracción hacia unas cosas y la repulsión hacia otras se vuelve muy potente. Tanto que tienes la impresión de estar siendo abducida y ahí estás tú, fuera de órbita, en un sistema planetario nuevo donde importa lo que vibras, deseas, blasfemas y sueñas mientras vives esa maldita canción."

Belén Gopegui


"Escribir y leer son un acto imaginativo: transformas una emoción en imaginación a través de la conciencia."

Belén Gopegui


"Estaba en cuarto de carrera [Derecho], y leer cada vez me gustaba más. Estudié Derecho porque, bueno, porque entonces pensaba en ideales de justicia, arreglar el mundo, todo eso. Pero empecé a darme cuenta de que leer y escribir me gustaba demasiado. Acabé los estudios, se hilaron bien las cosas, empecé a colaborar en revistas, y pude ir sobreviviendo"

Belén Gopegui


"Hablan todo el rato de la igualdad, pero a mí bastantes veces me gustaría ser tío, y al revés no pasa tanto. No lo digo por el sexo. Yo querría ser tío pero no para enrollarme con Vera, eso puedo hacerlo ya. Si lo piensas, es hasta increíble que haya que hacer leyes, es alucinante que en otras épocas no nos dejaran estudiar o ser ingenieras. Pero es que hay historias que no están en las leyes, no sé cómo decirlo: me refiero a lo que te pides, ¿Sabes? Los tíos se pidieron cosas como consolar o defender y luego se quedaron con esas cosas. ¿Por qué no puede pedírselas cualquier persona, sea lo que sea, según su ánimo o según lo que le haya pasado? Muchos días prefiero consolar y no que me consuelen, defender y no que me defienda. Prefiero salir en vez de quedarme esperando a que vuelva alguien. Y aunque ya no siempre sea así, aunque a veces mi madre se vaya de viaje y sea mi padre quien va a buscarla, no sé, es que los chicos se han pasado la vida viéndose en todas partes como los que llevan el barco. He oído a pocos que digan: me encantaría quedarme aquí y que vinieran a salvarme. No se trata de ser valiente. A lo mejor es incluso al revés. Porque lo que da más miedo es estar esperando y no poder hacer nada. Da mucho más miedo eso que salir a matar dragones."

Belén Gopegui

"Hay que pelear por que las redes nos pertenezcan. ¿De qué sirve que los contenidos puedan ser libres si los caminos son de propiedad privada? Necesitamos que se nacionalicen los cables, que los satélites sean de las personas, que Google sea de la gente."


Belén Gopegui




"Hay que tener mucho cuidado con la palabra "compromiso", porque es muy ambigua. Escribir es decir algo, y si tú no te haces cargo de lo que dices no tiene sentido que hables. Y si hablas tiene que ser para algo. Eso es compromiso, en el sentido más práctico de la palabra. (...) El compromiso es algo más serio, es tomar partido en los conflictos culturales, es dar la cara y decir en voz alta lo que pensamos. Acudir a un acto en favor de los refugiados del Sáhara ¿A qué te compromete? El compromiso implica un riesgo."

Belén Gopegui


"Interrumpo la emisión para subir el volumen de vuestros receptores y que nuestra angustia os entre por las orejas."

Belén Gopegui


"La música, la de verdad, no suena: te atraviesa el cuerpo de parte a parte."

Belén Gopegui


"La señora Morel, Gertrude, pertenece a un grupo social ligeramente superior al de su esposo. Su padre llegó a ser capataz del taller de un astillero. Ella estudió y fue ayudante de la maestra. Fue también novia del hijo de un comerciante acomodado, quien la abandona. Al año siguiente, Gertrude conoce a un minero apuesto, animado, agradable y abierto con todos, Walter Morel. Poco tiempo después se casan y, durante los seis primeros meses, son felices. Luego comienzan los problemas de Morel con la bebida y las estrecheces económicas, ambos unidos. En ese clima nacerán y crecerán sus hijos. Un padre que empezó a bajar a la mina a los diez años, presionado por el exceso de trabajo y la escasa paga, que con frecuencia gasta parte del sueldo en bebida y que, a veces, borracho, tiene peleas violentas con su madre, aunque sin llegar nunca a la crueldad deliberada ni dejar nunca de cumplir con el mínimo de sus obligaciones. Una madre que viene de otro lugar, que sueña con haber tenido otra vida y que carga a sus hijos con sus sueños.
Con el tiempo, a pesar de los pesares, los esfuerzos de Walter Morel y su mujer por salir adelante van dando frutos y el matrimonio consigue una cierta mejora social, suficiente como para permitir al hijo mayor salir de la aldea e irse a trabajar a Londres. Pero el ascenso, que parece fácil con los parámetros de la aldea, una vez en Londres se torna más difícil. El hijo mayor se empeña por amores y muere víctima de una neumonía, sumido en la pobreza. La segunda es una hija que llega a ser maestra; su condición femenina le impide entonces llegar a más. El cuarto y último de los hijos, Arthur, parece haber heredado el carácter franco y poco previsor del padre, no le gustan los estudios y se alista en el ejército. De esta manera sólo el tercer hijo, Paul Morel, especie de encarnación de Lawrence con algunas modificaciones, puede asumir el papel de depositario de los sueños maternos: «Era para el muchacho un sufrimiento agudo pensar que su madre jamás había tenido lo que esperaba de la vida; y su propia incapacidad para ofrecerle alguna compensación lo llenaba de un sentimiento de impotencia, al tiempo que le infundía una paciente obstinación. Tal era su ambición de niño».
El nudo de la novela parece aflorar en su tercera parte, cuando ya Paul Morel ha crecido y se ve dificultado para entablar una relación amorosa debido al peso que tiene su relación con la madre. Si en una novela de aprendizaje típica el héroe aprende a reconocer cómo su visión ideal del mundo choca con el funcionamiento real del lugar al que debe incorporarse, en este caso el espíritu de artista de Paul, junto con su deseo de ofrecer a su madre una compensación, choca contra las limitaciones del mundo real, donde el cumplimiento de un deseo suele llevar aparejado, sobre todo en determinados contextos sociales, la renuncia a otros."

Belén Gopegui
Rompiendo algo


"La vida prosigue aunque actuemos como cobardes o como héroes, La vida no impone ninguna disciplina sino la de aceptar la vida incuestionablemente. Todo aquello a lo que cerramos los ojos, todo aquello de lo que huimos, todo lo que negamos, denigramos o despreciamos sirve para derrotarnos al final."

Belén Gopegui


"Leer una novela es un acto, no es solo una reflexión. Imaginas al leer y al escribir. Al imaginar sensaciones, pensamientos y emociones, te haces consciente de ellos."

Belén Gopegui


"Llega un momento en que las cosas dejan de importarte. Cuando los que te hablan no tienen actitud, oyes llover todo el rato."

Belén Gopegui


"Los maestros, como tal, están desapareciendo. Cada vez hay menos gente que quiere asumir la responsabilidad de saber más que otro, porque eso te obliga y te exige. Y eso se está olvidando, la necesidad de orientar y de ser orientados."

Belén Gopegui



"Los sueños no. Una vez que aparecen ya tú no te liberas, no puedes volver a guardarlos dondequiera que estuviesen. Porque en algún sitio estaban y yo no lo sabía. Intento que vuelvan a ese sitio. Es inútil."

Belén Gopegui


"Me levanté y empecé a sacar los libros de la mochila. Mi madre se fue de la habitación sin decir nada. Supongo que le hice daño. Supongo que antes también había hecho daño a mi padre. ¿Cómo se coloca todo bien? ¿Cómo lo consiguen las personas? Porque si te callas demasiadas cosas, un día estallan o se pudren. Pero si las dices, haces daño. Y a veces mueves la mano y sin querer tiras el vaso y se rompe y hay agua y cristales; dicen que eso es fácil de arreglar con una bayeta y barriendo cristales. Lo que no se arregla es que te gustaría clavarte uno, que saliera sangre y no llorar."

Belén Gopegui


"Me quedé con el disco en la mano y pensé que los vinilos eran como los cuadernos, se acaban. Eso está bien. Me refiero a que las cosas se acaben. Porque es mejor saber a qué atenerse."

Belén Gopegui


"Mis padres necesitaban ayuda y yo seguía empeñada en mi comando. Lo que pensaba era que, en realidad, mi familia no necesitaba ayuda sino que yo me quedara quieta, que no fuera otro problema."

Belén Gopegui


"Movía el vaso y miraba las piernas y los zapatos de quienes estaban sentados cerca. Debía calmar el borbotón de furia, impidiendo que la invadieran el fatalismo y la tristeza, la sensación de haber sido abandonada, el impulso de buscar la revancha mediante un golpe de efecto más fuerte aún que el de Guillermo. Hacía viento. Marta cerró los ojos y se soñó en Alemania. Eso era, se dijo, lo que tenía que calmar, el «tú te has ido a un apartamento, pues yo me voy pero a otro país». Entonces pensó que Guillermo no se había ido. Había alquilado un apartamento porque los dos tenían un problema. Y Marta se acordó de la casa de Ciudad Jardín. Estaban a 10 de mayo, la contestación debían darla antes del 6, luego la casa ya la habían perdido, pensó, aunque imaginaba que en otras circunstancias podrían intentarlo aún. Tal vez era un problema que a ella se le hubiera pasado la fecha, pero más grave debía de ser que ella no quisiera pensar en la casa y que Guillermo pensara demasiado. Había muchos otros problemas, reconoció. Estaba el final de su contrato de asistencia técnica y la reciente posibilidad de un nuevo contrato de asesora que la obligaría a viajar todas las semanas, estaba la decisión de tener hijos, y Carlos. Estaban, se dijo, como siempre, los caballos y los soldados de plomo. Caballos frente a soldados, caballos imaginarios, sudorosos, brillantes, frente a inmóviles, firmes, soldados de plomo.
Pagó el café. La separación le había pasado a ella, era miércoles, eran las nueve de la noche del 10 de mayo del 1995, y al día siguiente sería jueves, y al otro viernes y entonces Guillermo iría a buscar su ropa, pero ella estaría en el ministerio. Cómo sería el apartamento que había alquilado. Ni siquiera sabía en qué calle estaba. Recordó que el sábado era la fiesta de despedida de Jorge y Concha y se preguntó si Guillermo iría y cómo tendrían que comportarse. ¿Habría contado algo? Se dijo que era todo una locura, una estúpida locura; ella misma, al dejar que todo siguiera adelante, se estaba comportando como una loca, como el copiloto imprudente que ante la velocidad desmedida del conductor calla, arrastrado, también él, por el vértigo sin límite. Y al pensarlo notó que se ruborizaba, no podía trastocar tanto las cosas, quién iba a aceptar la imagen de Guillermo, el flemático, haciendo trizas el cuentakilómetros. Guillermo se había bajado del coche, y ella seguía pulsando el acelerador. Por vez primera se asustó. Si Guillermo había echado a andar fuera de la carretera tal vez ya no diera con él. Ella sabía que había una trampa en comparar mediante cantidades la velocidad del coche y la del peatón. Eran velocidades cualitativas."

Belén Gopegui
La conquista del aire



"No es que no confíe en ti. No es que no me atreva a decir: quiero que me ayudes. Sólo que una cosa es que ayudes y otra que cargues conmigo. Llámalo orgullo. Al fin y al cabo, ¿Quién no tiene dentro el ego de un jodida rockstar?"

Belén Gopegui


"No fue el orgasmo en su intensidad ni en su certeza, escafandra de buzo, bola de nieve arrojada que ahora estalla y se dispersan los copos muy lentamente."

Belén Gopegui


"No me extraña que haya gente que crea en la reencarnación. Porque lo malo no es morirse, sino que ya no tienes nunca otra oportunidad. Y cuesta entenderlo."

Belén Gopegui


"No puede ser que tengamos que estar eligiendo siempre entre lo malo y lo menos malo."

Belén Gopegui


"O eres trabajador o trabajan para ti. La clase media es trabajadora, solo que en época de excedentes ha estado sobre pagada y se ha creído otra cosa."

Belén Gopegui


"Pertenezco a una generación que llegó tarde a las novelas de detectives (...) Nos robaron el error, ellos, nuestros mayores, nos robaron la creencia en nuestra responsabilidad colectiva."

Belén Gopegui


"- ¿Por qué tienes que llamar a la política un problema de carácter? -Siempre estabas en otro sitio - dijo Eduardo-. Yo llegué a pensar que era por mi culpa. Había algo de ti que siempre estaba un poco triste ¿Y ahora me dices que es porque teníamos ideas políticas diferentes?"

Belén Gopegui


"Porque los sueños adulan nuestra impotencia."

Belén Gopegui


"Porque todos somos de aquello que nos hizo equivocarnos, y el vínculo del error es a veces más fuerte que cualquier otro. Subsiste en el error un grado íntimo de pureza, la pureza de lo que no está conforme, de lo que se aviene con el mundo tal y como es."

Belén Gopegui


"Pues bien - prosiguió don Emilio -, el amante sería el observador, de modo que sólo cuando una mujer está conmigo puedo decir que existe, ya sea en forma de onda, ya sea como corpúsculo. Todo amor es entonces un amor adúltero, y todo amor adúltero es un gato de Schrödinger que no está muerto ni vivo en tanto no poseamos a la mujer. Cuando no está en nuestros brazos, la amada desaparece, amigo mío. Es inútil seguirla o perseguirla, nadie puede ser onda y corpúsculo al mismo tiempo. Los pensamientos circulares, las obsesiones, las escenas de celos son inútiles. Como ve, la mecánica cuántica está a favor de un conocido aserto popular: "Ojos que no ven, corazón que no siente". Si el hombre fuese humilde y aceptara regirse por los mismos principios que sus átomos, no volvería a sufrir a causa de la infidelidad."

Belén Gopegui


"Si Dios no existe, si no hay una última instancia entonces somos responsables de nuestros actos e incluso de las consecuencias de nuestros actos."

Belén Gopegui


"Siempre que un hombre ha querido hacer del Estado su cielo, lo ha convertido en el infierno de otros hombres."

Belén Gopegui


"Son los sueños de todos los que en la calladamente decimos soledad, literatura, deseo, decimos hijos, decimos admiración y vanidad, melancolía, decimos haber podido ser y no haber sido, decimos secreto."

Belén Gopegui




"Soñamos siempre soledad y la soñamos siempre contra alguien, para demostrar."

Belén Gopegui


“Un escritor no quiere entrar en la academia porque un escritor no escribe para la academia como no escribe para los bienpensantes, como no escribe para bendecir el orden establecido sino sólo la vida, la vida que se abre paso casi siempre a pesar del orden establecido.”

Belén Gopegui



"¿Ven esa bici sin frenos que corre por el camino de arena cuesta abajo? ¿Ven al caballero que la conduce pávido, con las manos en los oídos, los pies en aspa y el tronco tremolando sobre el sillín? Si se aproximan un poco distinguirán mis rasgos. Y les confieso que aquella noche, cuando caminaba del brazo de Brezo, no hacía otra cosa que cerciorarme de que los frenos no iban a funcionar."

Belén Gopegui


"Y dicen que en Estados Unidos te dejan conducir. Llevar un coche es como llevar una pistola cargada. Te da un ataque de rabia: bang, disparas a alguien que te está molestando. Pues con el coche puedes hacer lo mismo: estás ahí, en el paso de cebra, y ves al típico padre de familia con un paquete de pasteles y cara de que sus hijos han ganado todos los torneos y han sacado las mejores notas, o sea, con cara de no haberles mirado a los ojos en toda su vida, y sueltas el freno y aceleras: se acabó, lo has arrollado junto con sus pasteles, adiós. Con dieciséis años, si él dice Martina, yo digo Juan."

Belén Gopegui


"Yo ahora no creo en Dios, pero me parece que el cura del funeral del padre de Vera tampoco creía mucho, me refiero a la vida eterna y todo eso. Decía que el cielo era cuando se hacían las cosas bien y se era cariñoso con los demás, y el infierno cuando despreciabas a alguien y te equivocabas. Decía que el muerto se quedaba en nuestros recuerdos y que desde ahí nos iba a acompaña. Buf, no sé, los recuerdos, vale, sólo que los recuerdos están en mi cabeza, y ojalá estuvieran en otro sitio. Puestos a creer, yo preferiría una aparición total, aunque fuera un padre de Vera medio transparente, tipo fantasma. Porque al final los recuerdos hasta parece que te los imaginas, se ponen borrosos y algunos se pierden."

Belén Gopegui