"Abre los ojos y mira lo que puedes hacer con ellos antes de que se cierren para siempre."

Anthony Doerr


"¿Cómo puede ser que el cerebro, que jamás conoce una chispa de luz, construya en nuestro interior un mundo lleno de luces?"

Anthony Doerr


"Convierte los puntos en letras, las letras en palabras, las palabras en un mundo."

Anthony Doerr


"El aire es una biblioteca y registro de todas las vidas vividas, de todas las frases dichas, de todas las palabras que aún reverberan."

Anthony Doerr


"El mar murmura en un lenguaje que viaja a través de las piedras, del aire y del cielo."

Anthony Doerr
La luz que no puedes ver




"Galaxias de caracoles, cada uno con una historia de vida en su interior."

Anthony Doerr


"La verdad es una máquina cuyos engranajes no encajan."

Anthony Doerr


"La Vía Láctea es un río que se desvanece."

Anthony Doerr


"La vida de todas las criaturas no es más que una chispa que se desvanece rápidamente en la insondable oscuridad."

Anthony Doerr


"Las dudas se deslizan en su interior como anguilas."

Anthony Doerr


"Los prisioneros pasan como un río de seres humanos que se desborda en la noche."

Anthony Doerr



"¿Los sordos pueden oír los latidos de su propio corazón, frau Elena?"

Anthony Doerr


"Matemáticamente hablando, toda luz es en realidad invisible."

Anthony Doerr


"¿No quieres vivir antes de morirte?"

Anthony Doerr


"No se trata de valor, no tengo otra elección. Me levanto cada día y vivo mi vida. ¿No haces tú lo mismo?"

Anthony Doerr


"Nunca dejes de creer."

Anthony Doerr


"Para finales de semana los ingenieros se han ido. La hilera superior de señalizaciones rojas biseca la ladera de roca de la montaña encima de la población. El río ascenderá sesenta y cuatro metros. Las copas de los árboles más altos no llegarán a la superficie; el aguilón del Ayuntamiento no hará ni acercarse. Intenta imaginar el aspecto que tendrá su jardín a través de tanta agua: el peral chino y el placaminero, los nudos fangosos de la enredadera de las calabazas, el vientre de una barcaza pasando quince metros por encima de su tejado.
Al otro lado de la malla metálica de su gallinero los chicos del vecino susurran historias que giran en torno a Li Qing. Cuentan que ha matado a hombres; su trabajo consiste en librarse de todo aquel que no apoye la construcción de la presa. Lleva una lista doblada en el bolsillo de atrás, y en esa lista hay nombres; cuando identifica a la persona que se corresponde con un nombre, te lleva al
embarcadero y los dos vais río arriba pero solo vuelve uno.
Cuentos, nada más que cuentos. No todas las historias tienen un poso de verdad. Aun así, ella se acuesta en la cama y se hunde a través de la superficie de las pesadillas: El río asciende por los pilares de la cama; el agua entra por las persianas. Se despierta ahogándose.
Bajan las viejas escaleras hasta los muelles y cruzan el Puente de las Hermosas Miradas; las boyas de las nasas se revuelven de aquí para allá en los rápidos y media docena de esquifes se rozan con sus amarras.
El viento trae olor a lluvia. De vez en cuando Li Qing pierde pie delante de ella y caen rodando al agua unos guijarros.
El río se traga todos los demás sonidos. Solo se aprecian los súbitos descensos de los murciélagos que se precipitan desde los altos muros, la luz de la luna que se posa sobre hileras de maíz lejanas y las líneas plateadas de los rápidos allí donde el río se frunce contra sus orillas.
[...]
Al parecer no hay prácticamente nada que la gente no pueda llevarse: tejados, cajones, alfombras de fieltro, molduras de ventana. Un vecino se pasa todo el día subido a una escalera retirando tablillas del tejado; otro arranca adoquines de las calles. La mujer de un pescador exhuma los huesos de tres generaciones de gatos domésticos y los envuelve en un delantal.
También dejan cosas: estuches de maquillaje agrietados y ristras de petardos quemados, deberes de aritmética calificados y círculos limpios de polvo encima de una repisa donde había unas estatuillas. Lo único que encuentra en el interior del restaurante son los pedazos de una pecera rota; lo único que encuentra en la zapatería son tres pares de medias azules y la mitad superior de un maniquí de mujer.
En todo ese mes la conservadora de semillas no ve al Maestro Ke ni una sola vez. Cae en la cuenta de que está empezando a buscarlo. Los pies la hacen pasar por delante del cobertizo diminuto y medio hundido del maestro, pero la puerta está cerrada y no atina a ver si hay nadie dentro.
Igual ya se ha ido. La carta de Li Qing está encima de la mesa, pequeña y blanca. «No falta mucho para julio. No tienes que seguir siendo leal a un lugar toda la vida.»
Hay noches en que, sentada a solas entre el millar de sombras tenues de los recipientes de semillas, se nota un poco mareada, a punto de perder el equilibrio, como si su hijo estuviera tirando de ella desde el otro extremo de un cable enorme e invisible, como si le hubieran conectado al cuerpo miles y miles de hilos individuales."

Anthony Doerr
El muro de la memoria


"Pero Dios es solo un ojo blanco y frío, un cuarto de luna en equilibrio sobre el humo, que pestañea y pestañea, mientras que la ciudad se va convirtiendo en polvo."

Anthony Doerr




"Quiero que sepas que estoy siempre contigo, que estoy siempre a tu lado."

Anthony Doerr


"Sé que hace frío, pero estoy aquí a vuestro lado, ¿Lo veis?"

Anthony Doerr


"Sus ojos son como dos túneles brillantes."

Anthony Doerr


"Todo resultado tiene su causa y todo dilema su solución."

Anthony Doerr




"Todos los candados tienen una llave."

Anthony Doerr


"Un diamante verdadero no es nunca perfecto."

Anthony Doerr


"Una bóveda de estrellas cuelga sobre sus cabezas."

Anthony Doerr


"Y cuando él le contesta: «Es solo una semana», los ojos de frau Elena se empiezan a llenar lentamente de lágrimas como si una corriente interna la estuviera desbordando.
A primera hora de la tarde, les ordenan correr. Pasan gateando bajo los obstáculos, hacen flexiones, trepan sogas que cuelgan del techo…; cien niños cumpliendo impecablemente las pruebas, intercambiables en sus uniformes blancos como si fueran ganado ante los ojos de los examinadores. Werner queda noveno en las carreras cortas, penúltimo en las pruebas de trepar las sogas. Jamás será lo bastante bueno.
A última hora de la tarde los muchachos se dispersan por el recibidor; algunos se encuentran con unos orgullosos padres que llegan a buscarlos en coches, y otros desaparecen resueltamente en grupitos de dos o de tres por las calles: todos parecen tener muy claro a dónde dirigirse. Werner se aleja solo hacia un espartano hotel que queda a seis manzanas, en el que alquila una cama por dos marcos la noche y descansa entre el murmullo de los huéspedes de paso, oyendo a las palomas, las campanadas y el vibrante tráfico de Essen. Es la primera noche que pasa fuera de Zollverein en su vida y no puede dejar de pensar en Jutta, en que no le ha vuelto a dirigir la palabra desde que descubrió que había destruido la radio, en que lo miró con un gesto tan acusador que tuvo que retirar la mirada. Los ojos de ella decían: «Me has traicionado». ¿No intentaba protegerla acaso?
A la mañana siguiente tienen lugar los exámenes raciales. No le cuestan demasiado, solo debe levantar los brazos o mantenerse sin parpadear mientras un inspector le revisa las pupilas con una linterna de bolsillo. Suda y se mueve. El corazón le palpita excesivamente. Un técnico con aliento a cebolla que lleva una bata de laboratorio mide la distancia entre las sienes de Werner, la circunferencia de la cabeza, el grosor y la forma de sus labios. Usan aparatos ortopédicos para medirle los pies, el largo de los dedos y la distancia entre los ojos y el ombligo. Le miden el pene. Calculan el ángulo de su nariz con un transportador de madera.
Un segundo técnico evalúa el color de sus ojos comparándolos con una escala cromática en la que se exponen unos sesenta tonos diferentes de azul. El color de Werner es el himmelblau, azul cielo. Para clasificar el color de su pelo le corta un mechón y lo compara con una treintena de mechones sujetos sobre una tabla y ordenados del más oscuro al más claro.
—Schnee —murmura el hombre, y anota algo. Nieve. El pelo de Werner es más claro que el color más claro de la pizarra.
Ponen a prueba su visión, analizan su sangre y le toman las huellas dactilares. Cuando llega el mediodía se pregunta si les quedará algo por medir.
Luego vienen los exámenes orales. ¿Cuántos Nationalpolitische Erziehungsanstalten existen? Veinte. ¿Quiénes son nuestros mayores héroes olímpicos? No lo sabe. ¿Qué día nació el Führer? El 20 de abril. ¿Quién es nuestro escritor más importante? ¿Qué es el Tratado de Versalles? ¿Cuál es el avión más rápido de nuestra nación?
Al tercer día hay más carreras, más alpinismo, más saltos, todo cronometrado. Los técnicos, los representantes del alumnado y los examinadores —sus uniformes varían sutilmente de color— garabatean en blocs de notas de papel milimetrado y todas esas páginas anotadas se van guardando una tras otra en carpetas de cuero con un relámpago dorado grabado en la cubierta."

Anthony Doerr
La luz que no puedes ver