"Existen algunas personas, excesivamente hinchadas con sus escasos conocimientos, que se atreven a negar lo que los autores más sabios han afirmado y lo que la experiencia demuestra todos los días, a saber: que el demonio, ya sea íncubo o súcubo, efectúa uniones carnales no sólo con hombres y mujeres, sino también con animales."

Ludovico Maria Sinistrari 
tomado del libro de Jacques Vallee, Pasaporte a Magonia, página 148-149



"Teólogos y filósofos aceptan como un hecho que de la cópula entre seres humanos (hombres o mujeres) con demonios, nacen a veces seres humanos. Por este procedimiento será engendrado el Anticristo, según numerosos doctores: Bellarmino, Suárez, Maluenda, etc. Observan, además, que al ser el resultado de una causa completamente natural, los hijos engendrados de esta manera por los íncubos son altos, muy fuertes y audaces, magníficos y muy perversos... Maluenda confirma lo que acabamos de decir, demostrando por el testimonio de diversos autores clásicos que los siguientes personajes son frutos de tales uniones:

Rómulo y Remo, según Livio y Plutarco.
Servio Tulio, sexto rey de los romanos, según Dionisio de Halicarnaso y Plinio.
Platón el filósofo, según Diógenes Laercio y san Jerónimo. Alejandro Magno, según Plutarco y Quinto Curcio.
Seleuco, rey de Siria, según Justino y Apliano.
Escipión el Africano, según Tito Livio.
El emperador César Augusto, según Suetonio.
Aristomenes de Mesenia, ilustre general griego, según Estrabón y Pausanias.

Añadamos a esta lista al inglés Merlín o Melchín, hijo de un íncubo y una monja, que era precisamente la hija de Carlomagno. Y finalmente, según escribe Cocleo, citado por Maluenda, ese maldito heresiarca cuyo nombre es Martín Lutero. No obstante, y pese al gran respeto que me merecen tantos y tan ilustres doctores, sostengo que sus opiniones no resisten el más somero examen. A decir verdad, como Pererius observa muy bien en sus Comentarios sobre el Génesis (capítulo VI), toda la fuerza, todo el poder de la esperma humana procede de espíritus que se evaporan y se desvanecen en cuanto salen de las cavidades genitales, donde se hallaban cálidamente albergados. En esto se muestran de acuerdo los físicos. En consecuencias, no le es posible al demonio mantener la esperma que ha recibido en un estado de integridad suficiente para producir la generación; porque fuere cual fuese el recipiente en el que intentase conservarla, el mismo tendría que encontrarse a una temperatura igual a la temperatura natural de los órganos genitales humanos, que únicamente se encuentra en dichos órganos. Ahora bien, en un recipiente cuyo calor no sea natural, sino artificial, los espíritus se evaporan, y no es posible la generación. Una segunda objeción a esto es que la generación es un acto vital por el que el hombre, a partir de su propia sustancia, y valiéndose de los órganos naturales, introduce esperma en un lugar propio para la generación. En cambio, en el caso especial que estamos considerando, la introducción de la esperma no puede ser un acto vital del hombre generador, puesto que no es por él por quien se introduce en la matriz. Y, por idéntica razón, no puede decirse que el hombre a quien pertenecía la esperma haya engendrado el feto que es procreado. Ni tampoco podemos considerar al íncubo como el padre, puesto que la esperma no pertenece a su propia sustancia. Tenemos así a un niño que nace y no tiene padre, lo cual es a todas luces absurdo. Tercera objeción: cuando el padre engendra de modo natural, concurren en este acto dos causalidades: una causalidad material, puesto que es él quien proporciona la esperma que es el material de la generación; y una causalidad eficiente, puesto que es él el principal agente de la generación, según opinión común de los filósofos. Pero en nuestro caso, el hombre que no hace nada, salvo proporcionar la esperma, se limita a entregar material, sin ningún acto que tienda a la generación. En consecuencia, no puede considerársele como el padre del niño, lo cual es opuesto a la idea de que el hijo engendrado por un incubo no es hijo de éste, sino del hombre cuya esperma utilizó aquél... Leemos también en las Sagradas Escrituras (Génesis 6,4) que los gigantes nacieron como resultado de la unión entre los hijos de Dios y las hijas de los hombres: ésta es la transcripción literal del texto sagrado. Ahora bien, estos gigantes eran hombres de elevada estatura, como se dice en Baruc 3,26, y muy superiores a los demás hombres. Además de su monstruosa talla, llamaban la atención por su fuerza, sus rapiñas y su tiranía. Y es precisamente a los crímenes de estos gigantes que debemos atribuir la primera y principal causa del Diluvio, según Cornelius a Lapide en su Comentario del Génesis. Dicen algunos que por el nombre de hijos de Dios debemos entender hijos de Set, y, bajo el de hijas de los hombres, las hijas de Caín, porque aquéllos practicaban la piedad, la religión y todas las restantes virtudes mientras que los hijos de Caín hacían exactamente lo contrario. Pero con todos los respetos que nos merecen Crisóstomo, Cirilo y otros que comparten esta opinión, justo es reconocer que se halla en desacuerdo con el significado evidente del texto. ¿Qué dicen las Sagradas Escrituras? Que de la unión de los anteriores nacieron hombres de monstruosas proporciones corporales. Esto significa que dichos gigantes no existían previamente, y si su nacimiento fue el resultado de tal unión no es admisible atribuirlo a la unión carnal entre los hijos de Set y las hijas de Caín, que, al ser todos de estatura corriente, sólo podían engendrar hijos de proporciones corrientes. Por consiguiente, si la cópula en cuestión tuvo como fruto a unos seres de monstruosas proporciones, debemos ver en ella no la unión ordinaria de hombres y mujeres, sino una obra de los íncubos que, debido a su naturaleza, pueden muy bien ser llamados hijos de Dios. Esta opinión es la que sustentan los filósofos platónicos y François George de Venecia, y no se halla en contradicción con la del historiador Josefo, Filón, san Justino Mártir, Clemente de Alejandría y Tertuliano, según los cuales estos íncubos podrían ser ángeles que incurrieron en el pecado de lujuria con mujeres. A decir verdad, como veremos, no hay aquí más que una sola opinión bajo una doble apariencia."

Ludovico Maria Sinistrari 
tomado del libro de Jacques Vallee, Pasaporte a Magonia, página 151-152