“…De inmediato supo qué era esa fuerza. Era su voluntad. Su voluntad autónoma. Él mismo como un ser con libertad de elegir. Con una mirada de soslayo de su mente, dejó de lado definitivamente esa trama de ilusiones mentales sobre las motivaciones psicológicas, las estimulaciones de la conducta, las racionalizaciones, los cercos mentales, la ética situacional, las lealtades sociales y los slogans comunales. Todo era basura, y ya había sido devorada y desintegrada por las llamas de esta experiencia que todavía podía consumirlo. Sólo permanecía su voluntad. Sólo su libertad de espíritu para elegir se mantenía firme. Sólo le quedaba la agonía de la libre elección… Después se preguntaría cuántas elecciones libres había hecho realmente en su vida antes de esa noche. Porque ahora sufría la agonía de elegir libremente, con absoluta libertad. Sólo por el hecho de elegir. Sin ningún estímulo externo. Sin antecedentes en la memoria. Sin sentirse empujado por los gustos adquiridos o por las persuasiones. Sin ninguna razón o causa o motivo que decidiera su elección. Sin el peso del deseo de vivir o morir… porque en ese momento las dos cosas le resultaban indiferentes. Era, en cierto sentido, como el asno que los filósofos medievales consideraban desvalido, inmovilizado y destinado a morirse de hambre porque estaba a la misma distancia de dos montones de heno y no podía decidir a cuál de ellos aproximarse para comer. Elección totalmente libre… Tenía que elegir. La libertad de aceptar o rechazar. La propuesta de dar un paso en la oscuridad… Todo parecía esperarlo en este próximo paso. Su próximo paso. Sólo suyo…”

Malachi Martin
Tomado del libro de M. Scott Peck El mal y la mentira, página 109