“…Puede haber un estado del alma contra el que ni siquiera el Amor puede luchar, porque se ha endurecido contra el Amor. El infierno es esencialmente un estado del ser que nosotros mismos nos creamos; un estado de separación definitiva de Dios que nosotros mismos nos creamos y que no es el resultado de que Dios repudie al hombre, sino de que el hombre repudia a Dios, y un repudio que es eterno precisamente porque se ha vuelto, en sí mismo, inamovible. Hay analogía en la experiencia humana: el odio que es tan ciego, tan oscuro, que el Amor sólo lo hace más violento; el orgullo tan pétreo que la humildad sólo lo hace más despectivo; y por último, aunque no por eso menos importante, la inercia, que se ha adueñado de tal forma de la personalidad que no hay crisis, ni llamado, ni ningún tipo de inducción que pueda volverla a la actividad, sino que, por el contrario, sólo logra que se hunda aun más en su inmovilidad. Así sucede con el alma y con Dios; el orgullo puede endurecerse hasta convertirse en un infierno, el odio puede endurecerse hasta convertirse en un infierno, cualquiera de las siete formas básicas de hacer el mal puede convertirse en un infierno, y sobre todo esa indolencia que es el aburrimiento de las cosas divinas, la inercia que no se preocupa por arrepentirse, a pesar de que ve el abismo donde va cayendo el alma, porque durante tanto tiempo, tal vez en cosas pequeñas, se ha acostumbrado a rechazar todo lo que pueda significar un esfuerzo. Que Dios misericordioso nos salve de eso…”

Gerald Vann
The pain of Christ and the sorrow of God
(el dolor de Cristo y el lamento de Dios)
Tomado del libro de M. Scott Peck El mal y la mentira, página 93