“Te conozco. Yo te he creado. Te he amado desde que estabas en el vientre de tu madre. Has huido —como ahora sabes—de mi amor, pero igual te amo, y no menos, por más lejos que huyas. Soy yo quien apoya tu poder mismo de volar, y nunca te dejaré ir del todo. Te acepto como eres. Te perdono. Conozco todos tus sufrimientos. Siempre los he conocido. Más allá de lo que puedas comprender, cuando tú sufres, yo sufro. También conozco todos los pequeños trucos con que tratas de ocultar a los demás y a ti mismo la fealdad en que has convertido tu vida. Pero tú eres hermoso. Eres más hermoso por dentro de lo que percibes. Eres hermoso porque tú mismo, en la persona única que sólo tú eres, reflejas ya algo de la belleza de mi santidad de una manera que nunca terminará. Además eres hermoso porque yo, y sólo yo, veo la belleza en que te convertirás. A través del poder de transformación de mi amor que se hace perfecto en la debilidad, tú llegarás a ser perfectamente hermoso en una forma única e irreemplazable, que ni tú ni yo lograremos solos, porque la lograremos juntos.”

Un sacerdote el reverendo doctor Charles K. Robinson, 4 de noviembre de 1973,
 describió la compasión de Dios por el hombre poniendo en boca de Dios estas  palabras.
Tomado del libro de M. Scott Peck El mal y la mentira, página 379