"De la misma manera se actúa en Babar. La violencia es aceptada como existente, pero su sentido se altera de modo radical. La ideología tiene, por lo tanto, dentro de sí el sueño, la aspiración, el esquema ideal, perfecto, abstracto, pero también imita la realidad, ocultándola. Así, por ejemplo, el sueño burgués aseguraba que se encontrarían nativos dispuestos a «civilizarse», y ahí están Babar y
Cornelio para probarlo. El primer contacto entre Europa y un país «bárbaro» era por medio del intérprete salvaje: este es el primer puente, el nexo lingüístico de las dos esferas. «Cornelio habla como un libro». Los ejemplos pueden multiplicarse, pero es preferible retornar al análisis cronológico.
Habíamos dejado a Babar en el feliz momento de su coronación. Al mismo tiempo se casa con Celeste; queda instaurada simultáneamente la monarquía y la familia, el reino y la posibilidad de herederos, es decir, las dos vertientes del futuro.
Se van de luna de miel. Para este efecto tienen un globo (de un ostensible color amarillo, similar al de la corona de Babar), con el que ellos se elevarán por encima de los demás elefantes. Es este un motivo recurrente: subir. Lo primero que hizo Babar al llegar a la ciudad fue precipitarse a jugar con los ascensores, a buscar la movilidad vertical. Sin duda esta idea (recordemos a Dumbo, el elefante volador) contiene el deseo de negar la pesadez del cuerpo, de ese elemento concreto que siempre nos conserva tan aferrados a la necesidad y a la circunstancia.
En otros libros sube montañas para esquiar (dos veces), es invitado al país de los pájaros, adquiere un disfraz que le permite volar. Hay aquí una obsesión por ascender: el protagonista requiere ser aceptado en «sociedad», en los «altos» círculos. Habiendo abandonado la posición horizontal ya en dos patas, el elefante sólo piensa en seguir subiendo. La imagen consolida la urgencia por desprenderse de la condición baja, de remontar, de ser más. Se trepa por la escalera que la civilización regala.
Pero más que esto importa subrayar el viaje mismo. El país de los elefantes ha perdido su carácter exótico: está reservado para ser el patio de Europa. Uno de los temas fundamentales de las historias contemporáneas es «la aventura», la búsqueda de nuevas sensaciones que rompan la rutina y el hábito, el encuentro con peligros (desórdenes) que podrían poner en duda el orden interior y exterior de los personajes, pero que ellos siempre logran sobrepasar. En el mundo de Disney, por ejemplo, los lugares geográficamente apartados facilitan la búsqueda de tesoros, ya que ahí, evidentemente, nadie es dueño de la riqueza y nadie ha trabajado para conseguirla. Pero en el caso de Babar este viaje cumple varias otras funciones específicas. Ya en las novelas bizantino-barrocas, y en sus derivaciones contemporáneas, los reyes (a veces los héroes menores) eran azotados por la mala fortuna (naufragios, cautiverio etc.) y, por consiguiente, acercados al lector, «rebajados», pero mediante la fortitude y la magnanimita se mostraban merecedores de los bienes con que, finalmente, la providencia los colmaba. Volvían enaltecidos y triunfales a su país, que entre tanto sentía gran necesidad de ellos. Su alejamiento servía para demostrar que eran indispensables."

Ariel Dorfman
Inocencia y neocolonialismo



"Es el mito optimista de Norteamérica y la igualdad de todos para vencer en ese horizonte mágico. Claro que de hecho el capitalismo convierte a cada hombre en una pequeña tuerca, compitiendo enloquecidamente con los demás para poder subsistir, solitario, desconfiado, dentro del cajón de su pequeño oficio, experto en rincones. A ese hombre se le ofrece todo, pero se le “cumple” poco. Muchas llaves para una sola puerta, siempre la misma puerta."

Ariel Dorfman Zelicovich
Fragmento de Salvación y sabiduría del hombre común: la teología del Reader’s Digest



"Frené el auto y tomé a Angélica de la mano. Y junto a ella caminé cautelosamente hacia ese paisaje de oscuras rocas dispersas. Casi exactamente como las recordaba, extrañas y fantasmales, talladas desde el interior, como si estuvieran gritando en el silencio. Una tras otra, una tras otra. Y Angélica me dijo en voz muy baja: ‘Esto es un cementerio de rocas’. ¿Por qué se habían grabado en mi mente todo este tiempo esos cavernosos cuerpos de piedra que 40 años después aún no habían conocido el descanso? Tal vez suene lírico y excesivamente literario, intelectual, pero no puedo evitar la idea de que en aquel entonces, en 1962, en cierta forma estaba anticipando la muerte del futuro. Había algo en el umbral de ese desierto que me enhebraba un dolor inadmisible y aterrador. Me susurraba acerca de un tiempo de pérdidas y sombras. Aunque también, quizás extrañamente, me prometía actos de resistencia. Hablándome con tanta fuerza que en la jerarquía de mis recuerdos ese lugar siempre terminaba siendo el portal esencial del norte. Y en efecto, 40 años después, repetía ese mismo luto inconsolable de sus rocas, 40 años más tarde nos contaba a Angélica y a mí con qué nos encontraríamos (en el futuro, a unos días plazo): un desierto lleno de ruinas, un pasado que en su momento más glorioso tal vez haya sospechado el futuro de perdición que le esperaba. Todas las oficinas muertas que posiblemente sabían que era sólo cuestión de tiempo, hasta que el desierto volviera a ser como había sido siempre, antes de que unos hombres insignificantes trazaran vías en su faz y le robaran sus minerales, y los enviaran al otro lado del mar."

Ariel Dorfman
Memorias del desierto


"Sin embargo, un libro se consume de otra manera que un alimento, una tela, una tuerca. Esta diferencia tiene que tomarse en cuenta. Es cierto que los libros son mercancías, se venden, están en los hogares. Pero nada garantiza que se estén leyendo, que la pasividad de las tapas cerradas sea trocada en la actividad de ojos y labios aprendiendo. El objetivo del libro no es ser utilizado como otros objetos: su digestión no es automática. Exige que se produzca, además de su presencia material, un acto comunicativo. Las máquinas de una editorial y los trabajadores pueden fabricar el objeto, páginas, tinta, encuadernación, los mecanismos de distribución pueden colocar esos objetos al alcance del transeúnte, los avisos pueden estimular la venta. Pero la última etapa, la más importante, el libro abanico en la mente del lector, el libro multiplicando ventanas, haciéndose carne y a la vez astilla para los que leen, pasando de mano en mano y de boca en boca, sembrador que es también semilla de sí mismo, el libro como transformador continuo, voz que vive de prestigio o signo indescifrable para formar parte habitual del mundo cotidiano, conocer es tan importante como tomar aquel vaso de leche o ponerse la camisa o darle a la pelota, el libro que abre puertas disfrazadas, el que nos hace amar más y aprender a expresar más ese amor, el que nos explica cómo llegamos a ser lo que fuimos y hacia dónde vamos, a qué vamos, liberar la voz y en el diálogo destruir los diques en que la burguesía siempre quiso estancar las aguas de la imaginación, esa función básicamente movilizadora del libro, esa etapa, eso es lo que falta."

Vladimiro Ariel Dorfman Zelicovich
Fragmento de El libro organizado…nunca derrotado