Aquel día

"Me dirás que no es cierto, pero de vez en cuando parece
que el mundo se detiene. Que ha dejado de girar y,
por una vez amable con nosotros y como avisándonos,
nos prolonga ese preciso momento, por siempre.

Me dirás que soy un exagerado,
que las cosas de las que te hablo no son tan importantes,
tan definitivas, comparadas con otras que pasaron.

Pero cuando aquella tarde de julio,
siendo aún joven, aún tímido,
vi a todos los de casa jugando al fútbol en aquel prado,
lo mismo la niña más pequeña que los más ancianos,
en aquel momento comprendí
que pronto algunos de nosotros,
y aquel lugar,
habrían desaparecido.

Aquel día no sucedió nada especial,
pero aquel momento,
aquel día de abejas de leche y prados de cera,
para mí será único siempre."

Kirmen Uribe


"¿Cuántas oportunidades nos da la vida en lo que se refiere a los amigos? ¿Cuántos de ellos sentimos que son de verdad? Herman miraba hacia la calle desde su escritorio. Justo enfrente, la casa y los árboles de costumbre. Más allá, el canal, helado; los ánades caminaban sobre el hielo. ¿Cuántos amigos sentimos muy, pero muy cercanos? Eso era lo que se preguntaba. Puede que sólo uno, pensó Herman, ese que sentimos tan de verdad es tan sólo uno. Y, cuando no lo tenemos a nuestro lado, cuesta llegar a cierto grado de profundidad. Quizá porque no tenemos tiempo para ahondar en nuestras relaciones, quizá porque la vida te lleva por otro lado. En esos casos no queda más que la memoria de lo vivido, el recuerdo de esa estrecha unión con un amigo que lograste un día. Aquello que conseguiste una vez, que probablemente no volverá a repetirse. Un amigo te aceptará tal como eres, defectos incluidos, aun cuando por un momento lo dejes de lado. Y, a pesar de que pase mucho tiempo sin que estéis juntos, no se preocupa; para un amigo, el tiempo tiene otra medida, así que no se apura. Te pondrás a hablar con él como si os hubierais visto la víspera; como si, a pesar del paso de los años, siguieras siendo el de siempre. Saber que siempre estará ahí, que admitirá los excesos que hagas en la vida, aporta una gran tranquilidad, una paz que tal vez no pueda alcanzarse en otro tipo de relación. Quizá sea la amistad la más perfecta de las relaciones, o la más humana. Arquíloco escribió: «Para salir por la noche tengo muchos amigos, pero si me ocurre alguna desgracia pocos me son leales.» Pues precisamente esos pocos son los que importan. Pero Herman vuelve a preguntarse cuántas ocasiones de esas nos da la vida. —No pienses tanto en ese amigo que has perdido. Piensa que has tenido suerte de tener una amistad así —le dice Marthe—, piensa en lo fuerte que fue en un tiempo. —Sí, pero todo ha sido por mi culpa... Los ánades siguen caminando, torpes, sobre el canal helado. La ventisca silba y agita los árboles deshojados. Las bicicletas avanzan por la llanada. Campos fértiles y extensos en plena primavera."

Kirmen Uribe
Lo que mueve el mundo




"Me acuerdo muy bien de Miguel, el maquinista. Cómo podría un niño olvidarlo, si desembarcaba con sus fascinantes miniaturas de barco en las manos. Eran tan largas las horas que pasaba en la sala de máquinas, que mataba el tiempo confeccionando pequeñas reproducciones. Eso, cuando había buena mar.
En el pueblo hay una gran tradición de maquetistas de barcos. La maqueta más antigua que se conserva es una fragata, del siglo XIX, que está colgada en la ermita de La Antigua. La debieron de hacer José Mauri y Káiser, cumpliendo votos con la iglesia.
Con posterioridad la fragata de La Antigua fue restaurada por Fernando Iramategi en la década de los cincuenta. La fama de Fernando Iramategi se había extendido más allá del pueblo, sobre todo entre los veraneantes. Ricardo Bastida y José María Oriol y Urquijo apreciaban mucho su trabajo. Sobre todo Oriol. En una ocasión Oriol vio un precioso barco en un escaparate. Aquél también era de Iramategi, no había duda. Según Oriol, ése era el barco más extraordinario que había visto en la vida. Una obra de arte. Era asombrosa la manera en que cuidaba hasta el más ínfimo detalle. Iramategi lo concibió como la cima de su arte.
Tan impresionado quedó Oriol con el velero que le pidió al artesano que se lo vendiera, que le pusiera precio, por favor, que él se lo compraba. Le daría todo el dinero que quisiera por aquel trabajo. Le daba igual cuántos miles de horas hubiera necesitado para hacer el barco. Se las pagaría todas, y bien pagadas. Pero Iramategi le dijo que no. El artesano era un hombre muy recto, había dado su palabra y no podía hacer algo así. Y así se lo dijo a Oriol, que aquel barco era para un sorteo y que no había vuelta atrás. Que si quería que comprara un boleto y que esperara a que Dios o la suerte decidieran.
José María Oriol no se quedó tranquilo tras la conversación con Iramategi. Y cada vez que contemplaba aquel precioso barco las tripas le daban vueltas. Lo quería para él, costara lo que costara. No concebía la idea de que otro disfrutara de ese barco en su casa, simplemente porque había sido más afortunado en el día del sorteo. A Oriol no le gustaba dejar las cosas en manos de la suerte. Ni en la vida ni en los negocios. A Oriol le gustaba tomar decisiones, era de los que piensan que hay que aprovechar las oportunidades.
Por fin llegó el día del sorteo. Oriol fue comprando, de uno en uno, todos los boletos, él fue el primero en hacerse con los papelitos blancos. Y así se hizo dueño de aquel precioso barco del maestro Iramategi. Algunas cosas no hay que dejarlas a merced del destino, por lo que pueda pasar.
A Miguel Gallastegi en el pueblo le llamaban Miel Madrileñu. Tenía muy bien puesto el mote, y es que había nacido en Madrid, a pesar de que el padre era oriundo de Ondarroa. Probablemente su padre no había nacido para el mar, ya que se mareaba, y la familia lo mandó a Éibar a trabajar en la fábrica de armas Star.
Allí se dieron cuenta de que el chaval tenía dotes y lo mandaron a la sede de la Casa de la Moneda, a diseñar monedas y billetes. Se casó en Madrid, e incluso alcanzó una buena posición, ya que durante el estío se hospedaban en el balneario de Urberuaga, como los veraneantes."

Kirmen Uribe
Bilbao-New York-Bilbao



No puedo elegir

"No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Vivo feliz en la línea que las une.
En esa cinta negra que mueve el viento.
En este largo cabello de un gigante desorientado.

Del Mar me gusta sobre todo su corazón de niño grande.
A veces rabioso, a veces capaz de dibujar
paisajes imposibles.
De la Tierra, sus manos.

No puedo elegir
entre el Mar y la Tierra.
Sé que mi lugar es un hilo fino,
pero en el Mar me perdería
y en la Tierra me ahogo.

No puedo elegir. Me quedo aquí.
Entre olas verdes y montañas azules."

Kirmen Uribe