"Aquel corpulento hombretón, de pelo entrecano, era el mismo Riabika a quien, sin que yo comprendiera con qué finalidad, debía mandar recado el dueño del restaurante. Se le designaba como «maestro para niños», pero también allí se encontraba, evidentemente, para el desempeño de algún menester particular. Resultaba allí tan imprescindible como los gitanos, la orquesta y todo el servicio que, instantáneamente, se presentó al completo. Sólo que yo no comprendía cuál podría ser el papel del maestro: todavía era pronto, debido a mi inexperiencia.
El restaurante, brillantemente iluminado, entraba en funcionamiento: sonaba la música, los gitanos iban sentándose después de tomar algún fiambre mientras mi tío inspeccionaba el local, el jardín, la gruta y las galerías. Miraba en todas partes, cerciorándose de que no había «ningún indeseable», acompañado paso a paso por el maestro. Pero cuando volvieron al salón principal, donde se habían congregado todos los comensales, pudo advertirse una gran diferencia entre ellos: el maestro estaba fresco, tal y como había salido, y mi tío totalmente ebrio. (...) Más risas, más alboroto, y así hasta que yo perdí toda noción. En los raros destellos de lucidez, recuerdo que vi bailar a las gitanas y a mi tío agitando las piernas sin moverse de su asiento, luego le vi levantarse engallándose con alguien, pero inmediatamente se interpuso Riabika, y ese alguien salió despedido hacia un lado mientras mi tío volvía a ocupar su sitio a la mesa, en cuyo tablero había dos tenedores clavados delante de él. Entonces comprendí el papel de Riabika.
Pero en esto, penetró por la ventana el frescor del amanecer moscovita y yo volví a cobrar un poco conciencia de las cosas, aunque me parece que sólo lo necesario para dudar de mi sano juicio. Estaba en medio de una batalla campal y una tala de árboles: se oían crujidos y trastazos, oscilaban los árboles, unos árboles frondosos y exóticos, y tras ellos se apiñaban rostros morenos en un rincón mientras que del lado nuestro, junto a las raíces, relampagueaban unas hachas terribles, manejadas por mi tío, por el anciano Iván Stepánovich... Un cuadro verdaderamente medieval."

Nikolái Leskov
Chertogón



"El hombre de Tula es un gran devoto, lleno de fervor eclesiástico, y eminentemente práctico en este terreno; por eso, los tres maestros artesanos que se habían comprometido a apoyar a Platov, y con él a toda Rusia, no cometieron ningún error al dirigirse hacia el sur en lugar de a Moscú. No iban a Kiev, sino a Mtsensk, capital de distrito en la provincia de Oriol, en la que se encuentra el antiguo icono tallado en piedra de san Nicolás, que en tiempos remotos llegó hasta allí navegando por el río Zusha sobre una gran cruz también de piedra. El icono tiene un aspecto «amenazante y terrorífico». En él, el santo de Mira, en Licia, aparece representado de cuerpo entero, completamente vestido con un traje de plata bañada en oro, con el rostro sombrío, sujetando en una mano un templo y en la otra una espada, la de «la victoria en el combate». Precisamente esa «victoria» lo explicaba todo: san Nicolás, en general, y muy especialmente «el icono de Mtsensk», precisamente el que fueron a venerar los de Tula, es el protector del comercio y los asuntos militares. Oraron ante el icono y después ante la cruz de piedra, y por fin regresaron a su casa por la noche y, sin decir nada a nadie, se pusieron manos a la obra en el más absoluto secreto. Se fueron los tres hacia la casita del zurdo, trancaron las puertas, cerraron los postigos de las ventanas, encendieron una mariposa ante una imagen de san Nicolás y empezaron a trabajar.
Un día, dos, tres estuvieron allí dentro sin salir, dando golpes con sus martillitos. Estaban forjando algo, pero qué forjaban, nadie lo sabía.
Todo el mundo tenía curiosidad, pero nadie conseguía averiguar nada, porque los artífices no soltaban prenda ni se asomaban al exterior.
Fueron hasta la casita gentes diferentes y llamaron a la puerta con distintos pretextos, como pedir fuego o sal, pero ninguno de los tres artesanos respondía a ninguna demanda, es más, de qué se alimentaban era un misterio. Probaron a asustarlos simulando que ardía una casa vecina, a ver si el susto les hacía salir a toda prisa y se podía ver lo que estaban fraguando, pero no hubo nada que sacara de allí a los tres astutos artesanos."

Nikolái Leskov
La pulga de acero


"Hay que sacar provecho de lo que nos ha sido concedido."

Nikolái Semiónovich Leskov
El águila blanca, página 6


"La gente cree más en lo absurdo que en lo lógico."

Nikolái Semiónovich Leskov

El águila blanca


"La salida hacia las esferas superiores va acompañada de una grotesca cantinela: En revancha, en revancha, iré a las contradanzas…"


Nikolái Semiónovich Leskov


El águila blanca

"La vida nos ha sido concedida para que la gocemos."

Nikolái Semiónovich Leskov
El águila blanca, página 11



"Serguéi caminaba con un pañuelo color punzó enrollado en el cuello y se quejaba de que algo le hacía daño en la garganta. Pero antes de que llegaran a cicatrizar las marcas dejadas por los dientes de Zinovi Borísych en el cuello de Serguéi, se empezó a echar en falta al marido de Katerina Lvovna. El propio Serguéi empezó a hablar de él con mayor frecuencia que el resto. Se sentaba por las tardes con los jóvenes en un banco junto a la cancela y empezaba: «Bueno, chicos, ¿y cómo es que a estas alturas el señor no ha regresado?».
Los otros jóvenes también estaban sorprendidos.
Y entonces desde el molino llegó la noticia de que el amo había alquilado unos caballos y que hacía tiempo que había partido por el camino que iba a su casa. El cochero que lo había llevado decía que Zinovi Borísych parecía estar trastornado y dejó que se fuera de una forma un poco extraña: no estaban ni a tres verstas de la ciudad, cerca del monasterio, cuando se bajó del carro, cogió su talega de cuero y echó a andar. Al oír esta historia, todos se sorprendieron aún más.
Zinovi Borísych había desaparecido; no había nada más que decir.
Salieron en su búsqueda, pero no encontraron nada: pareciera que al mercader se lo hubiera tragado la tierra. De la declaración del cochero, al que habían arrestado, sólo se sabía que cerca del monasterio, a orillas del río, él se había apeado y había echado a andar. El asunto no se aclaró y, mientras, Katerina Lvovna continuó su vida junto a Serguéi, libre, gracias a su condición de viuda. Muchos se aventuraron a decir que Zinovi Borísych estaba aquí o allá, pero éste seguía sin regresar y Katerina Lvovna sabía mejor que nadie que no había forma de que pudiera regresar.
Pasó un mes, otro y un tercero, y Katerina Lvovna empezó a sentirse grávida."

Nikolái Leskov
Lady Macbeth de Mtsensk