Fotografía de una niña

La niña está sentada en la tierra dura,
áspero molde de Rusia, en la sequía
de 1921, aturdida,
los ojos cerrados, la boca abierta,
un crudo viento abrasador le sopla
arena en la cara. Hambruna y pubertad
se apoderan de ella. Echada sobre un saco,
el calor descoloca todo lo que lleva puesto,
curvado el tierno radio de su brazo.
No puede no ser bella, pero
se muere de hambre. Adelgaza cada día, y sus huesos
se hacen largos, porosos. El pie de foto dice
que va a morir de hambre ese invierno
con miles de otros seres. En la sima de su cuerpo
los ovarios liberan sus primeros óvulos,
dorados como el grano.

Sharon Olds 


Las víctimas

"Cuando Madre se divorció de ti, nos alegramos. Ella lo aguantó y
aguantó en silencio, todos esos años, y entonces
te pateó, de pronto, y sus
chicos la amamos. Entonces te despidieron, y nosotros
sonreímos burlones, del modo en que la gente sonrió cuando
el helicóptero de Nixon se elevó desde South
Lawn por última vez. Sentimos un cosquilleo
al pensar: tu oficina, fuera,
tus secretarias, fuera,
tus almuerzos con tres bourbons dobles,
tus lapiceras, tus resmas de papel. ¿Te sacarían tus
trajes también, aquellos oscuros
cadáveres colgados en tu placard, y las negras
narices de tus zapatos con sus grandes poros?
Ella nos había enseñado a aceptalo, a odiarte y aceptarlo,
hasta que empujamos con ella por tu
aniquilación, Padre. Ahora
paso ante vagabundos en las puertas, las blancas
babosas de sus cuerpos relucen a través de los rasgones
de sus trajes de limo, las sucias
aletas de sus manos, el fuego
submarino de sus ojos, barcos hundidos
con sus luces encendidas, y me pregunto
quién los aguantó y los aguantó en silencio,
hasta que entregaron todo, y no les dejó
más que eso."

Sharon Olds 


Los no nacidos

A veces puedo ver, alrededor de nuestras cabezas,
Como mosquitos alrededor de un farol en verano,
Los hijos que podríamos tener,
El brillo tenue de todos ellos.

A veces los siento esperando, adormecidos
En algún vestíbulo –sirvientes, casi–
Escuchando el timbre.

A veces los veo mintiendo como cartas de amor
En la Oficina de Cartas Muertas

Y a veces, como esta noche, de oscuro
Reojo puedo sentir sólo a uno de ellos
Parado al borde de un acantilado frente al mar
En plena oscuridad, estirando sus brazos
Desesperadamente hacia mí.

Sharon Olds 


Más vieja

Cuanto más vieja me pongo, más me siento
casi hermosa- no mi cara, una cara común,
puritana, sino mi cuerpo. Y tendré
cincuenta, pronto, mi cuerpo
se marchita, huesudo, y me gusta su
rugosidad plateada, la piel que se afina,
la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro
arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo
cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,
cosas que, si las viera una mujer joven, la harían
gritar como en una película de terror,
quedo convertida en bruja en un instante—si me inclino
lo suficiente, puedo ver la piel fina
de mi estómago frunciéndose
y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha
enteramente, por fuera, de eso,
y haciendo el amor con la misma dignidad
animal, el túnel todavía igual
al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma
al lado de esa octogenaria, me veo
como su hija, mi carne suelta y drapeada
muestra los ángulos largos de estos extraños
huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma,
a veces, como el tosco dibujo de una hembra—
los pechos, el destello de las caderas de los años 40—
pero este grisáceo ser abollado es confortable como
una vieja prenda favorita, es casi
amable, ahora, para mí. Por supuesto, es
el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar
sobre este centavo de la suerte —cinco veces
cinco años en su bolsillo. Quizás
aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo
como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo
en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje
de acabar, no estoy todo el día acabando,
pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.

Sharon Olds 


No odiaba a nadie. Miraba y miraba,
y todo era interesante, yo era
libre, todavía no enamorada, no
pertenecía a nadie, no había bebido
leche, todavía – nadie tenía
mi corazón. No era muy humana.

Sharon Olds 



No podría decir

No podría decir que yo había saltado de ese ómnibus,
ese ómnibus en movimiento, con mi hijo en brazos,
porque no lo sabía. Me creí mi propia historia:
me había caído, o el ómnibus ya había arrancado
para cuando tenía un pie en el aire.

No recordaría el apriete de mi mandíbula,
el fastidio de haberme pasado de parada, el paso
ya dentro del aire, la niña clarísima
mirando alrededor suyo en el aire mientras me hundía
en una rodilla en plena calle, rasguñándola, retorciéndola,
el ómnibus derrapando hacia una parada, el chofer
saltando fuera, mi hija riendo.
Hacelo de nuevo.

Nunca lo he hecho
de nuevo, fui muy cuidadosa.
Le he prestado atención a esa amable joven madre
que saltó ligeramente
del vehículo en movimiento
hacia la calle quieta, su vida
en sus manos, la vida de su vida en sus manos.

Sharon Olds 



Para Emily Davidson

Las madres están sentadas en la cocina, las últimas
 horas de la tarde, la luz como resina
sólida en el agua junto a los tallos dorados,
el té como ámbar de bailarinas; se sumergen
en su lengua, charlan. Están siempre temiendo
lo peor para sus hijos; la grieta entre las tablas,
el clavo, el gancho, las escaleras al sótano, 
toda la sangre de sus pequeños cuerpos-

Si miras por la ventana mientras la oscuridad se filtra
y el cuarto es como una jarra amarilla,
hay un ángulo, hay un momento, en que se puede ver que cada
            madre

lleva una mujer colgada al cuello
arrastrándola- su propia madre que la agarra y la hunde
en la luz que se apaga. 

Sharon Olds 




Para mi madre

Fuiste mi primera hija, en realidad.
Cuando mi hermana se mudó al cuarto de huéspedes
Empezaste a venir a mí por las noches
Como un niño que no puede dormir, viniendo
Hacia la cama de la madre, así que me convertí en madre
A los siete años. Como la enfermera que pone al recién nacido
En los brazos de una madre, a veces venías
Y te ponías en mis brazos, sintiéndote esponjosa y casi
deshuesada, bolsas de esto
Y aquello, plumas húmedas en tus ojos.
De dónde es que viene, el amor de los bebés–
Te tuve en brazos sin pensarlo, me sentí afortunada,
Tu cachete contra mi pecho duro e irritado,
Es un pezón llano como un trazo de color,
Un lugar donde algún dios había apoyado el pulgar
Por un instante. Yo no estaba impaciente, no lo estaba
Cuidado con el olor a huevo hervido que trajiste
Desde su cama– lo que yo quería era alimentar la fuerza como
Calor o color hacia tu cuerpo
Para bombearle vida a tu vida. ¿En dónde había aprendido eso?
Lo había aprendido de vos, de los meses en que me abrazaste
A tu pecho y me transmitió calor, abundante
Leche, han pasado siete años desde entonces, no me había olvidado de nada.

Sharon Olds 


Primera hora  

Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado 
a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí 
respirando por primera vez, como si 
el aire del cuarto me estuviera soplando 
como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer 
era salir por la línea de mi mirada y volver, 
salir y volver, en la seda de la gravedad, la 
presión del aire una caricia, oliendo en mí 
la sangre cremosa de ella. El aire 
me tocaba suavemente la piel y la lengua, 
entraba en mí y sacaba los pequeños 
suspiros que yo no sabía que eran míos. 
No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud 
y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras, 
mi mente recibía su oxígeno 
directamente, la rica mezcla por boca. 
No odiaba a nadie. Miraba y miraba, 
y todo era interesante, yo era 
libre, todavía no enamorada, no 
pertenecía a nadie, no había bebido 
leche, todavía – nadie tenía 
mi corazón. No era muy humana. No 
sabía que existía alguien más. Estaba acostada 
como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme, 
y me llevaron con mi madre. 

 Sharon Olds 
 

Un tiempo de pasión  

Después entramos en un tiempo de pasión tan 
extrema que era casi calma, el cuerpo 
duplicaba lo que quería soportar. La angustia 
y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había 
pensado era el camino, y volvíamos fácilmente. 
Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros 
sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo 
equilibrio de poderes desnudo en el cuarto,
el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce 
y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas, 
mi susurro grave era como el siseo 
de alguna otra criatura. El sexo había sido 
como música, alto y brillante como la luna, 
azúcar como la leche que había saltado en un pequeño 
arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados 
como el fuego puede desatarse de la tierra, 
o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones 
abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora 
éramos dos personas, jugando la una con la otra, 
como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora, 
entraban la voluntad, el abandono del cielo, 
y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran 
fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras. 
Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío 
por unos años ya. Encerrados juntos, o un 
dedo de uno tocando un 
pezón del otro, volábamos de cabeza hacia 
la tierra y salíamos de ella, como ensayando. 
Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me 
amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor. 

Sharon Olds 



Yo me remonto a mayo de 1937

Los veo, de pie, a las puertas rituales de su universidad, veo a mi padre paseándose
bajo el arco de piedra arenisca, color almagre,
los azulejos rojos centelleando,
como torcidos platos de sangre detrás de su cabeza,
veo a mi madre con unos cuantos libros triviales a su lado,
de pie, donde la columna hecha de pequeños ladrillos,
con la puerta de hierro forjado todavía abierta detrás de ella,
sus puntas de espada negras en el aire de mayo;
están a punto de graduarse, a punto de casarse,
son chavales, son tontos, lo único que saben es
que son inocentes, nunca harán daño a nadie.
Quiero acercarme a ellos y decir ¡alto!
No lo hagáis, ella no es la mujer,
él no es el hombre que quieres, haréis cosas
que no podréis imaginar jamás que haríais,
haréis cosas malas a niños,
sufriréis de manera inconcebible,
querréis morir. Quiero
acercarme a ellos, allí, a la luz solar de un mayo tardío, y decírselo,
la cara de ella, deseosa, bonita y vacía volviéndose a mí,
su pobre cuerpo hermoso, no tocado,
pero no lo hago. Quiero vivir.
Los recojo como esas muñequitas de papel,
hombre y mujer, los empujo uno contra el otro
por las caderas, como astillas de pedernal, como para
encender una chispa de los dos, digo:
haced lo que vais a hacer, y yo lo contaré.

Sharon Olds