"Cuando dejo la pluma, también dejo de lado mis recuerdos, que dispusieron de días, semanas y meses para asentarse en mi memoria, pero al final se perdieron y querría dejar consignado este hecho.
Durante el crepúsculo, yo era como un tren que atravesara una serie de túneles; en ocasiones a plena luz del día; otras veces en medio la oscuridad, a veces sabiendo quién era y dónde me hallaba y otras ignorándolo por completo. Poco a poco los períodos de luz fueron emergiendo con fuerza y por fin logré liberarme de aquel yugo. A mediados de septiembre sentí que ya estaba preparado para regresar a la escuela.
Nunca rememoré los hechos acaecidos en Brandham tras la revelación en aquella dependencia. Eso, como el regreso a casa, quedó en blanco. No lo recordaba y realmente no quería hacerlo. El doctor dijo que sería bueno que me desahogara y mi madre intentó persuadirme, pero no le habría contado nada si pudiera. Cuando ella voluntariamente me refirió todo lo que sabía, le grité que parara. Nunca he sabido hasta qué punto ella conoció todos los pormenores de la historia. No tienes nada de qué avergonzarte. Nada en absoluto.
Todo ha terminado-diría probablemente. Pero yo no la creía y mi capacidad para la incredulidad, tan difícil de adquirir, era igualmente difícil de erradicar. No creía que se hubiera terminado, ni tampoco que no tuviera nada de qué avergonzarme. Al contrario, me parecía que tenía que avergonzarme de todo. Los había traicionado Lord Trimingham, Ted, Mariam, la familia Maudslye, que me había dado la bienvenida en medio de ellos. Nunca supe las consecuencias ni deseé saberlas; juzgué su gravedad por los gritos de la Señora Maudslye, que fueron los últimos sonidos que escuché antes de perder la conciencia-las noticias acerca del suicidio de Ted llegaron a mí sin voz, como una comunicación en sueños."

Leslie Poles Hartley o L. P. Hartley
El mensajero


"El pasado es un país extranjero. En él ocurren las cosas de una manera diferente."

Leslie Poles Hartley o L. P. Hartley
El mensajero


"En cuanto pensaba en mujeres, su memoria evocaba la imagen de los zapatos de su madre, que tenía aproximadamente una docena de ellos. Ella gastaba su dinero también en otras fruslerías diversas, pero los zapatos eran la extravagancia principal que hubo de aceptar su padre. ¿Por qué tenía que tener tantos? Ella preguntaría con lágrimas en los ojos acerca de su hijo mayor; y él, que se sentía responsable de cualquier nimiedad que la afectara, no podría argumentar por qué no debería tener tantos, y lloraría también. Ella era dulce como la miel cuando su padre se mostraba enojado con ella, lo cual no sucedía a menudo. Le acariciaba y le reprendía de modo que su padre nunca sabía qué esperar, pero sí que no dependería de su comportamiento, sino del humor que afectara el ánimo de su esposa. Siempre lograba salirse con la suya respecto a los zapatos; si se deshacía de un par, dos nuevos pares eran añadidos. ¿Qué sucedía en realidad con todo esto? -se preguntaba el hijo, que creció en medio de este ambiente. La familia no tenía mucho dinero; de hecho él y los demás llevaban sólo un par de zapatos, pero su madre disponía de toda una hilera. Creció odiando la vista de los mismos."

L. P. Hartley
El empleado


"Una vez más se entremezclaron los gritos estridentes de Hilda con el rugiente murmullo del mar.
¡Eustace, Eustace! ¡Ven aquí! ¡El castillo de arena se está rompiendo! ¡Es culpa tuya! ¡No remendaste tu lado!
Aquí hubo otra complicación. ¿Debería quizás evitar acudir en ayuda de Hilda y dejar que el castillo se desmoronara? Era verdad que había descuidado negligentemente su lado, principalmente al comprobar que ella apenas cargaba con la parte que le correspondía. Era cierto que era una chica, pero era mayor que él y debía de haber actuado con honestidad por su propio bien y encima le había dicho a menudo que tratara de no fatigarse demasiado. Se apoyó en la pala de madera y miró dubitativamente alrededor. Vio a Hilda señalándole con su pala de hierro. Unos celos antiguos invadieron su corazón. ¿Por qué debía tener ella una pala de hierro? Trató de fijar su mente en la anémona. La cola del camarón era todavía visible, retorciéndose débilmente. El horror ante la difícil situación se impuso sobre cualquier otra consideración. Se preparó para afrontar la situación. ¿Pero cómo? Si se metía en el agua, se le empaparían los calcetines, lo cual sería terrible. Si se encaramaba a una roca, podría caerse y mojarse por entero, lo cual sería sin duda peor. No había nada que pudiera hacer."

L. P. Hartley
Eustace y Hilda