"En los lejanos bosques del este una vieja giganta trajo al mundo una manada de jóvenes lobos cuyo padre se llamaba Fenrir. Uno de esos monstruos persiguió al Sol para apoderarse de él. La persecución resultó durante largo tiempo infructuosa, pero con cada época el lobo adquiría mayor fuerza y por fin alcanzó al Sol. Sus espléndidos rayos se extinguieron uno tras otro. El Sol adquirió un tinte rojo como la sangre, y luego se desvaneció por completo. A partir de entonces el mundo se sumió en un terrible invierno. Las tormentas de nieve caían de todos los puntos del horizonte. La guerra estalló en toda la Tierra. Los hermanos se mataban unos a otros, los hijos ya no respetaban los lazos de sangre. Fueron unos tiempos en que los hombres eran peores que lobos, pues anhelaban destruirse. El mundo estaba a punto de hundirse en el abismo de la nada. Entre tanto el lobo Fenrir, a quien los dioses habían encadenado hacía tiempo, rompió sus cadenas y logró escapar. Cuando Fenrir se libró de las cadenas, el mundo tembló. El fresno Yggdrasil [considerado el eje de la Tierra] se estremeció desde sus raíces hasta sus ramas superiores. Las montañas se desmoronaron o partieron en dos, y los enanos que habitaban en moradas subterráneas trataron desesperadamente y en vano de encontrar las entradas a las mismas, pues éstas habían desaparecido. Abandonados por los dioses, los hombres se vieron obligados a dejar sus hogares y la raza humana desapareció de la superficie de la Tierra. La Tierra misma comenzó a perder su forma primitiva. Las estrellas vagaban errantes y caían del cielo, precipitándose en un profundo abismo. Parecían golondrinas que, cansadas después de un largo viaje, caían y se hundían en las olas. El gigante Surt prendió fuego a la Tierra; el universo se convirtió en un inmenso horno. Las llamas brotaban de las fisuras en las rocas; por doquier se percibía el sonido del vapor que se desprendía de la tierra. Todas las criaturas vivientes, todas las plantas, fueron exterminadas. Sólo quedó la tierra desnuda, pero al igual que el cielo la Tierra no era sino un cúmulo de grietas y hendiduras. Y todos los ríos, todos los mares, se desbordaron. P0r todos lados las olas chocaban entre sí. Las aguas crecieron y lo cubrieron todo. La tierra quedó sumergida bajo el mar… Sin embargo no todos los hombres perecieron en esta gran catástrofe. Encerrados en el tronco del fresno llamado Yggdrasil —que las llamas devoradoras de la conflagración universal no habían logrado consumir—, los ancestros de una raza futura de hombres escaparon a la muerte. En este refugio comprobaron que su único alimento era el rocío matutino. Así, de la destrucción del antiguo mundo emergió un mundo nuevo. Poco a poco la tierra surgió de entre las olas. Las montañas aparecieron de nuevo y de ellas comenzaron a manar unas cataratas de aguas cantarínas."

Mito de las tribus teutónicas de Alemania y Escandinavia
Citado en el libro de Graham Hancock, Las huellas de los dioses, página 180