"Durante toda aquella mañana, se esforzó por tomarlo con filosofía y reflexionar profundamente, proceso desconcertante que solía dejar para los conferenciantes que tomaban la palabra en la reunión mensual titulada Foro de los Grandes Libros, a la que ella nunca dejaba de asistir. Aquella particular mañana se aventuró por su cuenta en esta peligrosa estratosfera.
Se puso a pensar que, si bien se miraba, los calendarios eran obra humana y por lo tanto arbitrarios y sujetos a error. Si no se hubiesen inventado los calendarios ni los relojes, y los hombres no se hubiesen puesto a contar las idas y venidas de la Luna, nadie sabría con certeza su edad, con el resultado de que todos serían siempre jóvenes. ¿Cómo era posible que de la noche a la mañana una se volviese vieja? Ello se debía a lo engañoso del sistema empleado para medir el tiempo.
Pero sus profundas cavilaciones no le aportaron el menor consuelo. En primer lugar, se puso a pensar en el pasado, lo cual, según todos decían, era señal segura de vejez. En segundo lugar, se puso a pensar en Merrill y se dio cuenta de que no podía tener un hijo tan mayor, pretendiendo al propio tiempo ser una mujer joven. Después pensó en Cyrus, recordando que, si bien antes, su marido era corpulento, a la sazón se había convertido en un paquidermo y que si cuando le conoció sólo tenía la primera fábrica, actualmente poseía veinte o treinta empresas, sin olvidar su Fundación; sólo los hombres ricos y viejos creaban fundaciones, los hombres jóvenes y ambiciosos no lo hacían y aunque ésta se hallase libre de impuestos y representase un pasatiempo, también significaba que habían transcurrido muchos años. En último lugar, pensó en sí misma.
Hubo un tiempo en que tenía un cabello sedoso de un rubio natural, pero ahora no tenía ni idea de cómo era en realidad, después de una década de champús, lavados de cabeza y tintes. En cuanto al resto de su persona, si por esta vez quería ser sincera, tenía que reconocer que había ido cambiando poco a poco, con el resultado de que el semblante de la joven más linda de Omaha se convirtió en el rostro de una mujer madura, de facciones marchitas, que había estado expuesto al sol demasiados años, redondo y carnoso, con arrugas en la frente, patas de gallo junto a sus ojazos y alguna que otra arruguita aquí y allá. Lo que estaba peor eran la garganta y las manos, pues habían perdido su primitiva tersura. Su figura ya no podía llamarse tal, a menos que se considerase la O una figura, había engordado, desdibujando las curvas, haciéndose cada vez más informe, aunque no podía decirse aún que estuviese obesa, no, eso no. Sin embargo, pese a las emboscadas que le tendía la naturaleza, su íntimo ser no había sucumbido al paso de los años. Una frase certera y penetrante, que había oído en una de aquellas conferencias mensuales, resumía a la perfección sus actuales sentimientos. La frase era de uno de aquellos autores teatrales ingleses que disfrazaban la verdad bajo el manto de la comedia. Probablemente, casi sin ninguna duda, Oscar Wilde. ¿Cuál era la frase? Sí: "La tragedia de la vejez no consiste en que uno es viejo, sino en que uno es joven"; Sí, exacto.
Así transcurrió aquella aborrecible mañana."

Irving Wallace
La isla de las tres sirenas



“La libertad no es el derecho a ser virtuoso; es el derecho a ser lo que uno quiere.” 

Irving Wallace


"La mirada de Jacobsson se posó en el tercer miembro del Grupo. Carl Adolf Krantz era en todos sentidos el polo opuesto de Ingrid Pahl. En lo físico, era un enano. Pero espiritualmente era un gigante. Como persona, era un hombre irritante, gruñón, pendenciero, desagradable, amigo de contradecir y rebosando acritud, lo cual no le impedía ser estimulante, interesante y brillante. Cuando estaba sentado, como entonces ocurría, parecía más pequeño que de costumbre. Su ralo cabello, teñido de negro y muy grasiento, permanecía pegado sobre su cabeza cuadrada. Sus ojos eran dos minúsculos orificios, su nariz un hocico en miniatura y tenía la boca fruncida como si acabasen de arrancarle un tapón. Su pulcro bigote en forma de cepillo era negro, lo mismo que su corta perilla puntiaguda. Siempre llevaba trajes demasiado apretados, con todos los botones abrochados, corbatas de pajarita y zapatos con suelas de dos dedos de grueso.
Poseía un aire algo rígido y oficioso completamente teutónico que era precisamente lo que él se proponía, aunque había visto la luz en la ciudad sueca de Sigtuna. Se enorgullecía de haber sido educado por su padre, un diplomático de segunda fila, en Alemania, nación que admiraba, fuese cual fuese su régimen político del momento. Esta admiración ilimitada se hacía extensiva al pueblo alemán. Los recuerdos más dichosos de su vida eran los de sus días de estudiante en las universidades de Gottinga y Wuzburgo. Cuando regresó a Suecia con sus padres, se sintió forastero en su propia patria, sentimiento que nunca le abandonó del todo. Después de trabajar diez años en la industria como físico —varios de sus informes le granjearon cierta fama en el extranjero— le fue ofrecido un puesto en el Instituto de Física Teórica de la Universidad de Uppsala. Entonces empezó a dedicarse a la enseñanza y puso sus aspiraciones en la cátedra de Física de la Universidad. Con la subida de Hitler al poder, su espíritu se desvió de la Física a la política. La abyecta neutralidad de su patria le producía vergüenza y se identificó plenamente con el Reich que resurgía. Aprovechando un nimio pretexto, visitó Berlín, parando en el Hotel Kaiserhof y alternando con Keitel, von Ribbentrop y Rosenberg. Durante la segunda guerra mundial residió en Estocolmo, desde donde hizo una activa propaganda germanófila, oral y escrita..., dirigida a sus compatriotas que no habían conocido la guerra desde hacía casi un siglo y medio, y sin tener en cuenta que la supervivencia de Suecia como nación dependía de su estricta neutralidad. En aquellos años tan agitados Carl Adolf Krantz se convirtió en un personaje discutido y molesto para sus compatriotas. La caída del Tercer Reich significó, en cierto modo, su propia caída."

Irving Wallace
El Premio Nobel


“Ser uno mismo, y sin temor de ser correcto o incorrecto, es más admirable que la facilidad de la cobardía o la sumisión al conformismo.”

Irving Wallace



“Todo hombre puede transformar el mundo de la monotonía y falta de brillo a la diversión y aventura.” 

Irving Wallace