2059

Nos encontraremos en un lugar en el que no hay oscuridad
George Orwell

He imaginado siempre el día de mi muerte.
Incluso en la niñez, cuando no existe.

Soñaba un fin heroico de planetas en línea.
Cambiar por Rick mi puesto, quedarme en Casablanca
sumergirme en un lago junto a mi amante enfermo
caer como miliciana en una guerra
cuyo idioma no hablo.
Siempre quise una muerte a la altura de la vida.

Dos mil cincuenta y nueve.
Las flores nacen con la mitad de pétalos
ejércitos de zombis ocupan las aceras.
Los viejos somos muchos
somos tantos
que nuestro peso arquea la palabra futuro.
Cuentan que olemos mal, que somos egoístas
que abrazamos
con la presión exacta de un grillete.

Estoy sola en el cuarto.
Tengo ojos sepultados y movimientos lentos
como una tarde fría de domingo.
Dientes muy blancos adornan a estos hombres.
No sonríen ni amenazan: son estatuas.
Aprisionan mis húmeros quebradizos de anciana.
No va a doler, tranquila.
Igual que un animal acorralado
muerdo el aire, me opongo, forcejeo,
grito mil veces el nombre de mi madre.
Mi resistencia choca contra un silencio higiénico.
Hay excesiva luz y una jeringa llena.

Tenéis suerte —mi extenuación aúlla—,
si estuviera mi madre
jamás permitiría que me hicierais esto. 

Raquel Lanseros



Canción de la trinchera

"Señor Amor, dueño del cielo y de la tierra
tú que puedes batirnos a tu antojo
sobre el eje inicial de nuestro impulso.
Tú que te enseñoreas sobre todo lo vivo
entretejiendo un atlas de destinos cruzados.
Tú que puedes auparte a tu albedrío
 y clavar tu aguijón sobre cualquier entraña.
¿Por qué vuelves a mí? ¿Qué vil capricho?
¿Por qué me arrojas de nuevo tu jauría?
He aquí, amo mío, lo poco que me queda:
mi sosiego de vidrio
la enmienda frágil de una paz absorta
mi mosaico de heridas mal curadas
                               demasiado recientes para ser cicatrices.
Imploro tu piedad desde mi grieta,
donde se han detenido la memoria y el ánimo.
Piénsalo bien: te costaría muy poco
                  concederme una bula de misericordia.
Deja a los que me quieren, esta pasión debiera
maldecirme tan sólo a mí, es lo justo.
Ya he visto antes cómo mi avidez arde
en tu hipnótica pira de dios omnipotente.
Descuida, soy sumisa
tu adiestramiento previo ha prosperado:
quien lo ha perdido todo varias veces
              reconoce el honor de una derrota."

Raquel Lanseros



Beatriz Orieta

Los niños corren y saltan a la comba.
Beatriz Orieta pasea junto a Dante
sorteando los pupitres
en medio del camino de la vida…
Tiene litros de frío mojándole la espalda.
Apenas pueden nada contra él
los míseros tizones del brasero oxidado.

Entran al aula los gritos infantiles,
huelen a tos y a hambre.
Algunas veces,
Beatriz Orieta casi no contiene
las ganas de llorar
y mira las caritas sucias afanándose
en recordar las tildes de las palabras llanas.

Prosigue Dante todo el día musitando
en el oído de Beatriz Orieta
amor que mueve el sol y las estrellas.

Ella siente de veras
que otro mundo la mira
al lado de este mundo gris y parco.

Contra el lejano sol
del lejano crepúsculo
dos amantes se miran a los ojos.
Beatriz Orieta está
apoyada en su hombro.
Los álamos susurran las palabras de Dante.
Los amantes son túneles de luz
a través de la niebla.
Los besos, amapolas
de un cuadro de Van Gogh.

Pasa el invierno lento como pasa un poema.

Pasan el frío andrajoso, la fiebre y el esputo
y toman posesión del blanco cuerpo
igual que las hormigas invadiendo
esas migas de pan abandonadas.

Sesenta años después, entre las ruinas verdes
leo un descanse en paz envejecido
sobre la tumba de Beatriz Orieta.

El silencio es de mármol.
El silencio
es la respuesta de todas las preguntas.

Unos metros más lejos, hace sólo dos años
yace también el hombre
que, apoyado en el hombro de Beatriz Orieta,
dibujó un corazón sobre un tiempo de hiel.

¿Qué más puedo decir?
Que la vida separa a los amantes
ya lo dijo Prévert.
Pero a veces la muerte
vuelve a acercar los labios
de los que un día se amaron.

Raquel Lanseros




Entonces me besaste

"Por celebrar el cuerpo, tan hecho de presente,
por estirar sus márgenes
y engarzarlos al círculo de savia,
nos buscamos a tientas los contornos
para fundir la piel deshabitada
con el fuego sagrado de la vida.

Me mirabas colmado de cuanto forja el goce,
volcándome la sangre hacia el origen
y las ganas tomadas hasta el fondo.

No existe conjunción más verdadera
ni mayor claridad en la sustancia
de que estamos creados.
Esta fusión bendita hecha de entrañas,
la arteria permanente de la estirpe.

Sólo quien ha besado sabe que es inmortal." 

Raquel Lanseros