"Cotter no menciona la carta que debería escribir su padre, la excusa por su ausencia del colegio. Quizá por la mañana se haya arreglado todo.
Y quizá cambie de idea sobre la venta de la pelota. O se olvide del asunto. Cotter sabe que si consigue retrasar los acontecimientos durante un día o día y medio su padre lo olvidará por completo. Ésa es una de las cosas con las que en esta casa todo el mundo cuenta tácitamente: se sientan y esperan a que se le olvide.
Se sitúa junto a la ventana y observa la calle. En el colegio, a veces, le dicen que a ver si deja de mirar por la ventana. Este o aquel profesor. Las respuestas no están ahí fuera, le dicen. Y él siempre desea replicar que ahí fuera es precisamente donde están. Hay personas que miran por la ventana y hay personas que se comen los libros.
Se desnuda y se mete en la cama. Duerme con los calzoncillos y la camisa polo. Su madre entra a darle las buenas noches. Vale, que le dé las buenas noches, siempre y cuando no pretenda enterarse de qué han estado hablando su padre y él. He ahí una nueva trampa que se abre ante él de modo imprevisto. Su madre le dice que tiene que levantarse más temprano que de costumbre para ir a trabajar, tiene que realizar un largo recorrido en metro hasta la calle Veintiuno, trabaja de costurera en una ruidosa nave aireada por altos ventiladores: él mismo trabajó allí cuatro horas por semana el último verano barriendo borra del suelo y haciendo rodar aquellos barriles de cartón adentro y afuera con todos los demás, cuarenta o cincuenta hombres y mujeres, gastándole bromas y diciéndole cosas muy directas.
[...]
Era su tren, desde luego, pero no lograron encontrar al chico. Recurrieron a la dirección que Esther había obtenido de un periodista que había escrito un artículo sobre artistas del grafito. Moonman no le había dicho al tipo su verdadero nombre ni su auténtica dirección, tan sólo su edad: dieciséis años. La dirección procedía de otro chaval que afirmaba pertenecer al equipo de Moonman, y las dos mujeres fueron a investigarla, atravesando un territorio de edificios calcinados, de manzanas enteras arrasadas por fuegos intencionados, con algunas edificaciones ardiendo aún a lo lejos. Se detuvieron y observaron. Tres o cuatro edificios despidiendo perezosas columnas de humo. Ni rastro de camiones de bomberos ni de inquilinos ansiosos agrupados detrás de barricadas. Tan sólo, visto desde allí, unos cuantos viandantes realizando sus actividades de rutina. Contemplaron el paisaje en silencio y se les hizo difícil calcular la distancia. No lograban situar aquello en un contexto. Era como un reportaje de alguna guerra entre facciones en una remota provincia donde los generales cocinaran los hígados de sus rivales y los guardaran en bolsas de plástico. Una cosa totalmente poseída por la sensación de algo ajeno."

Don DeLillo
Submundo


"En caso de que fuéramos a visitarte, cosa que dudo seriamente.
Cuando la luz violeta se desliza sobre el Himeto, cuando el cielo se llena súbitamente de aves, de altas columnas que oscilan en espiral, a veces siento la necesidad de apartar la mirada. Esas formas aéreas se mezclan, brillan, surcan el aire, sus colores cambian de claro a oscuro, se revuelven y relucen, como bufandas de seda agitadas por el viento. De los promontorios de nubes surgen haces de luz. La montaña es una brasa ardiente. ¿Cómo es posible que la ciudad siga funcionando, sus autobuses abriéndose paso a través del crepúsculo, mientras estas fuerzas convergen en el aire, radiaciones y leyes naturales, vuelos codificados de pájaros, en un día de invierno? (Kathryn hubiera sabido de qué clase de pájaros se trataba.) A veces, tengo la sensación de que soy el único que lo ve. A veces, también, regreso a lo que estuviera haciendo, a mi revista, mi vocabulario griego-inglés. Abandono la terraza, paso al interior y me siento dando la espalda a las puertas correderas.
No te permites gozar de los placeres por entero.
En la oscuridad se distingue a un policía de tráfico ataviado con uniforme blanco, gesticulando, dirigiendo con ademanes las formas agrupadas. Oigo el cadencioso ulular de una ambulancia atascada en el tráfico. Qué difícil resulta hallar el modo lírico que hemos creado para acompañar a nuestras ciudades hasta su nostálgica perdición. Una evolución de la perspectiva. La sensibilidad que nos permite distinguir una belleza en ruinas en estos lugares no es fácil de adaptar a Atenas, donde la superficie de las cosas es, en gran parte, nueva, donde la ruina aparece tratada de modo distinto y el legado es indistinguible de la construcción y el desarrollo literales. ¿Qué ocurre cuando una ciudad no puede desvanecerse lentamente hacia su fin, cuando no puede ser abandonada pieza por pieza a su deteriorada verdad, con sus eras estratificadas de hierro y ladrillo? ¿Cuándo contiene tan sólo la tensión y la parálisis de lo superficialmente nuevo? Parálisis. Eso es lo que la ciudad nos enseña a temer.
La ambulancia permanece inmóvil, aullando en la noche. Los quioscos han sido iluminados."

Don DeLillo
Los nombres


 "La fama requiere toda clase de excesos. Me refiero a la fama de verdad, a un neón que te devora, no a ese renombre sombrío de los estadistas en declive o de los reyes timoratos."

Don DeLillo
La calle Great Jones


"Llegamos entonces al final de otro otoño aburrido y cetrino. Las tiendas lucían bombillas extendidas a lo largo de sus fachadas. Los vendedores de castañas empujaban sus carritos humeantes. Por las tardes, se creaban multitudes inmensas, y el tráfico alcanzaba las proporciones de un maremoto rugiente. Los papanoeles de la Quinta Avenida hacían sonar sus campanillas con peculiar y entristecedora delicadeza, como si estuvieran rociando con sal trozos de carne brutalmente putrefactos. De todos los comercios surgían canciones de propaganda, cánticos y hosannas, y las bandas del Ejército de Salvación proferían los marciales lamentos de trompetas de las antiguas legiones cristianas. Unidos con aquel chasquido de platillos y tambores que parecían sugerir que alguien reprendía a los niños por sus pecados insondables, conformaban un sonido, ajeno a aquel momento y lugar, que parecía irritar a la gente. Pero las muchachas mostraban un aspecto encantador e infatigable, comprando en las tiendas más disparatadas y desplazándose entre aquellas luces parpadeantes y magnéticas como majorettes, altas y rubicundas, sosteniendo relucientes paquetes contra sus tiernos senos. Nada de todo ello entorpecía el sueño del lazarillo del ciego, un pastor alemán. Finalmente llegamos a casa de Quincy. Su mujer nos abrió la puerta. Le presenté a mi acompañante, B.G. Haines, y comencé a contar las personas que había en la estancia. Mientras contaba, percibía de un modo distante que la esposa de Quincy y yo habíamos comenzado a hablar de la India. Tenía la costumbre de contar a los presentes. La cuestión de cuánta gente había en un sitio determinado me parecía importante, quizá porque los informes periódicos sobre catástrofes aéreas y escaramuzas militares siempre subrayaban el número de muertos y desaparecidos; esa precisión es como una chispa de electricidad para las mentes abotargadas. Después de eso, lo más importante es averiguar el grado de hostilidad, algo relativamente sencillo. Todo cuanto hay que hacer es devolver la mirada a las personas que te miran. Una larga ojeada suele bastar para obtener una lectura más o menos precisa. Había treinta y una personas en la estancia, de las que aproximadamente tres o cuatro eran hostiles."

Don DeLillo
Americana



"Más que los escritores, lo que más me ha influido han sido las películas europeas, el jazz y el expresionismo abstracto."

Donald Richard DeLillo, conocido como Don DeLillo


"Mi escritura surge de una experiencia visual."

Don DeLillo
Babelia, 1-9-2012



"Pasar un tiempo en presencia de una gran mente, y sentir que nuestro corazón despierta de su letargo."

Don DeLillo
Babelia, 1-9-2012