"Él anda por el pueblo diciendo: —He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir. —No puedo vivir si no encuentro mi mula. —Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa: mi mula. Y la gente a su paso le grita: —Estás loco, totalmente loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contesta: —Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero mucho más me molesta haberla perdido."


Nasreddin o Nasrudín
Cuento sufí
Tomado del libro de Jorge Bucay, El Camino de las Lágrimas, página 24


Nasrudím llega a un pequeño pueblo en algún lugar de Medio Oriente. Era la primera vez que estaba en ese pueblo y una multitud se había reunido en un auditorio para escucharlo. Nasrudím, que en verdad no sabía qué decir, porque él sabía que nada sabía, se propuso improvisar algo. Entró muy seguro y se paró frente a la gente. Abrió las manos y dijo: Supongo que si ustedes están aquí, ya sabrán que es lo que yo tengo para decirles. La gente dijo: No... ¿Qué es lo que tienes para decirnos? No lo sabemos. ¡Háblanos! Nasrudím contestó: Si ustedes vinieron hasta aquí sin saber qué es 1o que yo vengo a decirles, entonces no están preparados para escucharlo. Dicho esto, se levantó y se fue. La gente se quedó sorprendida. Todos habían venido esa mañana para escucharlo y el hombre se iba simplemente diciéndoles eso. Habría sido un fracaso total si no fuera porque uno de los presentes —nunca falta uno— mientras Nasrudím se alejaba, dijo en voz alta: ¡Qué inteligente! Y como siempre sucede, cuando uno no entiende nada y otro dice “¡qué inteligente!” para no sentirse i un idiota uno repite: “¡Sí, claro, qué inteligente! “.Y entonces, todos empezaron a repetir: ¡Qué inteligente! ¡Qué inteligente! Hasta que uno añadió: Sí, qué inteligente, pero... qué breve. Y otro agregó: Tiene la brevedad y la síntesis de los sabios. Porque tiene razón. ¿Cómo nosotros vamos a venir acá sin siquiera saber qué venimos a escuchar? Qué estúpidos hemos sido. Hemos perdido una oportunidad maravillosa. Qué iluminación, qué sabiduría. Vamos a pedirle a este hombre que dé una segunda conferencia. Entonces fueron a ver a Nasrudím. La gente había quedado tan asombrada con lo que había pasado en la primera reunión, que algunos habían empezado a decir que el conocimiento de él era demasiado para reunirlo en una sola conferencia. Nasrudím dijo: No, es justo al revés, están equivocados. Mi conocimiento apenas alcanza para una conferencia. Jamás podría dar dos. La gente dijo: ¡Qué humilde! Y cuanto más insistía Nasrudím en que no tenía nada para decir, más insistía la gente en que querían escucharlo otra vez. Finalmente, después de mucho empeño, Nasrudím accedió a dar una segunda conferencia. Al día siguiente, el supuesto iluminado regresó al lugar de reunión, donde había más gente aún, pues todos sabían del éxito de la conferencia del día anterior. Nasrudím se paró frente al público e insistió en su técnica: Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido a decirles. La gente estaba avisada para cuidarse de no ofender al maestro con la infantil respuesta de la anterior conferencia; así que todos dijeron: Sí, claro, por supuesto que lo sabemos. Por eso hemos venido. Nasrudím bajó la cabeza y añadió: Bueno, si todos ya saben qué es lo que vengo a decirles, yo no veo la necesidad de repetir. Se levantó y se volvió a ir. La gente se quedó estupefacta; porque aunque ahora habían dicho otra cosa, el resultado había sido exactamente el mismo. Hasta que alguien, otro alguien, gritó: ¡Brillante! Y cuando todos oyeron que alguien había dicho “¡brillante!”, el resto comenzó a decir: ¡Sí, claro, éste es el complemento de la sabiduría de la conferencia de ayer! ¡Qué maravilloso! ¡Qué espectacular! ¡Qué sensacional, qué bárbaro! Hasta que alguien dijo: Sí, pero... mucha brevedad. Es cierto —se quejó otro. Capacidad de síntesis —justificó un tercero. Y enseguida se oyó: Queremos más, queremos escucharlo más. ¡Queremos que este hombre nos dé más de su sabiduría! Entonces, una delegación de los notables fue a ver a Nasrudím para pedirle que diera una tercera y definitiva conferencia. Nasrudím dijo que no, que de ninguna manera; que él no tenía conocimientos para dar tres conferencias y que, además, ya tenía que regresar a su ciudad. La gente le imploró, le suplicó, le pidió una y otra vez; por sus ancestros, por su progenie, por todos los santos, por lo que fuera. Aquella persistencia lo persuadió y, finalmente, Nasrudím aceptó temblando dar la tercera y definitiva conferencia. Por tercera vez se paró frente al público, que ya eran multitudes, y les dijo: Supongo que ustedes ya sabrán qué he venido yo a decirles. Esta vez, la gente se había puesto de acuerdo: sólo el intendente del poblado contestaría. El hombre de primera fila dijo: Algunos sí y otros no. En ese momento, un largo silencio estremeció al auditorio. Todos, incluso los jóvenes, siguieron a Nasrudím con la mirada. Entonces, el maestro respondió: En ese caso, los que saben... cuéntenles a los que no saben. Se levantó y se fue.

Nasrudín
Tomado del libro de Jorge Bucay, De la autoestima al egoísmo, página 6


Nasrudin y el huevo

Cierta mañana Nasrudin – el gran místico sufí que siempre fingía ser loco –envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al medio de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí.

- ¡Hoy tendremos un importante concurso! – Dijo – ¡Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo, recibirá de regalo el huevo que está dentro!

Las personas se miraron, intrigadas, y respondieron:

-¿Cómo podemos saberlo? ¡Ninguno de nosotros es adivino!

Nasrudin insistió:

- Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad, y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos, Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?

Todos los habitantes pensaban que Nasrudin tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros. ¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufís?

Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo.

Nasrudin preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces él abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.

- Todos vosotros sabíais la respuesta – afirmó – y nadie osó traducirla en palabras. Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son dadas generosamente por Dios, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y terminan no haciendo nada."

Nasreddin o Nasrudín
Cuento sufí



"Un día le preguntaron al mulá Nasrudin:
- ¿Cuándo llegará el fin del mundo, mulá?
- ¿A cuál de ellos te refieres? - contestó el mulá.
- Pero bueno, ¿cuántos hay?
- Dos, el mayor y el menor. Si muere mi mujer, ése es el menor fin del mundo. Pero si muero yo, ése es el mayor fin del mundo."

Nasrudin