"Cuando escribo acerca de mi infancia, pienso, oh Dios mío, ¿cómo llegué de ahí a aquí? No es que me ha pasado cualquier cosa grande. Pero me sentí tan pequeño, tan perdido."

Paul Edward Theroux


"El invierno es una época de recuperación y preparación."

Paul Theroux



"El lugar que me interesa más, en realidad, es Estados Unidos. Me he dado cuenta que yo no he viajado mucho en los Estados. Hay mucho para ver."

Paul Theroux


"El Transiberiano Express es como un crucero a través de un paisaje oceánico. Lo he tomado tres veces."

Paul Theroux



“El viaje alcanza su máxima expresión en soledad: para ver, examinar y valorar, tienes que estar solo y a tu aire. Otras personas pueden confundirte: solaparán tus impresiones peregrinas con las suyas; si son una buena compañía obstruirán la vista, y si son aburridas corromperán el silencio con banalidades, haciendo trizas tu concentración con frases del tipo: «Oh, mira, está lloviendo» y «Cuántos árboles tienen aquí».”

Paul Theroux
El viejo Expreso de la Patagonia


"El zambu lo ponderó y soltó de nuevo una risita, mientras Padre le miraba a la cara.
La diferencia entre los dos hombres me sorprendió y asustó. El zambu con su camisa amarilla y el sobrero de paja y un bastón... y Padre, alto y huesudo y rojo, con pelo largo y grasiento y la mirada salvaje y un dedo de menos y unos pantalones cortos de lona. ¡Padre estaba más escuálido que el zambu! Y hasta entonces no me había apercibido de lo salvaje de su aspecto. De no haber sabido que no era así, habría pensado que el salvaje era él y no el zambu. Si el zambu hubiera tenido los ojos y el pelo de Padre yo habría salido corriendo. Pero nos habíamos acostumbrado a ver a Padre con aspecto de espantapájaros viviente, el hombre salvaje del bosque, y además gritando.
El zambu sonreía preocupado mientras Padre corría alrededor de la casa, destacando sus ventajas.
«Observe cuán práctica es», decía. Como no tenía postes, los terremotos no la podían tirar. El techo alquitranado resistiría cualquier cantidad de lluvia. Estaba hecho de restos de barcos naufragados en la Costa de los Mosquitos... cada uno de los maderos pulido y sellado por el océano. Dos camarotes alargados, adultos y niños, cada cual con su propia entrada. Lo tenía todo, intimidad, fuerza y gracia. Seguiría donde estaba, dijo Padre, mucho después de que las tormentas de verano se llevasen las chozas de hojas de palmera.
–Quiero unas buenas tormentas para demostrar que tengo razón. Entonces me meteré ahí dentro y me desternillaré de risa. Las paredes gruesas la mantienen fresca, y con una escotilla entre los dos camarotes nos aseguramos de que corra la brisa. Y además puedo levantar el techo. No sé por qué me tomo la molestia de contarle todo esto.
–Mi techo no gotea –dijo Childers.
–Ya veremos. Pero, francamente, ese es el gran error que ustedes los de aquí cometen. Siempre hablando de su techo, siempre concentrándose en la tapa. ¿Qué me dice del suelo?
Childers empezaba a retroceder.
–El suelo es igual de importante. No pueden eliminar el problema pinchando su casa en unos palos y levantándola diez pies. Con eso no consiguen más que hacerla vulnerable, conspicua y temporal. ¡Fíjese en lo que pasó en los Estados Unidos!
El sermón de Padre había tomado al zambu por sorpresa. No respondió. Seguía retrocediendo por la cenagosa orilla.
–Esta casa es impermeable, por arriba y por abajo –dijo Padre–. ¿Lo es la suya? ¿Impermeable por abajo?
En ese momento, el zambu vio a Madre y las gemelas distribuyendo las semillas en varios montones. Se llevó la mano al sombrero con anticuada cortesía.
–¿Cómo está, Mamá?
–No me pise el huerto –dijo Padre.
El zambu miró al suelo. No había ningún huerto. Dio unos pasos apoyándose en la punta de los pies, cruzando surcos imaginarios.
–¡Ahora me está arruinando el gallinero!
El zambu no lo vio. No había gallinero. Pero caminó levantando mucho los pies y equilibrándose con los brazos, el rostro contraído por el temor, como si temiera tropezar con un gallinero invisible.
–Recuerde esto. La experiencia no es un accidente. Es una recompensa que obtiene todo aquel que la busca. Es una acción deliberada y requiere mucho trabajo. Usted ha decidido ir a la iglesia... curioso lugar para ir, si se tiene en cuenta el estado en que está el mundo y cómo llegó a estar así. El séptimo día, Dios se marchó de la habitación ¿por qué va usted a cometer tan perezoso error? ¿Para qué rezar cuando podía estar construyendo una cabaña como ésta?
–No tengo herramientas. –El zambu era presa del pánico. Echó a correr.
Padre le siguió, gritando.
–No tengo herramientas. ¡Todo cuanto ve aquí lo he hecho con mis propias manos!
Pero el zambu ya se había ido. Desapareció por la orilla del arroyo en la dirección de la Laguna de Brewer. No pudo oír lo que Padre le decía. Una suerte, porque lo que le dijo de las herramientas no era cierto.
–Me molesta la curiosidad malévola de este hombre –dijo Padre.
Reanudamos el trabajo. Padre había negado que tuviéramos herramientas. Era una mentira, otro invento. Le consolaba.
Teníamos herramientas, y más que herramientas. La ribera de los Mosquitos nos proporcionaba la mayor parte de las cosas que necesitábamos. Habíamos encontrado la cabeza de un martillo de orejas y le habíamos puesto un mango. Habíamos fabricado destornilladores y escoplos martillando puntas de clavos calentados. Una hoja roñosa de sierra que encontramos abandonada, entre unas algas relucía ahora con el uso. Rescatábamos alambre, latón y botellas depositadas por la marea, así como redes rotas, que remendábamos, y suficiente lona para que Madre hiciera pantalones cortos para todos y una bata para ella Sus agujas eran huesos de pájaros. Podía haber conseguido agujas de verdad en el poblado de Brewer, pero a Padre le gustaba la idea de matar pájaros («¡Carroñeros!») y afilar sus huesos para hacer agujas."

Paul Theroux
La costa de los mosquitos



"Es sólo cuando estás solo que te das cuenta de dónde estás. No tienes nada a qué recurrir a excepción de tus propios recursos."

Paul Theroux



"Había una fila de asientos vacía en un extremo del tren. Me estiré en ella para beberme mis cervezas, di unas chupadas a mi pipa y me permití otro capítulo de Pudd’nhead Wilson. La noche caía sobre Papaloapan. Los perros ladraban, las voces del pueblo se habían convertido en murmullos, las radios seguían encendidas, y los pasajeros hablaban más bajo en la oscuridad. Había grillos, rápidos como castañuelas; hacía siglos que no oía grillos; su sonido era relajante. Y la novela me reconfortaba: qué libro tan espléndido. Había creído conocer la historia, pero cuanto recordaba era el asunto de las huellas dactilares, los gemelos y el crimen. Me había perdido las ironías: es una historia sobre la libertad y la esclavitud, la identidad y el disimulo en la que los tintes raciales adquirían el rango de atributos. Era una obra maestra salvaje, con una jovialidad cruel y cruda, más ingeniosa y pesimista que todas las demás obras que había leído de Twain. Se inspiraba en un cuento popular: los niños cambiados, el niño esclavo convertido en amo, el hijo del amo en un esclavo. Sin embargo, las implicaciones raciales hacían del libro una pesadilla de injusticias enmascaradas. Había empezado como farsa sobre una pareja de gemelos. Twain consideró que era un defecto: «dos historias en una, una farsa y una tragedia». Decidió retocar la historia: «Saqué la farsa y dejé la tragedia». Sin embargo, la tragedia es tan amarga que esta poco leída novela —una de las comedias más lúgubres de la literatura estadounidense— es considerada como la historia de un abogado rural, una figura de aspecto cómico que gana un caso por medio de las huellas dactilares. Su victoria no eclipsa por completo el hecho de que todos los demás personajes de la novela, incluso los más respetables, acaban derrotados. Aquello me dio tema para una conferencia: cómo, mediante una cuidadosa selección, simplificamos a nuestros escritores; la literatura estadounidense es una antología de lo soportable.
Mientras tanto, fue oscureciendo cada vez más en Papaloapan. Alcé la vista y vi una locomotora solitaria acercándose por el puente. Pasó junto a nosotros y, cinco minutos más tarde, hubo un golpe, una sacudida y una reanudación de la actividad en las vías. A continuación un agudo silbido y los niños guatemaltecos gritando: «¡Vámonos!». Las luces se habían encendido en el pueblo, pero las bombillas estaban desnudas y deslumbraban; al poco se desplazaron ante el tren y los lugareños nos contemplaron partir mientras algunos nos saludaban tímidamente, como si medio esperaran que nos detuviéramos de nuevo. Pero no nos detuvimos. La brisa purificó los coches y, entre los árboles, sobre el resplandor del pueblo, vislumbramos el cielo, una puesta de sol que, quinientos años atrás, había sido contemplada por un poeta azteca."

Paul Theroux
El viejo expreso de la Patagonia



"Hardy conjeturó que, enfrentados a las diferentes versiones de la invasión extraterrada, los comedores de serpientes se estaban poniendo nerviosos y tal vez asustados... y él sabía que esto era peor, porque los volvería incontrolables. Ya había decidido que era su cobardía ignorante lo que los había transformado en asesinos. Temían a los extraterrados y los odiaban, y como Fizzy estaba con ellos, parecía otro fugitivo.
Hardy se escabulló del juzgado por una puerta lateral y salió al destello del sol. El aire sabía a tablillas calientes pintadas y al frescor agridulce de la hierba recién cortada. Vio una cabina telefónica y llamó a Moura a Nueva York. Su llamada derivó al contestador automático.
—Estoy en la calle mayor de una ciudad que se llama Guthrie. Aún no hemos encontrado a Fizzy, aunque aparentemente una pandilla de extraterrados está merodeando por los alrededores. Esta mañana estuvieron aquí. Pero ignoro si está con ellos. Llámame al número de Godseye si recibes otro mensaje de él.
Quería decir algo más, e imaginando los carretes de cinta que giraban en el contestador, se dio cuenta de su indecisión. Miró calle arriba y calle abajo.
—Tienen bocas de incendio y farolas.
Había árboles bordeando el camino; el parque de bomberos y el cuartelillo no estaban vallados.
—Guthrie es indescriptible, Moura.
Pasaron unos chicos, que volvieron la vista para mirarlo fijamente.
—Aquí piensan que nosotros somos extraterrados.
Después de colgar observó más atentamente la ciudad. No era indescriptible... de todos modos detestaba esa palabra, como consecuencia de las mofas de Fizzy: ¡Nada es indescriptible! Pero la ciudad no se asemejaba en nada a todo lo que había visto en años. Comprendió que había viajado mucho por países pobres, que su trabajo siempre lo llevaba lejos y había pasado por alto el corazón de los Estados Unidos. Por aquí seguían andando con los monos de trabajo, cultivando patatas, quemando madera, conduciendo coches. Guthrie le recordó a Winslow por su pequeñez y su falta de seguridad. A su manera parecía una vieja y primorosa ciudad, aunque en algunas partes estuviera algo estropeada.
Un miedo atroz se había instalado y luego desaparecido, llevándose a algunos y dejando unos pocos hitos, como las atalayas y los puestos de control. Esto había ocurrido cerca de quince años atrás... el terrible pánico a los extraterrados, desatado al mismo tiempo que Zona Exterior se declaraba Area Prohibida, los dos acontecimientos que más habían cambiado el país durante la vida de Hardy. Pero eso pertenecía al pasado: Guthrie estaba otra vez dormida. No era digna de ser saqueada, no estaba tocada por el mundo, había seguido existiendo, sencillamente, sin muchos delitos ni mucha tecnología. Era toda una ciudad que no se había movido de sus hogares —algo muy raro en el mundo. Los lugareños estaban desprotegidos y eran respetables. El de hoy había sido un día terrible: rememoraron sus antiguos temores.
Pero ya se animarían. Muchos de sus moradores eran viejos que se habrían impresionado igualmente viendo a neoyorquinos con máscaras, o pintados, o totalmente desnudos pero con joyas, o con un delantal como única vestimenta. Hasta esos cascos y placas faciales de Godseye parecían sobresaltarlos y la cañonera aparcada en el jardín delantero del ayuntamiento seguía llamando la atención horas después de haber aterrizado. A nadie parecía importarle que su presencia hubiese embotellado el tráfico y que los reclutas de Godseye fuesen una fuente de mayor interés de lo que habían sido los extraterrados.
Los ciudadanos de Guthrie parecían decentes... y no estaban muy rabiosos. Llevaban armas, por supuesto, pero ésa era una vieja costumbre difícil de abandonar."

Paul Theroux
Zona exterior


"He escrito cuentos, ensayos, incluso libros enteros acerca de trenes, garabato garabato."

Paul Theroux


"La escritura es bastante mala para los nervios."

Paul Theroux


"La gente ve una cara de hambre, y quiere darle de comer; es una reacción natural."

Paul Theroux


"Los turistas no saben donde han estado, los viajeros no saben a dónde van."

Paul Theroux



"Maine es una alegría en el verano. Pero la esencia de Maine es más evidente en el invierno."

Paul Theroux



"No creo que jamás haya visto a una persona teniendo una conversación seria en un teléfono celular. Es como algo para niños, un desperdicio de tiempo completo."

Paul Theroux



"No había hecho ningún preparativo en cuanto a la comida y no tenía nada que llevarme a la boca. A primera hora de la tarde recorrí el tren en toda su longitud, pero no había vagón restaurante. Hacia las dos, estaba descabezando un sueño cuando oí un golpe en la ventanilla. Era el revisor. Sin decir una palabra, hizo pasar una bandeja con comida. Comí al estilo tamil, haciendo una pelota con el arroz y mojando la pelota en la sopa de legumbres. En la siguiente estación, reapareció el revisor. Se llevó la bandeja vacía y me saludó soñoliento.
Viajábamos en paralelo a la costa, unos cuantos kilómetros al interior, y los ventiladores del compartimento ofrecían muy escaso alivio ante la presión de la humedad. El cielo estaba cubierto de nubes que parecían aumentar el peso del calor sofocante, y el tren avanzaba tan despacio que no soplaba ni un hálito de brisa junto a las ventanillas. Para librarme de aquella sensación de pesadez pedí al revisor una escoba y unos trapos. Barrí mi compartimento y limpié todas las ventanillas y las partes de madera. Luego lavé mi ropa y la colgué en unos ganchos en el pasillo. Tapé el lavabo y me rocié la cara con agua, luego me afeité y me puse las zapatillas y el pijama. Después de todo, era mi coche cama. En Vilupuram, la locomotora eléctrica fue sustituida por una de vapor, y en la misma estación compré tres botellas grandes de cerveza caliente. Sacudí los almohadones de mi compartimento y mientras se secaba la ropa bebí cerveza y contemplé cómo el Estado de Tamil Nadu iba haciéndose cada vez más humilde. Cada estación era más pequeña que la anterior y la gente iba más desnuda. Después de Chengalpattu, nadie llevaba camisa, las camisetas desaparecieron en Vilupuram y luego los lungis se hicieron escasos y la gente no llevaba más que unos simples taparrabos. El terreno era llano y sin característica alguna, salvo por algún tamil ocasional que, semejante a una cigüeña, se erguía en un arrozal. Las chozas estaban tan mal construidas como las de África central, donde se consideraba que traía mala suerte vivir en la misma choza dos años seguidos. Eran de barro y sus techos de hojas de palmera; el barro se había agrietado por efecto del calor y el soplo del primer monzón se llevaría lejos aquellas techumbres. Contrastando con aquellas construcciones hechas de cualquier manera, los campos de arroz estaban inteligentemente regados por complejos sistemas de bombas y largas acequias."

Paul Theroux
El gran bazar del ferrocarril


"Nunca he pasado un año entero en un solo lugar sin irme."

Paul Theroux


 "Para escribir y viajar es mejor ser viejo."

Paul Theroux



"Sales de los Estados, y ves que la gente tiene problemas más grandes que los tuyos, problemas peores que los tuyos."

Paul Theroux



"Tienes que estar solo para que puedas conocer a gente como tú eres y como ellos son."

Paul Theroux


"Todo es ficción. Sólo tienes tu propia vida para trabajar, de la misma manera en que un biógrafo sólo tiene las cartas y las revistas para trabajar."

Paul Theroux


"Una novela captura la esencia que no es posible en cualquier otra forma."

Paul Theroux


"Uno de mis miedos es no escribir. No sé hacer nada más."

Paul Theroux



"Uno define un buen vuelo mediante negativos: el vuelo no fue secuestrado, el avión no se cayó, no vomitaste, no llegaste tarde, la comida no te causó nausea. Así que estás agradecido."

Paul Theroux



"Ustedes son afortunados, hablan español."

Paul Theroux
Tomado de la entrevista de cultura del periódico ABC.es


"Viajar es glamoroso sólo en retrospectiva."

Paul Theroux



"Yo no diría que soy un novelista de viajes, sino más bien un novelista que viaja y que utiliza el viaje como un trasfondo para encontrar historias de lugares."

Paul Theroux