"De pronto, me desperté. Me despertó un aliento cálido. A mi lado, en la oscuridad, se erguía una figura humana de alta estatura y vestida de blanco. Oí una voz que me ordenaba, no sabría decir en qué idioma, que encendiese la vela. Una vez encendida ésta, vi que eran las dos de la madrugada y que un hombre vivo se hallaba a mi lado. Esté hombre se parecía exactamente a un retrato del Mahatma Morya que yo había visto. Me habló en una lengua que no conocía, pero que, sin embargo, pude comprender. Me dijo que yo tenía grandes poderes personales y que mi deber era utilizarlos. Después, desapareció. Pero reapareció en seguida, sonrió, y, en la misma lengua desconocida pero inteligible, me dijo»: «Puede estar seguro de que no soy una alucinación y de que no se está volviendo loco». «Después, desapareció de nuevo. Eran las tres. La puerta había estado siempre cerrada con llave."

V. S. Solovyoff
Lo que comentó el escéptico Solovyoff en el «Hotel Victoria», de Elberfeld (Alemania), cuando acompañó a Madame Blavatsky y a algunos de sus discípulos en un viaje
Tomado del libro de Jacques Bergier, Los libros condenados, página 34