Canción postrada

Húmedo, húmedo, en la humedad metido,
creo que eres cerveza, leche y semen.
Eres remolino de agua, un dios del río
con cabeza afelpada. De tu nariz
brota la sangre, y de tu boca el vino.
Eres humectante que cura catarros y
resfríos. Emites un vapor perenne,
exhalación, riachuelo de orina, lágrimas
tibias. Tienes una erección en frío y,
escurridizo, te pierdes debajo de la
lama. De pronto caes, fogoso, ganas tú,
barullero, y en todas las habitaciones
tocas puertas. Mientras yo, cual medusa
vibrante, como un salmón que encalla.
sobre tu suavidad resbalo y quedo plena.

Marge Piercy


¿DE QUÉ ESTÁN HECHAS LAS CHICAS GRANDES?
(fragmento)

¡Ahora qué superiores somos!
Miren a la mujer moderna:
delgada como cuchilla de tijera.
Corre todas las mañanas en una cinta,
se mete a gruñir y tironear
en una máquina de pesas y poleas,
con una imagen en mente a la que nunca
se podrá aproximar, un cuerpo de vidrio
rosa que nunca se arruga,
nunca crece, nunca desaparece.
Se sienta a la mesa y cierra los ojos a la comida
con hambre, siempre con hambre:
una mujer hecha de dolor.

Si solamente pudiéramos gustarnos unos a otros en bruto.
Si solamente pudiéramos querernos a nosotras mismas
como queremos a un bebé que nos balbucea en los brazos.
Si no nos programaran y
nos reprogramaran
para necesitar lo que nos venden.
¿Por qué íbamos a querer vivir en una propaganda?
¿Por qué íbamos a querer flagelarnos las blanduras
hasta hacerlas líneas rectas como un cuadro de Mondrian?
¿Por qué nos íbamos a castigar con el desprecio,
como si tener grande el culo
fuera peor que la codicia o la maldad?

¿Cuándo vamos a dejar las mujeres de estar obligadas
a ver nuestros cuerpos como experimentos de ciencias,
como jardines que hay que desmalezar
como perros que hay que domesticar?
¿Cuándo una mujer va a dejar
de estar hecha de dolor?

Marge Piercy



Derecho a la vida

Una mujer no es un árbol de peras
inconsciente y fecundo del que caen los frutos
al mundo. Hasta los perales
se llenan un año y descansan al siguiente.

En los huertos descuidados cae la fruta
tibia y madura en el pasto, y los árboles se elevan
nudosos para regalo de los pájaros, a cuarenta pies de altura
entre espinas de una pulgada de largo,
que estallan con atavismo en la suave madera.

Una mujer no es una canasta en la que escondes
tus panecillos para mantenerlos calientes. No es una gallina
ponedora bajo la que deslizas huevos de pato.
No es la bolsa donde guardas el dinero
de tus hijos para usarlo después en tus guerras.
No es un banco donde tus genes ganan intereses
y mutaciones interesantes bajo esta lluvia
sucia. Tú tampoco lo eres.

Yo escojo lo que entra en mí; lo que se vuelve
carne de mi carne. Sin mis opciones, no viven la política
ni la ética. Yo no soy tu campo de maíz
ni tu mina de uranio; no soy tu ternera
de engorde, tu vaca de leche.

No me usarás como fábrica.
Los curas y los congresistas no son dueños
de acciones sobre mi vientre o mi mente.
Este es mi cuerpo. Si te lo doy
quiero que me lo devuelvas. Mi vida
es un derecho no negociable.

Marge Piercy




“Dormir juntos es un eufemismo para referirse a la gente, pero con el gato equivale al matrimonio.”

Marge Piercy


"El techo abovedado le recordaba al planetario, de aquella vez que había llevado a Angie para el espectáculo de Pascua. A Angie le dieron miedo la oscuridad y las estrellas, que parecían venírseles encima, y se había acurrucado en su regazo, enterrando la cabeza y negándose a mirar. Poco a poco, Connie consiguió despertar su curiosidad y se las arregló para que Angie lanzara alguna mirada furtiva hacia aquel centelleante cielo nocturno. También este techo se transformó en un cielo nocturno, con más púrpura que la oscura noche que acababan de dejar, y con una pálida luna verde claro alzándose por el sur sobre una de las puertas de entrada. Lentamente, a medida que la gente se ubicaba sin prisa en sus asientos, lunas de distintos colores se alzaron majestuosas sobre cada una de las puertas: blanca en el norte, amarilla en el este, roja en el oeste y verde en el sur. A medida que las lunas alcanzaban su zenit, las cuatro iniciaron una elegante danza al son de una música que se iba intensificando. Sus formas comenzaron a cambiar de redonda a oblonga y, de ahí, a creciente, a formas similares a alas de pájaros, imágenes en vuelo solemne; ahora un cortejo de grullas trompeteras dando brincos lentamente, extendiendo sus anchas alas.
Mientras la habitación se llenaba y se cerraban las puertas, las grullas descendieron del cielo raso y devinieron de carne y hueso (aunque Connie ya había entendido que esas vívidas imágenes tridimensionales no eran más que un truco de proyectores y luces). Una voz como la de un pájaro, aflautada, habló sobre grullas trompeteras por encima de la música, hasta fundirse con ella. La imagen se amplió. Una grulla enorme llenó la imagen y luego su cabeza se deshizo entre las nubes y sus patas se transformaron en agua; pequeños puntos blancos y negros flotaban sobre las olas mientras avanzaban hacia ellas: el pato Labrador. Avistado por última vez en 1875 en las afueras de Long Island.
El gran buitre, el cóndor de California, planeaba con sus alas de más de tres metros de envergadura. El águila calva chillaba y llevaba un pescado a casa para llenar los picos de sus inmensos polluelos, torpes en su nido de ramas, en la copa de un pino muerto. El oso pardo se mantenía alejado. La ballena jorobada rodó en círculos y se zambulló y vagó por las tinieblas de las profundidades, entonando sus epopeyas improvisadas según los antiquísimos patrones de su vasta cultura oral… hasta que un barco factoría abrió fuego y su carne tibia fue cortada en trozos allí mismo, para servir de comida a los perros. Capturaron a la última habitante de piel oscura de Tasmania, derribándola a tiros de una cornisa rocosa. Su cuerpo acabó destrozado contra las rocas desnudas, la última de una rama única y delicada, de cuerpo pequeño, de la familia humana. Las palomas pasajeras oscurecieron el cielo con un revuelo de alas, posándose sobre árboles que gracias a ellas brillaban como delicadas frutas azules y grises, con sus arrullos, la calidez emplumada de sus pechos beige y rosáceos llenando el aire. Alarmadas, alzaron el vuelo; el silbido de sus miles de alas batió el aire en un viento que hizo crujir los árboles. Les dispararon, las apalearon, las utilizaron como señuelos vivos, clavadas por las patas a una percha, las arrancaron de sus hogares, las masacraron para alimentar al ganado. Hasta que no quedó ni una, la última hembra murió en un zoo de Cincinnati. Ishi, el último yaqui de California, salió de los bosques donde había vivido solo —el último de un pueblo exterminado— a un mundo en donde ni un alma hablaba su idioma, y murió en el Museo de Historia Natural. Arcaicos leones de piedra agazapados en fila en una Delos barrida por el viento, leones marchando sobre las paredes de azulejos de Babilonia, dieron paso al último de los leones asiáticos, enfermo, famélico bajo un árbol moribundo en una India asolada por la sequía. El cuerpo del león se transformó en las praderas del oeste en las que el general Sherman lideró una campaña de exterminio conjunta contra indios y búfalos. Pilas de cadáveres se pudrían bajo el sol alcalino. El trigo creció entre los cuerpos y el viento levantó la tierra en tormentas de polvo que oscurecieron el cielo. Sin demora se transformaron en huesos que volaron y el cielo quedó vacío como una calavera.
Los huesos yacían en el polvo. Lentamente fueron echando raíces que se hundían profundamente en la tierra devastada. Lentamente los huesos florecieron en varas que empezaban a brotar. Los brotes crecieron hasta ser un árbol. El roble impulsó con fuerza su raíz primaria hacia las profundidades y desplegó sus inmensas ramas. El árbol se transformó en una pareja humana que se abrazaba, hombre y mujer. Se aferraban, se abrazaban, peleaban, se estrangulaban."

Marge Piercy
Mujer al borde del tiempo



La más clara alegría

La más clara alegría
es el cese de un gran sufrimiento. 
Cuando la campana de hierro se quita de la cabeza, 
cuando el clamoroso choque se apacigua en los nervios, 
cuando el cuerpo se desliza libre 
como la carnada del anzuelo 
y el pútrido aire de la ciudad 
empieza a bullir en los pulmones. 
La luz resbala en miel sobre los ojos. 
El austero techo se vuelve merengue. 
El cuerpo se desenreda, se despliega 
prodigiosamente vacío como un lirio. 
Respirar es bailar. 
Muda y enteramente 
como la albahaca en la ventana
levanto la nariz al sol.

Marge Piercy




Las mujeres fuertes pueden decir no

Una mujer fuerte es una mujer esforzada
Una mujer fuerte es una mujer que se sostiene
De puntillas y levanta unas pesas
Mientras intenta canta a las barricadas

Una mujer fuerte es una mujer manos a la obra
Limpiando el pozo negro de la historia
Y mientras saca la porquería con la pala
Habla de que no le importa llorar
Y vomitar estimula los músculos del estómago
Y sigue dando paladas con lágrimas en la nariz.

Una mujer fuerte es una mujer
Empeñada en hacer algo que los demás
Están empeñados en que no se haga.

Está empujando
La tapa de un ataúd de plomo desde dentro
Está intentando levantar con la cabeza
la tapa de una alcantarilla, está intentando
romper una pared de acero a cabezazos.
Le duele la cabeza. La gente que espera
a que haga el agujero le dice: date prisa
¡Eres tan fuerte!

Una mujer fuerte es una mujer que sangra por dentro
Una mujer fuerte es una mujer que se hace a sí misma
Fuerte cada mañana
Mientras se le sueltan los dientes
Y la espalda la destroza.
Cada niño, un diente, solían decir antes
y ahora, por cada batalla, una cicatriz.

Una mujer fuerte es una masa de cicatrices
Que duelen cuando llueve, y de heridas que sangran
Cuando se las golpea, y de recuerdos
Que se levantan por la noche y recorren la casa
De un lado a otro, calzando botas.

Marge Piercy



“No es el sexo lo que nos da placer, sino el amante.” 

Marge Piercy


“Nunca dudes de que puede cambiar la historia.”

Marge Piercy


“Yo escojo lo que entra en mí; lo que se vuelve carne de mi carne.”

Marge Piercy