"Doy clases un semestre al año y este año estaré enseñando solo un curso durante este semestre, un taller de escritura para estudiantes mayores entre finales de la década de los 20 y principios de la de los 30 años de edad, personas que se encuentran en nuestro programa de postgrado que ya están trabajando en un manuscrito y tienen la intención de terminarlo."

Tobias Jonathan Ansell Wolff



"Durante la charla aplaudieron a destiempo y fueron bastante escandalosos.
Pero no tanto como la propia Ayn Rand. Arremetió inmediatamente contra el lema de nuestro colegio —Darse a todos— y animó a los presentes a que ignorasen esa tontería y vivieran sólo para sí mismos. Luego se enfrentó a Hiram Dufresne por llamarla conservadora en su presentación. Dijo que ella era extremista, no conservadora, y que las personas deberían saber el significado de las palabras que usaban. Hacia el final, algunos estudiantes se fueron cuando se puso a atacar al presidente Kennedy por invitarnos a considerar lo que podríamos hacer por nuestro país. La charla se prolongó excesivamente para que hubiera turno de preguntas, pero cuando el director sugirió un encuentro en el edificio Blaine después de la cena, ella estuvo de acuerdo a condición de que sólo asistieran auténticos lectores suyos, los que habían leído todas sus novelas. Deseaba tener una discusión seria, dijo, y no responder a cuestiones estúpidas o que la fueran a ver turistas.
Entré en el último minuto con objeto de darles menos tiempo a los profesores para que se fijaran en mí y me mandaran de vuelta a la cama. Resultó que no había muchas personas: un joven profesor de ciencias, otro de historia, el entrenador de fútbol y el señor Ramsey, que estaba sirviendo las copas de ponche, probablemente como castigo por haberse mostrado engreído con el director. La señora Ramsey se encontraba de pie junto a él, hablando con Jeff el Grande. Unos quince chicos estaban dispersos por allí en sillas plegables, y un número parecido de hombres y mujeres vestidos de oscuro —los empleados de funeraria de Bill, sin duda— se sentaban con aspecto sombrío delante de la chimenea. Una de las mujeres, una rubia delgada de pelo muy corto, encendió un pitillo, y cuando el entrenador de fútbol le pidió que lo apagase, dio otra larga calada y lo tiró al fuego sin ni siquiera mirarle. Los troncos chisporroteaban y siseaban. Aparte de eso, la sala estaba extrañamente en silencio.
Entonces entró Ayn Rand, acompañada por el director, Hiram Dufresne y un tipo joven, alto y serio, con tupé. Me sorprendió que fuera baja y regordeta; había esperado una Dominique. Llevaba el pelo oscuro cortado en forma de casco. Se libró de su capa, se la tendió al tipo alto sin mirarle y se dirigió a la butaca Morris que se le había dispuesto junto al fuego."

Tobias Wolff
Vieja escuela



"Estamos hechos para persistir. Así es como descubrimos quiénes somos."

Tobias Wolff



"Jugué mi primer partido con zapatos de calle contra Van Horn. Bobby y Norma me dejaron delante del colegio y se marcharon. Habían estado taciturnos y malhumorados el uno con el otro por el camino. Se graduarían al cabo de unos meses, y sus planes no concordaban.
Supe que tenía problemas en cuanto empezamos los ejercicios de enceste. Los zapatos eran pesados y cuadrados, elegidos por Dwight para ir con la ropa de la escuela y con el uniforme de explorador. Hacían mucho ruido cuando corría y las suelas nuevas resbalaban como patines sobre el suelo profundamente barnizado. Me caí dos veces antes de que empezara el partido. Cuando comenzó, los chicos de la otra escuela ya estaban abucheándome. No deseaba jugar, pero esa noche sólo nos habíamos presentado cinco, así que no tenía más remedio. Mis zapatos sonaban estruendosamente mientras yo corría ciegamente de acá para allá por la pista. A veces la pelota venía hacia mí. La regateé una o dos veces y se la tiré a alguien de rojo. Saltaba cuando veía que todos lo hacían. Iba y venía. Me caía cada vez que trataba de parar demasiado rápido.
En medio del griterío oía una voz en particular, la de una mujer, que chillaba muy por encima del resto. Era como la voz loca de las bandas sonoras de risas. Una vez que la distinguí ya no pude dejar de escucharla. Me perturbaba y me volvía aún más torpe. Cada vez que yo resbalaba o me caía ella se reía más alto y más fuerte, y luego llegó un momento en que no paraba entre caídas sino que seguía chillando con una voz quebrada y jadeante en la que no había ni rastro de risa. Yo no era el único que lo notó. El gimnasio se fue quedando en silencio. Finalmente la suya era la única voz que se oía. Ella no paró. Nuestro entrenador señaló el descanso y nos fuimos a los laterales a secarnos con toallas y a apagar nuestra sed. La gente se volvía en sus asientos para mirarla. Estaba de pie en la última fila de las gradas; era una mujer a quien yo no había visto nunca, enorme, de hombros anchos, con rulos y pantalones de torero. Tenía las manos sobre la cara. Sus hombros estaban agitados por sacudidas mientras unos sonidos como ladridos ahogados salían de su boca. Un hombre pequeño con las mejillas escarlata y los ojos bajos la conducía cogiéndola del codo. Pasaron a lo largo de su fila, descendieron los escalones y cruzaron la pista del gimnasio en dirección a la salida, mientras la mujer ladraba convulsivamente por entre sus dedos."

Tobias Wolff
Vida de este chico



"Lewis va arrastrando los pies a lo largo de la carretera que le aleja de Fort Bragg; murmura y hace auto-stop, pero está tan enfadado que lanza miradas de indignación a todos los conductores que pasan y no le cogen. Está enfadado porque no puede decirles a sus amigos que le acompañen al cine. Bop Hope es su actor favorito, pero no resulta demasiado divertido ir a verle solo. Piensa que deberían ir con él.
Cuando llega al pie de la Smoke Bomb Hill, un coche descapotable se detiene a por él. El conductor del descapotable es un profesor que da clase en la escuela elemental del campamento. Está nervioso, tenso. Lewis se apoya en la portezuela del descapotable y le pregunta algo que no consigue entender porque la voz de Lewis es potente y espesa. El profesor se limita a mirar al frente y a hacer un gesto de asentimiento.
Lewis se sube. Cuenta al profesor que un amigo suyo de Lawton tenía un coche como éste y una noche se despistó y entró con él en un patio y una cuerda metálica de tender la ropa le dejó sin cabeza. Nunca consiguieron encontrar la cabeza. Lewis dice que se imagina que uno de los perros del vecindario la había cogido y la enterró en alguna parte.
Saca un paquete de chicles y se mete cuatro barras en la boca, tirando los papeles al suelo del coche. Ya ha desenvuelto la última barra y va a metérsela en la boca cuando recuerda los modales y ofrece chicle al profesor. El profesor niega con la cabeza, pero Lewis insiste hasta que lo coge. Cuando se pone a mascarlo, Lewis sonríe y asiente.
Dejan el campamento y se dirigen hacia la ciudad. La carretera está bordeada de restaurantes y sitios donde venden coches usados a precios especiales para los militares. Ondean flojamente banderas norteamericanas encima de los remolques con aire acondicionado donde se cierran los tratos, y vendedores de camisa blanca andan por allí en grupos. Al empezar a oscurecer sus camisas parecen brillar. El aire huele a hamburguesa.
El profesor mira de reojo a Lewis. Lewis dice algo incomprensible y el profesor aparta rápidamente la vista y asiente. Lewis sube el volumen de la radio al máximo y se pone a mover los botones. Cuando no consigue lo que quiere hace girar el botón de la sintonía a uno y a otro lado. Piden la opinión a gente sobre si deberíamos de lanzar la bomba atómica en Vietnam del Norte.
Un hombre dice que deberíamos, y ahora mismo. Luego una mujer dice por teléfono que cree que las personas corrientes de Vietnam del Norte probablemente sean muy parecidas a las personas corrientes de aquí, y que son sus dirigentes los que crean problemas. Cree que deberíamos pensar en un modo de tirarles la bomba sólo a los dirigentes. Lewis hace explotar un globo de chicle. Mira la radio como si escuchara con los ojos.
Al profesor le recuerda a uno de sus alumnos. En la cara como sin terminar, en el modo como mira, en su impaciencia. Le pide a Lewis que baje la radio, y cuando Lewis adelanta la mano hacia el botón, el profesor se fija en la mano, inflamada, amoratada. En los cinco días desde que Lewis se ortigó, la hinchazón casi sigue igual. El profesor pregunta a Lewis qué le pasó."

Tobias Wolff
Ladrón de cuarteles