Fidelia

"¡Bien me acuerdo! ¡Hace diez años
y era una tarde serena!
¡Yo era joven y entusiasta;
pura, hermosa y virgen ella!
Estábamos en un bosque,
sentados sobre una piedra,
mirando, a orillas de un río,
como temblaban las hierbas.

¡Yo no soy el que era entonces,
corazón en primavera,
llama que sube a los cielos,
alma sin culpas ni penas!
¡Tú tampoco eres la misma,
no eres ya la que tú eras;
los destinos han cambiado:
yo estoy triste y tú estás muerta!
La hablé al oído en secreto
y ella inclinó la cabeza;
rompió a llorar como un niño
y yo amé por vez primera.
Nos juramos fe constante,
dulce gozo y paz eterna,
y llevar al otro mundo
un amor y una creencia.
Tomamos, ¡ay!, por testigos
de esta entrevista suprema,
unas aguas que se agotan
y unas plantas que se secan;
nubes que pasan fugaces,
auras que rápidas vuelan,
la música de las hojas
y el perfume de las selvas.
No consultamos entonces
nuestra suerte venidera,
y en alas de la esperanza
lanzamos finas promesas;
no vimos que en torno nuestro
se doblegaban enfermas,
sobre los débiles tallos,
las flores amarillentas;
y en aquel loco delirio
no presumimos siquiera
que yo, al fin, me hallara triste,
¡que tú, al fin, te hallaras muerta!
Después, en tropel alegre,
vinieron bailes y fiestas,
y ella expuso a un mundo vano
su hermosura y su modestia.
La lisonja que seduce
y el engaño que envenena,
para borrar mi memoria
quisieron besar sus huellas;
pero su arcángel custodio
bajó a cuidar su pureza,
y protegió con sus alas
las ilusiones primeras;
conservó sus ricos sueños
y, para gloria más cierta,
en el vaso de su alma
guardó el olor de las selvas,
guardó el recuerdo apacible
de aquella tarde serena;
mirra de santos consuelos,
áloe de la inocencia…
¡Yo no tuve ángel de guarda
y, para colmo de penas,
desde aquel mismo momento
está en eclipse mi estrella;
que en un estrado, una noche,
al grato son de la orquesta,
yo no sé por que motivo
se enlutaron mis ideas;
sentí un dolor misterioso,
torné los ojos a ella,
presentí lo venidero:
me vi triste y la vi muerta!
Con estos temores vagos
partí a lejanas riberas,
y allá bañé mis memorias
con una lágrima acerba.
Juzgué su amor por el mío,
entibiose mi firmeza,
y en la duda del retorno
olvidé su imagen bella.
Pero al volver a mis playas,
¿qué cosa Dios me reserva?…
¡Un duro remordimiento
y el cadáver de Fidelia!
Baja Arturo al Occidente
bañado en púrpura regia,
y al soplar del manso Alisio
las eolias arpas suenan;
gime el ave sobre un sauce,
perezosa y soñolienta;
se respira un fresco ambiente,
huele el campo a flores nuevas;
las campanas de la tarde
saludan a las tinieblas,
y en los brazos del reposo
se tiende naturaleza…
¡Y tus ojos se han cerrado!
¡Y llegó tu noche eterna,
y he venido a acompañarte
y ya estás bajo la tierra!…
¡Bien me acuerdo!
Hace diez años de aquella santa promesa,
y hoy vengo a cumplir mis votos,
y a verte por vez postrera.
Ya he sabido lo pasado…
Supe tu amor y tus penas,
y hay una voz que me dice
que en tu alma inmortal me llevas.
Mas… lo pasado fue gloria; pero el presente, Fidelia,
el presente es un martirio:
¡yo estoy triste y tú estás muerta!"

Juan Clemente Zenea


Introducción

"Al salir temblando Véspero
del seno azul de los mares,
viene a besarme la frente
la musa de mis romances.
Mas no penséis que en mi espíritu
se entronicen vanidades,
porque yo mismo lo he dicho:
¡mi esperanza es un cadáver!

Yo canto como los pájaros,
yo entonces lanzo a los aires
en la voz de la alegría
la expresión de hondos pesares.
Morirá mi acento lánguido,
y si algún eco dejare
en la atmósfera del siglo,
no podrá ofender a nadie.

¿Qué hallaréis en estas páginas?
Unas baladas fugaces
en que a las brisas del mundo
el alma sus flores abre;
Recuerdos de nieblas lúgubres,
melodías de los valles,
himnos del cielo en el golfo,
tristes lamentos de un sauce;

Que ese sol que baja pálido
tras mis montañas natales,
y ese murmullo del bosque
que vaga en ondas errantes;
¡Me anuncian, ¡ay!, el crepúsculo
de una ilusión adorable,
la noche en mi pensamiento,
y en mi corazón la tarde!"

Juan Clemente Zenea


Lágrimas

"Ave que cruzas callada
el mundo de mis delirios,
blanca azucena brotada ,
en un vaso de cristal;
visión de todos mis días,
sueño de todas mis noches,
hermosa flor que vivías
con aliento mundanal.

¡Bella mujer! ¿qué te has hecho?
¿Por qué no siento tu mano
tocar mi frente y mi pecho,
y encender mi corazón?
Ave errante, ¿dónde fuiste?
¿Te has marchitado, azucena?
Sueño, ¿te desvaneciste?
¿Te evaporaste, visión?

¿Do están tus rayos, estrella?
¿Do te has ido, hija del cielo,
la del alma pura y bella,
la del rostro angelical?
¡Acaso en tus sinsabores
llorando está, mi adorada,
tus desdichados amores
y mi destino fatal!

Cuando la tierra se viste
con su ropaje de viuda,
y asoma la luna triste
en la azulada región,
por mi mejilla descienden,
salobres y abrasadoras,
gotas, ¡ay!, que se desprenden
de mi enfermo corazón.

Porque a estas horas me acuerdo
de mi existencia pasada,
y en ella no hay un recuerdo
que amargo deje de ser.
De mi vida cada escena
es una historia de luto,
cada memoria una pena,
cada instante un padecer.

Entonces se me aparece
tu imagen de fada errante
que sobre la mar se mece
al morir radiante el sol.
Entonces tus ojos miro
aun más negros que la noche,
y en tu hermosa faz admiro
las tintes del caracol.

Entonces, saben los cielos
que me acusa la conciencia
proporcionarte desvelos
con mi torpe ingratitud,
¡y sabe Dios, alma mía,
que tu tormento y tu llanto
contribuyeron un día
a entristecer mi laúd!

Sobre sus cuerdas rodaron,
una tras otras perdidas,
las lágrimas que brotaron
tus ojos en tu aflicción.
Desahogando tus pasiones
al descender temblorosas,
formaron lánguidos
con su tenue vibración.

Son perlas, ángel divino,
que valen más que mi vida,
y aun más de lo que el destino
me quisiera conceder,
¡oh! ¡si pudiera beberlas,
yo en mi pecho guardaría
esas blanquísimas perlas
que están secando tu ser!

¡Pero mi boca es impura,
y ese raudal de diamantes
presta brillo a tu hermosura
y consuelo a tu dolor!
Mis labios tu faz tocando
no habrán de mancharla, hermosa,
tú estás de amores llorando,
¡y quiero verte llorar...!"

Juan Clemente Zenea



Morir de amor

"Ven, pajarillo, a mis prados,
ven a posarte en sus calles
sobre un lirio de los valles,
sobre un ciprés temblador;
alégrame con tus trinos,
muestra al sol tus lindas galas,
y arrúllame con tus alas
que estoy muriendo de amor.

Sauce verde en cuyas hojas
la luna su rayo quiebra,
cuyas ramas te celebra
el viento murmurador;
tú que en horas de ventura
susurrando me dormiste,
concédele sombra al triste
que está muriendo de amor.

Te mandé un suspiro anoche,
mas puede haberse perdido,
y acaso estará escondido
en la copa de una flor;
o errante sobre una fuente
tal vez mi mensaje olvida,
y no te anuncia, ¡oh Mercida!,
que estoy muriendo de amor.

Tú que a vivir me enseñaste,
tú que mis penas consuelas,
querubín que alegre vuelas
en torno del trovador,
déjame aspirar la esencia
que de tus labios exhalas,
y cúbreme con tus alas
que estoy muriendo de amor."

Juan Clemente Zenea