"Le había conocido en la locura, una especie de rabia impotente como la de ciertas formas ancladas de rebelión humana."

Armonía Somers
La mujer desnuda


" [...] mi literatura puede juzgarse a veces como poco iluminada, y para algunos de difícil acceso. Confieso que a veces no comprendo que lo parezca, ya que por haber salido de mí tengo confianza de mano a mano con ella. Pero si alguna vez yo misma quedo atrapada en el cuarto obscuro de lo que he creado, un personaje, una situación, un desenlace, me doy a pensar que lo hice para salvar, para rescatar, para no inmolar a alguien o a algo en la excesiva luz del signo, y en la espantosa claridad que encierran todas las convenciones […] Mis personajes morirían en la claridad, e inevitablemente, me iría con ellos. Esto es lo más que puedo decir : el día que logre la luminosidad meridiana, quizás como demostración de que sabía hacerlo, yo entraré en mi túnel sombrío para ajustar cuentas conmigo."

Armonía Somers



"Nadie en la vida había sido capaz de sonreírme en tal forma, debí pensar, no sólo completamente para mí tal una golosina barata cualquiera, sino como si se desplegase un arco iris privado en un mundo vacío. Y casi alcancé a retribuírselo. Pero de pronto ocurre que uno es el hijo de la gran precaución. Hombre raro. Policía arrestando vagos. Nunca. Cuidado. Eran unas lacónicas expresiones de diccionario básico, pero que se las traían, como pequeños clavos con la punta hundida en la masa cerebral y las cabezas afuera haciendo de antenas en todas las direcciones del riesgo. Malbaraté, pues, el homenaje en cierne y salí a todo correr, cuanto me permitió el temblequeo de piernas.
El relato, balbuceado en medio de la fiebre en que caí estúpidamente, se repitió con demasía. Y así, sin que nadie se diera cuenta de lo que se estaba haciendo, me enseñaron que había en este mundo una cosa llamada violación. Algo terrorífico, según se lograba colegir viendo el asco pegado a las caras como las moscas en la basura. Pero que si, de acuerdo con mi propia versión del suceso, podría provenir de aquel hombre distinto que había sonreído para mí desde la piedra, debía ser otra historia. Violación, hombre dulce. Algo muy sucio de lo que ellos estarían de vuelta. Pero sin que nada tuviese que ver con mi asunto, divisible solamente por la unidad o sí mismo, como esos números anárquicos de la matemática elemental que no se dejan intervenir por otros. Tanto que supuse que violar a una niña sería como llevársela sobre un colchón de nubes, por encima de la tierra suspicaz, a un enorme granero celeste sin techo ni paredes. Y a estarse luego a lo que sucediera.
Así fue cómo la imagen inédita de mi hombre permaneció inconexa, tierna y desentendida de todo el enredo humano que había provocado. Detuvieron a unos cuantos vagabundos, y nada. Mi descripción no coincidía nunca con harapos, piojos, pelo largo, dientes amarillos. Hasta que un día decidí no hablar más. Me di cuenta de que eran unos idiotas crónicos, pobres palurdos sin aventura, incapaces de merecer la gracia de un ángel que nos asiste al salir del caño. Y todo quedó tranquilo. Pero eso no fue sino el prólogo. Él reapareció muchas veces, se diría que siete, las suficientes para una completa terrenidad. Y aquí comienza la verdadera historia. El hombre de la acera de enfrente. El único que asistió a mi muerte. La revelación final del vacío.
Yo vivía entonces en una buhardilla. La había elegido por no tener nada encima ni a los costados, una especie de liberación inconsciente del túnel, por si esto fuera saber sicoanalizarse. Una vez, luego de cierta enfermedad bastante larga, abrí la ventana para regar unas macetas y lo vi. Sí, lo vi, y era el mismo. Con tantos años más encima, y no había cambiado ni de edad, ni de traje, ni siquiera de estilo en el bigote. Se hallaba parado junto a una columna y, aunque nadie pudiese creerlo, tenía la misma ramita verde de diez o doce años atrás en la mano. Entonces yo pensé: esta vez será mío. Sólo que su imagen no tendrá profanadores, no irá a caer en los sucios anales del delito común, al menos siendo yo quien lo entregue... En ese preciso golpe mental de mi pensamiento, él levantó la cabeza, desde luego que reconociéndome, y volvió a sonreírme como en la boca del túnel. (Dios mío, haz que no se pierda de nuevo —dije agarrándome de la famosa argolla del ruego—. Otros tantos años después del después no serían lo mismo. Sólo tiempo de bajar a decirle que yo no lo acusé. Y no únicamente eso, sino todo lo demás, las dulces historias que su presunta violación había sido capaz de provocar más tarde, en toda soledad que Tú desparramases bajo el cielo, cuando las horas eran propicias y las uvas maduraban en sus auténticos veranos."

Armonía Somers
El hombre del túnel


"Sí, realmente, el bosque le parecería desde el principio un cetáceo varado."

Armonía Somers
La mujer desnuda



"Siempre hay algo más importante que la anécdota, tantas veces prescindible. Me gusta rastreen ese algo más, porque así como existe un oficio de escribir hay también un oficio de leer.
[...]
Una cabeza, algo tan importante sobre eso tan vulnerable que es un cuello... [...] El filo penetró sin esfuerzo, a pesar del brazo muerto, de la mano sin dedos. Tropezó con innumerables cosas que se llamarían quizás arterias, venas, cartílagos, huesos articulados, sangre viscosa y caliente, con todo menos el dolor que entonces ya no existía.
[...]
Hay que dejarse crecer las uñas durante quince días. ¡Oh, qué dulce resulta entonces arrancar brutalmente del lecho a un niño [...]. Luego, de pronto, cuando menos lo espera, hundir las largas uñas en su tierno pecho, cuidando que no muera [...]. A continuación, se bebe la sangre lamiendo sus heridas [...]. Véndale los ojos mientras desgarres sus palpitantes carnes; [...] Le desatarás las manos de hinchados nervios y venas, devolverás la vista a sus extraviados ojos, lamiendo de nuevo sus lágrimas y su sangre.
[...]
La mujer decapitada tomó su antigua cabeza, se la colocó de un golpe duro como un casco de combate. [...] Era, además, difícil y molesto volver al mundo por los ojos, especie de desván donde las cosas y sus imágenes parecían reivindicar por la fuerza de la costumbre su derecho sitio normal, arañando sin compasión la inocencia del aire.
[...]
Rebeca Linke sufrió un repentino vértigo. Quiso dominarlo aferrándose a algo. No había nada próximo. Las estrellas, amontonadas, cual si se soldasen por las puntas, brillaban demasiado lejos. [...] Aquello, ilimitado, lleno de posibilidades de albedrío, mucho más libre que las dudosas cosas del cielo, era la noche propia.
[...]
Sin embargo, esta vez le pareció encontrar algo que jamás había sospechado llevar consigo en sus propias manos. Luego las bajó, se acarició a sí misma el flanco. [...] Cuando la caricia le llegó hasta los pechos, tuvo la sensación de descubrirse después de una inmensidad de olvido."

Armonía Somers
La mujer desnuda


"Y yo feliz entonces, porque había aprendido de una vez por todas que las mentiras son las verdades si el muñeco sabe dar la dicha a los demás, porque... todos somos muñecos, lo que pasa es que a Dios se le han endurecido los dedos para manejar los hilos de algunos, mientras que para otros es un artista bárbaro.
[...]
Por eso yo mismo me hice animal de jaula, por imitar a los malditos hombres, que, mirados a lo lejos, parecían tan libres.
[...]
No importaría que el huevo ya tuviese el pollo formado como en mis épocas de confitero. Al fin y al cabo todo es la vida bajo distintas formas."

Armonía Somers
Un retrato para Dickens