"A las tres menos cinco de esa tarde, tres personas cuyas vidas se iban a enlazar de forma extraña se vieron a un suspiro de distancia en la espléndida escalinata de la casa Dior, ahora atestada de visitantes, clientas, vendedoras, personal y miembros de la prensa, todos en pleno trajín.
La primera de estas personas era monsieur André Fauvel, el joven jefe de contabilidad. Iba bien arreglado y tenía la apostura de los rubios, a pesar de una cicatriz en la mejilla adquirida de forma honrosa, origen de una medalla militar por los días de servicio en Argelia.
A veces necesitaba bajar de las regiones gélidas de sus libros de contabilidad del cuarto piso y acceder a la calidez de la atmósfera del primero, con sus perfumes, sedas y satenes, y las mujeres a las que éstos envolvían. Agradecía esas ocasiones e incluso buscaba excusas para propiciarlas, por la posibilidad de atisbar a su diosa, la modelo estrella, por quien sentía un amor desesperado y, evidentemente, bastante imposible.
Porque mademoiselle Natasha, como la conocían la prensa y el público del sector de la moda, era la chica más deseada de París: una belleza morena de ojos oscuros y un atractivo extraordinario, que sin duda tenía una brillante carrera por delante, ya fuera en el cine, bien casándose con un noble rico. Todos los solteros importantes de la ciudad, por no hablar de una considerable proporción de los casados, la cortejaban.
Monsieur Fauvel procedía de una buena familia de clase media; gozaba de un buen puesto y un buen sueldo, y además tenía algo de dinero, pero su mundo quedaba tan lejos del brillante astro que era Natasha como el planeta Tierra de la gran estrella Sirio.
El joven tuvo suerte, pues en ese instante la vio en la puerta del camerino, ya embutida en el primer conjunto que iba a lucir, un vestido de lana de color fuego; en lo alto de su deslumbrante cabeza llevaba un sombrero del mismo tono. Un copo de nieve de diamantes lanzaba destellos desde su cuello, y de un brazo le colgaba con indolencia una estola de marta cibelina. A monsieur Fauvel le pareció que el corazón se le iba a parar y no le iba a volver a latir nunca más: tan bella era, y tan inalcanzable.
Con una mirada de sus ojos dulces y serios, muy separados y con párpados entrecerrados, mademoiselle Natasha vio a monsieur Fauvel y al mismo tiempo no lo vio, mientras, dejando ver un ápice de lengua rosada, reprimía un bostezo. Lo cierto era que se aburría soberanamente. Solo una pequeñísima parte de la concurrencia de Dior conocía la verdadera identidad, y menos aún la verdadera personalidad, de la Niobe de largas extremidades, cintura alta y negrísimo cabello que los ricos y los famosos rondaban como las abejas la miel."

Paul Gallico
Flores para la señora Harri


"Por primera vez, al hacer el amor, se encontraba con una pasión que estaba teñida de piedad y ternura. Jamás había vivido antes la riqueza que inundaba todo su ser por obra de esa frágil criatura asustada que unía con él toda su pequeñez y que, con todo lo que era o podía ser, compartía con Muller lo que sentía como los últimos momentos de su vida y se convertía toda ella, para él, en regalo de despedida. La cautivante dulzura del agotamiento que se había apoderado simultáneamente de ambos se apaciguó y pasó, pero, para Muller, perduró la abrumadora sensación de compasión y la necesidad de proteger ese cuerpo con el cual todavía estaba unido, sin saber quién era Nonnie, sin haber visto siquiera cómo era en realidad. Por la mente de Muller pasó el eufemismo usado en su clase social para designar lo sucedido. Había «hecho el amor» y supo que allí, en la oscuridad, con esa muchacha desconocida que tan poco tiempo antes había aparecido en su horizonte, por primera vez era cierto. El amor, algo que no había conocido nunca antes, había brotado en él y ahora lo envolvía, lo colmaba, lo ahogaba y le llenaba los ojos de lágrimas. Se quedaron uno en brazos del otro, temblando y murmurando, tocándose la cara con los dedos y dándose cuenta poco a poco de que, por más que la muerte corriera y aullara por el corredor de afuera, ellos todavía estaban vivos. Los Rosen se resguardaban lo mejor posible. Manny repetía: —¡Acuéstate, mami! Quédate acostada como él dijo y no te preocupes, que estoy aquí —y, recordando lo que les había advertido Scott, protegía con sus manos la cabeza de su mujer. No le angustiaban imágenes de Hades, de abismos insondables o de demonios que alborotaban en las regiones infernales, ya que la religión judía no tiene lugar para semejantes insensateces. Sólo sabía que estaban en un lío mayúsculo, con un montón de marineros enloquecidos que aullaban, empujaban y corrían en la oscuridad, y procuraba proteger a Belle lo mejor posible."

Paul Gallico
La aventura del Poseidón



"Tener gatitos puede pasar a cualquiera."

Paul William Gallico


"Yo soy un gato.... yo soy honorable... yo tengo orgullo... yo tengo dignidad."

Paul William Gallico