Historia de un leñador (Cuento de Elul)

"En un pueblecito judío de Polonia, su gente se preparaba para la más sagrada de sus festividades: el Iom Kippur. El día del perdón. Al salir la primera estrella y como todos los años, el pueblo casi desparecía entre las montañas porque nadie hacía otra cosa que estar en el templo rezando fervorosamente y ayunando para asegurar el perdón divino y conseguir así que el buen Dios, como decían los libros sagreados, inscribiera a cada uno y al pueblo entero en la lista de los que tendrían un buen año.
Durante todo un día ningún judío observante comía, ni trabajaba, ni se divertía. Tan solo se consagraba a la oración. Lo hacía por sí mismo, por su familia y por los vecinos.
Estaba oscureciendo cuando el último de los hombres del pueblo llegó jadeando al templo.-
-¡Rabino, rabino! -gritaba.
-¿Qué pasa? -dijo el bondadoso Baal Shem Tov saliendo a su encuentro..
-Tenemos un problema gravísimo. Hay que solucionarlo. Dios nos va a castigar a todos si no hacemos algo. El pueblo entero volará por el aire con su furia…
-Cálmate… ¿Qué es lo que pasa?
-Yo venía cabalgando de prisa hacia el pueblo y, para llegar a tiempo, crucé por el camino de la montaña y pasé cerca de la cabaña de Guedalia… Y allí lo vi. El gigante estaba sentado frente a una gra mesa llena de comida y bebida dispuesto a darse un atracón, que te aseguro que le llevaría más de veinticuatro horas tragar. Yo pensé que él no se había dado cuenta del día o de la hora, así que me acerqué a saludarlo y advertirle. Pero apenas me vio llegar y antes de dejarme hablar me gritó: “Ya sé que estamos empezando el Kippur, pero yo soy Guedalia y como y bebo cuando quiero y cuanto quiero. ¿Está claro? Y ahora… ¡fuera de aquí!”. Y yo, Rav, vi brillar la furia en sus ojos y salí huyendo. Vine directo a la sinagoga porque pensé que debía contártelo. Tú eres el rabino de este pueblo, debes hacer algo para salvarnos de la ira de Dios por esta ofensa.
-¿Qué pretendes que haga? Empieza el Kippur, hablaré con él mañana, después que salga la primera estrella.
-Estás loco, ¿cómo mañana? ¿No te das cuenta? Para mañana Dios puede haber destruído toda la región.
-No, no, no, no -agregaron todos los demás-. Debes ir ahora mismo a verle. Tienes que salvarnos de ese salvaje que nos quiere matar. Nosotros rogaremos mientras tanto para que Dios tenga paciencia hasta que hables con él y no destruya este pueblo por los pecados de Guedalia.
Baal Shem Tov agarró su vara de caminar y se dirigió al bosque donde estaba la casa del leñador. Desde lejos se veía la gran mesa de madera llena de carnes, frutas y verduras iluminada con lámparas de aceite. Al llegar a la cabaña, la noche había caído. El día del perdón había empezado.
En efecto, Guedalia estaba comiendo como si nunca hubiera probado bocado. Era impresionante. El leñador era un verdadero gigante, tan alto como un pino, tan ancho como un ombú, tan fuerte como un roble. Y allí estaba esa mole comiendo y bebiendo casi sin parar a respirar.
-¿Qué pasa, Guedalia? ¿Por qué estás comiendo hoy que es el día del perdón? Puedes comer todos los otros días, pero hoy podrías acompañarnos en nuestro ayuno.
-No -dijo Guedalia.
-¿Por qué no, Guedalia? ¿Te hemos ofendido?
-No tengo tiempo para conversar, Rav. Tengo todo esto para comer y mañana ya debo volver a trabajar…
-¿Por qué dices que debes comer toda esa comida?¿Cual es la necesidad de comer tanto?
Guedalia siguió comiendo desesperadamente sin contestar una palabra. Baal Shem Tov se sentó en el suelo en silencio y comenzó a rezar. Así se pasaron toda la noche y todo el día siguiente. Ninguno de los dos durmió. Uno rezando y el otro comiendo.
Finalmente, la primera estrella apareció de nuevo en el horizonte y Baal Shem Tov se levantó y se acercó a Guedalia. La mesa estaba vacía salvo por algunas migas de pan que se habían escapado a la voracidad del único comensal. El rabino lo miró sin decir nada y Guedalia le habló:
-Un día, cuando yo tenía diez años, mi padre me llevó con él al bosque. Estaba intentando enseñarme a usar el hacha. Habíamos ido con nuestras dos mulas cargadas de provisiones, unas mantas y las hachas al hombro. Todo sucedió tan rápidamente… Cuatro cosacos aparecieron de la espesura, agarraron a mi padre y empezaron a revisar las alforjas de las mulas buscando licor y comida. Después de adueñarse de lo que quisieron, empezaron a a burlarse de mi padre. Lo empujaban e insultaban tirando de su barba y pateándole el trasero. En cierto momento uno de ellos dijo: “Danos el dinero que tengas”. Mi padre, pobre, nunca tenía más que unas monedas de cobre en el bolsillo, así que las sacó y se las dio. “¿Esto es todo, basura? ¿Esto es todo lo que tienes?”, le dijeron: “No te mereces seguir viviendo”. Y entonces, entre tres, lo ataron a un árbol, mientras uno de ellos me sujetaba en el aire con una mano y me decía: “Mira y aprende, pequeño judío, aprende”. Rociaron a mi padre con un poco de aceite y le prendieron fuego… Mi padre era tan pequeño y tan delgado que se consumió en un instante casi sin llama. Los cosacos me arrojaron a un costado y se fueron riendo a carcajadas. Ese día, Rav, yo hice una promesa.
Juré que en el resto de mi vida, cada vez que no estuviera trabajando, iba a comer y comer.
Comería sin parar hasta ser un gigante, hasta que mi cuerpo juntara tanta grasa que si alguna vez me pasaba lo mismo que a mi padre, no me consumiera como él. Juré que si alguien podía atarme a un árbol y prenderme fuego, yo iba a arder tan intensamente e iba a desprender un humo tan negro, que desde cualquier parte del mundo todos sabrían que en ese lugar estaban quemando a un hombre.
Baal Shem Tov se acercó a Guedalia, lo besó en la frente y volvió caminando lentamente al pueblo. Todos lo esperaban. Habían rezado por él y por la supervivencia del pueblo. Habían pedido, rogado e implorado a Dios que no los castigara por las ofensas de un maldito pecador. Cuentan que el rabino bajó la cabeza casi avergonzado de lo que escuchaba y les dijo:
-Les aseguro que si alguna vez este pueblo se salva de alguno de los castigos de Dios, que todos sabemos que merecemos, si se salva, les digo… será gracias a Guedalia.”

Cuento tradicional talmúdico
(Extraído y adaptado de la colección de Ora Ganuz. Recopilados por Martín Buber)