Calmadamente atravesamos este día de abril

"Calmadamente atravesamos este día de abril,
Poesía de la urbe, allá y aquí,
Sentados en el parque el pobre y el rentista,
Los niños revoltosos, el automóvil
Que se aleja, fugitivo, por nuestro lado,
Entre el obrero y el millonario,
El número es lo que proporciona la distancia,
Es ahora el año de mil novecientos treinta y siete,
Ausentes están muchos de nuestros grandes afectos,
¿Qué vendrá a ser de ti y de mí
(Esta es la escuela en que aprendemos…)
Más allá de la foto y la memoria?
(… que el tiempo es el fuego en que ardemos.)
 (Esta es la escuela en que aprendemos…)
¿Qué es el yo en medio de este fulgor?
Lo que soy yo ahora era ya entonces,
Eso mismo que retomaré y otra vez soportaré,
La teodicea que escribí en mis días de colegio
Regeneraba toda vida a partir de la infancia,
¡Los niños bulliciosos rebrillan mientras corren 
(Esta es la escuela en que aprendemos…)
Por completo enloquecidos en su juego pasajero! 
(… que el tiempo es el fuego en que ardemos.)

¡Tan ávida su prisa, la de este alocado fulgor!
¿Dónde están mi padre y Eleanor?
No dónde están ahora, ha siete años muertos,
Sino, ¿qué es lo que eran entonces?
¿Nada más? ¿Nada más?
Desde mil novecientos catorce al presente,
Bert Spira y Rhoda se consumen, consumen
No el lugar donde ahora están (¿Dónde están ahora?)
Sino lo que eran entonces, hermosos los dos;

Cada minuto estalla en la ardiente habitación,
El gran globo gira alocado en el fuego solar,
Arrojando de sí lo trivial y lo único.
(¡Cómo relumbran todas las cosas! ¡Cómo refulgen!)
¿Qué soy yo ahora que era ya entonces?
Que la memoria restituya una y otra vez
El más pequeño color del día más breve:
El tiempo es la escuela en que aprendemos,
El tiempo es el fuego en el que ardemos."

Delmore Schwartz



El conocimiento del verano


"El conocimiento del verano no es la veracidad del invierno,
ni la del otoño, ni su fruición, visión o reconocimiento:
no es la gracia de mayo, joven y echando hojas verdes,
radiante con sus hojas blancas,
no es la astucia ni el conocimiento del dorado otoño
ni la oscura madurez del viñedo,
tampoco es la atormentada, empapada y lluviosa ciencia del nacimiento,
abril, o sus dolores de parto,
ni la ciencia en las convulsiones del útero, o en las enmarañadas arterias
rotas y abiertas, raíces que se abren paso desde la oscura marga:
la agonía de la primera muestra de dolor es peor que la muerte,
o peor que pensar en ella:
sin amapolas, sin preparativos, sin iniciación o ilusión,
solo el comienzo, tan lejos de todo conocimiento o cualquier conclusión,
de toda indecisión o cualquier apariencia.
El conocimiento del verano es verde, campestre,
es la sabiduría de crecer y el reconocimiento flexible
de la plenitud, corpulencia y redondez de la madurez,
es la inteligencia del ave y la erudición que los árboles adquieren
cuando la savia asciende hasta la hoja, hasta la flor,  hasta el fruto,
esos que la raíz nunca ve y que se imagina en la oscuridad
y en la ignorancia de la sabiduría invernal.
-La sabiduría de la fruta no es la misma que posee la raíz
en sus indómitas tinieblas de ambición, ese estado de fe más allá de concebir
una experiencia o la satisfacción que ofrece la fruición.
El conocimiento del verano no es una imagen del saber
tampoco es el conocimiento de la tradición o el aprendizaje.
No es la sabiduría adquirida en las altas serranías,
no es la imagen del jardín, de manantiales ocultos
en las lejanas montañas.
No es la mirada fija en un marco de oro,
no son las deliberadas y atesoradas frases de los sentimientos;
es la inteligencia del gato, del ciervo, del consumado follaje,
la flor de nieve y la fruta redonda.
Es lo que sabe el fénix de la vid y la uva al final del verano,
cuando la uva se hincha y la manzana enrojece:
es la ciencia de la manzana madura, avanzando hacia la plenitud
de ese momento en que cae en la podredumbre y muerte.
Pues el conocimiento del verano es tanto el de la muerte como el del nacimiento,
es tanto el de la muerte como el del suelo
de toda esa abundante, floreciente llama del renacimiento.
Es el conocimiento de la veracidad del amor y la del crecimiento:
el conocimiento antes y después del conocimiento:
pues, en cierta forma, el conocimiento del verano no es absoluto:
es instintivo, la naturaleza consumada, un nuevo nacimiento
una nueva muerte para renacer, inmensamente surgir de las llamas
del cambiante octubre, del ardiente noviembre,
las imponentes y decadentes llamas
creciendo cada vez más vívidas y altas
en el consumo y aniquilación del fuego otoñal."

Delmore Schwartz




"El tiempo es la escuela de los cuales aprendemos, el tiempo es el fuego que nos quemamos."

Delmore Schwartz


"Existencialismo significa que nadie más puede tomar un baño por ti."

Delmore Schwartz



La balada de los hijos del Zar

1

"Los hijos del Zar
jugaron con un balón

En la mañana de mayo, en el jardín del Zar,
se lo lanzaban y lanzaron.

Cayó entre los arriates
o se fugó a la puerta norte.

Una luna diurna colgaba
del cielo a poniente, calva y blanca.

Como la cara de Papá, dijo Hermana,
arrojando la pelota blanca.

2

Mientras, yo me comía una papa asada
a seis mil millas de distancia,

En Brooklyn, en 1916,
edad dos años, irracional.

Cuando Franklin D. Roosevelt
era un anuncio de camisas Arrow.

¡Oh, Nicolás! ¡Ay! ¡Ay!
Tosió en tu ejército mi abuelo.

Oculto en un tonel apestoso a vino
tres días en Bucarest

Se fue luego a América
y llegó a ser rey.

3

Yo soy el padre de mi padre,
tú eres la culpa de tus hijos.

En la piedad y el terror de la historia
el niño es de nuevo Eneas;

Troya está en el cuarto de los niños,
el caballico de madera en llamas.

¡Explotación de menores! Cargue el niño
los padres a su espalda.

Y puesto que pasaron tantas cosas
y que la historia no es sino tristor

Para el individuo,
el que bebe té, el que se acatarra,

Generalícese la furia:
odio cosas abstractas.

4

Hermano y hermana rebotaban
el invicto balón obligado,

Del sol cayeron añicos
como espadas sobre aquel juego,

Marchoso hacia levante entre estrellas
y hacia octubre y febrero.

Mas los vientos de mayo rozaron sus mejillas
como madre que vigila un sueño,

Y si pelean un poco
por culpa del balón

Y la hermana pellizca al hermano,
y el hermano le atiza en las canillas,

¡Pues sí! Así es el corazón humano:
flor de cacto.

5

El jardín donde el balón rebota
es otro balón que retoza.

El remolino rotatorio del orbe
impide el júbilo del albedrío.

Rueda en su foco oscuro de luz,
muy grande para sus manos.

Cosa despiadada sin fin,
capricho y perseverancia,

No se hizo para niños, para juegos,
se hizo para perseguirse.

De los inocentes se apoderan,
no son inocentes.

Son los padres del padre,
el pasado inevitable.

6

Ahora, en este octubre
de esta mala racha,

Veo mi segundo año,
me como mi papa asada.

Mi mundo untado con manteca
que atiza mi torpe mano

Cae de la silla alta
y me echo a chillar.

Y veo el balón rodar bajo
la verja cerrada de hierro.

Grita la hermana, chilla el hermano,
el balón evadió sus albedríos.

Pensar que hasta un balón
es incontrolable,

Y está bajo la tapia del jardín.
El terror se apodera de mí

Si pienso en los padres del padre,
y en mi propio albedrío."

Delmore Schwartz
Traducción de José Kozer


Los perros son shakespereanos, los niños son extraños

"Los perros son shakespereanos, los niños son extraños.
Dejemos que Freud y Wordsworth diluciden al niño,
Los ángeles y los platónicos juzgarán del perro,
El perro que corre, se detiene, distiende sus ollares, que
Luego ladra y se queja; el niño que pellizca a su hermana,
La pequeña que canta la canción de Noche de Reyes,
Como si comprendiera al viento y a la lluvia,
El perro que gime escuchando concierto de violines.
¡…Oh, me pongo triste cuando veo perros o niños!
Pues ambos son extraños, son shakespereanos.

Dinos, Freud, ¿puede acaso ser que los lindos niños tengan
Simples y repulsivos sueños sobre sus funciones corporales?
Y tú, Wordsworth: ¿se encuentran ellos realmente cubiertos
Por nubes de gloria, están iniciados en la Naturaleza oscura?
El perro que rastrea humildemente en la tierra,
El niño que da crédito a los sueños y teme la oscuridad, 
Saben más y menos que ustedes: saben ellos muy bien,
Que ni los sueños ni la infancia a todo responden bien:
Son también ustedes extraños; los niños, shakespereanos.

Contempla al niño, contempla al animal,
Extraños bienvenidos, pero estudia las cosas cotidianas,
Sabiendo que cielo e infierno están a nuestro alrededor,
Pero esto, esto que decimos antes de arrepentirnos,
Esto que vivimos por detrás de nuestros rostros ocultos
No es sueño, tampoco infancia, mito o paisaje, 
Ni algo definitivo, o finalizado, puesto que
Inacabados somos y ningún futuro conocemos,
Y nuestras almas desgastamos al aullar y danzar,
En rítmicas sílabas delante del telón, pues,
Somos extraños, somos shakespereanos."

Delmore Schwartz


"Mientras dan cuenta de la cena, mi padre cuenta sus proyectos de futuro y mi madre se esfuerza en poner una cara que muestre cuán interesada y encandilada le tiene. Mi padre está eufórico. Se deja arrastrar por el vals que están tocando y el futuro que tiene ante sí le va nublando el pensamiento. Cuenta a mi madre que tiene previsto ampliar el negocio, el dinero está ahí, sólo hay que cogerlo. Quiere sentar cabeza. Bien mirado, tiene ya veintinueve años, ha vivido por su cuenta desde los trece, cada vez gana más dinero y siente envidia cuando visita a sus amigos casado y ve esas casas tan hogareñas y reconfortantes, esa vida entre placeres domésticos y aparentemente tranquilos, con niños encantadores, y es en ese instante, justo cuando el vals alcanza su apogeo y todas las parejas de baile giran con locura, es en ese instante cuando, armándose de valor, pide a mi madre que se case con él, sin poder ocultar, junto a la emoción, la incomodidad y perplejidad por haber sido capaz de dar el paso, pero para colmo de males ella empieza a llorar y mi padre dónde mirar ni qué hacer en este trance, y entonces mi madre dice: «No he querido otra cosa desde el día que te conocí», sollozando, y a él todo se le antoja muy complicado, casi de mal gusto, muy distinto de cómo se lo imaginaba en sus largos paseos por el puente de Brooklyn, envuelto en la irrealidad de un cigarro puro."

Delmore Schwartz
En los sueños empiezan las responsabilidades