"Crees que el pasado afecta el porvenir; ¿no pensaste nunca que el porvenir afecta al pasado?"

May Sinclair
Donde su fuego nunca se apaga




"—¿Hasta cuándo? —dijo ella—. La vida no continúa para siempre. Moriremos. —¿Morir? Hemos muerto. ¿No sabes dónde estamos? Esta es la muerte. Estamos muertos, estamos en el Infierno. —Sí, no puede haber nada peor. —Esto no es lo peor. Mientras nos queden fuerzas para huir, mientras podamos ocultarnos en nuestros recuerdos, no estaremos del todo muertos. Pero pronto habremos llegado al más lejano recuerdo y no habrá nada más allá. En el último infierno, no huiremos más, no encontraremos más caminos, más pasajes, ni más puertas abiertas. Ya no necesitaremos buscarnos. En la última muerte estaremos encerrados en esta salita, tras esa puerta con llave. Yaceremos aquí, para siempre."

May Sinclair
Donde su fuego nunca se apaga



"—La primera etapa en la otra vida, depende, en gran parte, de lo que pensamos en nuestros últimos momentos."

May Sinclair es el seudónimo por el que fue conocida la escritora británica Mary Amelia St. Clair
Donde su fuego nunca se apaga




"Trató de creer que estaba deprimida, porque su amor era más puro y espiritual que el de Oscar; pero sabía perfec­tamente que había llorado de aburrimiento. Estaban enamo­rados, y se aburrían mutuamente. En la intimidad, no po­dían soportarse.
Al fin de la segunda semana, empezó a dudar de haberlo querido alguna vez.
En Londres, por un tiempo, volvieron a entusiasmarse. Lejos del esfuerzo artificial que les había impuesto París, quisieron persuadirse de que el antiguo régimen de aventura furtiva era más adecuado a sus temperamentos románticos. Pero los perseguía el temor de que los descubrieran. Durante una corta enfermedad de Muriel, pensó con terror que ésta podía morir; ya nada le impediría casarse con Oscar; él seguía jurando que si estuviera libre se casaría con ella.
Después de la enfermedad la vida de Muriel fue precio­sa para los dos: les impedía una unión permanente. Sobrevino la ruptura.
Oscar murió tres años después. Fue un inmenso alivio para Harriet. Ahora ya nadie sabía su secreto. Sin embargo, en los primeros momentos, Harriet se decía que, Oscar muerto, estaría más cerca de ella que nunca. No recordaba que en vida casi nunca había deseado tenerlo cerca. Mucho antes de que pasaran veinte años, le pareció imposible haber conocido una persona como Oscar Wade. Schubler y el Hotel Saint Pierre ya no eran recuerdos importantes. Hubieran desentonado con la reputación de santidad que había adqui­rido. Ahora, a los cincuenta y dos años, era amiga y ayudan­te del Reverendo Clemente Farmer, Vicario de Santa María en Maida Vale.
Era secretaria del Hogar para Jóvenes Caídas, de Maida Vale y Kilburn. Su exaltación mayor sobrevenía cuando Cle­mente Farmer, el flaco y austero vicario, parecido a Jorge Waring, subía al púlpito y levantaba los brazos en la bendi­ción. Pero el momento de su muerte fue el más perfecto. Estaba acostada, soñolienta, en la cama blanca, debajo del negro crucifijo con un Cristo de marfil. El sacerdote se movía tranquilamente en el cuarto, arreglando las velas, el misal del Santísimo Sacramento. Acercó una silla a la cama; esperó que despertara. Tuvo un instante de lucidez. Sintió que se estaba muriendo y que la muerte la hacía importante para Clemente Farmer."

May Sinclair
Donde su fuego nunca se apaga