"¡Cuán fácil es juzgar correctamente después de que uno ve lo malo que viene al juzgar erróneamente!"

Elizabeth Cleghorn Gaskell o Elizabeth Stevenson, a menudo citada como Mrs. Gaskell


    "_¡Edith!-susurró Márgaret con dulzura_.¡Edith!
     Pero Edith se había quedado dormida. Estaba preciosa acurrucada en el sofá del gabinete de Harley Street con su vestido de muselina blanca y cintas azules."

Elizabeth Gaskell
Norte y Sur


"El señor Thornton conocía la casa. Había visto el anuncio y había ido a verla, atendiendo así la petición del señor Bell de que ayudara al señor Hale cuanto pudiera: y movido también por interés personal en el caso de un clérigo que había renunciado a su beneficio en circunstancias como las del señor Hale. La casa de Crampton le había parecido perfecta. Pero al ver a Margaret, su desenvoltura y su porte distinguido, se avergonzó un poco de haber dado por sentado que estaba muy bien para los Hale, a pesar de cierta vulgaridad que le había llamado la atención cuando fue a echarle un vistazo.
Margaret no podía evitar su belleza; pero su desenvoltura, su rotunda barbilla saliente, la manera de erguir la cabeza, sus movimientos y cierto aire de desafío femenino daban siempre a los desconocidos una impresión de altivez. En aquel momento estaba cansada y hubiera preferido guardar silencio y descansar como le había dicho su padre; pero tenía la obligación de comportarse como una dama, por supuesto, y hablar con cortesía de vez en cuando con aquel desconocido; no demasiado pulido, ni demasiado refinado tras su duro encuentro con las calles y las muchedumbres de Milton, había que reconocerlo. Ella deseaba que hiciera lo que había comentado y que se marchara, en vez de quedarse allí sentado respondiendo con frases breves a sus comentarios. Se había quitado el chal y lo había dejado en el respaldo de su silla. Se sentó frente a él de cara a la luz. Él contempló toda su belleza: su cuello flexible y blanco, bien formado, que surgía de la figura plena pero ágil; sus labios, que movía tan levemente cuando hablaba, sin quebrar la fría expresión serena de su rostro con ninguna variación del precioso contorno altivo; sus ojos, con una suave melancolía, que se encontraban con los suyos con serena libertad femenina. Casi se dijo que no le caía simpática antes de que su conversación concluyera. Intentaba resarcirse así de la sensación mortificante de que mientras él la miraba con admiración incontenible, ella le miraba a él con altiva indiferencia, tomándolo, en su opinión, por lo que era, se dijo irritado: un tipo muy tosco sin gracia ni refinamiento de ningún género. Tomó por desdén la actitud de frialdad serena de la joven, y le ofendió en lo más hondo hasta el punto de que tuvo que contenerse para no levantarse y marcharse y no volver a tener nada que ver con aquellos Hale y su altanería.
Cuando Margaret había agotado el último tema de conversación (si bien no podía llamarse conversación lo que consistía en tan pocos y tan breves parlamentos), llegó su padre y restableció su nombre y familia en la buena opinión del señor Thornton con afable cortesía caballerosa."

Elizabeth Gaskell
Norte y sur 

"La gente se halaga a sí misma, pensando que sus fallos están siempre presentes en las mentes de las otras personas, como si creyeran que el mundo siempre está contemplando sus encantos y virtudes individuales."

Elizabeth Gaskell


"La nube nunca viene del cuarto del horizonte al cual estamos atentos para verla."

Elizabeth Gaskell


"Mi hermana se puso de pie de un salto, y empezó a excusarse por estar dormida; las palabras se le atropellaban, y yo me fui a buscar mi mejor escarcela, pues mi hermana bien podía decir que había perdido la chaveta por ponerme a charlar con la hija de un conde tocada con una vieja redecilla de seda negra. ¡Y encima de seda negra! Bueno, de haber sabido que iba a venir, me habría puesto la nueva, la de seda marrón, que estaba en el cajón de mi cómoda. Y, cuando volví, mi hermana estaba pidiendo el té para milady... para nosotras, en fin. Y me puse a hablar con ella, y mi hermana fue a ponerse su vestido de seda de los domingos. Pero creo que cuando más a gusto estuvimos con milady fue cuando yo estiraba el encaje de mi abuela, tocada con mi redecilla. Y nuestro té la impresionó favorablemente, y nos preguntó que dónde lo comprábamos, pues nunca lo había probado antes, y yo le dije que sólo nos costaba tres chelines y cuatro peniques la libra en Johnson's. Mi hermana dice que le tenía que haber dicho el precio del que tomamos normalmente, que va a cinco chelines la libra, sólo que no era ése el que estábamos tomando en ese momento, pues la mala suerte hizo que se hubiera acabado, y milady dijo que nos enviaría un poco del suyo, que traían de Rusia o de Prusia, o de algún otro lugar remoto, y que lo comparáramos y viéramos cuál nos gustaba más, y que si nos gustaba más el suyo nos lo podía conseguir a tres chelines la libra. Y nos dio recuerdos para ti, y dijo que, aunque iba a estar fuera una temporada, te acordaras de ella. Mi hermana pensó que te entristecería saberlo, y que no quería cargar con la responsabilidad de decírtelo. «Pero —dije yo— un recado es un recado, y si se entristece o no es cosa de Molly. Seamos un ejemplo de humildad, hermana, por mucho que hayamos gozado de tan ilustre compañía.» Así que mi hermana dijo que hiciera lo que quisiera, que tenía dolor de cabeza, y se fue a la cama. Y ahora dime, qué tienes que contarme.
Así que Molly le contó cómo había pasado el día, lo que, a pesar de que en otro momento podría haber interesado a la señorita Phoebe, siempre dispuesta a escuchar cualquier chisme, se vio bastante empalidecido por la luz más intensa que emanaba de la visita de la hija de un conde.
EL martes por la tarde Molly volvió a casa, a una casa que ahora casi le era extraña. Recién pintada, recién empapelada, colores nuevos; ceñudas sirvientas vestidas con sus mejores galas que ponían objeciones a todos los cambios, empezando por la boda de su señor y terminando por el linóleo del vestíbulo, «que les hacía tropezar y nos les gustaba nada, y les daba frío en los pies y olía de manera atroz». Todas estas quejas tuvo que escuchar Molly, y no era un alegre preámbulo para el recibimiento que, en su opinión, tenía que ser magnífico.
Por fin se oyeron las ruedas del carruaje, y Molly fue a la puerta principal a recibirles. Su padre salió primero, y le cogió la mano y la retuvo mientras ayudaba a apearse a su mujer. A continuación besó a Molly cariñosamente, y se la pasó a su esposa; pero ésta llevaba el velo tan bien sujeto (como era pertinente) que transcurrieron unos minutos antes de que la señora Gibson tuviera los labios libres para saludar a su nueva hija. Luego hubo que encargarse del equipaje, lo que tuvo ocupados a los recién llegados, mientras Molly, a su lado, temblaba de excitación, incapaz de ayudar y consciente de las miradas atravesadas de Betty a medida que un montón de pesados arcones iban ocupando el pasillo."

Elizabeth Gaskell
Hijas y esposa



"No escucharé a la razón. La razón significa siempre que otro tiene algo más que decir"

Elizabeth Gaskell



"Se puso muy nervioso. Era evidente que se sentía en peligro. No le parecía imposible que la señorita Tomkinson viniera a casarse con él, vi et armis. Creo que incluso se le pasó por la cabeza la idea de un rapto. A pesar de todo, se encontraba en mejor situación que yo, porque estaba en su propia casa y, según las noticias, solamente se había comprometido con una mujer, mientras que yo, como Paris, me encontraba entre tres bellezas en liza. Alguien había sembrado la manzana de la discordia en nuestra pequeña ciudad. Sospeché entonces lo que ahora sé a ciencia cierta, que todo era obra de la señorita Horsman, aunque sin intención, tengo que decir por hacerle justicia. Pero había pregonado la historia de mi comportamiento con la señorita Caroline en el oído sordo de la señora Munton, y está convencida de que yo me había comprometido con la señora Rose, se imaginó que el pronombre masculino aludía al señor Morgan, a quien esa misma tarde había visto tête-à-tête con la señorita Tomkinson, compadeciéndose de ella, no me cabe la menor duda, en actitud tierna y respetuosa.
Estaba muy acobardado. No me atrevía a volver a casa, aunque a la larga no tenía más remedio. Hice cuanto pude por consolar al señor Morgan, pero no se dejaba. Al final me marché. Llamé al timbre. No sé quién abrió la puerta, pero creo que fue la señora Rose. Me había puesto un pañuelo en la cara y, murmurando que tenía un dolor de muelas terrible, subí corriendo a mi dormitorio y eché el cerrojo. No tenía ni una vela, pero me daba igual. Estaba a salvo. No podía dormir y, cuando por fin caí en una especie de sopor, fue diez veces peor que estar despierto. No era capaz de recordar si me había comprometido o no. De ser así, ¿con quién? Siempre me había considerado un hombre bastante corriente, pero seguramente me equivocaba. Debía de ser fascinante, puede que incluso apuesto. En cuanto amaneció, me levanté con la intención de comprobarlo en el espejo. Ni aun con la mejor voluntad para convencerme veía ningún rasgo de belleza en esa cara redonda, sin afeitar y con un gorro de dormir como el de un bufón. ¡No! Me conformaba con ser corriente aunque agradable. Todo esto te lo digo en confianza. Por nada del mundo airearía mi pequeña parte de vanidad. Me quedé dormido ya casi de mañana. Me despertó un golpe en la puerta. Era Peggy, que venía a entregarme una nota. La cogí."

Elizabeth Gaskell
Las confesiones del señor Harrison


"Un poco de credulidad ayuda muy suavemente la vida de uno."

Elizabeth Gaskell