"En América me han llamado nigeriano con anterioridad –debe de ser el país africano más conocido–, pero nunca me habían pateado. Sin embargo, sí he presenciado cosas parecidas. Supongo que en lo que a violencia se refiere hay pocas cosas que no haya visto en Sudán o en Kenia. Me pasé dos años en un campo de refugiados en Etiopía, y allí vi a dos niños pelearse con tanta saña por una ración de comida que uno mató al otro a patadas. El chaval no había tenido la intención de matar a su contrincante, desde luego, pero éramos pequeños y estábamos muy débiles. No se puede luchar cuando no se ha comido bien desde hace semanas. El cuerpo del chico muerto no estaba preparado para traumatismos, una fina capa de piel cubría unas frágiles costillas que ya no conseguían proteger el corazón. Estaba muerto antes de tocar el suelo. Fue justo antes de comer, y después de que se llevaran al chico para enterrarlo en el suelo de piedras nos sirvieron judías estofadas con maíz.
Ahora mi intención es no decir nada, limitarme a esperar que Azul Pálido y su amiga se marchen. No pueden quedarse mucho más tiempo; seguro que enseguida se habrán llevado todo lo que quieren. Veo la pila de cosas que están amontonando en la mesa de la cocina, las cosas que planean robar. La tele, el portátil de Achor Achor, el vídeo, los teléfonos inalámbricos, mi móvil, el microondas.
El cielo se oscurece; mis invitados llevan unos veinte minutos en nuestro apartamento y Achor Achor no volverá hasta dentro de muchas horas, si es que vuelve. Su trabajo es parecido al que yo tuve en el pasado: en una exposición de muebles, en la trastienda, preparando los envíos de muestras para los decoradores de interiores. Incluso cuando no está trabajando, apenas para en casa. Tras muchos años sin compañía femenina, Achor Achor se ha echado novia: una afroamericana llamada Michelle. Es encantadora. Se conocieron en la universidad estatal, en una clase de confección de colchas a la que Achor Achor se matriculó por error. Entró en el aula, se sentó al lado de Michelle y ya no se fue. Ella despide un aroma a limón, a limón con esencia de flores, y yo cada día veo menos a Achor Achor. Hubo un momento en que albergué esta clase de ideas respecto a Tabitha. Nos imaginé forjando planes para una boda y rodeados de varios niños que hablarían inglés, como hacen los americanos, pero Tabitha vivía en Seattle y esos planes quedaban muy lejos. Quizá le esté dando a todo eso un tinte romántico. También me pasó en Kahuma; perdí a alguien muy cercano a mí y después creí que podría haberlo salvado de haber sido un amigo mejor. Pero todos desaparecen, no importa quién los quiera."

Dave Eggers
Qué es el qué?


"Entraron en un ascensor de cristal ligeramente tintado de color naranja. Las luces se encendieron y Mae vio que aparecía su nombre en las paredes, junto con su foto del anuario de su instituto. BIENVENIDA, MAE HOLLAND. A Mae le salió un ruido de la garganta, casi como una exclamación ahogada. Llevaba años sin ver aquella foto y se alegraba mucho de haberla perdido de vista. Debía de ser cosa de Annie, atacarla una vez más con aquella imagen. Estaba claro que la chica de la foto era Mae —la boca ancha, los labios finos, la piel cetrina y el pelo negro—, pero en aquella foto, más que al natural, sus pómulos marcados le daban una expresión severa, y sus ojos castaños no sonreían, sino que se limitaban a mostrarse pequeños y fríos, listos para la guerra. Desde la época de la foto —en la que salía con dieciocho años, furiosa e insegura— Mae había ganado un peso que la favorecía mucho; la cara se le había suavizado y le habían salido curvas, unas curvas que llamaban la atención a hombres de todas las edades y motivaciones. Después de acabar la secundaria, se había esforzado por ser más abierta y más tolerante, y ahora la puso nerviosa el hecho de ver allí aquel documento de una época remota, en la que ella siempre estaba pensando mal del mundo. Justo cuando ya no la podía soportar más, la foto desapareció.
—Sí, todo funciona con sensores —le dijo Renata—. El ascensor lee tu acreditación y te saluda. Esa foto nos la dio Annie. Debéis de ser muy amigas si tiene fotos tuyas del instituto. En todo caso, espero que no te moleste. Es algo que hacemos sobre todo con las visitas. Y normalmente se quedan impresionadas.
A medida que el ascensor subía, fueron apareciendo por las paredes del ascensor las actividades programadas para la jornada, imágenes y texto que se desplazaban de un panel al siguiente. Cada anuncio venía acompañado de vídeo, fotos, animación y música. A mediodía había un pase de Koyaanisqatsi, a la una demostración de automasajes y a las tres refuerzo abdominal. Un congresista del que Mae no había oído hablar nunca, canoso pero joven, daba una rueda de prensa en el Ayuntamiento a las seis y media. En la puerta del ascensor se lo veía hablar en un estrado, con banderas ondeando detrás, remangado y cerrando los puños para mostrar su severidad.
Las puertas se abrieron, partiendo al congresista por la mitad.
—Ya hemos llegado —dijo Renata, saliendo a una estrecha pasarela de rejilla de acero.
Mae bajó la vista y notó que se le encogía el estómago. Podía ver hasta la planta baja, cuatro niveles más abajo."

Dave Eggers
El círculo



"No es que nuestra familia tenga mal gusto, lo que pasa es que nuestra familia tiene gustos contradictorios."

Dave Eggers


"No lo sé. A veces sí. A veces no. En realidad nunca nos faltó de nada, pero mi madre nos hacía sentir que íbamos muy apurados. Solía gritar: «¡Nos llevas directos a la beneficencia!», normalmente a mi padre, pero también se lo gritaba a cualquiera, a nadie en particular. Nosotros no sabíamos lo que pasaba, pero sería ridículo quejarse. Vivíamos en una casa en una localidad agradable, teníamos dormitorio propio, ropa, comida, juguetes, íbamos de vacaciones a Florida… aunque eso sí, siempre en coche. Todos empezamos a trabajar a los trece años más o menos, todo el verano; Bill y yo cortábamos céspedes y Beth trabajaba en Baskin-Robbins enfundada en unos pantalones de pana marrón, y por supuesto todos tuvimos que costearnos nuestros patéticos coches de segunda mano, Rabbit y Camaro oxidados, todos estudiamos en la escuela pública y en la universidad del estado. Así que no, no creo que tuviéramos mucho dinero: desde luego nunca se ahorró nada, eso lo descubrimos cuando murieron."

Dave Eggers
Una historia conmovedora, asombrosa y genial