"Algunas personas se han aventurado a decir que es sólo a partir de que los ingleses dejaron de creer en la Biblia cuando empezaron a descubrir lo hermosa que era."

Patrick Lafcadio Hearn
(Seudónimo japonés: Koizumi Yakumo)


"Con la aceptación de la doctrina de la evolución, las ideas antiguas vinieron a tierra, y nuevas ideas surgieron en todas partes, reemplazando los antiguos dogmas; y ahora tenemos el espectáculo de un movimiento intelectual, general en dirección paralela sorprendente con la filosofía oriental. La rapidez sin precedente, y lo multiforme del progreso científico durante los últimos cincuenta años, no podían menos de provocar un aceleramiento intelectual, igualmente sin precedente, entre los no científicos. Que los organismos más elevados y complejos se han desenvuelto de los ínfimos y sencillos; que una sola base física de vida es la substancia de todo el mundo viviente; que no puede trazarse ninguna línea de separación entre el animal y el vegetal; que la diferencia entre la vida y la no vida es sólo una diferencia de grado y no de especie; que la materia no es menos incomprensible que la mente, al paso que ambas son sólo manifestaciones de la misma realidad desconocida, todas estas cuestiones se han convertido ahora en vulgaridades de la nueva filosofía. Después que por primera vez fue reconocida la evolución física hasta por la Teología, era fácil predecir que el reconocimiento de la evolución psíquica no podía retardarse indefinidamente; pues la barrera erigida por los antiguos dogmas que impedía a los hombres mirar atrás, había sido destruida y hoy, para el estudiante de la sicología científica, la idea de la preexistencia pasa del reino de la teoría al de los hechos, probando la explicación buddhista del misterio universal, de un modo tan plausible como cualquier otro. Nadie sino los pensadores ligeros, dijo el difunto profesor Huxley, la rechazará como absurdo inherente. Igualmente que la misma doctrina de la evolución, la de la transmigración tiene sus raíces en el mundo de la realidad, y puede aspirar al argumento que la analogía es capaz de proporcionar."

Patrick Lafcadio Hearn
Evolution and Ethics
Tomada del libro Reencarnación de Annie Besant, página 2



“Cuando yo haya muerto, no será difícil fundir el espejo y forjar la campana. Pero, a aquella persona que quiebre la campana al tañerla, mi espíritu le otorgará grandes riquezas.”

Lafcadio Hearn
El espejo y la campana



El cerezo de la nodriza


"Hace trescientos años, en la aldea de Asamimura, distrito de Onsengôri, provincia de Iyô, vivía un buen hombre llamado Tokubei. Este Tokubei era la persona más rica del distrito y el jefe de la aldea. La suerte le sonreía en muchos aspectos, pero alcanzó los cuarenta años de edad sin conocer la felicidad de ser padre. Afligidos por la esterilidad de su matrimonio, él y su esposa elevaron muchas plegarias a la diosa Fudô-myô-ô, que tenía en Asamimura un famoso templo, llamado Saihôji.
Fudô no desatendió sus plegarias, y al cabo de un tiempo la mujer de Tokubei dio a luz a una preciosa niña a la que llamaron O-Tsuyu. No obstante, como la leche de la madre era deficiente, tuvieron que contratar a una nodriza, llamada O-Sodé, para que alimentara a la pequeña.
Pasaron los años, y O-Tsuyu se convirtió en una hermosa muchacha. Por desgracia, a los quince años cayó gravemente enferma y los médicos juzgaron inevitable su muerte. La nodriza O-Sodé, que amaba a O-Tsuyu con auténtico amor materno, fue entonces al templo Saihôji y fervorosamente rogó a la diosa Fudô por la salud de la niña. Todos los días, durante dos semanas, acudió al templo y oró a la diosa; al cabo de ese lapso, O-Tsuyu se recuperó súbita y totalmente.
Hubo, pues, gran regocijo en casa de Tokubei, el cual decidió dar una gran fiesta para celebrar el feliz acontecimiento. Pero en la noche de la fiesta, O-Sodé cayó súbitamente enferma, y a la mañana siguiente, el médico que había acudido a atenderla anunció que la nodriza agonizaba.
Abrumada por la pena, la familia se congregó alrededor del lecho de la moribunda para despedirla. Pero ella les dijo:
–Es hora de que les diga algo que ignoran. Mis plegarias han sido escuchadas. Solicité a Fudô-sama que me permitiera morir en lugar de O-Tsuyu, y la diosa me ha otorgado este favor. Por tanto, no deben apenarse por mi muerte. Pero quisiera pedirles algo: le prometí a Fudô-sama que si me concedía mi petición, haría plantar un cerezo en el jardín de Saihôji, en señal de gratitud y conmemoración. Yo no podré plantarlo con mis propias manos, así que les ruego que lo hagan ustedes en mi lugar. Adiós, amigos míos, y recuerden que me alegro de poder morir en lugar de O-Tsuyu.
Después de los funerales de O-Sodé, los padres de O-Tsuyu plantaron un joven cerezo, el mejor que pudieron encontrar, en el jardín de Saihôhi. El árbol creció sano, y el día decimosexto del mes segundo del año siguiente, el aniversario de la muerte de O-Sodé, se cubrió maravillosamente de flores. Continuó dándolas durante doscientos cincuenta y cuatro años, siempre en el día decimosexto del mes segundo; y esas flores, blancas y rosadas, eran semejantes al pezón del pecho femenino y parecían rezumar leche. Y por eso la gente llamó a ese árbol  Uba-zakura, el Cerezo de la Nodriza."

Lafcadio Hearn




"Había un cazador y halconero llamado Sonjo, que vivía en el distrito de Tamura-no-G?, provincia de Mutsu. Un día salió de caza y no descubrió presa alguna. Pero en el camino de regreso, en un sitio llamado Akanuma, Sonjo vio un par de oshidori (patos de los mandarines) que nadaban juntos en un río que él estaba a punto de cruzar. No está bien matar oshidori, pero Sonjo, acosado por el hambre, decidió dispararles. Su dardo atravesó al macho; la hembra se deslizó entre los juncos de la orilla opuesta y desapareció. Sonjo se apoderó del ave muerta, la llevó a casa y la cocinó.
Esa noche tuvo un sueño perturbador. Creyó ver una hermosa mujer que entraba en su cuarto, se erguía junto a su almohada y se echaba a llorar. El llanto era tan amargo que, al escucharlo, el corazón de Sonjo parecía desgarrarse. Y le dijo la mujer: “¿Por qué? ¿Por qué lo mataste? ¿Qué mal te había hecho...? ¡Éramos tan felices en Akanuma... y tú lo mataste! ¿Qué daño te causó? ¿Te das cuenta siquiera de lo que has hecho? ¡Oh! ¿Te das cuenta del acto perverso y cruel que has perpetrado...? También me diste muerte a mí, pues no podré vivir sin mi esposo... Sólo vine para decirte esto”.
Y una vez más se echó a llorar en voz alta, con tal amargura que el sonido de su llanto penetró en los mismos tuétanos del cazador; y luego sollozó las palabras de este poema:

Hi kururéba
Sasoëshi mono wo...
Akanuma no
Makomo no kuré no
Hitori-né zo uki!

[¡Al llegar al crepúsculo lo invité a regresar junto a mí! Ahora, dormir sola a la sombra de los juncos de Akanuma... ¡ah!, ¡qué inefable desdicha!]
Y luego de proferir estos versos exclamó: “Ah, no te das cuenta... ¡no puedes darte cuenta de lo que has hecho! Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás... ya verás...” Y con estas palabras, estremecida por el llanto, se alejó.
Al despertar por la mañana, Sonjo recordaba el sueño con tal vividez que sintió una profunda consternación. Evocó estas palabras: “Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás... ya verás...” Y resolvió ir allí en el acto, para averiguar si su sueño era algo más que un sueño.
Se dirigió, pues, a Akanuma; al llegar junto a la margen del río, vio a la oshidori hembra, que nadaba a solas. En el mismo instante, el ave advirtió la presencia de Sonjo; pero, en lugar de darse a la fuga, nadó derecho hacia él, clavándole una mirada extraña y tenaz. Entonces, con el pico, súbitamente se desgarró el cuerpo y murió ante los ojos del cazador.
Sonjo se rasuró el cráneo y se hizo sacerdote."

Lafcadio Hearn
Kwaidan



Oshidori

"Había un cazador y halconero llamado Sonjõ, que vivía en el distrito de Tamura-no-Gõ, provincia de Mutsu. Un día salió de caza y no descubrió presa alguna. Pero en el camino de regreso, en un sitio llamado Akanuma, Sonjõ vio un par de oshidori (patos de los mandarines) que nadaban juntos en un río que él estaba a punto de cruzar. No está bien matar oshidori, pero Sonjõ, acosado por el hambre, decidió dispararles. Su dardo atravesó al macho; la hembra se deslizó entre los juncos de la orilla opuesta y desapareció. Sonjõ se apoderó del ave muerta, la llevó a casa y la cocinó.
Esa noche tuvo un sueño perturbador. Creyó ver una hermosa mujer que entraba en su cuarto, se erguía junto a su almohada y se echaba a llorar. El llanto era tan amargo que, al escucharlo, el corazón de Sonjõ parecía desgarrarse. Y díjole la mujer : “¿Por qué? ¿Por qué lo mataste? ¿Qué mal te había hecho…? ¡Éramos tan felices en Akanuma… y tú lo mataste! ¿Qué daño te causó? ¿Te das cuenta siquiera de lo que has hecho? ¡Oh! ¿Te das cuenta del acto perverso y cruel que has perpetrado…? También me diste muerte a mí, pues no podré vivir sin mi esposo… Sólo vine para decirte esto”.
Y una vez más se echó a llorar en voz alta, con tal amargura que el sonido de su llanto penetró en los mismos tuétanos del cazador; y luego sollozó las palabras de este poema:

            Hi kukuréba
            Sasoëshi mono wo…
            Akanuma no
            Makomo no kuré no
            Hitori-né zo uki !

[¡Al llegar el crepúsculo lo invité a regresar junto a mí! Ahora, dormir sola a la sombra de los juncos de Akanuma… ¡ah!, ¡qué inefable desdicha !]
Y luego de proferir estos versos exclamó: “Ah, no te das cuenta… ¡no puedes darte cuenta de lo que has hecho! Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás… ya verás…” Y con estas palabras, estremecida por el llanto, se alejó.
Al despertar por la mañana, Sonjõ recordaba el sueño con tal vividez que sintió una profunda consternación. Evocó estas palabras: “Pero mañana, cuando vayas a Akanuma, ya verás… ya verás…” Y resolvió ir allí en el acto, para averiguar si su sueño esa algo más que un sueño.
Dirigiose, pues, a Akanuma; al llegar junto a la margen del río, vio a la oshidori hembra, que nadaba a solas. En el mismo instante, el ave advirtió la presencia de Sonjõ: pero, en lugar de darse a la fuga, nadó derecho hacia él, clavándole una mirada extraña y tenaz. Entonces, con el pico, súbitamente se desgarró el cuerpo y murió ante los ojos del cazador.
Sonjõ se rasuró la cabeza y se hizo sacerdote."

Lafcadio Hearn




"Una gran cantidad de cosas que en épocas de menor conocimiento imaginamos que eran supersticiosas o inútiles, prueban hoy, al ser examinadas, haber sido de inmenso valor para la humanidad."

Lafcadio Hearn