“Como en todas las grandes revoluciones, la preparación de la mía me llevó mucho tiempo.”

William Robertson Davies


“¿Cuál es el elemento mítico de este relato? Lisa y llanamente, el antiquísimo relato del hombre que emprende la búsqueda de su alma y que ha de luchar contra un monstruo para asegurársela. Todos los mitos, e incluyo el cristianismo, que nunca ha sido capaz de evitar el magnetismo mítico que posee la experiencia humana, todos los mitos están repletos de ejemplos semejantes. A nuestro alrededor, muchísimas personas reviven este patrón básico de la experiencia humana a diario.”

William Robertson Davies


"Desplumaba a los ricos en la medida de lo posible, lo cual no deja de ser justo. Al menos una vez al año predicaba su famoso sermón sobre aquello de que «es más fácil que un camello atraviese el ojo de un aguja que un rico entre en el reino de los Cielos». Explicaba que el Ojo de la Aguja era una puerta de entrada en Jerusalén, que era tan estrecha que un camello cargado hasta los topes tenía que dejar parte de la carga que llevara en las alforjas para poder atravesarla, y que era costumbre que todo lo que se retirase del camello pasara a ser propiedad del Templo. Por eso, la vía de entrada más evidente para los ricos no era otra que despojarse de parte de su riqueza, donándola a la iglesia, para dar así un paso más hacia la salvación. Creo que por lo que a la historia y a la teología se refiere todo esto son pamplinas, que el propio Woodiwiss quizá se inventó sobre la marcha, pero debo decir que funcionaba con la precisión de un encantamiento. Como decía él mismo, siguiendo su propio librillo, «con Dios todas las cosas son posibles». De ese modo convencía a los ricos para que se despojasen de parte de los bienes de este mundo y dejaran el paso del ojo de la aguja en manos de quien mejor lo conocía.
No vi mucho al canónigo, aunque sí oí muchos de los sermones con los que obraba maravillas. Tenía una labia fabulosa, como pocos párrocos la tienen. En cambio, sí tuvo gran influencia en mí uno de los curas de la parroquia, que se llamaba Gervase Knopwood.
El padre Knopwood, como prefería que le llamásemos, era extraordinario con los chicos jóvenes, aunque a primera vista resultara muy improbable. Era un inglés que tenía un acento de clase alta tan marcado que casi resultaba de farsa; tenía los dientes largos y toda las trazas de ser aún un colegial pasado de años. No es que fuera viejo; debía de rondar los cuarenta y tantos, pero peinaba canas y tenía hondos surcos en la cara. No era un bromista, no era un hombre de especial simpatía, no le gustaban los juegos, aunque era tan duro y resistente que había sido misionero en las regiones del oeste de Canadá, en algún territorio especialmente difícil. Todo el mundo le profesaba un gran respeto, y todo el mundo le temía de una manera un tanto especial, porque era muy exigente, esperaba lo mejor de los chicos y tenía algunas ideas que para mí eran cuando menos originales."

Robertson Davies
Mantícora



“El aburrimiento, la mentecatez y el patriotismo, especialmente si se combinan, son tres de los mayores males del mundo en que vivimos.”

William Robertson Davies


“El egotista es todo superficie, por debajo no es más que un desorden pulposo, un montón de dudas centradas en sí mismo. En cambio, el egoísta, el ególatra si se quiere, puede ceder, puede ser deferente en aquellas cosas que no le parecen cruciales, pero en todo lo que le incumba de un modo realmente más profundo no tiene remordimientos.”

William Robertson Davies



"El Gran Teatro de la Vida: la entrada es gratis pero la contribución es mortal. Entren cuando puedan y salgan cuando deban y la función nunca termina."


William Robertson Davies



“El mito explica muchas cosas que de lo contrario serían inexplicables, precisamente porque el mito es la reducción de la experiencia universal a su esencia misma.”

William Robertson Davies


"El rey Salomón y la reina de Saba se habrían dado con un canto en los dientes ante semejante festín, eso sí, a base de canapés. Cuando vi lo que nos sirvieron los camareros del hotel me sentí tan oprimido sólo de calcular cuánto iba a suponer el tercio del total de la cuenta que temí no poder probar bocado. Los demás comieron y bebieron hasta hartarse y prácticamente en cuanto pisaron la sala de la suite comenzaron a insinuar que Magnus debería continuar el relato que había comenzado en Sorgenfrei. Eso era precisamente lo que yo más deseaba, así que en cuanto quedó claro que tendría que pagar un elevado precio por oírlo, superé todos mis escrúpulos y me aseguré de que no me faltase de nada en mi parte alícuota del festín. El pase previo del Hommage estaba programado para la tarde del día siguiente a las tres en punto. —Excelente —dijo Magnus—, así por la mañana tendré tiempo para llevar a cabo el pequeño peregrinaje sentimental que tengo en mente. Ingestree, con la debida cortesía, dio muestras de interés y, con el debido tacto, hizo algún sondeo en torno a la naturaleza que pudiera tener ese peregrinaje. —Es un asunto relacionado con uno de los momentos decisivos de mi vida —dijo Magnus—. Me parece que no debiera uno descuidar la observancia de estos ritos. ¿Había tal vez alguna cosa, sugirió Ingestree, en que la BBC pudiera serle de alguna utilidad? —No, no, en modo alguno —dijo Magnus—. Sólo deseo poner unas flores al pie de un monumento. En cualquier caso, insistió Ingestree, Magnus sin duda permitiría que alguien del departamento de publicidad o de algún periódico tomase una fotografía de un instante tan emotivo como ése, ¿verdad? Más adelante podría ser de gran ayuda, cuando fuera preciso generar el debido entusiasmo por la película. Magnus se mostró evasivo. Preferiría, advirtió, que no se diera publicidad a un acto privado de gratitud y respeto, pero al mismo tiempo no tuvo reparos en admitir, entre amigos, que lo que tenía previsto hacer formaba parte del subtexto de la película, ya que era un acto estrechamente relacionado con su carrera, algo que hacía siempre que se encontraba en Londres. Había llegado a tal punto que resultaba evidente su deseo de dejarse engatusar e Ingestree procedió a engatusarlo con una mezcla de afecto y de respeto merecedora de mi admiración. Saltaba a la vista de qué modo no se había limitado Ingestree a sobrevivir sino que había prosperado en el desesperado mundo de la televisión. No pasó mucho tiempo hasta que cedió Magnus a sus avances, tal como sospecho que tenía intención de hacer desde el primer momento. —No se trata de algo ni mucho menos extraordinario. Sólo voy a depositar una rosas amarillas, espero que sea posible encontrar rosas amarillas, al pie del monumento en honor de Henry Irving que se encuentra detrás de la National Portrait Gallery. Lo conocerá usted, cómo no, es uno de los monumentos más conocidos de todo Londres. Irving, elegante, espléndido, con sus ropajes académicos, mira hacia Charing Cross Road. Prometí a Milady que lo haría tanto en su nombre como en el mío, caso de llegar a un punto en la vida en el cual pudiera permitirme tales gestos. Y como así ha sido, así lo haré."

Robertson Davies
El mundo de los prodigios

“En cambio, el demonio, cuando aparece representado en la literatura, trae siempre el saco lleno de chistes excelentes y resulta irresistible porque tanto él como sus chistes tienen todo el sentido del mundo. Como se suele decir, si no existiera el demonio, habría que inventarlo. Es la única explicación de las desconcertantes ambigüedades que tiene la vida. ¡Vaya ésta por el demonio!”

William Robertson Davies


"Es curioso la manera en que todos los hombres, a medida que se van haciendo mayores, desarrollan la idea de que sus madres eran unas cocineras maravillosas. Todavía no he encontrado a un hombre que admita que su madre era una asesina en la cocina y que lo envenenó."


 Robertson Davies


“¿Imaginan acaso ustedes que durante mis mejores momentos, cuando he gozado de la atención embelesada de públicos muy distinguidos —testas coronadas, como gustan de alardear todos los magos—, no he pensado, siquiera fuese fugazmente, en sacar de un sombrero un orinal lleno hasta los bordes para arrojarlo al palco de la realeza sólo por demostrar que es algo que en efecto puede hacerse? Todos abrazamos nuestras cadenas. No hay hombres libres.”

William Robertson Davies


“La infelicidad, al menos de ese tipo que primero se reconoce, luego se examina y después pasa a ser objeto de tristes meditaciones, constituye todo un lujo espiritual.”

William Robertson Davies



"No 'consigo' las ideas; las ideas me agarran a mi."

William Robertson Davies


“¿No jugamos todos, al menos mentalmente, con pensamientos terribles que jamás osaríamos poner en práctica? ¿Podríamos vivir sin un oculto instinto de revuelta, de protesta contra nuestro destino en la vida, por envidiable que pueda parecer a quienes no han de sobrellevarlo?” 

William Robertson Davies


“Porque ésa es una de las características más desconcertantes de la religión, que carezca por completo de humor.”

William Robertson Davies


“Si uno termina por ser un cínico consigo mismo, el siguiente paso es el suicidio, que es la otra mitad de esa misma forma de autodestrucción.”

William Robertson Davies



"Su mismo conservadurismo es de segunda mano, y no saben lo que están conservando."

Robertson Davies