"Como novelista, yo cuento historias y la gente me da dinero. Luego los planificadores financieros me cuentan historias y yo les doy dinero."

Martin Cruz Smith


“Cuando en 1995 me fue diagnosticado el párkinson me sentí muy infeliz. Entré en una fase en la que estaba enfermo, a disgusto y repasando continuamente los errores que había cometido en mi vida. Mi primer impulso fue ignorarlo. Después vino el momento de la verdad: ¿a quién decírselo?. ¿Amigos, familiares, editores? Si lo hacía público sería etiquetado para siempre como 'El escritor con párkinson' ¿Quién necesita algo así?”

Martin Cruz Smith
Entrevista en el periódico El País



“El menor de mis problemas es lo que la mayoría de la gente habría considerado el mayor: la incapacidad física para escribir con precisión y rapidez. Pero ahí tuve en mi mujer, Em (de Emily) a alguien dispuesto no solo a ser mis manos sobre el teclado sino también un cómplice intelectual que ha sido mi primer editor durante décadas.”

Martin Cruz Smith
Entrevista en el periódico El País

"Isadore se bajó, sintiéndose absuelto, y se dirigió al Eldorado. Encontraría un abanico de posibilidades en cuanto el zoólogo llegase. El optimismo se reflejaba en su expresión.
Pero comenzó a refunfuñar al acercarse y ver algo sospechoso. Corrió hacia el coche y, cuando estuvo ante el retorcido parachoques, se detuvo dándose mentalmente golpes en el pecho. Ya no era precisa la visita del zoólogo, pues la carrocería estaba, por alguna extraña razón, tan limpia como el furgón.
La respuesta de uno de los ordenanzas a la pregunta de Isadore fue:
—Los de la Central de Investigación dijeron que laváramos todo con una manguera. El lugar, con tanta porquería, se estaba convirtiendo en un peligro para la salud.
Tenía sentido. El Departamento de Inspección Policial usaba el local mucho más que la Central de Investigación. Isadore y el ordenanza levantaron el capó, y él miró enseguida al radiador y a su panal abollado. Los insectos que iban a servir de prueba habían desaparecido; la manguera se había encargado de dejarlo tan limpio como el resto.
El interior del coche estaba todavía sucio, pero había sido examinado detalladamente. El contenido, de la ceniza al polvo, estaba metido en cajas de cartón selladas. La puerta permanecía abierta, con un aspecto de ala rota. La tapicería apenas existía. El laboratorio había tomado muestras de las manchas, que, eran muchas y cubrían casi todo el interior del coche de Nanoosh Pulneshti. Los ceniceros habían desaparecido y también las alfombras. El salpicadero mostraba las marcas de arañazos inescrutables. Poco quedaba del parabrisas, a través del cual Nanoosh salió despedido al exterior. No le habían dejado nada para él.
Casi nada, admitió Isadore. Había sólo un poco de tierra bajo el pedal del freno y, como nota patética, un grupo de hongos se había instalado allí. Le recordó de un modo superfluo la humedad de aquellos últimos días. Sobre la desolación de la muerte, la vida persistía. Isadore no era un hombre insensible.
No parecía necesario examinar el puesto del conductor. La puerta no se había abierto desde el accidente. Se inclinó sobre el piso del vehículo para obtener una mejor perspectiva de los hongos: era una franja de setas minúsculas, con sus tallos y sombreretes puntiagudos, de una clase nueva para él, que solía llevar a su hijo a buscar setas en los Catskills durante el otoño."

Martin Cruz Smith
Gitano en Ámbar




"Reggel tomó la rampa de acceso al East River Drive y no replicó. El cristal de la ventanilla estaba bajado un par de centímetros, y el viento agitaba su cabello largo, más al estilo húngaro, según los cánones de la moda. La carne que la edad había acumulado en su cara no había mitigado prominencia a sus pómulos marcados. Si Vera había minado su seguridad en sí mismo, no se notaba. Reggel parecía conducir bordeando el Danubio.
—No me subestimes —respondió al cabo de un rato.
El puente de Manhattan quedó atrás, a la derecha, y el puente de Williamsburg apareció tres kilómetros más adelante. Los coches que circulaban a ambos lados del Chrysler fueron tomando la salida para abandonar la autopista. Reggel pisó el acelerador para continuar por la misma ruta, casi vacía. Otro coche, un descapotable, hizo lo mismo.
El descapotable desapareció del espejo retrovisor de Reggel, reapareció en el lateral y comenzó a adelantarle. Apartó un poco el Chrysler hacia un lado para proporcionarle más espacio en el adelantamiento. La salida a la calle Veintitrés quedaba cerca y, allí, la autopista giraba a la derecha en dirección al túnel que conducía al centro de la ciudad. Reggel echó un vistazo al descapotable cuando lo estaba adelantando. Iban dos hombres dentro; el que ocupaba el asiento del copiloto le miró con insistencia. El descapotable avanzó, y su puerta delantera quedó a la altura del parachoques del Chrysler. Reggel esperó, pero el otro se pegó todavía más a él sin sobrepasarle. Reggel echó mano de la pistola.
—¡Agachaos! —les gritó a Roman y Dany.
El hombre, que no había dejado de mirarle, se giró hasta quedarse frente a Reggel, sujetando con las manos algo que parecía una almohada roja de plástico. Le gritó algo al conductor, y lanzó el objeto, que no flotó en el viento, como haría una almohada, sino que rasgó poderosamente el aire, hinchada y roja, para estrellarse directamente contra el parabrisas del Chrysler. Una explosión de rayos de pintura rojos que cubrió, no sólo el parabrisas, sino también los Cristales de las puertas laterales que el viento se encargó de extender hasta cubrir todas las superficies transparentes del vehículo.
El Chrysler circulaba por el carril central cuando se produjo el impacto. Pasaron dos segundos hasta que Reggel encontró la manilla, bajó el cristal, y asomó la cabeza fuera. Pero ya era demasiado tarde para vencer el ímpetu del coche.
El parachoques golpeó la defensa metálica que separaba el tráfico en dirección norte y sur. La parte trasera del coche giró abriéndose y lo lanzó contra la barandilla en ángulo inclinado. Saltaron chispas en torno al rostro de Reggel mientras luchaba por forzar el volante hacia la derecha con una mano. El pesado coche trepidó casi a punto de volcar. Justo cuando la autopista volvía a entrar en un tramo recto, el volante se le escapó a Reggel de las manos. El coche golpeó la barrera de costado y las chispas lo envolvieron. De nuevo recuperó el control sobre el vehículo y logró apartarlo de la barrera. Desde su ventana sólo podía distinguir su carril y el tráfico en dirección sur."

Martin Cruz Smith
Canto por un gitano