"De nuestra fealdad crecerá el corazón del mundo."

Andréi Platónov


"De vez en cuando, la desesperación se introduce en las vidas que son en su mayor parte aflicción. La desesperación es el sentimiento que sigue a la sensación de haber sido traicionado. Una esperanza contra toda esperanza (que aún está lejos de ser una promesa) se derrumba o la derrumban; la desesperación llena el espacio del alma que estaba ocupado por esa esperanza. La desesperación no tiene nada que ver con el nihilismo.
El nihilismo, en el sentido contemporáneo, es la negativa a creer en ninguna escala de prioridades más allá de la búsqueda del lucro, considerado como el fin último de la actividad social, de modo que, precisamente, todo tiene su precio. El nihilismo es resignación ante el argumento de que el Precio lo es todo. Es la forma más actual de cobardía humana. Pero no una ante la que los pobres sucumban con frecuencia."

Andréi Platónov



"Él empezó a compadecerse de su cuerpo y de sus huesos; su madre los había reunido una vez para él a partir de la pobreza de su carne, no por amor y pasión, no por el placer, sino por la necesidad más cotidiana. Sentía como si perteneciera a otros, como si él fuera la última posesión de los que no tienen posesiones, a punto de ser malgastado para nada, y se apoderó de él la furia más grande y más vital de toda su vida."

Andréi Platónov




"La felicidad vendrá del materialismo, no del significado."

Andréi Platónov



"La penumbra empezaba a establecerse; el cielo, envuelto en fría niebla gris, se estaba ya cerrando a la oscuridad; y el viento, tras haberse pasado el día haciendo susurrar a los rastrojos y los arbustos desnudos que se habían adormecido en preparación para el invierno, se acostó ahora sobre los lugares humildes e inmóviles de la tierra."

Andréi Platónov



"La pequeña Tamara no recordaba Tiflis, no era consciente de nada de lo que se escondía en su extinguida primera memoria, únicamente vivía para el futuro. Pero la mayor lo recordaba todo, se compró un quinqué y a veces se sentaba delante de él. La mujer tenía una imaginación viva –la inteligencia de los pobres-, y si su razón se dirigía al futuro, su sentimiento podía volver al pasado, un pasado triste y cada vez más lejano, como la luz del quinqué delante de unos ojos ciegos."

Andréi Platónov
El paso del tiempo



"Las vidas de los pobres son en su mayor parte aflicción, interrumpida por momentos de iluminación. Cada vida tiene su propia tendencia a la iluminación y no hay dos que sean iguales. (El conformismo es un hábito cultivado por los pudientes). Los momentos iluminados llegan en forma de ternura y amor: ¡el consuelo de ser reconocido, y necesario, y aceptado por ser lo que uno inesperadamente es! Otros momentos son iluminados por la intuición de que, a pesar de todo, la especie humana sirve para algo."

Andréi Platónov



"Los pobres no tienen morada. Tienen hogares porque recuerdan a sus madres o a sus abuelos o a una tía que los crió. Una morada es una fortaleza, no un relato; mantiene a raya el viento. Una morada necesita paredes. Prácticamente todos los que son pobres sueñan con tener una pequeña morada, que es como soñar con el descanso. Por más aglomeración que haya, los pobres viven a la intemperie, donde improvisan, no moradas, sino sitios para ellos. Estos sitios son tan protagonistas como sus ocupantes; los sitios tienen una vida propia que vivir y no sirven a otros, como hacen las moradas. Los pobres viven con el viento, la humedad, el polvo del aire, el silencio, el ruido insoportable (a veces con ambas cosas, ¡es posible!), con hormigas, con animales grandes, con olores que suben de la tierra, con ratas, humo, lluvia, vibraciones de otras partes, rumores, con el anochecer, y con todos los demás. Entre los habitantes y estas presencias no hay líneas divisorias claras. Indisolublemente unidos, constituyen juntos la vida del sitio."

Andréi Platónov


"Makar fue a la barraca para comer de la olla común y fortalecer su vida interna con vistas a mejorar su ulterior destino.
Makar se quedó a vivir en las obras de aquel edificio que el transeúnte había llamado eterno. Primero se hartó en la barraca de los trabajadores con una papilla negra y nutritiva, y luego fue a inspeccionar el trabajo de construcción. Por doquier la tierra había sido afectada con orificios, la gente se movía ajetreada; máquinas de nombres desconocidos clavaban pilotes en la tierra. La mezcla de hormigón bajaba por sí sola por canalones, y todos los sucesos del trabajo se desenvolvían ante sus ojos. Se veía el edificio crecer, aunque nadie sabía para quién era. A Makar no le interesaba a quién y qué le tocaría; sólo le interesaba la técnica como base del futuro bienestar general. Lógicamente, al jefe de Makar en su aldea natal, el camarada Chumovói, le hubiera interesado más cómo serían distribuidas las viviendas en el futuro edificio que el martinete de hierro fundido, pero Makar sólo tenía las manos diestras y por eso sólo pensaba en qué se podía hacer.
Makar recorrió toda la construcción y constató que el trabajo avanzaba rápida y felizmente. Pero algo triste lo atormentaba en su interior, aunque no sabía qué. Se paró en el centro de los trabajos en marcha y dio un vistazo al cuadro general: era evidente que algo fallaba en la construcción, algo andaba extraviado, pero no sabía qué. De la tristeza y el cansancio, Makar se quedó dormido al encontrar un lugar tranquilo. En su sueño vio un lago, pájaros, el pequeño bosque olvidado de su aldea, pero lo que necesitaba ver, lo que faltaba en la construcción, no lo vio De pronto, al despertarse, descubrió el error de aquella obra: para levantar una pared los obreros llenaban de hormigón los armazones de hierro. Pero ¡esto no era técnica, sino un trabajo burdo! Para que fuera técnica, el hormigón debía subir por tuberías. El obrero no se cansaría, porque sólo debería sostener la manga y con esto se impediría el despilfarro de la fuerza roja de la inteligencia en manos del trabajador no especializado.
Makar salió en búsqueda de la oficina principal científico-técnica de Moscú. Ésta se encontraba en un barranco, en un local fuerte e ignífugo. Junto a la puerta, Makar encontró a un hombrecito a quien informó que había inventado una manga para usar en las construcciones. El hombrecito lo escuchó e incluso preguntó sobre temas de los que ni el mismo Makar sabía, y luego lo envió escalera arriba a que viera al escribano principal. El escribano había sido un ingeniero científico que decidió escribir papeles para que sus manos no volvieran a tocar las obras de construcción. A él también Makar le contó sobre la manga.
[...]
Makar se desanimó al instante. Había inventado diferentes cosas, pero nunca había tratado el alma, y ahora resultaba que esto era lo principal para los de aquí. Makar se acostó en la cama estatal y guardo silencio embargado por las dudas de haber dedicado toda su vida a asuntos no proletarios.
Makar durmió poco porque comenzó a sufrir en el sueño. Y su sufrimiento se transformó en un sueño: vio una montaña elevada y a un científico en su cima. Makar seguía acostado bajo su manta, como un imbécil durmiente, y miraba al científico y esperaba de él alguna palabra u acción. Pero la persona también permanecía callada, sin ver al acongojado Makar. Sólo pensaba en la escala integral, pero no en Makar en particular. El rostro de aquel ser científico estaba iluminado por el resplandor de la lejana vida masiva que se extendía ante él, y sus ojos parecían borrosos y muertos a causa de la altura y porque tenía la mirada puesta en algo tan lejano. El científico guardaba silencio Makar, en su sueño, seguía triste.
«¿Qué debo hacer para ser útil para mí y para los demás?», preguntó Makar y se estremeció del horror.
El ser científico permaneció callado, sin dar respuesta alguna, mientras millones de vidas se reflejaban en sus ojos muertos.
Makar se arrastró hacia la cima por un suelo yerto y pedregoso. Tres veces le asaltó el miedo hacia el ser científico inmóvil y las tres veces la curiosidad espantó al miedo. De haber sido una persona inteligente, Makar no habría escalado aquella altura, pero era alguien retrasado, que sólo poseía unas manos curiosas bajo el mando de una cabeza intangible. Gracias a la fuerza de su estúpida curiosidad, Makar alcanzó al de mayor instrucción y tocó ligeramente su cuerpo inmenso y gordo. Al tocarlo, aquel cuerpo desconocido se movió como si estuviera vivo, pero al momento se derrumbó sobre Makar, porque en realidad estaba muerto.
Makar despertó por aquel golpe y vio encima de sí al guardián del albergue, que tocaba su cabeza con la tetera para despertarlo."

Andréi Platónov
Las dudas de Makar




"Nazar cuéntame algo, algo que sea más importante que nada."

Andréi Platónov



"-¡Prushevski! ¿Podrán o no los avances de la elevada ciencia hacer resucitar a los hombres que ya estén podridos?

-No -dijo Prushevski.

-Mientes -le reprochó Záchev sin abrir los ojos-. El marxismo lo puede todo. ¿Por qué entonces yace muerto Lenin en Moscú? Está esperando a la ciencia, quiere resucitar. Hasta a Lenin le encontraría yo trabajo -informó Záchev-. ¡Le señalaría a los que deberían cobrar aún más! ¡No sé por qué, pero huelo en seguida a los cabrones!"

Andréi Platónov
La excavación


"Qué bueno sería ser ángel —pensaba Yákov Títich— si existieran. El hombre se aburre a veces de no estar más que con hombres."

Andréi Platónov
 Chevengur


"Se fue a su cueva. Chagatayev envolvió a Aidim en hierbas y en una estera y la llevó rápidamente a casa de su madre y Mola Cherkézov, para que le dieran de beber de vez en cuando y la taparan del frío nocturno. Él mismo se dirigió a Chimgai, que estaba a cien o ciento cincuenta kilómetros. Todo el resto del día, la noche y otro día entero anduvo por cauces secos, canales, juncos y bosques de diversas plantas; se le rasgaba la ropa y parecía un mendigo, se perdía y sufría de impaciencia, se le oscurecía la mente, hasta que por fin se tumbó boca abajo sobre el musgo blando. Luego se despertó y vio que cerca se levantaban unas grandes ruinas. Se acercó a los muros de arcilla desmoronados. El alto sol juntaba el calor debajo de los viejos muros; el sueño y el olvido, el desvanecimiento de un aire irrespirable emanaban de las paredes, bajo las cuales envejecía la arcilla seca. Chagatayev penetró en el fuerte a través de un hueco, hecho por las aguas de una crecida. Allí dentro el aire era todavía más denso porque no corría el viento; el calor del cielo se concentraba en un nido, cubierto de enormes hierbas con gruesos y grasientos troncos, porque no había nadie quien las comiera. Chagatayev miraba con odio aquellas plantas grasientas, buscando debajo alguna hierbecita menuda y comestible. Encontró unos pequeños huesos rotos; los habían machacado para que el caldo fuera más fuerte, o, si eran de un hombre, los habían partido varias veces con un sable. Más lejos vio varios huesos y medio esqueleto humano con el cráneo; el hombre había muerto boca abajo, las costillas se habían separado hacia los lados como para una respiración póstuma, una costilla se había clavado con el extremo en un aplastado yelmo del Ejército Rojo, reblandecido ya y cubierto de hierba pálida. Chagatayev lo separó de la costilla; en el yelmo se conservaba la sombra de la estrella de cinco puntas, y dentro de él, en una cinta de tela que pasaba por la frente, se veía una inscripción hecha con lápiz tinta: Oraz Golomanov, el nombre del soldado muerto. Chagatayev limpió el yelmo, se lo puso y colocó su gorra en el cráneo de Golomanov. En la pared de arcilla, en el interior del fuerte, había unas palabras, recortadas seguramente por la bayoneta de Golomanov u otro soldado: «¡Viva el soldado de la revolución!», y la bayoneta había cortado la arcilla muy profundamente, para que el tiempo, el viento y la lluvia no pudieran igualar ni lavar la huella de esta esperanza de los muertos y vivos. Quizá en el año treinta o treinta y uno pasara por allí un destacamento del Ejército Rojo que luchó con los basmach, los soldados de los feudales de Jiva y Turkmenia, y Golomanov se quedó allí con sus camaradas y se descompuso tranquilamente, como si estuviera seguro de que los otros terminarían de vivir su vida interrumpida tan bien como él mismo. Chagatayev cubrió el esqueleto de Golomanov con hierba y tierra para que las águilas y los animales solitarios no dispersaran los huesos, y se fue hacia Chimgai.
En Chimgai compró una caja con un botiquín para koljós, y a través del Comité de la región consiguió varios sobres de quina, aunque sabía que estos remedios poco podían ayudar a su pueblo, que más que nada necesitaba una vida diferente, inexistente todavía, que se pudiera soportar sin morirse. Por si acaso fue a la oficina de correos a preguntar si no tenía cartas de Moscú: a lo mejor habría alguna. Dentro del local de correos colgaban carteles que representaban lejanas comunicaciones por avión, en mesas inclinadas bajo cristal había ejemplos de correctas direcciones de cartas a Moscú, Leningrado y Tiflis, como si todos los hombres del pueblo escribieran cartas sólo a esos lugares y añoraran solamente aquellas hermosas ciudades."

Andréi Platónov
Dzhan 


"-¿Y por qué el pueblo no se bautiza aquí, canalla? -le pregunta el comunista Chiklin al pope camuflado bajo un peinado foxtrot.

Ante la respuesta del pope, Chiklin le propina un puñetazo que lo derriba. Así es con todos. Duro e implacable.

La niña Nastia no es tampoco un convencional ejemplar de la infancia. Su odio contra los kulakianos, estalla en boca de esta niña que de angelito no tiene nada:

-¡Vete a matarlos! -le dice Nastia a Safrónov.

-No está permitido, hijita: dos individuos no hacen una clase...

-Eran uno y uno. -vuelve a la carga la niña.

-Pero en total eran pocos -se lamentó Safrónov-. ¡Y de acuerdo con los planteamientos del pleno tenemos la obligación de liquidar a la clase entera, no menos, para que el proletariado y la capa de jornaleros se queden huérfanos de sus enemigos!"

Andréi Platónov
La excavación