"¿Has considerado alguna vez lo que las mascotas deben pensar de nosotros? Es decir, aquí volvemos de una tienda de abarrotes con el recorrido más impresionante - pollo, cerdo, media vaca. ¡Deben pensar que somos los cazadores más grandes en la tierra!"

Anne Tyler


"La luz del fuego no hacía más que moverse y trazar sombras sobre su cara. El pelo le llegaba justo al borde del cuello del vestido. Algo en ella —la forma expectante en que se mantenía de pie, el vestido azul marino de vestir, con su inmaculado cuello blanco— le recordó una noche que creía haber olvidado, en una época en que sus hermanas eran todavía muy jóvenes. Joanne había hecho una fiesta barbacoa, había invitado al parecer a miles de parejas y había dicho, como de pasada, que si alguien de la familia quería, podía participar también. En esa época Jenny no tenía más de once años, pero estaba empezando justo entonces a interesarse por los chicos y a leer revistas de belleza. La noche de la fiesta la casa entera apestaba a un aceite de baño de un olor muy penetrante y nadie sabía por qué; pero entonces apareció Jenny bajando las escaleras, con un vestido blanco de mangas de farol, el pelo perfectamente peinado y una densa nube de perfume acompañándola a dondequiera que iba. Había bajado y se había sentado tranquilamente en el césped con las parejas mayores, que llevaban todas bermudas y camisetas viejas, y no había dicho ni una sola palabra a no que ser que le hablaran primero, pero se pasó toda la noche viendo la fiesta con la misma mirada feliz y asustada. Le habían entrado ganas de llorar por ella, sin saber por qué —o por lo menos de abrazarla—. Le entraron ganas de abrazar a Shelley ahora, pero ésta acababa de despertarse de su abstracción ante el fuego y lo estaba mirando."

Anne Tyler
Si llega a amanecer




"La novia de Duncan trabajaba de dependienta en una tienda de baratijas y se llamaba Glorietta de Merino. A una edad en la que todas las muchachas bonitas llevaban faldas cortas, la de Glorietta se arremolinaba justo por encima de sus tobillos. Tenía una voluminosa y ondulada cascada de pelo negro y un rostro bonito y vivaracho. En sus pestañas parecía haber cristales de azúcar. Tenía una cintura diminuta y los pechos perfectamente cónicos, como los altavoces de radio que Duncan estaba construyendo en el sótano. Cualquiera que hablara con ella parecía dirigirse a los altavoces, el abuelo Peck incluido, tal y como Justine advirtió cuando Glorietta fue un domingo a comer. Duncan fue el único que disfrutó en esa comida. Hasta Glorietta tuvo que haber sospechado que las cosas no iban lo que se dice del todo bien, porque desde entonces nunca más se la volvió a ver en ninguna casa de los Peck. En su lugar se instaló en el coche de Duncan, un Graham Paige de 1933 que le había costado cuarenta dólares y que despedía un sospechoso olor a cerveza. Siempre que el Graham Paige estaba estacionado fuera —una deshonrosa mancha verde en la fila de los Ford—, a través de la ventanilla podía vislumbrarse un destello del vestido rojo de Glorietta. Cuando Duncan enseñó a conducir a Justine, Glorietta iba en el asiento de atrás como una manta de viaje o un termo, como formando parte del coche. Tarareaba y hacía explotar globos de chicle, ignorando los cambios de marcha chirriantes y las disputas y los cuasi accidentes. Después, cuando Justine ya había aprendido las nociones elementales de conducción, Duncan se sentaba en el asiento trasero también. Justine miraba por el espejo retrovisor y veía cómo Duncan pasaba despreocupadamente su brazo alrededor del cuello de Glorietta mientras observaba con el rostro tranquilo el paisaje que iban dejando atrás. Justine pensaba que ella nunca podría sentirse tan relajada con alguien que no fuera de la familia.
Una vez, cuando la escuela organizó una subasta benéfica, le pidieron a Justine que se encargara del puesto de adivinación, de la que ella no entendía ni torta. Una vieja y extraña profesora de biología la envió a ver a una pitonisa llamada Olita. «Es mi adivina», dijo, como si todo el mundo debiera tener una, «y te enseñará lo suficiente para salir del paso.» Duncan y Glorietta acompañaron con el coche a Justine hasta una tintorería situada en la zona este de Baltimore, y se quedaron aparcados a esperarla. Olita tenía un cuarto en el piso de arriba, tras una puerta de vidrio biselado que rezaba: Madame Olita descubre su destino. Justine empezó a pensar que no era una idea muy buena. Regresó en dirección al coche con el propósito de decirle a Duncan que había cambiado de opinión, pero se lo encontró mirándola cara a cara, medio sonriendo, con un destello en los ojos. Le recordó aquella vez que se había colgado de la rama de un árbol. Volvió a subir las escaleras."

Anne Tyler
Buscando a Caleb



"No podían ir a casa de Eunice, porque de momento no tenía casa. Vivía con sus padres. Su padre había sufrido una apoplejía en el mes de marzo, y Eunice se había instalado en su casa para ayudar. Leyendo entre líneas, Liam dedujo que eso no suponía para ella un gran sacrificio. En Cope no ganaba mucho dinero, y era evidente que no era la típica ama de casa. Además, se notaba que era hija única: tenía un aire de eterna hija, y le preocupaba en exceso la opinión que sus padres tuvieran de ella. Liam catalogó ese rasgo igual que los otros, con interés científico y sin hacer juicios de valor. Todavía se encontraban en esa etapa en que hasta las debilidades del ser amado parecían atractivas.
Por desgracia, el brazo que se había roto Damian era el derecho, y lo llevaba inmovilizado en ángulo recto con un yeso que le iba desde la muñeca hasta más arriba del codo. Como su coche —o mejor dicho el coche de su madre— no era automático, no podía conducir. Y Kitty tampoco podía conducir, porque Liam no podía permitirse una ampliación del seguro. Cuando el agente le dijo lo que le iba a costar, creyó que no le había oído bien.
Eso dificultaba mucho las cosas. A veces Kitty cogía el autobús para ir a casa de Damian directamente después del trabajo, y Liam tenía que ir a recogerla por la noche. Sin embargo, la mayoría de las veces, la madre de Damian dejaba a su hijo en casa de Liam, y luego Liam tenía que acompañarlo a su casa. (La madre de Damian, una viuda que aparentaba más años de los que tenía, no conducía por la noche.) De una manera o de otra, a Liam le tocaba hacer de chófer más de lo que le habría gustado. Había unas pocas gloriosas ocasiones en que otros amigos del instituto arrimaban el hombro, pero muchos trabajaban en Ocean City en verano, y otros se encontraban limitados por complicadas nuevas leyes relativas a llevar en el coche a personas de su misma edad. Muchas veces, lo que pasaba era que Eunice se ofrecía para devolver a Damian cuando ella se iba a su casa, lo cual era un detalle por su parte, pero la obligaba a marcharse antes de lo que a Liam le habría gustado. Y, entre tanto, habían pasado la velada con Kitty y Damian, y no habían estado solos ni un minuto."

Anne Tyler
La brújula de Noé




"Otra foto: Kate de pie muy rígida ante la puerta de casa, Piotr a su lado con una sonrisa y con la nariz un poco irritada. Al parecer su supuesto resfriado era una alergia a algo.
Luego Kate y Piotr sentados en el banco de un restaurante. El brazo derecho de Piotr se extendía con gesto de propietario por el respaldo del asiento detrás de Kate, lo que le daba un aire contorsionado porque el respaldo estaba muy alto. Además tenía el ceño fruncido en un esfuerzo por ver en la penumbra; se quejaba de que los restaurantes estadounidenses no estaban lo bastante iluminados. El padre de Kate también estaba, claro, porque alguien tenía que hacer la foto. Kate y él habían pedido una hamburguesa. Piotr pidió carrilleras de ternera con puré de apionabo y salsa de granada, tras lo cual el doctor Battista y él se pusieron a hablar de los «algoritmos genéticos» de las recetas. Kate reparó en que, cuando Piotr escuchaba a alguien con atención, su rostro adquiría un aspecto un tanto beatífico. Se le relajaba la frente, se quedaba muy quieto y se concentraba en la otra persona.
Después Kate y Piotr en el sofá del salón, dejando un espacio entre los dos, Piotr sonreía y volvía a poner el brazo a lo largo del respaldo mientras Kate, con gesto serio, alargaba el brazo izquierdo hacia el fotógrafo para mostrarle el anillo de diamantes. O tal vez fuesen circonitas, nadie estaba muy seguro. La tía abuela trabajaba en un bazar de todo a diez centavos.
Kate y Piotr fregando los platos. Piotr llevaba un delantal y levantaba en el aire un plato preaclarado. Kate estaba a su lado y lo miraba como si no supiese quién era esa persona. Bunny, solo visible en parte, parecía preguntarse quiénes eran ambos y ponía incrédula los ojos en blanco delante de la cámara.
Bunny enseñó a su padre cómo enviar las fotos a los teléfonos de Kate y Piotr, pues él no tenía ni idea. Volvió a poner los ojos en blanco, pero le enseñó. No obstante, no ocultó su espanto ante el plan de la boda."

Anne Tyler
Corazón de vinagre


"Peter se quedó inmóvil como un ciervo acorralado; Rebecca lo notaba, a pesar de que no lo miraba. En aquél instante, observaba el paisaje. Como descansaban los ojos, mirar un río! Se sumió en un tránsito de paz, observó la forma que tenía el agua al amontonarse cuando se encaminaba hacia un remolino cercado. Se acumulaba en un lío tenue y sedoso y entonces se suavizaba y fluía, transparente en las orillas, pero abatido en el centro, del mismo color amarillo-verde que un recipiente iluminado por el sol en el borde de una ventana. Me fui dejando llevar, en sueños. Habría podido estar en el mismo lugar cien años atrás. La línea de árboles oscuros en la orilla contraria tendría el mismo aspecto, habría sentido el mismo chapoteo suave del agua cercana, el mismo tumulto un poco más lejano."

Anne Tyler
Cuando éramos mayores


"Vio la ciudad extendida abajo, a lo lejos, como un rutilante océano dorado, las calles cintas de luz diminutas, el planeta curvándose un poco en los bordes, el cielo una concavidad violeta prolongándose hasta lo infinito. No era la altura; era la distancia. Era la vasta distancia que lo aislaba y lo separaba de todos aquellos que le importaban.
Ethan, con sus andares elásticos —¿cómo sabría nunca que su padre se había quedado atrapado en este chapitel de los cielos? ¿Cómo lo sabría Sarah, bronceándose perezosamente al sol?—. Porque podía perfectamente creer que el sol brillaba allí donde ella estuviese en este momento; tan lejana la sentía. Pensó en su hermana y sus hermanos, ocupados en sus menesteres, jugando su partida nocturna, ignorantes de cuán atrás los había dejado. Se había alejado demasiado como para poder volver. Nunca, nunca regresaría. De alguna manera había viajado hasta un punto completamente apartado de todas las demás personas del universo, y nada era real excepto su propia mano angulosa apretando el vaso de jerez.
Dejo caer el vaso, produciendo un pequeño revuelo de voces sin sentido, se dio la vuelta y cruzó la sala corriendo sesgadamente hasta salir por la puerta. Pero quedaba aquel pasillo interminable y no se vio capaz de recorrerlo. En vez de intentarlo, dobló a la derecha. Pasó al lado de un nicho de teléfono y se encontró en unos lavabos; sí, lavabos de hombres, por suerte. Más mármol, espejos, esmalte blanco. Creyó que iba a vomitar, pero cuando entró en uno de los cubículos la náusea le subió del estómago a la cabeza. Se notaba el cerebro muy ligero. Se quedó delante del inodoro, apretándose las sienes. Se le ocurrió preguntarse qué cantidad de metros de cañería harían falta para instalar un inodoro a esta altitud.
Oyó entrar a alguien que tosía. La puerta de otro cubículo se cerró con un portazo. Abrió un poco la suya y miró por la rendija. La suntuosidad impersonal de la pieza le recordó las películas de ciencia ficción.
Bueno, este problema seguramente surgía a menudo en este lugar, ¿no? O quizá no este problema exactamente pero sí otros similares: personas con miedo a las alturas, por ejemplo, que eran presas del pánico y tenían que llamar a… ¿quién? ¿El camarero? ¿La chica que recibía a los del ascensor?
Se aventuró con cautela fuera del cubículo y luego de los lavabos, y casi chocó con una mujer que estaba en el nicho del teléfono. Vestía metros y metros de gasa de tonos pastel. En aquel momento estaba colgando el teléfono y, recogiéndose las faldas con una mano, empezó a andar con lánguida elegancia hacia el comedor."

Anne Tyler
El turista accidental