En el siglo III, solo la diosa Tyche (Azar) fue realmente adorada. En el siglo II ella cedió su lugar a Ananke, la Necesidad o la coerción de las circunstancias. Un difuso escepticismo, paralizó la energía de los Griegos; desearon saber el futuro, no formarlo. Crítica, no creación fue la pasión principal de los intelectuales. El pueblo griego anhelaba volver a la religión. Todos sus dioses antiguos volvieron a la vida una vez más... como estrellas. Ahora se veía al planeta Venus como la personificación de la diosa Venus; el padre de los dioses, Júpiter, era claramente visible en el cielo. El no se manifestaba en sí con truenos y relámpagos como en los días de antaño sino por directa radiación. El ya no podía asociarse personalmente con unos pocos mortales elegidos, pero manejaba una influencia mágica directa sobre cada alma viviente. La astrología proporcionaba una relación vital con los dioses, lo que en tiempos pasados había sido reservado a los misterios ocultos.
Esta forma de significación astrológica es infinitamente superior que el decir de una mera buenaventura. Ello confirmó la supremacía de Ananke sobre Tyche al proveer leyes calculables al destino. Liberada del Azar (Tyche), la vida adquirió una vez más un significado profundo. Desde las profundidades del cielo nocturno, sonaron divinas voces; una trama de causas y efectos ligaron al hombre son el Universo. El alma del hombre depende de los planetas y signos del zodiaco; el microcosmo humano representa la imagen del animado macrocosmo. El horror del hombre a su soledad en el universo, fue aplacado; el ciego Moira no reinaba más; con la fe en las estrellas y en la demostrada relación entre el pasado y el futuro, el hombre podía encontrar su paz interna.

Rudolph Thiel
Y fue la luz
Tomado del libro de Marcia Moore La astrología en la actualidad, página 36