"El sueño venció al miedo tras largo y empeñado combate, y Manolo se durmió encima de la silla, con los pies sobre los travesaños y las manos oprimiendo nerviosamente la cartera donde guardaba los billetes.
Dormido quedó, y ojalá nunca se durmiese. Fue el sueño más angustioso que la vela.
Durante el sueño imaginó, ¡qué imaginar!, vio los hechos como si fueran plena realidad; vio que Mariquilla, aprovechando una distracción del poeta, echaba en su copa unos polvos. ¿Narcótico?... ¿Veneno?... Esto lo ignoraba Manolo. Lo cierto era que sus ojos se fueron entornando y sus miembros agarrotando tal como si muerto estuviera.
Sólo que oía y escuchaba. Oyó primeramente que Melgares, no el que estaba con Mariquilla, otro Melgares gigantesco que tocaba con su cabezota a las nubes, preguntaba con voz de ogro ayuno a la Guarnición que se había vuelto completamente bruja:
-¿Está ése en la puerta?
-Sí -respondió la Guarnición.
-Dile que suba pa despachar al estudiante.
La vieja echó a correr, y a poco volvió con un hombreado rubio que revolvía furiosamente sus verdes ojos bizcos y se los restregaba con dos manos enormes, salpicadas de sangre.
-¡Jala! -dijo este hombre a la bruja. Tumbarle encima de la mesa, y haremos con él picaíllo.
El Bizco, riendo a carcajadas, fue aproximándose a la mesa donde había puesto a Manolo, y sacando del bolsillo del chaquetón un alfanje moruno, empezó a cortar por la punta la nariz de la víctima.
-¡Socorro! -gritó Manolo, despertando despavorido-. ¡Es la muerte! -gritó, viendo una figura huesosa que a la luz pálida del alba se destacaba sobre el fondo obscuro de la alcoba, y avanzaba hacia la cama de Frasquita sobre la punta de los pies.
-¡Qué muerte ni qué historias, niño! ¡Abre los ojos! Soy la Guarnisión. ¿Qué haces ahí con los pinreles engarruñaos al palitroque de la silla? ¡Vaya una manera de dormir! Así duermen los loros.
-¿Se fue? -preguntó el estudiante.
-Hace veinte minutos.
Manolo saltó de la silla:
-¿De veras?
-Y tan de veras, hombre.
-Gracias a Dios que respiro ancho.
Y el joven, estirando los brazos, abrió de par en par su boca para recoger todo el aire que entraba por la puerta."

Joaquín Dicenta
Caballería maleante



“Hay quien es esclavo porque no le dejan ser hombre libre, hay quien no es hombre libre porque no le agrada dejar de ser esclavo.”

Joaquín Dicenta Benedicto

"Los trovadores gitanos, los poetas de la raza indomable debieron soñar con parejas así cuando improvisaban sus canciones de amor en los rincones de las selvas, al compás lento de los címbalos.
Arrancados parecían los perfiles rojizos de los novios a las pinturas del antiguo Egipto paternal. Ciñera él los arreos de los capitanes faraónicos, empuñara el arco y la flecha, y sería imagen exacta de los guerreros que ayudaron en sus conquistas a los reyes de la sagrada Thémis.
Ella, trajeándola con la corta y flotadora túnica, recogiendo sobre su cabeza una tela de colores vivos y poniéndole una flor de loto entre las manos, fuera trasunto vivo, seductora resurrección de las copthas que duermen el jeroglífico sueño de los muertos a la sombra de las pirámides.
Pura, limpia de cruces, arrogante en lineamientos y color, resurgía en aquellos dos seres de una tribu errabunda la raza simbolizada por la esfinge.
Sus pieles ladrillosas; sus ojos rectos, grandes y melancólicos; sus bocas, de marfileña dentadura; sus cuerpos ágiles, que denunciaban flexibilidades de serpiente y nerviosidades de pantera, recordaban, embellecidas, las pinturas murales que el tiempo respetó y los egiptólogos han descubierto.
Ya sé que los eruditos y los sabios han convenido en que los gitanos proceden de la India; pero los gitanos siguen ateniéndose a su Egipto y yo acepto su documentación. Después de todo, si los sabios de levita y sombrero de copa merecen mayores respetos, no a mínimos son acreedores los zahorís de chaqueta corta y sombrero ancho.
Ellos se llaman, y llaman a los suyos, «Hijos de Faraón», descendientes de aquellos magos y guerreadores que inmortalizaron el imperio de los Ptolomeos.
Acaso en el bosque evocaba las épocas del roto poderío egipciaco, un gitano viejo que, recostado contra un naranjo y poniendo sus ojos en el cielo, libre de nubes, repetía el cantar siguiente:

No hables mal de los gitanos,
que llevan sangre de reyes
en las palmas de las manos.

El resto de la tribu había registrado el fondo de sus albardones para sacar la trapería lujosa a relucir. Hombres, mujeres, niños, se lavaron escrupulosamente en los cristales de un arroyo, haciendo a su jefe él más estupendo de los honores por ellos conocidos."

Joaquín Dicenta
Estrellita del alba



"Tan prisionero se es con una cadena amarrada al pie como con una corona sobre la cabeza."

Joaquín Dicenta Benedicto


“Te voy a dar un consejo 
que aprendí para mi daño, 
un día en que me hice viejo 
a causa de un desengaño. 
Si quieres a una mujer,
quiérela de tal manera
que la dejes de querer
antes que ella no te quiera; 
porque en esto del amar 
sucede lo que al reñir ;
que es necesario matar,
o es necesario morir.”

Joaquín Dicenta Benedicto