Carta a Henry Poulaille

Nací en 1878, pero no lo diga.
Nací en Suiza, pero no lo diga.
Diga que nací en el Pays-de-Vaud, que es un viejo
país saboyano, es decir de lengua de oc, es decir francés
y de las orillas del Ródano, no lejos de su fuente.
Soy licenciado en letras clásicas, no lo diga.
Diga que me esforcé en no ser licenciado en letras clásicas,
que no lo soy en el fondo, sino un nieto de viñateros
y de campesinos que yo hubiese querido expresar.
Pero expresar es aumentar.
Mi verdadera necesidad es aumentar...
Vine a París muy joven; es en París donde me conocí
y gracias a París.
Cada año, durante doce años, pasé al menos varios
meses en París; ¡y los viajes de París a mi casa y de mi
casa a París fueron todos mis viajes!
Salvo el que hice por religión hasta el mar, mi mar,
descendiendo el Ródano.

Charles Ferdinand Ramuz



"Durante aquel tiempo, los del pueblo seguían vigilando el puesto; como el puesto contaba con cuatro hombres que se relevaban cada cuatro horas, constituía para ellos una molestia. Cuatro hombres, seis veces diarias, veinticuatro hombres al día; ahora bien, en aquel tiempo no había más de cien hombres en el pueblo, de manera que te tocaba turno más o menos dos veces por semana y a menudo en medio de la noche. Los turnos estaban escritos en un papel. A las dos de la madrugada venían a despertarte a la ventana. Constituía una gran molestia; sin embargo, pronto se verían forzados a reconocer que, incluso aquella molestia, por más importante que fuera, no iba a servir de mucho.
Al término de una de aquellas noches, poco antes de la salida del sol, sonó un disparo en la garganta; luego, aquella nueva desdicha empezó a bajar hacia ellos.
Al principio, los del puesto no habían entendido bien; sólo habían visto que venía un hombre; se habían precipitado fuera del henil con sus escopetas, con la intención de detenerle, gritando: "¡Alto!", y de pronto:
-¡Pero si es Romain...!
En efecto, era Romain.
Lo que había ocurrido era que Romain, al mantenerse oculto, no había podido quedarse quieto. Su antigua afición le había desasosegado. Se había puesto a pensar en su escopeta y en la hendidura de la roca en la que, bajo las aguas secas, estaban el arma, el cebador, los perdigones y los cebos en una caja de hojalata, porque se trataba de una escopeta de gatillo, aunque eso no importaba, sino al contrario; se había desasosegado ante la idea de que la escopeta no sirviera para nada, mientras él hubiera tenido todo el tiempo necesario para servirse de él, con el agravante de que él no sabía qué hacer con su tiempo."

Charles Ferdinand Ramuz
El gran miedo en la montaña



"El diablo. Yo he llegado este mediodía, y él ahora, tardísimo, para ventaja mía. Mira de nuevo por la rendija del telón. Al público. Este pobre muchacho no comprende que la niña está enferma por mi duende: yo estaba aquí mucho antes de llegar; y la podría bien sanar, pero aun hermosa como es ella, no he venido por la doncella. Mira por la rendija del telón. Es por él que he venido: ¡y ya está al caer! Al público. Le robaré la chica a mi placer y ya no tendré más quehacer. Al lector. ¿Recuerdas cómo era?
El lector 9, leyendo. “El coche por los aires se ha elevado
y los cruza, veloz, de lado a lado.…” Reanudación de la “Marcha real”.
Lector 9. Ha sonado la música, el rey me ha recibido, todo sale rodado; me han dicho: —¿tú eres médico? —y yo: —Sí, médico soldado… —Pero es que ya han venido muchos para nada…
—Oh, yo tengo una droga comprobada… —Pues mañana veremos si es tan adecuada… El lector sostiene un juego de cartas y lo baraja. ¡Todo va bien! Lo malo ya pasó. El colega tenía razón. En efecto, ¿por qué no yo? Una muchacha para mí, después de tanto tiempo, ¡sí!
[...]
El soldado. Eso es. ¿Qué os parece, cartas, reinas de embrujos? Siete de corazones, diez de corazones, todo corazones, todo triunfos… Bebe. ¿Por qué no yo?, repito aquí.
Una muchacha sólo para mí, y encima una princesa, ¡sí!…
El diablo aparece junto al soldado con el violín sobre el pecho.
El diablo. Pero alguien se te adelantó: antes que tú, aparecí yo. Silencio. El soldado baja la cabeza y no se mueve.
El diablo, girando alrededor de la mesa. Y yo la sanaré… con esto… Mostrando el violín. Algo que tengo yo en tu puesto, que tú tuviste y ya no tienes… éste que fue el mejor entre tus bienes. Silencio de nuevo. El soldado sigue sin moverse.
Siete de corazones, diez de corazones, reina de corazones,
¡Una suerte cargada de razones! ¿Te lo creíste en realidad?…
Mostrando el violín. El remedio lo tengo yo, y nadie más en la ciudad. Empieza a dar vueltas alrededor del soldado, haciendo malabarismos con el violín.
El lector 10, sordamente. Me tiene preso, es la verdad, tiene la solución más adecuada, y yo no tengo nada: ¡nada de nada!
Se detiene bruscamente.
El diablo, paralelamente de ahora en adelante a las réplicas del lector y el soldado, al tiempo que llena los espacios haciendo malabarismos con el violín. ¡Y basta con un poquitín de música! ¡Música, música, música!"

Charles Ferdinand Ramuz
Historia de un soldado



"Nada nace sino de amor, y nada se hace sino de amor; sólo hay que tratar de conocer los diferentes grados del amor."

Charles-Ferdinand Ramuz

"Y esto acaba de realizarse, puede decirse que esto se ha realizado en cincuenta o sesenta años. Pero cincuenta o sesenta años no so más que un instante en la historia del mundo."


Charles-Ferdinand Ramuz
Tomado de la revista Horizonte, número 2, página 27