"Lorenzini pasaba las tardes en la puerta del Café Falchetto, enfrente del actual Bottegone, en el llamado «rincón de los trabajadores», que recibía este nombre por reunirse en él los más célebres ociosos de Florencia. Allí, en compañía de Pier Coccoluto Ferrigni, llamado Yorick, y de otros juerguistas, Carlo Lorenzini se tomaba a sorbitos su copa de ajenjo y despellejaba vivos a los transeúntes, a imitación de esos cínicos de la antigua Atenas a los que llamaban «sales» por lo salado de sus comentarios.
En invierno llevaba el bombín de fieltro, en verano el sombrero de paja. Lo llevaba ladeado, calado hasta los ojos o echado hacia la nuca. Había inventado una especie de lenguaje del bombín. El bombín era un quinto miembro de su cuerpo. No se lo quitaba ni para dormir.
Lorenzini nunca se acostaba sin antes recibir la bendición de manos de su madre. Por su parte, ésta no se dormía hasta que no oía recogerse a su Carlino.
Pero ¿por qué Carlino se recogía tan tarde?
Carlino era bebedor y jugador. Las partidas de tresillo se prolongaban hasta muy entrada la noche en el Casino Borghese de via Ghibellina. Cuando en los campanarios de las iglesias daban las tres de la noche, desde su cama con dosel, en la que estaba angustiada y con el oído aguzado, Angiolina Orlazi de Lorenzini oía crujir la puerta de casa."

Alberto Savinio
Contad hombres, vuestra historia



"Me levantaré cuando nadie me vea, cuando nadie me vigile… Debo levantarme, para ir al jardín. Debo ver en qué quedó el castillo y el laberinto que comencé a construir y que ustedes me obligaron a dejarlos a la mitad, porque me metieron a la cama… Si no voy a cuidarlos, otros pasarán por el jardín y los pisarán, los destruirán… Porque los grandes no respetan nuestros trabajos y se entercan en no tomarlos en serio… Y dicen que no son cosa seria, adrede, para poder destruirlos sin sentir ningún remordimiento… Me voy a levantar ahora mismo… No… Mejor mañana… Mañana será otro día y yo estaré más grande… Estaré más grande, más fuerte… Hoy no… Esta mañana, cuando papá se fue a la oficina y mamá le estaba hablando por teléfono al doctor, mientras estaba conmigo la enfermera… Ustedes confían en la enfermera, están seguros de que ella me vigila como lo hacen ustedes… Pero la verdad es que ella no me vigila, y se pone a dormir cuando no están ustedes… Ustedes no lo saben, y ojos que no ven, corazón que no siente… No se dan cuenta de nada… Las cosas no marchan como ustedes quieren, no son como creen, sino todo lo contrario… Pero como no lo saben, poco les importa… La enfermera estaba durmiendo, y quise levantarme de la cama… No, sólo quise sentarme un poco sobre la cama, y saqué una pierna para apoyarla en el suelo… Parecía que me faltaba la pierna… Sentí una especie de vacío a mi alrededor… El viejo de la pared, el que está dentro del marco y fuma su pipa tirolesa, se cubrió de niebla, ya no podía ver su cara… Todo el cuarto parecía estar patas arriba, y empezó a dar vueltas… Y me recosté otra vez sobre la almohada… Creo que la enfermera se despertó, pues sentí que volvía a poner mi pierna sobre la cama… Pero no me morí… Me han dicho otra mentira… ¿No me dijeron que caería muerto si intentaba levantarme? En cambio… Sólo que el cuarto empezó a dar vueltas… Pero mañana estaré más grande… Más grande y más fuerte… Y me levantaré… Iré al jardín… Iré a ver mis trabajos, que por su culpa dejé a medio terminar… Debo terminar esos trabajos… La fortaleza, el laberinto… Todavía falta mucho, sobre todo en el laberinto: es algo difícil… Es necesario poder entrar en él y no poder salir… Nunca jamás… Cuando termine el laberinto volveré a casa, sólo entonces… Pero quizá no vuelva… Es más: nunca volveré… Al fin y al cabo nunca podré hacer todas las cosas que tengo en la cabeza mientras esté con ustedes… Siempre querrán tenerme sometido, con el pretexto de que todavía estoy chico, de que no tengo juicio, como dicen ustedes con su gusto de pronunciar sentencias, para prohibirme que haga lo que quiero hacer y que nunca haré mientras viva aquí, sometido a ustedes, obstaculizado, envidiado y odiado por ustedes… Debo irme… Lo sé… Ya sé a dónde… Si se los digo, me dirán que no… Que son locuras, tonterías… Claro, porque creen que sólo ustedes hacen cosas serias… Si les pidiera permiso para irme, nunca me lo darían… ¿Y para qué pedirles permiso…? ¿Por qué pedir permiso…? ¿Porque son mis padres y debo obedecerlos…? Así dicen ustedes, ¿pero quién inventó estas leyes? Ustedes, por su propia conveniencia… Pero yo sé que es una ley que inventaron ustedes, una ley que les conviene, y yo ya no creo en ella… Me iré sin su permiso, me iré a como dé lugar… Y si en realidad son tan buenos como ustedes dicen, si en verdad me quieren tanto como dicen, entonces no podrán sino aprobarme cuando sepan, cuando vean lo que haré cuando me halle lejos de ustedes… Me aprobarán y admirarán… Sólo entonces comprenderán quién era realmente este hijo, lo que valía."

Alberto Savinio
Toda la vida



"Si quieres combatir a los dictadores, empieza por el primer dictador, Dios."

Alberto Savinio


"Tan descontento estoy de las enciclopedias que me he hecho la mía propia para mi uso personal."

Alberto Savinio, seudónimo adoptado por Andrea de Chirico
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