Epitafio a la memoria

"Como un hacha plegada, o un aire rendido a un viejo territorio, pasáis como ancianos roncos
ante el caballero caído bajo las piedras,
amarillo, sin dedos ya, como zapallo de ultratumba.
La noche y su hembra ciega echaron estos huesos en el bulevar, despojos que pesan en el corazón
como gladíolos, o los ojos del padre muerto.
Dejad que caiga esta pierna en el mar, el mar profundo.
¡Oh, alma !, pingajo quemado, tigre sin rayas en la gran gema difusa, lingote seco en el furor pálido,
espera un descendimiento, una voz cayendo desde arriba,
porque, ciertamente, el cuervo de las alucinaciones, el cuervo, reo de tristezas,
creará un día su propia fábula, su corazón por encima de la memoria, y su pecho de oro, su viento rasgado,
muerde el oído del tiempo, apenas, y de rodillas."

Mahfúd Massís


Insurrección

"El Hombre
!qué solo!
y Dios no tiene cojones. !Dios
ya no rompe nada!
Tiene
una papa en la boca: está mudo. Y te puedes
moriri llorando. !Pero
estás solo!
Si no te rascas
con la propia
mano
entumecida,
si no hechas el corazón y dices: "Carajo,
soy un hombre", y entregas
a tu hermano un fémur,
un fusil,
un cuchillo para asaltar juntos el cuartel mas cercano;
si te dejas
llevar de la jeta por los bulevares
como un ángel con los huevos cortados,
no pretendas
ser distinto
a este mono caliente
colgado de su jaula en el invierno de la vida,
y que observa
con el cráneo aplastado,
cómo desciende la lluvia, cómo
cae el maní sobre su rostro de pordiosero,
esperando
que nazca
de él un día
el HOMBRE que tú
miserablemente traicionas."

Mahfúd Massís


LUKÓ: En el gran drama gregario de la vida, cuando el espanto deposita en mi corazón su huevo obscuro, levanto los ojos hacia ti, como una bestia que busca algo por encima de su condición, flor extranjera.
En este mundo solitario por el que andamos, caminas junto a mí por un favor de los dioses, y te seguirá mi pisada negra, ineluctablemente, aún más allá del Gran Pantano.

Mahfúd Massís


Nocturno del piano


"El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos, canta como un papa melancólico. Sus notas
caen como los huevos del esturión muerto sobre mi corazón en esta noche.
Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata. Rompe su levita de caballero velado ;
pero déjame solo, ahorcado en la cama.
El virrey baila el tango mientras lloramos, agita sus orejas como toneles,
evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,
(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),
pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga, en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.
Mata al demonio del piano, amiga mía ;
escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila como hembra preñada
encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho, una segundo vida que desconozco, y que rechazo
como la horma negra a la nube."

Mahfúd Massís


Palabras en el Muro

"Cuando el Ángel terrible embiste al poeta con su cornamenta obscura, entre la yedra y la sangre, asoma un rostro asesino pálido, que aplica a la obra de arte su melancólico ojo de vidrio.
            Al anochecer se cubre la calva; sueña con los ejemplos “olvidados” del arte de antaño, y tiembla su diminuto corazón, entre la manada de críticos literarios, ultramontanos y feroces.
            ¡Animales de sangre fría! En su lecho de condenados tosen y espectoran, como muertos a quienes se olvidó enterrar, lampiños e inconclusos, pero severos, como empresarios funerales.
¡Apiadaos entonces del poeta, del “desarreglo de sus sentidos” (que no es sino una nueva organización de los sentidos), que preconizara un día aquel fascinante piojoso de Las Ardennas, al que nunca pudieron perdonar esos bribones!
            Sus cráneos congelados, en que cada tuerca está soldada por la mano del Gran Gasfíter, son los destinados a explicar la obra del poeta y sus quemantes visiones.
            Ciertamente, si el poeta reparara en esas tristes merluzas, estaría perdido.
            Por tal razón, pongo un muro de asbesto entre ellas y mi poesía, grandes piedras refractarias entre su cerebro pardo y mi conducta como individuo. La poesía continúa su curso, trazando una diagonal sobre sus cadáveres, aunque se desgañiten aullando “¡vade retro, Satana!”, al menor indicio de obscuridad, pues -misterio insondable- sus almas sombrías se aterran de cuanto puede parecerles obscuro. Ignoran que la noche no es sino aquella parte del día preñada de inexpresable don mágico.
            Se sobresaltan, quizá, porque el poema escarba en la sentina de sus instintos, a una profundidad no deseada, y porque el arte actual destruye en su propio nido, la falsa noción del hombre sobre su origen extrahumano, embellecida durante siglos por idealistas adiposos e individuos de buena educación literaria. De súbito se enfrenta a su imagen, y tiene espanto.
            En las páginas que siguen, elaboro una experiencia poética en que el régimen de las visiones satisface mi necesidad de expresión, y ello me basta. Debajo de todo artista hay un dios de mirada taciturna, que impera en el reino de los sentimientos y sus conturbadas imágenes, cuyo ceño expulsa las vivencias, saturadas de terror helado. En consecuencia, no arguyo ni explico nada: sólo trato de levantar mi grito en medio de la noche.
            Comprendo que es menos devastador trabajar en la anécdota sentimental, entre el incienso y la dulce niebla subjetiva, o explotar el lunfardo de cierto arte social, tan productivos como el vientre de un gran cerdo rosado. No: yo opto por el hecho poético cruento, que persiste en la memoria con la violencia de su impacto emotivo.
            En cuanto al poema en sí, su unidad queda abonada, en primer término, por una ansiosa secuencia de estilo, y por la persistencia de un voltaje psíquico, que he tratado de sostener contra toda fatiga, más que por el predominio de los temas, que sólo suelen ser accidentes o recursos en la poesía contemporánea.
Indudablemente, el poeta no busca los temas para expresarlos. Se expresa en ellos. No importa cuáles hubiesen sido, este poema en lo esencial no admitiría variaciones. El poeta no es, probablemente, sino el protagonista de una sola idea, hacia la que confluye su experiencia emocional. En el sudor de su agonía, sin embargo, están los elementos químicos de toda una época, transformados a través de un metabolismo aun para él inexplicable. Es lo que no podrán comprender nunca los agentes de cierto tipo de “realismo”. Esa idea o sentimiento central, es, sin querer abusar de las palabras, lo que podría estimarse como un mensaje poético, y ese mensaje, según entiendo, no debe ser un reflejo del individuo, sino parte integrante de su ser real.
            El poema es un desprendimiento de la materia esencial del artista, condicionada dialécticamente por el devenir histórico. Lo demás es colorismo abyecto. Rimbaud no abandonó la poesía: nadie podría hacerlo. Ella le abandonó como la piel deja a la serpiente, antes de haber escrito sus “Iluminaciones”, ese hermoso arcoíris final, ya sólo reflejo de sí mismo, pues había echado fuera cuanto requería de él el furor sombrío de su índole.
            El presente poema, está realizado de un modo distinto al que pudiera considerarse natural, dado que constituye una sola pieza literaria. Trabajé cada uno de sus veintisiete breves fragmentos individualmente, como si se tratase de un todo poemático, sin perder, obvio es decirlo, la visión estructural del conjunto. Cada fragmento, recoge en sí los elementos fundamentales del poema, y es, por así decirlo, una célula viva, independiente, y, a la vez, sometida al régimen interior del poema. Constituye cuadros, momentos emotivos superpuestos, con un denominador común, y el encaje dramático de situaciones en apariencia opuestas, está conseguido con el coagulante de una genuina angustia.
            Al escribir este poema, he partido de hondas imágenes afectivas, ocultas algunas a mi propia consciencia. Han sido trastrocadas, metamorfoseadas, envueltas en el resplandor de los símbolos visibles, un caballo, una mujer, un niño muerto; símbolos permanentes, donde parece refugiarse todo aquello que abandona el pecho del hombre y busca su vehículo terrestre. Quien resbale desaprensivamente sobre su lenguaje, yerra si sólo percibe el canto fúnebre del ave ante el crepúsculo. Existe un mar de fondo estructurado sobre las arenas blancas y negras de mis propios terrores, y en la convicción de un mundo raído por la crueldad y el abandono. La vida, el amor, la blasfemia social, la tragedia privada del individuo; el ancestro, sumergiéndose en el seco dintel de los milenios; las hojas queridas que se llevó el viento de la muerte; las tentativas y los sueños del hombre, destroncados, frente al túnel sin salida del tiempo -terriblemente reducido, pues no concibo sino el tiempo-consciencia- todo ello, en soterrado impulso, determina en mí el lenguaje, como postrera forma de desolación.
            Quizá uno de los dones de la poesía sea la posibilidad de coexistencia de tan encontradas emociones; su cordón central empalma con el gran tablero humano, cuyo conmutador sólo el poeta es capaz de poner en movimiento.
La constante de mi poesía es la muerte; en otros es la melancolía, el optimismo, (a menudo grosero), la crueldad o los refinamientos venenosos. Ella envuelve en un halo común los elementos de mi poética. Quien me acuse, tal vez olvide que sin un leit motiv acaso no puede existir un gran poeta. ¿Y qué más que la muerte, a cuya razón social estamos todos afiliados, tiene derecho a cantar el hombre en el tembloroso bordón del lenguaje humano? No te desanimes, lector, si en estas páginas los muertos te parecen vivos, y los vivos tienen a veces el rostro de los espectros. Es sólo la contradictoria y dual naturaleza de las cosas, afirma la sombra pálida de Heráclito. Lo que ves, lo que amas, todo vive y muere mientras lo miras. Mis antepasados me legaron una carga mortal que no consigue superar mi condición de retoño americano. Pero, América, ¿no es acaso un dolmen gigantesco en donde los ritos de la sangre todavía humean, condensándose sobre los acantilados y los grandes ríos?
            Los poetas del optimismo inoportuno, son apenas el equivalente de quien se sumerge en la borrachera animal para soportar la tristeza. Nada hay, en verdad, que haga resonar el cuerno de la alegría. Nuestra condición de mendigos en el concierto de la economía del mundo, la persistencia melancólica del ancestro -alcohol y fantasía-, nuestra falta de identidad continental, donde el hijo del inmigrante es todavía el hijo del inmigrante, (eso, en última instancia, soy, y me explica), pueden producir optimismo sólo en los irresponsables. La historia recogerá cuánto de falso cae de su plumaje coloreado. Su canto es el canto del gallo, a una hora en que los fantasmas caminan todavía por la tierra. Pero nadie burló los ciclos biológicos, sociales o estéticos, sin recibir la sanción natural sobre su testa de pequeños Cagliostro rurales.
            Vivimos la hora de un gran duelo universal. Esclavos o gladiadores, dejemos el testimonio de la ignominia escrito en la arena. Personalmente, no siento la cósmica alegría de algunos elegidos, por lo que no me creo obligado a expresarla. Por el contrario: experimento una punzante angustia y una trágica compasión por todos mis contemporáneos. Ni puedo ser el romano que atraviesa la Vía Appia, llevado en brazos de sus servidores, mientras a la orilla del camino los hombres se pudren, comidos por los cuervos que revolotean sobre las cruces.
            No se interprete, pues, mi poesía como la de un demonio funerario. Yo lloro la pérdida de la alegría; no celebro el horror de la muerte. Y aunque no abjuro de la gran noche de mis imágenes, tampoco arrojo sangre sobre el porvenir. No soy un profeta, sino un poeta solamente; canto lo que llega a mi corazón y lo estremece. ¡Y a mi corazón llega una gran tristeza! Ahí termina mi misión específica.
            Por otra parte -grabemos estas palabras con terrible fuego- todo poeta de verdad expresa siempre a su tiempo, y en su verbo, como en la paleta del artista, caben las carnaciones vivas y los colores corrosivos. En ello radica gran parte de la majestad del arte y de la vida. Quien pretenda nivelar la expresión del poeta, es sólo un impotente o un imbécil. O ambas cosas, conjuntamente. Es como querer nivelar el espíritu humano, de entre cuyo limo contradictorio, se alza, siempre renovada y misteriosa, la efigie mutable y eterna del Hombre."

Mahfúd Massís




PERRONUESTRO

"PERRONUESTRO que estás en los cielos,
petrificado sea tu nombre,
caiga sobre nos el tu reino,
hágase tu voluntad sobre la tierra, debajo del cielo.
El pan negro de cada día arrójanoslo hoy
y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros asesinamos a nuestros deudores;
húndenos en la tentación, más libranos del animal.
Amén."

Mahfúd Massís


Poema de las manos muertas

"Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido. Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.
Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana. Con ella te digo adiós, pájaro viejo.
Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.
Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías
la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos. Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos ! Que no se cubran de gusanos sino en la hora
en que los hurones levantan sus patas al tardecer, otras manos escriban : “fue un extraño salvaje en la tierra”. Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche, rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura, agarrando la sombra, el tabaco
del cigarro funeral en el viento.
En mi rostro -despiadado y distante- hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto de una verdad enterrada."

Mahfud Massis



Vergüenza

"Vergüenza de vivir.
Ser un pólipo
en esta oceanía de sangre, abandonado ya, sin armazón,
cuando sólo quisiera celebrar la pascua
del asesino,
porque no existe más salvación que la trémula ira,
ni más alfombra que el cadalso, ni otro hoyo que el mar.
No hay más gallo que este muerto que canta al lado mío.
¡Oh, qué modo de vivir
tocando a cada instante la cabeza de un niño podrido!"

Mahfúd Massís​ cuyo nombre real era Antonio Massís