"A los tres les pareció en el mismo momento que ahora ya no se atreverían a volver ni a mirar hacia tierra: una conjura unió en una mirada sus cuerpos y sus espíritus. A cada uno le pareció ver en las niñas de los ojos de los otros aquel desafío mortal, sentir que los otros dos le arrastraban con todo el esfuerzo de sus cuerpos y toda su voluntad hacia alta mar, más allá, hacia espacios desconocidos, hacia un abismo del que no habría retorno posible; y les pareció que ninguno desconocía el carácter insidioso de aquel brusco acuerdo de sus voluntades y de sus destinos. Ya no era posible retroceder. Ahora nadaban en medio del silbido rítmico de sus tres pechos, y, con el frío entusiasmo de la muerte, el aire vivo inundaba sus pulmones fatigados. Se dirigían largas miradas. No podían separar los ojos unos de otros mientras su espíritu evaluaba con lucidez el espacio sin retorno ya recorrido. Y, con delirio voluptuoso, cada uno reconocía en el rostro de los otros los signos indubitables, el reflejo de su convicción, a cada instante más completa, de que, con toda seguridad, ahora ya no tendrían fuerza para volver. Y se zambullían avanzando entre las olas con un entusiasmo sagrado, y cada nuevo metro arrancado en medio del placer del descubrimiento absoluto, al precio de una muerte común más segura a cada instante, redoblaba su felicidad inconcebible. Y por encima del odio y del amor sintieron que los tres se fundían, mientras se deslizaban a los abismos con un vigor ahora furioso, en un cuerpo único y más vasto, a la luz de una esperanza sobrehumana que penetró en sus ojos inundados de sangre y de sal con la paz irrefutable de las lágrimas. El corazón saltaba en su pecho y el límite mismo de sus fuerzas pareció ahora muy próximo; supieron que ninguno de ellos abriría la boca ni propondría el regreso; sus ojos centellearon con una alegría bárbara. Más allá ahora de la vida y de la muerte se miraron por primera vez con los labios sellados, sondaron las tinieblas de sus corazones a través de sus ojos transparentes con delicias rompedoras, sus almas se tocaron en una caricia eléctrica. Y les pareció como si la muerte debiera esperarlos no cuando los abismos que ondulaban bajo ellos reclamasen su presa, sino cuando las lentes de sus miradas fijas, más feroces que los espejos de Arquímedes, los consumieran en la convergencia de una comunión devoradora.
De pronto la cabeza de Heide se hundió bajo las olas y todo movimiento pareció abolirse en ella. Entonces Herminien se despertó con un súbito estremecimiento, y un grito sorprendente salió de su pecho. Se zambulleron en la penumbra líquida. Blancas apariciones flotaron ante sus ojos a medida que uno de sus miembros aparecía y evolucionaba con lentitud en el seno de una extensión opaca y verde donde parecía profundamente enviscado. De pronto sus ojos se encontraron en aquella búsqueda submarina, y creyeron tocarse, y los cerraron con una sensación de peligro insoportable, como ante el ojo mismo de los abismos, atrayente y horrible, glacial de vértigo. En aquella busca despavorida donde les pareció que su mano manejaba invisibles cuchillos, la forma de un seno duro como la piedra pasó por la palma de Herminien; luego un brazo, que aferró con vigor desesperado; y cuando abrió los ojos en la superficie, desde el fondo del miedo asfixiante que lo rodeaba, los tres volvieron a encontrarse. El sol los cegó como una colada de metal. A lo lejos una línea amarilla, delgada y casi irreal marcó el límite de un elemento al que habían creído renunciar de forma tan completa. Se rompió un encanto. Sintieron su llamada, hasta el fondo de sus músculos y de sus cerebros resonó algo así como el sonido de una campana de alarma. Una angustia estremeció sus sienes, ablandó sus manos, nadaron hacia aquella tierra con toda su voluntad tensada, y ahora creían que nunca podrían alcanzarla; les parecía que el esfuerzo de sus manos en el agua se desgajaba de ellos como la pasada de un remo inútil. Brilló un rayo de sol, y la bahía entera se animó con una fiesta melancólica que pareció el último sarcasmo de la naturaleza a su fin ahora inevitable. La sangre surcó sus cerebros con insostenibles relámpagos. Mas en el último momento la arena se deslizó bajo sus pies; con los brazos en cruz, llenos de una fatiga mortal, reposaron con todo su peso sobre la playa mojada, siguiendo con la vista el movimiento tranquilo de las nubes en el cielo, y sintiendo en todos sus miembros ahora sostenidos los tranquilos goces de la tierra. El viento acariciaba su rostro y lo dejaba como un insecto a una flor, y se asombraban del movimiento regular de las nubes, de la agilidad de las hierbas, del estrépito entusiasta de las olas y del misterio de la respiración que los visitaba como un huésped compasivo y desconocido. La chispa vacilante de la vida despertó zonas cada vez más profundas de su carne y, poco a poco, de la masa de aire denso y frío, de las nubes y de la humedad penetrante de la arena, surgieron y se desgajaron como una estatua de su bloque de mármol. Se hincharon como en el amanecer del mundo con el calor tórrido del sol, se movieron sobre la arena y, alzándose finalmente en toda su altura sobre el suelo de la playa, cada uno quedó sorprendido de reanudar al momento su paso peculiar, y de que la vida vuelta a su individual pobreza les tendiese tan deprisa las ropas y la ganga púdica de una personalidad ineluctable. Y, sin embargo, tampoco ahora se atrevieron a decir nada: ¿se había perdido, ahogado en medio de las olas insaciables, el secreto perverso de sus corazones?"

Julien Gracq
En el Castillo de Argol


"Además de su lengua materna, en el pasado los escolares aprendían una sola lengua, el latín: no tanto una lengua muerta como el stimulus artístico incomparable de una lengua enteramente filtrada por una literatura. Hoy aprenden inglés, y lo aprenden como un esperanto que ha triunfado, es decir, como el camino más corto y más cómodo para la comunicación trivial: como un abrelatas, un passe-partout universal. Se trata de una gran diferencia que no puede dejar de tener consecuencias: hace pensar en la puerta inventada tiempo atrás por Duchamp, que sólo abría una habitación cerrando otra."

Julien Gracq es el seudónimo literario de Louis Poirier
en un artículo publicado en Le Monde des Livres del 5 de febrero de 2000
Tomado del libro de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil, página 79



 "Desde hace algunos años, la literatura ha sido víctima de una extraordinaria maniobra de intimidación por parte de lo no literario y de su representante más agresivo."

Julien Gracq



"El ciprés: intrusión severa, violentamente contestataria, del universo de los sólidos entre la loca agitación femenina, histérica, de las hojas y de las verguetas a cada instante movidas por el viento. Aquí todo es rechazo ejemplar de la flexión. Las ramas se cierran sobre el tronco como las varillas reforzadas de un paraguas, las puntas se pegan con fuerza como los pelos de un pincel encolado. Los frutos, mineralizados, con la extraña rigidez de los fósiles, hacen pensar en minúsculos balones de fútbol de costuras estalladas, aunque a esos segmentos disjuntos que provocan a la uña ninguna fuerza puede separarlos.
El valle del Jura más agradable que conozco es el que he recorrido entre Les Rousses y Bois-d’Amont. El azul ceniciento de las lejanías donde el valle se sumerge suavemente más allá de la frontera, la nitidez de las lindes del bosque de píceas, tupido, y como lustrado, que tapiza las dos bóvedas laterales, la suavidad de las pendientes, el verde luminoso de las praderas, el rosario suelto de las casas montañesas del Jura, grises y algo toscas, pero de las que me gusta la firmeza de su asiento y la rudeza sin complacencias, el lago minúsculo, de un azul gélido, y sobre todo una modestia argentina y fresca en el bienestar que emanaba del valle cerrado, de la hierba regada, del sonido de las campanillas y del perfume del serrín nuevo, creaban, si no una imagen por completo acabada de la belleza, sí al menos de la felicidad; durante un instante, uno solamente deseaba vivir allí. Bois d’Amont, con su sementera de cubos desgranados a lo largo del valle, no es solamente la huella abandonada de un Pulgarcito de la montaña camino del bosque que lo encierra, es también un pueblo modestamente industrioso que oculta sus realizaciones tras las paredes de planchas de madera de sus cobertizos: «su vaso no es grande, pero bebe de su vaso», el de (como proclama con orgullo un panel a la entrada del pueblo) la Capital de las cajas de queso en pícea de calidad.
Una mañana de septiembre, que debía algo de su luz mojada y de su destello al diluvio tormentoso que había atravesado la tarde anterior entre Caussade y Cahors, tomé la carretera que va de Fumel a Périgueux y sigue durante bastante tiempo un valle muy recóndito que me parecía un valle perdido del Edén. No hay casas a lo largo del camino, ni granjas: un paisaje ampliamente dibujado de altos oquedales y bosquecillos crespos de nogales que recortaban unas praderas empapadas de aguas vivas; bajo las sombras alargadas, y casi azules todavía, de la mañana temprana, la distribución amplia de hierbas y de follajes era tan seductora que uno se sorprendía de no ver correr a lo largo de la carretera la barrera blanca de la cerca de un parque. Tras una curva del camino solitario, la empinada cortina de los árboles de la ladera más abrupta se abrió un instante, y un racimo de casas allí encaramadas pareció desprenderse y expandirse por el aire azul, encima de las ramas: pequeño ramo urbano, apiñado y aéreo, blandido por encima de los árboles que semejaba tanto más una aparición cuanto que sus casas con arcadas hacían pensar, más que en el Périgord, en esas villas enanas de los Apeninos y de los Abruzos que tan decorativamente cubren la cima de un pico perdido."

Julien Gracq
A lo largo del camino


"Existe una mirada sin pudor y sin miramientos, semejante al deseo desnudo de la carne preferida que despuebla las bibliotecas. Va a lo que la obsesiona. Le parecen imprescindibles tan pocas cosas..."

Julien Gracq


 "La literatura lleva unos cuantos años siendo víctima de una gigantesca maniobra de intimidación por parte de lo no-literario, y de lo no-literario más agresivo."

Julien Gracq


"La literatura va del yo confuso y afásico al yo informado con el intermedio de las palabras, nada menos: el público sólo es admitido en este acto de autosatisfacción en calidad de voyeur, y generalmente contra pago en metálico.

Julien Gracq


"No hay escritores sin inserción en una cadena de escritores ininterrumpida."

Julien Gracq


"No sabemos si hay una crisis de la literatura, pero salta a la vista que existe una crisis del criterio literario."

Julien Gracq


"Se escribe, primero, porque otros antes de nosotros han escrito, después, porque ya se ha comenzado a escribir."

Julien Gracq


“¡Tantas manos para transformar el mundo y tan pocas miradas para contemplarlo!”

Julien Gracq

 "... ya va siendo hora de terminar con ese espectáculo, que lo deja a uno helado, de escritores amaestrados para enderezarse sobre los cuartos traseros desde que nacieron."

Julien Gracq