“…la lengua húngara era el único sitio del que jamás podrían echarme.”

György Faludy


“Pero mi mayor felicidad era ir al molino y tirarme encima de los sacos de harina. El molino se hallaba en la parte baja del jardín. Mi abuelo se entretenía en sus asuntos con gestos lentos y ceremoniosos. A veces, se paraba delante de mí y me hablaba. Me miraba con sus ojos saltones, inclinaba su cuello de toro y su barba flotaba al viento, blanqueada por los años y por la harina. Blandía su pipa de tubo larga como una caña de pescar. Nunca me contaba cuentos de hadas y jamás me daba explicaciones sobre lo que hacía. Solo había dos temas que le interesaban de verdad: los secretos del universo y la unidad de Europa. Se expresaba con sencillez, pero excitaba mi curiosidad, como debe de hacerse con los niños, y aunque yo no entendía casi nada de lo que decía, memorizaba todas y cada una de sus palabras. Puede ser que, después de muchos años, algo haya comprendido. Mientras hablábamos, siempre me miraba con satisfacción y ternura. Quizá esa mirada no expresara otra cosa que amor por su nieto. Aunque a veces he pensado que su alegría se debía en parte a la certeza de cuando él hubiese muerto, uno de sus descendientes, ese nieto acaso, podría asistir a la fundación de los Estados Unidos de Europa.”

György Faludy
Días felices en el infierno


“Pero si yo era feliz, lo era por el solo hecho de estar vivo. Cuanto mayor era el miedo a la muerte que sentía por la noche, mayor felicidad me parecía sentir al otro día.”

György Faludy
Días felices en el infierno