El puente

"Las hojas secas caen en el aire dormido.
Mira, corazón mío, lo que el otoño le ha hecho a tu isla querida:
¡Qué pálida está! ¡Qué huérfana de corazón tranquilo!
Suenan las campanas, suenan en San Luis de la Isla
Para la fucsia muerta del ama de la barcaza.

Con la cabeza gacha dos viejos caballos muy humildes, soñolientos toman 
su último baño.
Un perrazo negro ladra y amenaza de lejos.
En el puente sólo estamos yo y mi niña:
Vestido desteñido, hombros endebles, rostro blanco,
Un ramo de flores en las manos

¡Oh mi niña! ¡Ese tiempo que viene!
¡Para ellos! ¡Para nosotros! ¡Oh mi niña!
¡Ese tiempo que viene!"

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz



El viejo día

"El viejo día sin meta quiere que vivamos
Y que lloremos y nos empapemos con su lluvia y su viento.
¿Por qué no quiere dormir siempre en el albergue de las noches
El día que amenaza las horas con su palo de mendigo?

Tibia es la luz en los dormitorios del hospital de la vida;
Queridos pensamientos forman el paciente blancor de los muros.
Y la piedad que ve que la dicha se aburre
Hace nevar el cielo vacío sobre los pobres pájaros heridos.

No despiertes la lámpara, el crepúsculo es nuestro amigo,
Nunca viene sin traernos un poco de buen viejo tiempo.
Si lo echases de nuestra habitación, la lluvia y el viento
Se burlarían de su triste manto gris.

Por cierto, ah, si existe dulzura aquí abajo
Sólo puede estar en los viejos cementerios graves y buenos
Donde ya no dice sí la debilidad, donde el orgullo ya no dice no,
Donde la esperanza no atormenta más a los hombres cansados.

Por cierto, ah, allá, bajo las cruces, cerca del mar indiferente
Que sólo piensa en el tiempo pasado, los que buscan
Hallarán por fin sus almas de sonrisas ansiosas por la espera
Y los seguros consuelos de las noches mejores.

Echa al fuego este alcohol, cierra bien la puerta,
Hay en mí pecho seres abandonados que tiritan de frío.
Se diría realmente que toda la música está muerta
Y las horas son tan largas.

No, no quiero verte más como mi amiga:
Sólo debes ser algo, créeme, sumamente grato,
Humo en el techo de una choza, en el ocaso:
Tienes el rostro de la buena jornada de tu vida.

Posa tu dulce cabeza otoñal en mis rodillas, cuéntame
Que hay un gran navío, muy solo, muy solo, mar adentro;
No olvides decirme que sus luces tienen frío
Y que sus ropajes de tela le dan risa al invierno.

Háblame de los amigos muertos desde hace largo tiempo.
Duermen en tumbas que no veremos nunca jamás,
Allá muy lejos, en un país color de silencio y de tiempo.
Si volviesen, ¡cómo sabríamos amarlos!

En la taverna junto al río hay viejos huérfanos
Que cantan porque el silencio de sus almas les da miedo.
De pie en el umbral de oro de la casa de las horas
La sombra hace el signo de la cruz sobre el vino y el pan."

Oscar Vladislas de Lubicz-Milosz


En un país de infancia...

"En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando,
En una ciudad de latidos de corazones muertos,
(Arrullador estrépito de vuelos que comienzan
De aleteos de los pájaros de la muerte,
Chapotear de alas negras en el agua de muerte).
En un pasado fuera del tiempo, enfermo de encanto,
Los queridos ojos de luto del amor arden aún
Con suave fuego de mineral rojizo, con triste encanto;
En un país de infancia vuelta a encontrar, llorando...
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día. 

¿Por qué, por qué me sonreíste en la luz vieja
Y por qué y cómo me reconociste,
Extraña joven de arcangélicos párpados,
De risueños, azulados, suspirantes párpados,
Hiedra de noche de estío en la luna de las piedras;
Y por qué y cómo, sin haber conocido nunca
Ni mi cara, ni mi duelo, ni la miseria
De los días, me reconociste tan repentinamente
Tibia, musical, brumosa, pálida, querible,
Por quien morir en la noche grande de tus párpados?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día. 

¿Qué palabras, qué músicas terriblemente viejas
Con tu presencia irreal tiemblan en mí,
Paloma obscura de los días lejos, tibia, bella,
Qué ecos de músicas en el sueño?
¿Debajo de qué frondas de soledad muy vieja,
En qué silencio, en qué melodía, en qué
Voz de niño enfermo volver a hallarte, oh bella,
Oh casta, oh música oída en sueños?
-Pero sobre el vacío de todo llueve el día."

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz


Insomnio

"Digo: mi madre, y es en ti en quien pienso, ¡oh'Casa!
Casa de los bellos estíos, obscuros de ni niñez, en ti, •
Que jamás censuraste mi melancolía, en ti.
Que sabias tan bien ocultarme a las miradas crueles, oh
Cómplice, dulce cómplice! ¡Que no haya vuelto a encontrar
Antaño, en mi joven estación rumorosa, una muchacha
De alma rara, umbrosa y fresca como la tuya.
De ojos transparentes, enamorados de lejanías de cristal;
Bellos, que dé consuelos verlos en el mediodía de verano!
¡Ay, respiré muchas almas, pero ninguna tenía
Aquel buen olor de frío mantel, de pan dorado
Y de vieja ventana abierta a las abejas de junio
Ni aquella santa voz de mediodía sonante en las flores!
¡Ay estos rostros locamente besados! No eran
Como el tuyo, ¡oh mujer de otro tiempo sobre la colina!
Sus ojos no eran el bello rocío ardiente y sombrío
Que sueña en tus jardines y me mira hasta el corazón
Allá, en el paraíso perdido de mi lluviosa alameda
Donde con voz velada el pájaro de la infancia me llama,
Donde el obscurecimiento de la mañana de estío anuncia la nieve.
Madre, ¿por qué me pusiste en el alma este terrible.
Este insaciable amor del hombre? oh di, ¿por qué
No me envolviste en tierno polvo
Como esos viejísimos libros ruidosos que sienten el viento
Y el sol de los recuerdos y por qué no he
Vivido solitario y sin deseo al abrigo de tus techos bajos,
Con los ojos hacía la ventana irisada donde el tábano, el amigo
De los días infantiles, zumba en el azid de la vejez?
¡Bellos días, límpidos días! cuando la colina estaba en flor,
Cuando, en el océano de oro del calor, los grandes órganos
De las colmenas trabajadoras cantaban para los dioses del sueño.
Cuando la nube de hermoso rostro tenebroso vertía
La fresca piedad de su corazón sobre los trigos anhelantes
Y la piedra sedienta y mi hermana, la rosa de las ruinas.
¿Dónde estáis, hermosos días? ¿Dónde estás, hermosa plañidera.
Tranquila alameda? Hoy tus troncos huecos me darían miedo ,
Porque el joven Amor que sabía tan bellas historias
Se ha ocultado allí y el Recuerdo ha esperado treinta años,
Y nadie ha llamado: Amor se adormeció.
¡Oh Casa, Casa! ¿por qué me dejaste partir?
¿Por qué no has querido guardarme? ¿por qué, Madre,
Permitiste antaño, en el viento mentiroso del otoño,
En el fuego de la larga velada, que aquellos magos
—¡Oh tú que conocías mi corazón!— me tentasen asi,
Con sus cuentos locos, llenos de un olor de viejas islas
Y de veleros perdidos en el gran azul silencioso
Del tiempo, y de orillas del Sur donde vírgenes esperan?"

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz



Los terrenos baldíos 

"¿Cómo llegaste a mí, tú, tan humilde, tan doliente? Ya no lo sé.
Sin duda como el pensamiento de la muerte, con la vida misma.
Pero, de mi cenicienta Lituania a las gargantas infernales del Rummel,
De Bow-Street al Marais y de la infancia a la vejez,

Amo (como amo a los hombres, con un viejo amor
Gastado por la compasión, el enojo y la soledad) esos terrenos olvidados
Donde crece, muy despacio aquí y allí muy rápido, 
Como los niños blancos en las calles sin sol, una hierba

De ciudad, fría y sucia, sin sueño, como la idea fija,
Traída por el viento del cementerio, quizás
En uno de esos bultos de tela negra, lisa y lustrosa, almohadas
De las viejas durmientes de los muelles, en los terribles ocasos.

De toda mi juventud consumida en el sur
Y en el norte, retuve esto sobre todo: mi alma
Está enferma, de paso, como la hierba sedienta de los muros,
Y la olvidaron, y la dejaron aquí.

Sé de uno al que da sombra un cedro del Líbano. Vestigio
De algún hermoso jardín del amor virginal. Y yo sé que el arbol santo
Fue plantado allí, antaño, en su tiempo justo, a fin
De dar testimonio; y el juramento cayó en la muda eternidad,

Y el hombre y la mujer sin nombre están muertos, y su amor
Está muerto, ¿y quién se acuerda acaso? ¿Quién? Tú, quizás,
Tú, triste, triste ruido de la lluvia sobre la lluvia,
O tú, alma mía. Pero pronto olvidarás eso y el resto.

Y ese otro donde el fuerte viento, la lluvia y la niebla tienen su iglesia.
Cuando llegaba el invierno de los suburbios; cuando la barcaza
Viajaba en la bruma de Francia, ¡qué grato me era,
San Julián el Pobre, pasearme

Por tu jardín! Yo vivía en la disipación
Más amarga; pero ya el corazón de la tierra
Me atraía; y yo sabía que late no debajo del rosal
Mimado, sino allí donde crece mi hermana la ortiga, obscura, abandonada.

Así pues, si quieres serme agradable —¡después! ¡lejos de aquí! Tú
Susurrante, desbordante de flores resucitadas, tú, jardín
En el que toda soledad tendrá un rostro y un nombre
Y será una esposa,

Reserva al pie del muro cubierto de musgo cuyas rajaduras
Dejan ver la ciudad Ariel en los castos vapores,
Para mi amor amargo un rincón amigo del frío y del moho
Y del silencio; y cuando la virgen de pechos de Tumím y de Urím

Me tome de la mano y me lleve allí, que los tristes terrestres
Recuerden otra vez, me reconozcan, me saluden: el cardo y la alta
Ortiga, y la enemiga de infancia belladona.
Ellos saben, saben."

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz


Mediodía

"Tiéndete, hazme caso, bajo algún 
alegre árbol 
Bien nutrido, con barbas de musgo 
y vestido de verano.
Tu doloroso sueño,
¿No ha huido con tu sueño 
de belleza?
Tiéndete, hazme caso, cantor por 
la salud vencido,
Bajo cualquier árbol sin música 
ni pensamiento,
Sueña en el vacío de la 
malgastada nostalgia
Y sonríe sin rencor a lo que
te ha abandonado. [...]"

Oscar Vladislas de Lubicz Milosz