Alivio del alma

"¡Otra vez el amor…! Yo no sabía
que era el amor. El corazón alerta
dejó el recuerdo y despidió los sueños.
Luego cerró para el amor la puerta.
Mas ayer noche yo sentí que abrían
hollando el alma con graciosa huella,
trayendo sueños al recuerdo antiguo
de un nuevo aroma en juvenil esencia.
Hurto piadoso al corazón le hicieron,
quedó en el alma rota la Promesa;
docta en el arco del muchacho ciego
certeramente disparó la flecha.
Y en el silencio yo espere el pasado;
no era la misma la que hirió certera.
¡No era la misma! El corazón reía:
dos claros ojos infantiles eran...
 Toda mi vida se juntó a tus sueños.
Domada el alma, ¿qué has de hacer con ella?
¿No será tarde para mi retorno,
temprano aún para tu edad pequeña…?
¡Oh, nueva moza del Amor! Mañana
yo no sabré si mi dolor se aleja,
mas no te lleves esos años niños
ya que han estado junto a mí, tan cerca.
Si es tarde para mí, no importa nada.
Tu desamor ni lo veré siquiera:
cuando tu corazón se olvide, el mío
será un oculto corazón de tierra..."

Alonso Quesada



Caminos dolorosos

"Este niño está solo en el camino.
El niño es como yo, que tiene miedo.
Se va a perder y yo no puedo nada.
No tengo voluntad ni sentimiento.
Los infelices ojos me acarician
y llegan hasta dentro
pero no me remueven el alma...
Se han perdido, solos,
como en el mar los míos se perdieron.

El niño dice: ¿Dónde va el camino?
¡Siempre empieza este camino
sin acabar el comienzo!
Yo le respondo:
Es un camino nuevo,
a cada instante empieza misterioso
sin llegar nunca a ser camino viejo.

El niño llora, pero yo sonrío.
Y es que el dolor del niño está muy lejos
de mi dolor, que es un dolor cortado,
frío dolor sin sombras y sin eco...2

 Alonso Quesada




El balance

 A Tomás Morales

"Estos cuarenta ingleses esta noche se juntan
para hacer un balance porque termina el año.
El trabajo nocturno, si es trabajo de números,
tiene para estos hombres un voluptuoso encanto.
Van llegando puntuales. Sobre las altas mesas
van uniformemente los libros colocando;
luego sacan sus pipas; reposados encienden
y antes de dar comienzo beben un whisky agrio.

La oficina está plena de luz, y yo he venido,
como todos los días, con bastante retraso…
Ellos, que no toleran la indiferencia mía,
en su lengua, a mis modos, ponen un comentario…
Y el más viejo de todos, el tenedor primero.
-¡ jaranero divino! a mi entrada alza el vaso
y con una postura de orador de Hyde-Park
grita:- iBrindo, señores, por el amigo Byron!
Los demás se sonríen -una burla británica-.
Yo sigo a mi pupitre y empiezo mi trabajo…"

Alonso Quesada



Hermano mar, he vuelto...

Hermano mar, he vuelto...
¡Tantos días de soledad en el hogar enfermo!
¡Qué lentitud la de las horas!
Este reloj del comedor ¡tan viejo!
Apenas andaba, y luego el vaso del remedio
sobre la mesa sin vaciarse nunca...
Y ante nosotros el ropero obscuro,
donde guardamos nuestra pobre veste,
era, a la media noche, como un trasgo
que aguardaba un instante decisivo...

¿Cómo estará mi mar?...
Y tus rumores llegaron a mi lecho suplicantes,
y el infinito de tu azul sonoro tenaz me reclamó...
¡Mas no podía,
que el corazón andaba por senderos
remotos, en un viaje aventurado,
y tuve miedo, hermano mar, de hallarme
cerca de la llanura subterránea!...

Mas hoy ya torno sin las fuerzas viejas,
único amigo, a confortar mi alma:
tú sabes que yo soy un pobre niño
de muy poca salud, y es necesario
que me prestes la ayuda de tus vientos
para llenar mi corazón vacío...

Hermano mar: tú cuidarás mi vida,
tú me devolverás la salud buena
y pondrás en mis ojos la luz fuerte
para los horizontes y los llanos...
Tú me darás del sol las fuentes rojas
en estas horas matinales, cuando
el viejo padre nos ofrece todo...
Y yo tendré la sangre primitiva.

Alonso Quesada



"Llegué a temblar de hablar ante él, porque me bebía las palabras, no sólo con los oídos, sino con los ojos. Nunca he comprendido mejor la santidad de la palabra y todo lo que la profanamos los rutineros sacerdotes de ella.
Aquel hijo del silencio no me dejaba ni a sol ni a sombra. Emprendí una excursión de unos días por el interior de la isla, por una de las abruptas calderas del gran rocal que ella debió ser, por barrancas y quebradas, y él, Casanova, mozo enclenque, quiso acompañarme y me acompañó. Debió de rendirle la cabalgata; pero cuando le preguntaba si se sentía fatigado, se sonreía, negándolo. Y allí, en aquellas áridas soledades, en las hondas barrancas negras, me hablaba de su isla, de su Gomera, a la que quería llevarme. Era el mozo trágico del islote soñando en el reino del Infinito.
Nunca olvidaré la despedida. Parecía salírsele el alma por los ojos. Me hablaba de libertad, de desaislarse. Porque el taciturno, aunque poco, hablaba. Y me prometió venir acá, a estudiar a Salamanca, a estar junto a mí y a apacentar sus ojos de presa en este páramo en que ni se presiente el mar, él, el isloteño. Me le traje en el alma. Era para mí un misterio y una tremenda responsabilidad aquella alma joven y palpitante que quería confiarse a mí, entregarse a mis manos rudas y tal vez algo desdeñosas. Soñé en él. Y me escribió cartas llenas de fuego escondido, de desdenes tremendos hacia la vulgaridad ambiente, de locas ansias de libertad, cartas en que decía todo lo que su silencio callaba. El estilo roto, tumultuoso, a las veces violento, luego conceptuoso.
Y he aquí que un día recibo una sacudida cruel, reflejo de la que él recibió. Manuel Macías Casanova murió de repente y violentamente, cuando menos se esperaba, y de un modo trágico. Tenía por costumbre ir tocando a las cosas, dando golpecitos con la mano a los árboles, a los muros, como quien, aislado entre los hombres, buscaba el contacto de las cosas, de la madre Tierra. Al tocar a un poste sustentador de alambres eléctricos, la corriente le envolvió: se abrazó al poste, y allí murió sin poder decir nada, ni una palabra de despedida a sus amigos, él, el silencioso, Y cuando recibí la noticia fue como si otra corriente me envolviese, y me abracé, mentalmente, a su recuerdo, y me quedó grabada en el alma, a fuego, aquella su mirada silenciosa y escrutadora que bebía mis palabras. No era yo, a lo que parece, digno de que viviera y se gozase y llegase a plenitud y diera su obra quien tan por entero se me había entregado. ¿Qué misterio habrá en esto?
Y si aquella muerte me dejó tal traza, pensad la que dejaría en su amigo fraternal, en Rafael Romero. Yo, que he leído el Coloquio en las sombras, con la emoción de tales recuerdos, no sé lo qué deciros de ese poema; pero a mí me pone delante al misterioso y tormentoso taciturno, hambriento de saber substancial, que me pedía lo que yo no sé si puedo dar."

Alonso Quesada
El lino de los sueños


Siempre la ultima palabra

"Siempre la ultima palabra… siempre queda.
Dejó para siempre su honda raíz.
Para siempre fijó su alma eterna.
Esa palabra nos hizo tiritar.
Provocando para siempre un sonido agudo."

Rafael Romero Quesada, conocido como Alonso Quesada