El Derecho al Amor: Beethoven y otros genios e ingenios contra la Eugenesia

"No obstante la brevedad de Amor, Conveniencia y Eugenesia, del Dr. MARAÑÓN, se podría hablar muchos días rebatiéndole afirmaciones, no sólo en nombre de la moral, que, por pareceries entelequia, a bastantes espíritus tiene sin cuidado, ni de la poesía de la vida, esencia imprescindible, sin la cual la realidad seria una desolación infernal, sino hasta en nombre de la sociedad, y desde luego y sobre todo —pues desde luego y sobre todo debe estar— en nombre de la sagrada integridad de la individualidad humana, para mermar y menoscabar la cual no pasa día sin inventar algo. Con achaque de conveniencia colectiva van surgiendo dictaduras, no sólo en distintos países; pero en distintos sectores de la sociedad ese ídolo que todo se lo exige al individuo a cambio de problemáticas ventajas y de seguras incomodidades y vejaciones. »La Eugenesia, con toda su buena intención, es la más grave e insoportable tentativa contra lo intangible, contra lo más sagrado de la libertad del espíritu humano: contra el amor, contra el único derecho que debe ser indiscutible, puesto que para otra cosa no se nace. »Desde luego, yo no me alarmo, como el insigne CRISTÓBAL DE CASTRO —cuya finura sentimental y espiritual se ha rebelado contra la inducción— de que haya aconsejado a las jóvenes elegir para reproductor y mejorante de su propia casta, al varón más fuerte, al de mejor traza de apto para vencer en la lucha por la vida. Si no se lo aconsejasen sus progenitores, no lo pensarían como lo piensan igualmente todos. Escudríñese sino en el tesoro de ilusiones de cualquier niña y se hallará que sueña un vencedor cuajado o en canuto. No haya cuidado por eso. Más tarde, el amor, esa fuerza cósmica, elemental, fatal, a la cual ningún mortal puede resistir, según la demostración de un gran dramaturgo contemporáneo, STANISLAS PRZBYSZEWSKI, llama a las puertas del alma femenina, y le impone el apareamiento —término de expresión obligado tratándose de Eugenesia, aunque parezca más propio de zootecnia—, y la que creyó llevar dentro palacios para albergar príncipes, se da con un canto en los dientes al hallarse en su interior un zaquizamí para alojar un desdichado, y si no lo logra, se desespera y sufre, a pesar de todos los defectos y deformidades físicos y morales del varón apetecido. Y la infeliz, que no sintió abrasársele el alma en la llama divina del amor, como los vencedores son menos que los vencidos, cuando no puede atrapar un hombre del standard de los primeros, apenca con uno tarado, con todos los estigmas de los segundos, antes que quedarse para vestir imágenes, pese a inducciones ajenas y a deseos propios. Y otro tanto puede decirse de nosotros, varones: ¿quién no soñó una princesa para regir el hogar de su ilusión? Pues luego el amor —o su espejismo, a quien le fue negado aquel don— no le llevó a conquistar una, y menos mal cual no haya que avergonzarse de la condición de la fémina conseguida. »GOETHE, de quien, pese a su fama de genio sano por excelencia, los estudios de MOEBIUS, MAX SEILING y HAN, nos descubren una psicopatología inesperada, una neurosis que, complicada con los abusos de Venus y de Baco, y el exceso de labor, le llevaron al extremo de sufrir el fenómeno de la autoscopia externa, consistente en ver ante sí su propia imagen; ALFREDO DE MUSSET, alcohólico, como HOFFMAN y EDGAR POE, y que también padeció aquel fenómeno, gracias al cual pudo darnos luego su bella obra La Nuit de Décembre; GUY DE MAUPASSANT, alcohólico, cocainómano, morfinómano y, finalmente, víctima del hachisch, que también padeció la autoscopia y enloqueció al fin de su días, pero que, gracias a sus alucinaciones, dio obras maestras, como El Horla, El Hambre, Magnetismo, ¿Quien sabe?, El miedo, el Sobre el agua; AUGUSTO COMTE, SCHUMANN, SWIFT, HUGO WOLF, G. DE NERVAL, que murieron locos los cinco. FLAUBERT y DOSTOIEWSKY, epilépticos. Mme. DE STAËL, WILLIAM WILBERFOCE, COLERIDGE, BAUDELAIRE, JEAN LORRAIN, TOMAS DE QUINCEY, eterómanos, sobre todo el último, que, merced a su vicio, pudo crear su admirable obra la Confesión de un inglés aficionado al opio; GLATIGNY y VERLAINE, neuróticos impulsivos; neuróticos, en mayor o menor grado, como VÍCTOR HUGO, de enfermizo orgullo; SCHILLER, tísico, además que no podía componer sus versos sin aspirar el olor de unas manzanas podridas que guardaba en un cajón; BOSSUET, que para laborar se encerraba en una cámara fría y se envolvía la cabeza con lienzos calientes; MONTESQUIEU, que trabajando pataleaba como un caballo; AMPERE, que meditando se paseaba agitándose convulsivamente; TOLSTOY, que de joven, en presencia de las tres hijas del doctor Berce, se prenda súbitamente de la mayor, se enamora en seguida de la segunda y acaba por guillarse por la menor, cosa nada extraña en quien a los ocho años, sintiendo deseos de volar, abrió una ventana y, sin vacilar, se arrojó de cabeza al espacio desde urja altura de cinco metros; tuberculosos como MOZART, MILLEVOYE, el ya mentado SCHILLER, SCHUBERT, CHOPIN, MÉRIMÉE, RACHEL, TCHECOV, WATTEAU, VAN-DYCK, RAFAEL, ROSALES… »A anormales así, que tal vez —y en muchos, seguramente— por su anormalidad han creado obras admirables que son deleite, enseñanza y orgullo de la Humanidad, ¡a Ésos! genios e ingenios que son la sal de la vida, ¿podría negárseles las dulzuras del amor y de la paternidad por temor a una descendencia patológica? »Pero ¿es que de una descendencia patológica solamente puede esperarse males y desdichas para la sociedad? »No es que yo crea que solamente los anormales pueden producir obras maestras. Son numerosos los hombres célebres que al genio o al ingenio unieron una envidiable sanidad corporal, LEONARDO DE VINCI, por ejemplo…, mientras no salga algún espíritu perspicaz estudiándote como a GOETHE. »Pero se da la casualidad de que el más grande músico que ha existido —por su obra y por su influencia en la ajena— ha sido BEETHOVEN. »¡Y BEETHOVEN fue hijo de un alcohólico y una tísica!… »Si la Eugenesia hubiese prohibido el matrimonio de estos dos enfermos, habría impedido el nacimiento del más glorioso de la música… »Y ante el pensamiento de que pudiera ocurrir eso, se pronuncia uno con toda el alma contra la Eugenesia.» Por muchas desdichas que acarrean a la Humanidad todos los hijos de individuos patológicos, no valen nada ni pueden pesar nada ante la Novena Sinfonía solamente, creación de un individuo patológico, de un anormal por herencia precisamente; es decir, por todo lo que quiere evitar la Eugenesia."

Enrique González Fiol
Artículo aparecido en La Esfera
Tomada del libro Aberraciones psíquicas del sexo de Mario Roso de Luna, página 164