Ahasvero

"Toma el bordó, peregrino;
como ayer a la alborada,
hoy con la noche mediada
has de emprender el camino.

Ya de las aves el trino
no alegrará tu jornada;
está la noche cerrada,
negro y callado el camino.

Si por la senda ignorada
al azar de tu destino
has de caminar sin tino,

ni busques ni esperes nada...
hunde tu sombra cansada
en la sombra del camino."

Francisco de Asís de Icaza y Beña


Aldea andaluza

"De toda tu belleza en mí solo perdura,
entre el deslumbramiento de la intensa blancura
de la cal luminosa que tus muros enjarra,
la queja de una copla que los aires desgarra,

y en el calcinamiento de la estéril llanura,
aquel rincón de paz, oasis de frescura,
perdido en la planicie donde el sol achicharra 
y su crótalos roncos repica la cigarra.

Y allí, visto de paso, bajo el verde cancel
de las tupidas hojas que forman el dosel
que lo estona y ajusta el marco del dintel,

aquel rostro moreno del mirador aquel,
con los ojos de pena y los labios de miel,
y toda Andalucía reconcentrada en él."

Francisco de Asís de Icaza y Beña



"Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada."

Francisco de Asís de Icaza y Beña



El encanto del libro

"Desperté de mis sueños al dolor de la vida,
y hallé de mi pasado todo el derrumbamiento,
y vi mis viejos libros como el arma el suicida
a quien no quiso detener en su intento.

Parte de mi existencia a la suya va unida.
Los miro con amor y con remordimiento;
cambié mi vida propia por la suya fingida
para vivir los siglos con sólo el pensamiento.

Encarné la leyenda. Como en el áureo cuento
al regresar de paso por la senda florida
el ave de la gloria me detuvo un momento...

Y como el santo asceta al volver al convento,
hallé muertos los míos y la celda caída,
porque la voz del ave era un encantamiento."

Francisco de Asís de Icaza y Beña



En la noche

"Los árboles negros,
la vereda blanca,
un pedazo de luna rojiza
con rastros de sangre manchando las aguas.

Los dos, cabizbajos, 
prosiguen la marcha
con el mismo paso, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.

Pero en la revuelta
de la encrucijada,
frente a la taberna, algunos borrachos
dan voces y cantan.

Ella se le acerca,
sin hablar palabra
se aferra a su brazo,
y en medio del grupo, que los mira, pasan.

Después, como antes,
caen el brazo flojo y la mano lacia,
y aquellas dos sombras, un instante juntas,
de nuevo se apartan.

Y así en la noche
prosiguen su marcha
con el mismo ritmo, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia."

Francisco de Icaza


"Herrera, en sus anotaciones a Garcilaso, dio la medida de la estimación que le merecía comparándole con el poeta que comentaba y copiando con elogio composiciones suyas, las primeras, quizá las únicas, que por entonces vieron la luz. Varias frases laudatorias repartidas en versos de poetas de aquellas centurias —de Cueva, de Alcázar, de Vadillo, de Mesa— demuestran que se le recordaba con aplauso, primero, que no se olvidó del todo después, y que estaba en lo cierto Pacheco cuando escribía que «la voz común y general aprobación lo libran del rigor del tiempo y oscuridad del olvido». Pero apenas si por un párrafo de Argote de Molina, que en su Discurso de la poesía lo menciona diciendo, «y el ingenioso Iranzo y el terso Cetina, que de lo que escribieron tenemos buena muestra, de lo que pudieron más hacer y lástima de lo que se perdió con su muerte», podemos deducir que en 1575, fecha del libro en que se inserta el Discurso, había muerto ya prematuramente.
Más tarde, en el Parnaso español, de Sedano, se ha perdido ya hasta la noción de la época en que vivió pues se le confunde con el vicario Gutierre de Cetina, que cerca de tres cuartos de siglo después de muerto el poeta expidió en Madrid las aprobaciones de muchos libros. Todavía en 1890, y en «La Ilustración Española y Americana», un señor Gutier de Arriaza repetía la equivocación.
Don Adolfo de Castro, en los apuntes biográficos de que hace preceder el tomo XXXII de la Biblioteca de Rivadeneyra, habla del viaje de Cetina a Italia, supone que a su regreso «Sevilla no era la Sevilla de su juventud», y añade: «México, donde asistía con cargo en el gobierno un hermano de Cetina, le ofreció con los atractivos del cariño fraternal la esperanza de adquirir los bienes que hasta entonces la fortuna le había negado obstinadamente. De México tornó de nuevo a su patria para que el lugar de su cuna fuese el de su sepulcro.» Como se ve, los apuntes son puro fantaseo. Ni Cetina marchó en su vejez a México, sino hacia los veintiséis años de su edad, ni estaba en la pobreza. «Era gente poderosa y noble», como dice Pacheco; no fue a buscar a un hermano suyo, sino acompañando a su tío Gonzalo López, procurador general de Nueva España; ni falleció en Sevilla, sino en México."

Francisco de Asís de Icaza
Páginas escogidas


Las horas


¿Para qué contar las horas
de la vida que se fue,
de lo porvenir que ignoras?
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!

¿Cabe en la justa medida
aquel instante de amor
que perdura y no se olvida?
¿Cabe en la justa medida
del dolor?

¿Vivimos del propio modo
en las sombras del dormir
y desligados de todo
que soñando, único modo
de vivir?

Al que enfermo desespera,
¿qué importa el cierzo invernal
o el soplo de la primavera,
al que enfermo desespera
de su mal?

¿Para qué contar las horas?
No volverá lo que se fue,
y lo que ha de ser ignoras.
¡Para qué contar las horas!
¡Para qué!...

Francisco de Icaza