"Ahora sé que la amo. Tiene que ser así, estoy penetrado por ella hasta la última fibra de mi ser. Puede ser que el amor de otras personas sea diferente. ¿Pero hay una cabeza, una oreja, una mano que sea igual entre miles de millones? Todas son diferentes, así que no hay un amor que sea igual a otro. Mi amor es peculiar, eso lo sé muy bien. ¿Pero es por eso menos bello? Casi soy feliz con este amor. ¡Si no estuviera también el miedo! A veces ese miedo se duerme y lo olvido, pero sólo por unos minutos, después vuelve a crecer y no me deja un instante. Me parece un ratoncillo miserable que lucha contra una serpiente larga y bella y que quiere escapar de sus férreos abrazos. Espera tú, estúpido miedecillo, pronto te devorará este amor enorme."

Hanns Heinz Ewers
Del cuento El final de John Hamilton Llewellyn
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 60


"Al principio ni siquiera pensé establecer una relación con mi extraña vecina. Sólo pensé que, ya que estaba allí para observar, y con mi mejor voluntad no podía averiguar nada, podía dedicarme a observar a mi vecina. A fin de cuentas, uno no puede estar sentado todo el día delante de los libros. Así que he constatado que Clarimonde, al parecer, vive sola en ese pequeño piso. Tiene tres ventanas, pero sólo se sienta ante la ventana que está situada frente a la mía; se sienta allí e hila en una rueca antigua. Una vez vi una rueca como ésa en casa de mi abuela, pero ella nunca la había utilizado, sólo la había heredado de alguna tía; no sabía que aún había gente que la empleara. Por lo demás, la rueca de Clarimonde es muy pequeña y delicada, blanca y aparentemente de marfil; tienen que ser hilos harto delgados y frágiles los que hila. Se sienta durante todo el día detrás de la cortina y trabaja sin parar, sólo lo deja cuando oscurece. Cierto es que oscurece muy pronto en estos días nebulosos y en una calle tan estrecha, a las cinco de la tarde ya estamos en plena penumbra, pero nunca he visto que encendiera una luz en la habitación.
Me es difícil percibir su aspecto. Lleva el pelo negro ondulado y es muy pálida. La nariz es delgada y pequeña. Sus labios también son pálidos y tengo la sensación de que sus dientes están afilados como los de un depredador. Sus párpados proyectan una profunda sombra, pero cuando los abre, sus ojos, grandes y oscuros, refulgen.
Pero en realidad todo esto lo intuyo y no lo sé. Es difícil reconocer algo detrás de la cortina.
Aún una cosa más: lleva siempre un vestido negro cerrado con unos toques lila en la parte superior. Y siempre lleva puestos unos guantes negros, es posible que para no estropearse las manos con el trabajo. Da una sensación muy extraña ver cómo los dedos delgados y negros tiran y sacan los hilos de una manera aparentemente caótica, casi como el pataleo de un insecto.
¿Y qué se puede decir de nuestra relación? En realidad, es muy superficial y, no obstante, me parece como si fuera más íntima. Comenzó con ella mirando hacia mi ventana… y yo a la suya. Ella me observaba… y yo a ella. Y he debido de gustarle puesto que un día, cuando la volvía a contemplar, ella sonrió, y yo, naturalmente, también. Así trascurrieron un par de días y cada vez nos sonreíamos con más frecuencia. Después, me proponía, casi cada hora, saludarla, pero no sé qué me lo impedía."

Hanns Heinz Ewers
La araña



"Así iba Hamilton por la vida, siempre con el abismo de la infinitud en el pecho."

Hanns Heinz Ewers
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 38


"Blanche de Banville había vuelto de las vacaciones pasadas en Picardía con sus parientes. Con tal ocasión, aquella ardiente niña de catorce años se había enamorado hasta las orejas de un primo suyo de mucha más edad. Ella le escribía desde Spa. Y él le contestaba: B. de B. Poste restante. Luego debió tener cosa mejor que hacer, porque las cartas cesaron. Alraune y la pequeña Louison descubrieron el secreto. Blanche se sentía, naturalmente, muy desgraciada y lloraba toda la noche. Louison se sentaba junto a ella y trataba de consolarla; pero Alraune declaró que no se debía hacer tal cosa. El primo le había sido infiel, le había traicionado y Blanche debía morir de amor. Éste era el único medio de representar al ingrato las consecuencias de su hazaña para que errara toda su vida de un lado a otro como perseguido por las furias. Y presentó una serie de casos en los que así había sucedido. Blanche estaba conforme con lo de morir, pero no lo conseguía. A pesar de su gran dolor, la comida le sabía siempre a gloria. Alraune declaró que Blanche tenía entonces el deber de matarse si no le era posible morir de dolor. Le recomendó un puñal o una pistola, pero desgraciadamente no había a mano ni lo uno ni lo otro. No se la pudo inducir a saltar por una ventana, ni a clavarse una aguja de sombrero en el corazón, ni a ahorcarse. Sólo quería tragarse algo, y nada más. Alraune supo pronto dar consejo. En el botiquín de la señorita de Vynteelen había una botella de lysol que Louison debía robar. No quedaba en ella más que unos residuos, pero Louison le añadiría las cabezas de dos cajas de fósforos. Blanche escribió algunas cartas de despedida, a sus padres, a la directora y al ingrato amado. Se bebió luego el lysol y se tomó los fósforos: ambas cosas le supieron horriblemente. Para mayor seguridad dispuso Alraune que se tragara tres paquetitos de agujas de coser. Alraune no estaba presente en el momento del suicidio: con el pretexto de vigilar había salido al cuarto inmediato después de haberle jurado a Blanche sobre el crucifijo cumplir exactamente todas sus prescripciones. Era por la noche y la pequeña Louison estaba sentada junto al lecho de su amiga y le entregaba, entre lamentables lágrimas, primero el lysol, luego los fósforos y por último las agujas. Cuando aquel triple veneno se apoderó de la pobre Blanche, que se retorcía y gritaba de dolor, Louison le acompañó en sus gritos hasta hacer retemblar la casa. Salió corriendo del cuarto y trajo a la directora y a las maestras, a las que contó que Blanche se moría. Blanche de Banville no murió; un hábil médico le administró en seguida un enérgico vomitivo que la hizo devolver el lysol, el fósforo y los paquetes de agujas. Cierto que media docena de éstas se habían quedado en el estómago, saliendo, en el curso de los años, por todos los sitios posibles, recordando a la pequeña suicida su primer amor, de un modo bastante doloroso."

Hanns Heinz Ewers
Mandrágora


"¿Cómo quieres negar que hay seres –ni hombres ni animales–, extraños seres, que surgen del placer malvado de absurdos pensamientos?"

Hanns Heinz Ewers


"Creo que he terminado definitivamente con esa mujer. No habrá nunca nada entre ella y yo, eso ya lo sé desde hace muchos años, sólo que de vez en cuando lo olvidé, soñé, pensé que alguna vez vendría a mí."

Hanns Heinz Ewers
Eileen carter
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 300


"Cuando el demonio era una mujer, cuando Lilith se puso el pelo negro en trenzas, y enmarcó los pálidos rasgos con las onduladas ideas de Botticelli, ella, sonriente, se sacaba de todos los finos dedos flejes de oro con piedras preciosas. Ella se reía cuando a Bourget leía, y amaba a Huysman, entendía el silencio de Maeterlinck y bañaba su alma en los colores de Gabrielle D’annunzio. Y como ella reía, de la boca le salía la pequeña princesa de las serpientes. La más bella de las diablesas golpeó a la serpiente, golpeó a la reina de las serpientes con su dedo anillado, y ella se enroscó y siseó, siseó y siseó, y arrojó veneno. Pero Lilith reunió las gotas en un pesado jarrón de cobre, y sobre él esparció tierra húmeda, tierra húmeda y negra. Sus grandes manos se deslizan suavemente alrededor de ese pesado jarrón de cobre, suavemente pronuncian sus labios pálidos su vieja maldición. Como una canción de cuna sonó su maldición, dulce y cansada, cansada como los besos que la tierra húmeda bebía de su boca. Mas en el jarrón surgió vida, y atraídas por sus besos cansados, atraídas por sus dulces sones, crecieron lentamente de la tierra negra orquídeas. Cuando la amada enmarcaba ante el espejo sus pálidos rasgos con las víboras de Botticelli, del vaso de cobre surgían lateralmente orquídeas, flores del demonio, que la vieja tierra, desposada con el veneno de serpiente por la maldición de Lilith, ha dado a luz, orquídeas… flores del demonio."

Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 284


"—¿De una qué? —pregunté. —Mi madre habla de una «salsa de tomate» —aclaró el cónsul. —¿De una salsa… de tomate? —repetí yo—. ¿El Pope ayuda… a las víctimas de una salsa de tomate? El cónsul soltó una corta carcajada, pero luego dijo muy serio: —¿No ha oído nada sobre esa salsa? Se trata de una costumbre terrible y antiquísima en Andalucía, que pese a todas las penas eclesiásticas y civiles por desgracia aún sigue existiendo. Desde que soy cónsul, se han celebrado, que se pueda demostrar, al menos dos salsas en Granada, pero no se han conocido las circunstancias en detalle, ya que los participantes, pese a las habituales advertencias convincentes en las prisiones españolas, prefieren cortarse la lengua antes que soltar prenda. Así que yo sólo puedo contar cosas inexactas o tal vez incluso falsas; que le cuente el Pope sobre ello, si le interesa ese espantoso secreto. Pues él tiene fama —aunque nadie lo haya demostrado— de ser un aficionado a ese horror, y es precisamente por esta sospecha por la cual se le evita."

Hanns Heinz Ewers
La salsa de tomate
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 126


"¡Demonios, otra vez el mismo bicho!"

Hanns Heinz Ewers
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 24


"El mundo elegante está muy bien educado, desde la cuna."


Hanns Heinz Ewers
El cadáver de un ahogado
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 294


"Ellos se sentían diferentes: se sentían seres humanos entre animales sucios. ¿Entiende la diferencia? Un perro nos ladra… y apenas volvemos la cara para mirarlo."

Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 244


"Entonces le contó a ella, al igual que le contó a Hagen Dierks, del método de su vieja amiga. Comprensión, fe, experiencia, esa es la triada y la gran clave para la felicidad."


Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 402


"Ese era el capricho de Inés: curar a hombres enfermos."

Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 396




"Eso, lo que digo... El que se acerca mucho a la señorita Ten Brinken se queda pegado como la mosca a la miel y se ahoga sin que le valga patalear."

Hanns Heinz Ewers
Mandrágora


"Expresó el deseo de que le llevara todas las noches flores de azahar. Una noche, cuando le entregué de nuevo esas flores blancas, susurró: —Astolf. Y continuó en voz más alta: —Sí, le llamaré Astolf. Y si quiere a mí me puede llamar Alcina. Yo sé, estimado consejero sanitario, de cuán poco ocio dispone nuestra época para ocuparse de antiguas leyendas e historias. Es previsible que, por lo tanto, estos nombres no le digan nada, mientras que a mí en ese instante me revelaban el próximo acontecer de un milagro espantoso y, sin embargo, dulcísimo. Si usted conociera a Ludovico Ariosto, si hubiese leído cualquier historia heroica del Cinquecento, conocería a la bella hada Alcina tan bien como yo. Ella atrapó en sus redes a Astolf de Engelland, al poderoso Rodrigo, al hijo de Aimón, Reinaldos de Montalbán, al caballero Bayardo y a muchos otros héroes y paladines. Y cuando se hartaba de sus amantes solía transformarlos en flores. Ella me puso ambas manos en los hombros y me miró: —Si yo fuera Alcina —dijo ella—, ¿quisieras tú ser su Astolf? No contesté nada, pero mis ojos le respondieron. Y luego dijo: —Ven."

Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 279


"Imagínate a un hombre así, seguro que has conocido a docenas con los años. Algo no está bien; de repente, o muy lentamente, se llega a un momento en que no puede seguir. A veces se ríe y otras llora, en función de cómo esté su temperamento. Acude a sus amigos, a médicos. Se trata a sí mismo. Intenta mil y un remedios. Acepta cada consejo y prueba toda medicina que le proponen, cada vez se vuelve más desgraciado y desesperado. Y nadie puede encontrar qué le falta. Hasta que tal vez viene un freudiano y quita el velo, pero yo te digo que prefiero el método de Inés. La cura psicoanalítica te roba muchísimo tiempo, y he visto más de una curación que sólo era aparente. ¿Qué te ha ayudado a ti? A Inés le importaba un comino el complejo de Edipo o de Narciso, ni se le ocurría buscar las malas hierbas en el terruño del alma y luego escardarlas. Ella iba de un lado a otro con su varilla de rabdomante y buscaba. Si encontraba una fuente, perforaba el suelo hasta que salía el agua y hacía que el campo árido volviera a florecer. Esta fuente secreta a veces estaba muy turbia, o estaba muy sucia y era venenosa, pero parece ser que la suciedad, el estiércol y la sangre son el mejor abono. Sea como fuere, salía del alma y para ese cuerpo era con toda seguridad el único remedio."


Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 397




"La vi acurrucada junto a mí, sobre la piel suave y ambarina. Sus ojos se fijaban en mí de la manera más extraña. —¿Qué haces? —pregunté. —¡Silencio! —dijo—, escucho tus sueños."

Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 282


"—Las cosas son así —concluyó Dierks—. Así es, y así seguirá siendo: ¡Destino!, ¡y se acabó! —¡No, no, nada de se acabó! —exclamó Marcel—. ¡Destino!, ¡si tú lo dices! Pero las hojas vuelan por donde las lleva el viento."


Hanns Heinz Ewers
Amor supremo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 395


"Lentamente fue abandonándose. Y no es que sus actuaciones fuesen empeorando, siguieron siendo lo bastante interesantes. Pero siguieron siendo lo que eran: casi éxitos, pero es este «casi» el que sobraba. ¿De qué sirve la más bella escalera celestial cuando faltan los últimos peldaños?"


Hanns Heinz Ewers
Amor supremo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 390



"Los seres a los que servía no eran criaturas sometidas a sus órdenes y caprichos, sino seres extraños que, no obstante, eran suyos. Le pertenecían únicamente a él."

Hanns Heinz Ewers
La araña y otros cuentos macabros y siniestros


"Los tres se pusieron en camino. Bebieron en silencio el champán y en silencio se quedaron mirando fijamente el bello y cruel Nápoles, al que el sol crepuscular sumía en llamaradas resplandecientes."

Hanns Heinz Ewers
La joven blanca
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 261



"Nadie entendía qué era lo que le faltaba, y él, el que menos."


Hanns Heinz Ewers
Amor supremo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 390



"Nadie sabe la edad que tiene. A quien el trópico no lo devora en plena juventud, lo momifica. Lo hace inmune al clima y le procura una coraza de piel amarilla invulnerable a toda corrupción."

Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 390


"Por entonces, Dierks le había regalado una crucecita consagrada, que le había enviado una de sus admiradoras. Marcel no estaba interesado, pero él le dijo: «¡Nada pierdes intentándolo! Además, algo tiene que ocurrir con lo que llevas, pues nadie tiene peor suerte que tú. Es un milagro que no te hayan derribado todavía. ¡Así que inténtalo, a lo mejor es lo idóneo para ti!». Marcel se guardó la crucecita de oro gruñendo. Pero en ese día funcionó, y funcionó siempre desde entonces. No la volvió a sacar del bolsillo del chaleco y juró en ella por lo más sagrado."


Hanns Heinz Ewers
Amor supremo


La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 395



"—¿Qué haces? —pregunté. —¡Silencio! —dijo—, escucho tus sueños."


Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 282



"Qué me importa a mí la moral. Soy un ser humano, tan bueno y tan malo como vosotros, y no puedo soportar ninguna moral. Afirmo que mis fechorías, que vosotros condenáis mil veces, no son ningún pecado, ¡yo soy mi propio juez y no hay ningún ser humano por encima de mí! ¡Tampoco ningún dios! Reconozco tan poco a una autoridad celestial, como a una terrenal […] Me someto a los estúpidos órdenes del mundo porque veo que de otro modo no puedo alcanzar nada, pero realmente no me gusta en absoluto. Eso a menudo me quita hasta tal punto la respiración que tengo la sensación de asfixiarme."

Hanns Heinz Ewers
La araña y otros cuentos macabros y siniestros


"—¡Qué salsa tan bella! —susurró—. ¡Qué bella salsa roja de tomate!"

Hanns Heinz Ewers
La salsa de tomate
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 137



"Quiso reírse, pero su risa murió antes de haber nacido."


Hanns Heinz Ewers
Eileen carter
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 308


"—¿Reino de las Hadas… en Haití? —dudó el capitán. Lacito Azul se rió: —No sé cómo se llama este país, ¡pero es el Reino de las Hadas! Yo misma he visto a esos monstruos maravillosos, están todos untos en el puente, cerca de la plaza del mercado. Uno tiene unas manos tan grandes como una vaca y el que está a su lado una cabeza como dos vacas. Y otro tiene una piel llena de escamas como un cocodrilo, ¡oh, son más bellos y maravillosos que en mi libro de cuentos! ¿Quieres venir a verlos, capitán?"


Hanns Heinz Ewers
El reino de las hadas
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 262



"Se fue al ascensor, en silencio y tranquila, llevándose la bolsa con ella. Esa bolsa que contenía su única herencia: ¡la estaca en el corazón de su padre! ¡Qué mujer!"

Hanns Heinz Ewers
Eileen carter
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 334


"Sentí entonces cómo sus deseos se deslizaban en mi interior, y, aduladores, tomaban posesión de mi alma."


Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 287



"Te ha ayudado. Cómo, no lo sé. Ni siquiera sé quién lo ha hecho. Pero eso no importa. Lo que tienes ahora, siempre lo has tenido; nunca puede salir algo de una persona que no esté dentro de ella. Nadie te ha “dado” nada; tan sólo se abrió una puerta cerrada."


Hanns Heinz Ewers
La caja de juegos
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 405



"... todo nuestro sistema social está edificado sobre la injusticia: ésa es la base."


Hanns Heinz Ewers
Los señores juristas
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 287



"Tres veces me encontré con ella, y las tres ocurrió lo mismo. Me miró fijamente, me atrajo hacia sí y luego me dejó en la estacada, como si fuera un extraño. ¿Cuándo, cuándo vendrá… Eileen Carter?"


Hanns Heinz Ewers
Eileen carter
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 340


"... una idea nunca fecunda a un solo cerebro."

Hanns Heinz Ewers
El diario de un naranjo
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 280



"Y, además, ¿qué es estar muerto? ¿Está muerta la tierra de la que germinan flores? ¿Está muerta la roca que forma cristales? ¿O la gota de agua que se congela en la ventana y que produce como por encanto el musgo en el cristal? ¡No hay muerte alguna!"


Hanns Heinz Ewers
Del cuento El final de John Hamilton Llewellyn
La araña y otros cuentos macabros y siniestros, página 61







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