“Amable lector, escucha a Polífilo hablar de sus sueños, Sueños enviados por el cielo más alto. No será vano tu esfuerzo; ni te irritará escuchar, Pues esta obra extraordinaria abunda en múltiples cosas. Si, por seriedad o adustez, desprecias las historias de amor, Te ruego lo sepas: aquí dentro, las cosas guardan buen orden. ¿Te niegas? Pero el estilo al menos, con su novedosa lengua, Su discurso serio, su sabiduría, contará con tu atención. Si también a ello te niegas, percibe la geometría, Las cosas de otro tiempo expresadas en signos nilóticos… Allí verás los palacios perfectos de los reyes, La adoración de las ninfas, las fuentes, los ricos banquetes. Los guardias bailan en trajes variopintos, y toda La vida humana se expresa en oscuros laberintos.”

Francesco Colonna
Elegía anónima al lector
Hypnerotomachia Poliphili


"Cuando llegué finalmente al paso de la escalera a la boca, subiendo por innumerables escalones no sin gran esfuerzo y vértigo por la altísima escalera de caracol, mis ojos no soportaban mirar abajo y todas las cosas inferiores me parecían imperfectas. Y por esto no me atrevía a salir del centro."

Francesco Colonna
Sueño de Polífilo, página 81



"Eh, caminante, detente un poco, por los Manes, y, leyendo esta narración, besa este desdichado metal, diciendo: “oh, Fortuna, monstruo cruel, estos deberían haber vivido”. La joven Leoncia, arrebatada con gran ardor por su primer amor hacia el adolescente Lolio y atormentada por los malos tratos de su padre, huyó. Lolio la sigue, pero, habiendo sido ambos secuestrados por unos piratas mientras se abrazaban, son vendidos a un mercader. Suben, cautivos, a la nave. Lolio, sospechando por la noche que Leoncia le ha sido arrebatada, toma una espada y da muerte a todos los marineros. Una tempestad hace que la nave se hunda entre unos escollos cerca de tierra. Subo a ellos y, acuciado por el hambre, me pongo a Leoncia sobre los hombros, diciendo: “Ayúdanos, padre Neptuno: te encomiendo nuestras personas y nuestra fortuna”. Entonces corto las olas con los brazos como un delfín, pero Leoncia me dice mientras nado:“ ¿No soy una carga para ti, vida mía?”. “Leoncia corazoncito mío, eres más ligera que un insecto”. Y como ella me pregunta a menudo: “¿Te quedan fuerzas, esperanza mía, almita mía?”, digo: “Tú me las multiplicas”. Después, abrazada a mi cuello, me besa dulcemente mientras cargo con ella, me consuela, me exhorta y me anima mientras nado. Salto de alegría, pues llegamos a la costa y nos refugiamos en ella. Inesperadamente, un león se nos acerca rugiendo y nos abrazamos, pero el león respeta a los que están a punto de morir. Asustados por aquello, subimos a una barquilla abandonada en la playa y que tenía un solo remo muy pequeño. Yendo a la deriva, durante tres días y tres noches no vemos otra cosa que el cielo. Nos atormenta un hambre mortai y, desfalleciendo de inanición, caemos abrazados. “Leoncia —le digo—, ¿vas a morir de hambre?”. “Me alimento, Lolio, suficientemente con tu presencia”. Y ella dice: “Lolio, ¿me abandonas?”. “No, amor mío —digo—, sólo te abandonará mi cuerpo”. Nos alimentábamos dulcemente con nuestras mutuas y dulces lenguas, con las bocas abiertas y unidas en un suave beso y nos abrazábamos más estrechamente que la hiedra. Ambos morimos de inanición dulcemente y sin violencia. Fuimos traídos aquí por la brisa y por el viento favorable y puestos en este lugar, enlazados en aquel mismo abrazo, entre los Manes plutónícos. La pequeñez de este urnita nos contiene a nosotros, a los que no pudo retener la rapacidad de los piratas ni devoró la glotonería de un león y que la inmensidad del mar no quiso acoger. Quería que supieras esta desgracia. Adiós."

Francesco Colonna
La Hypnerotomachia Poliphili o Los sueños de Polifilo


“Estas no son cosas hechas para el vulgo ni para ser recitadas por las callejas, sino sacadas de la despensa de la Filosofía y de las fuentes de las Musas, adornadas por la novedad del lenguaje y dignas de la admiración de todos los ingenios.”

Francesco Colonna
La Hypnerotomachia Poliphili o Los sueños de Polifilo



"Oh, Júpiter que resuenas desde lo alto, ¿cómo calificaré yo a esta inusitada visión, que no se encuentra en mí átomo que no tiemble y arda al meditar sobre ella? ¿Feliz, admirable o aterradora?"

Francesco Colonna
Sueño de Polífilo, página 105


"Y así mi viaje sin meta me llevó a una especie de selva, en la cual, apenas entré, perdí mi camino no sé cómo. Mi corazón en suspenso fue invadido de repente por un súbito temor que se difundió por mis pálidos miembros junto con los apresurados latidos, y mis mejillas perdieron su color. A mis ojos no se ofrecía huella alguna ni sendero y en la espinosa selva no aparecían sino densas zarzas, punzantes espinos, el fresno salvaje desagradable a las serpientes, rudos olmos gratos a las fecundas vides, alcornoques, cuya corteza es empleada como ornamento para las mujeres; duras encinas silvestres, fuertes robles y encinas llenas de bellotas y de ramas tan abundantes que no permitían llegar completamente los gratos rayos del sol al suelo cuajado de rocío, sino que, formando una cúpula de frondas, no dejaban penetrar la luz vivificante. Y de este modo me encontré en medio de la fresca sombra, en el aire húmedo y en el oscuro bosque, por lo que comencé enseguida a sospechar con fundamento y a creer que había llegado a la vastísima selva Hercinia, y que allí no había otra cosa que guaridas de fieras dañinas y cubiles de animales salvajes y de bestias feroces. Por ello, sentía gran terror al pensar que, estando indefenso e ignorante, podía ser destrozado por un hirsuto y colmilludo jabalí, como Charidemo, o por un uro furioso y hambriento o una silbante serpiente, y ver mis carnes consumidas vorazmente por lobos aullantes que podían asaltarme y desmembrarme de un modo miserable. Desorientado y despavorido, me propuse, desechando toda pereza, no demorarme más en aquel sitio, encontrar la salida y huir de los peligros que me amenazaban, y apresurar mis ya indecisos y desordenados pasos.
Iba tropezando frecuentemente en las raíces que sobresalían del suelo, vagando perdido de acá para allá, ora a la derecha, ora a la izquierda, ora retrocediendo, ora avanzando, no sabiendo a dónde encaminarme, porque había llegado a un lugar espeso, lleno de malezas y espinos, y me encontraba completamente arañado por las ramas y con la cara herida por las espinosas zarzas y por los frutos silvestres. Y mi toga, lacerada y retenida por los agudos cardos y otras plantas espinosas, impedía mi fuga retrasándola. Además, como no veía indicio alguno de pisadas humanas ni trazas de sendero, no poco desconfiado y temeroso, aceleraba más mis pasos. Y, sea por la rapidez de la marcha, sea por el calor del mediodía o por el movimiento de mi cuerpo, me sentía muy sofocado, bañado de sudor mi frío pecho. Entonces, no sabiendo qué hacer, tenía la mente trabada y ocupada solamente en pensamientos terribles. Y a mis gritos mezclados con suspiros sólo Eco, singularísima émula de la voz, se ofrecía como última respuesta, perdiéndose mis resonantes gemidos entre el chirriante canto del ronco amante de la aurora cubierta de rocío y el de los estridentes grillos. Finalmente, en este escabroso e impracticable bosque, sólo deseaba el socorro de la piadosa cretense Ariadna, cuando entregó el hilo conductor al engañoso Teseo para que, luego de matar a su monstruoso hermano, saliera del intrincado laberinto. Y yo deseaba algo semejante para salir de la oscura selva."

Francesco Colonna
El sueño de Polífilo