“¡Ay madre! Cuando estemos satisfechos de comer, de hablar, de reírnos y maravillarnos, nos vamos cada uno a lo nuestro: yo a mi cama, donde distraído abro la esclusa intemporal del sueño, tú a tu tumba, donde susurra la hierba familiarmente con su voz de tiniebla y eternidad.”

William Heinesen



“Conozco un país donde el día invernal sobre el mar es como el crepúsculo entre viejas tumbas.”

William Heinesen




“El esturión no encontró nunca refugio más bello para sus crías que las sanas entrañas de ella.”

William Heinesen


En casa en la tierra

“Conozco un país
donde el día invernal sobre el mar
es como el crepúsculo entre viejas tumbas.

Aquí, frente a una cena de pan y pescado
hay una vieja y delgada anciana sin carnes
de manos venosas y dedos torcidos
pero con un corazón rebosante de hermosas sonrisas.

De nuevo estoy en casa.
La leche sabe a heno y a humo de turba.
La caldera bulle concienzuda sobre el fuego.
Fuera cantan
incomprensiblemente muchos millones de toneladas de agua.

Fuera revolotean alegres bandadas nocturnas de estorninos invernales.
Las ovejas descansan en el monte
con rocío y aurora boreal en la lana.

En la playa está la grulla
en el mismo lugar y en la misma posición
que en la época del faraón Pepi I.
En el agua se pasean lotas y rapes
por los bosquecillos de palmeras de algas
saludando sin prisas con la cola
al cangrejo.

Y el anarrico -rojo anilina y verde hiel
y violeta como una mano congelada

y aciagamente negro azulado como gangrena en un pie
y con lupus en el estómago y lepra en la espalda
y con dos cánulas en la cabeza­
se ha pegado con su ventosa a una piedra del fondo,
se ha agarrado con los dientes al planeta Tellus,
y juega a que es una flor tan hermosa
como la que más en el cielo y en el infierno.

Y, ¿qué ocurre con la cría del picón
que es tan pequeña como la coma más mínima del apocalipsis?
Y, ¿qué pasa con la ballena,
ese hijo grande y solitario de Dios,
que estornuda tan confiada en lugares desolados?

Ay madre, cuando estemos satisfechos
de comer, de hablar, de reírnos y maravillarnos,
nos vamos cada uno a lo nuestro:
yo a mi cama,
donde distraído abro la esclusa intemporal del sueño­
tú a tu tumba,
donde susurra la hierba familiarmente
con su voz de tiniebla y eternidad.”



William Heinesen



“Entonces un suspiro recorrió la creación y el pez volvió a sus aguas y los animales a sus prados y los muertos a sus cuevas en las tinieblas.”

William Heinesen


Fantasía

"Dentro de mil años,
sí, dentro de millones de años te diré:
¿Sabes donde estás?
Estás en mi corazón.



William Heinesen


Fuga

""¡Sí!» te contestaré con alegría
desde los intemporales campos celestes por donde camino: 
«Estoy en tu corazón,
y ¡qué feliz soy!

Soy la sal en tu sangre,
el vetusto sabor al mar del que viniste.

Soy la marea eterna
de noche y día en tus ojos 
que la luz creó
y que volvió a crear la luz 
y le dio contenido.

Soy el caracol de tu oído,
el yunque y el martillo
que martillean delicadamente la materia prima sonora del mundo 
proporcionándole sentido.

Soy la brisa
que recorre las coronas de tus pulmones, 
el oxígeno y el dióxido de carbono
que se intercambian eternamente
con el verdor hogareño de la tierra.

Soy la humedad en tu boca,
las papilas gustativas de tu lengua,
el ácido clorhídrico en el matraz de tu estómago, 
la fuerza en tus entrañas
que sacan la esencia del núcleo de la tierra
y alimentan las miríadas de células vitales de
tu cuerpo.

Soy el profundo misterio de la concepción 
en tu interior
en cuyas tinieblas la luna
se enciende y se apaga invisible.

Soy el joven fruto solitario
del vetusto árbol del mundo de tu matriz 
y soy el manantial de la leche
en tus pechos.

Soy el calcio en tus huesos,
la flexibilidad en tus tendones y miembros, 
lo coriáceo de tu pelo y de tus uñas.
Y soy el encendido aroma
que emanan los poros de tu piel.

Soy la vehemencia
en los torrentes de tus arterias
y la mansedumbre
en el delta azul de tus venas.
Soy la incandescente energía
en las ramificaciones relampagueantes de tus nervios 
sí, soy la carga eléctrica de la vida
en tu alma.

Soy los temerarios dientes en tu sonrisa
cuando estás contenta.
Soy la dulzura secreta de la ternura en tu tristeza. 
Soy el remolino de fuego en tu angustia,
y el fuego de mi enfurecido amor
hará de tu dolor cenizas!"

William Heinesen



Las tinieblas hablan al arbusto en flor

“Yo soy la tiniebla.
¿Sientes mi mejilla sobre la tuya?
¿Sientes mi negra boca sobre la tuya roja?

Sí, tú eres la tiniebla y me asustas.
Tú eres la noche y la eternidad.
Siento tu gélido aliento.
Tú eres la muerte.
Quieres que me marchite.
¡Y tengo tantas ganas de vivir y florecer!

Soy la tiniebla.
Te amo.
Quiero que te marchites.
Que florezcas y te marchites.
Que te marchites y resurjas con tus flores.
Que te marchites y florezcas una y otra vez.

Soy la Noche. La Muerte. La Eternidad.
Te amo.
Me desesperaría si no existieses
y no me estuvieses esperando aquí
con el ansioso aliento de tus fugaces flores.
Con el vivo tropel de tus hermanos,
cálidos besos rojos,
en la profundidad de mi negro corazón solitario.”


William Heinesen



“Me desesperaría si no existieses y no me estuvieses esperando aquí con el ansioso aliento de tus fugaces flores.”

William Heinesen



Olimpia

“El bogavante ya no se deleita.
con el corazón del marinero náufrago de la guerra.
Apetitoso se presenta ahora en su delicado rojo
sobre el plato de la joven viuda
y pronto adquirirá costumbres más elegantes
cuando se incorpore a su soberbio metabolismo.

El mugido agónico del buey ha enmudecido,
pero todavía tiñe su clara sangre
los sonrientes dientes de ella.
Fue tu destino, oh, afortunado,
compartir tejido celular con ella
y conservar el calor de sus sueños.

Las migraciones de la anguila
que tanto emocionaron a los sabios
terminaron en las profundidades detrás de su ágil campánula.
El esturión no encontró nunca refugio más bello para sus crías
que las sanas entrañas de ella.
Las mudas uvas del Rin y del Ródano
desataron un delicioso discurso en su lengua
y su nuevo amante sonrió plácidamente.

Y al final en la serie de estas alegres ofrendas de la vida,
la muerte se hizo notar discretamente
por medio del efímero aroma a carroña del queso
y el espíritu entregó su tributo
en forma de bendición sacerdotal
que como una suave aura rodeaba
la botella de licor de los amantes adornada con una cruz
mientras se encontraban sus bocas.

Entonces un suspiro recorrió la creación
y el pez volvió a sus aguas
y los animales a sus prados
y los muertos a sus cuevas en las tinieblas.”



William Heinesen


“Quieres que me marchite. ¡Y tengo tantas ganas de vivir y florecer!”

William Heinesen



“¡Sí! Te contestaré con alegría desde los intemporales campos celestes por donde camino: Estoy en tu corazón, y ¡qué feliz soy!”

William Heinesen



“Soy la marea eterna de noche y día en tus ojos que la luz creó y que volvió a crear la luz y le dio contenido.”

William Heinesen



“Tú eres la noche y la eternidad.”


William Heinesen

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